Pese a décadas de investigación la creatividad sigue siendo uno de los fenómenos más elusivos que conocemos. Y pese a que existen innumerables definiciones de esta singular habilidad, lo cierto es que una de las que ha ganado más aceptación en el imaginario popular es, precisamente, una de las más desafortunadas. Se trata de la famosa expresión «think out of the box», que podríamos traducir como «pensar fuera de la caja».

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Hace muchos, muchos años, era habitual encontrar cabinas telefónicas por la calle. Como no había smartphones, esa era la única manera de contactar con alguien estando fuera de casa. Formaban parte de la escena urbana de casi cualquier país y, en algunos sitios, sus diseños eran tan llamativos que llegaron a convertirse en símbolos patrios. Sin embargo, si bien hace tiempo hablar por teléfono desde una cabina era un gesto normal, hoy día en nuestro país casi nueve de cada diez personas jamás ha utilizado una, y están a punto de extinguirse.

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Pasa a menudo en esos momentos en los cuales no tienes nada que hacer, o simplemente buscas desconectar. Sacas el móvil y te pones a revisar tus perfiles de redes sociales, o simplemente a navegar para encontrar algo que te resulte entretenido. No buscas nada fijo, y desde luego nada sesudo o relevante, simplemente algo que te ayude a pasar el rato. Rápidamente, y sin tú apenas notarlo, tus ojos y tus clics acaban seleccionando una serie de vídeos tan divertidos como intrascendentes. O puede que comentarios sarcásticos, aunque poco elaborados, sobre los políticos que detestas. O quizá un puñado de memes igualmente hilarantes y burdos. Es posible que acabes esa breve sesión compartiendo algunos de estos contenidos con tus contactos.

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Una fotografía no es una única cosa. Hay tantos modos de sacar fotos como maneras de mirar, y hay tantas formas de mirar como personas. Y cada imagen revela, como es natural y esperable, la personalidad de quien la ha tomado. Aquí van algunos ejemplos ¿Con cuál te identificas?

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Uno de los grandes avances del interiorismo doméstico han sido sin duda los manuales de IKEA. Es verdad que algunos muebles son más fáciles y otros más difíciles pero, en general, todas las operaciones acaban con un final feliz. Por eso, quien más y quien menos puede amueblar su casa, que es como amueblar parte de su identidad. Dentro de esa cultura del hágaselo-usted-mismo, es inevitable pensar si la creciente cantidad de literatura de autoayuda no estará contribuyendo a la idea de que podemos elaborar cualquier parte de nuestra vida leyendo un manual.

 

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Ninguna otra metáfora explica mejor el tremendo impacto de las palabras que la de William S. Burroughs, quien escribió que el lenguaje es un virus. Los virus se trasladan de un ser vivo a otro y, cuando llegan, lo infectan. Exactamente del mismo modo que hacen las palabras. Y lo sorprendente es que, a menudo, no nos damos cuenta de que las palabras que escogemos son las que definen el mundo en que vivimos. Es más, no reparamos en que podemos elegir esas palabras. Escogiendo, por tanto, el universo en el que queremos vivir.

 

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