Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Reinvención, Ultraconciencia / 17.01.2024

Hay escritos que son pórticos hacia otros universos. Sorprenden, cautivan, conmocionan. Hay pocas cosas que nos dejen tan perplejos como leer una visión de la realidad que está tan alejada de la nuestra que parece traspuesta, como un calcetín del revés. Sobre todo si, en apariencia, parte de los mismos supuestos, o si se alimenta del mismo sustrato que la nuestra. Bien porque usa las mismas palabras, porque encadena las frases en melodías que nos suenan conocidas, porque parece que nos habla a nosotros o, sobre todo, porque explica las mismas cosas que nosotros mismos nos intentamos explicar. Pero de otro modo. De ese modo fascinante en el que un ángulo inadvertido resulta iluminado.

A la luz de ese tipo de obras las concatenaciones y relaciones parecen evidentes, si bien hasta hace solo unos minutos eran invisibles. Descubrimos otra naturaleza en las cosas, otro propósito en las acciones. Incluso las personas y los hechos históricos parecen mirar y mirarse de otro modo. Con otros motivos, con otros desenvolvimientos internos.17

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Reinvención, Ultraconciencia / 15.11.2023

Las grandes tecnológicas llevan décadas espoleando a la población para que genere contenido en internet. Primero fueron los blogs, luego las redes sociales y ahora nos dedicamos a dar saltitos más o menos ridículos al son de la música que toca TikTok, la primera red social que solo es red. Una red de arrastre, para ser precisos.

El caso es que ahora todo ese material se ha convertido en un descomunal abrevadero para los sistemas de inteligencia artificial generativa. Hay que ser muy ingenuo para no ver la relación entre ambos fenómenos.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, El Economista, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 22.12.2021

Si le preguntáramos a los empleados de cualquier empresa por los valores de la entidad en la que trabajan, en un porcentaje muy alto no sabrían responder. Y sin embargo las organizaciones invierten grandes sumas de dinero y esfuerzos en clarificar cuáles son sus valores y en difundirlos. A pesar de ello, con el paso del tiempo los valores se van dejando atrás, quedando escritos en las páginas web o en carteles colgados en las paredes de las oficinas que, por cierto, con el teletrabajo ni siquiera se ven.

Además: ¿qué son los valores? Tras décadas de utilizar este modelo (misión, visión, valores) tal vez hemos olvidado qué son en realidad y para qué sirven, si es que sirven para algo…

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 17.03.2021

La vida media de una empresa es de aproximadamente 15 años. Pero eso, en sí mismo, no es más que un dato. Porque todos conocemos entidades muy longevas que, casi de la noche a la mañana, mueren y desaparecen. También vemos a diario organizaciones que están entrando en una espiral de problemas crecientes que atentan contra su viabilidad.

¿Qué es lo que provoca el fin de una empresa? Estadísticas aparte, hay una función que cada vez es más necesaria en el liderazgo de cualquier equipo: discernir qué es lo esencial y atender a ello de manera prioritaria. El asunto es que no es fácil saber qué es lo esencial. En primer lugar, porque el ruido de fondo es cada vez más fuerte. Y las distintas tendencias luchan con uñas y dientes por hacerse con la hegemonía del pensamiento empresarial. Pero también porque existe un fenómeno muy peligroso dentro de las organizaciones, sobre todo porque es prácticamente indetectable. Se llama superioridad racional. Y ocurre cuando un equipo, del tamaño que sea, siente que sus capacidades bastan y sobran para resolver cualquier problema. Un fenómeno que puede verse acrecentado cuando la organización considera que su core business es la solución a cualquier problema. Por ejemplo, cuando un banco piensa que el producto financiero es el remedio para todo. O cuando un hospital cree que en la ciencia médica está la solución a todos sus males, nunca mejor dicho. O cuando una universidad piensa, ingenuamente, que sobrevivirá con solo educar bien o investigar bien.

Lo cierto es que ya no estamos en la economía de los productos. Ni siquiera en la de los servicios. Hay fuertes presiones de mercado que están golpeando a las organizaciones y haciendo más necesario que nunca que se fortalezcan en otros ámbitos: el de la innovación, el de la digitalización, el de la experiencia de cliente y empleado. Vamos hacia un mundo en el cual las organizaciones deben convertirse en ambidextras, sosteniendo en una mano la espada de lo que mejor saben hacer y en la otra el acero que les permite avanzar por la selva de un mercado en constante cambio.

Muchas empresas recurren a asesorías externas. Consultores que, aparentemente, están en posesión de la verdad. El problema surge cuando ellos también adoptan una postura de superioridad racional, o cuando la solución que brindan es la que tienen en cartera, en lugar de la que necesita la organización. Al igual que un médico jamás diagnosticará una enfermedad que no conoce, la consultoría corre el riesgo de vender soluciones prefabricadas para rentabilizar su producción, en lugar de escuchar de verdad y solucionar de verdad.

Cuenta un viejo relato que la primera vez que una rana que siempre había vivido en el fondo de un pozo vio el océano le explotó la cabeza. Porque ella pensaba que no podía haber agua más abundante que la que había en su hogar. No es que fuera ignorante: es que estaba ciega respecto a otras realidades. En un contexto organizacional de superioridad racional las empresas se vuelven ciegas. Porque confían tanto en sí mismas que desconocen incluso los riesgos a los que se exponen.

Es muy difícil curar a una empresa de su superioridad racional. Desde luego, cultivar todas las diversidades sirve de ayuda porque permite ver la realidad desde diferentes ópticas. Y también aceptar la disconformidad como un compañero de camino más. Y, desde luego, establecer mecanismos de observación constante que permitan detectar y auscultar las tendencias que van apareciendo en el horizonte. Todo esto es positivo. Pero lo que de verdad puede suponer la cura es, precisamente, lo que muchas de las empresas y sus dirigentes parecen no ser capaces de hacer: aceptar una duda razonable sobre sus planteamientos y ver las cosas desde la humildad de quien sabe que puede estar equivocado.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 25.11.2020

En 1950 dos americanos escribieron The Lonely Crowd, un libro que explicaba que las personas tenemos tres maneras básicas de conducirnos por la vida: o dependemos de la tradición, o buscamos en nosotros mismos la inspiración para pensar y actuar, o bien acatamos las consignas del exterior.

En su análisis indicaban que, tras el advenimiento de la sociedad de consumo, los estadounidenses comenzaron a gravitar cada vez más hacia una manera de vivir que se apoya largamente en el contexto, en lugar de en la brújula interior de cada uno. Pues bien, no solo es muy evidente que esto es una tendencia global sino que, además, y de manera creciente, nos comportamos como si la vida se basara en comprar en un supermercado los rasgos que nos definen, en ese otro signo de nuestro tiempo que es la construcción del yo a través del consumo. Es decir, no solo nos dejamos influir por el contexto en la elaboración de nuestra identidad sino que, en buena medida, somos lo que compramos.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 21.10.2020

A veces vas a cruzar una calle por un paso de cebra cuando un coche que debería parar no lo hace. Y casi te atropella. A pesar del susto miras fugazmente en su interior y a menudo ves la misma estampa: un conductor, hombre o mujer, con la mirada fija, como si estuviera ido y no viera lo que tiene justo enfrente, que es el paso de cebra y a ti sobre él. Pero no es una mirada cualquiera: es una mezcla de tensión y preocupación, como si esa persona condujera angustiada, sobrecogida: es El rictus. Ni siquiera te preguntas si es que no te ha visto, porque es evidente que no lo ha hecho. Ese conductor, prodigiosamente, va al volante sin ver la carretera ni a los peatones. A veces ni los semáforos. Por eso ha estado a punto de atropellarte.

Otras veces ocurre en la cola del supermercado. Estás pacientemente esperando con tus compras y de repente…

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 07.10.2020

Desde hace décadas venimos escuchando las voces interesadas e impertinentes de los exaltados de la vida digital hablando sobre el acto educativo. Un grupo de opinión que, en general, desea la muerte de muchos de los aspectos de la vida que otros adoramos, relamiéndose ante su imaginario final: la muerte del libro físico, la muerte de los trabajos artesanales y, cómo no, la muerte de la clase presencial. Un grupo que, conscientemente o sin darse cuenta, ha dado por sentado que, si se pudiera hacer un experimento a escala planetaria, las bondades y posibilidades de la tecnología digital educativa brillarían con matrícula de honor. Tanto que sería posible, fantasean, erradicar el cara a cara en educación. Pues bien, ese experimento finalmente se ha llevado a cabo. Quizá no como ellos posiblemente soñaban, pero se ha realizado. De este modo, en los últimos meses hemos podido ver cómo colegios y universidades se lanzaban a una digitalización forzosa y completa, no solo de lo que ocurre en las aulas sino también de su capa de gestión. Mientras se aplicó el estado de alarma los estudiantes fueron confinados en sus casas, así como sus profesores y, durante varias semanas, tuvo lugar el más grande experimento de la historia sobre el e-Learning.

No hace falta conducir ningún análisis sofisticado para conocer los resultados de este estudio porque están en cada conversación, en cada mensaje y en cada suspiro. Los profesores, otros héroes auténticos a los que incomprensiblemente nadie aplaude desde el balcón, se cansan de estar permanentemente mirando a una pantalla, tanto como sus alumnos. Y sus alumnos, siempre que pueden, ocultan su imagen y mutean el micro, dejando al profesor frente a un silente listado de iniciales, en una versión contemporánea de la bíblica prédica en el desierto. Los métodos de evaluación de competencias complejas brillan por su ausencia y, en el lado de la gestión, nada nuevo: hartazgo por las reuniones virtuales y añoranza de los cafés en la sala de profesores y del aire fresco del patio.

Los tecnoadictos y tecnoególatras, gurús digitales autoproclamados y el resto de fanáticos virtuales dirán que no hay medios suficientes, que se improvisa más que se planifica o que si se contara con más formación todo iría como la seda. Pero lo cierto es que, desde que llevamos escuchando esta repetitiva soflama en pro de lo puro digital, nunca ha habido tantos medios ni tanto profesional formado, formal o incidentalmente. Ya hubieran querido los que iniciaron proyectos de virtualización educativa hace veinte años nuestra tecnología y nuestra soltura con el Whatsapp.

Las conclusiones preliminares de este estudio a escala planetaria son claras: estamos aprendiendo que los procesos educativos son mucho más complejos de virtualizar de lo que imaginábamos, que la presencia es un catalizador del aprendizaje y, sobre todo, que la educación no es una cuestión de fe. Da igual lo que creamos en esta u otra metodología o tecnología: el aprendizaje se produce o no se produce, así de simple. Y esta pandemia tan intensiva en tecnología digital está dejando un largo rastro de aprendizajes no realizados, digan lo que digan las planificaciones exhaustivas y los documentos públicos sobre el aseguramiento de la calidad exhibidos por colegios y universidades. Las lecciones que se han quedado por el camino son como los abrazos que no nos estamos dando, en este año en el que, por otro lado, tanto estamos aprendiendo sobre la vida y sobre nosotros mismos.

La conclusión final del experimento más grande del mundo sobre e-Learning es aún más clara: la tecnología digital está lejos, por sí sola, de competir con la formación presencial en cuanto a la creación de un entorno verdaderamente potente y rico de aprendizaje. Así que, una vez más, esta tecnología, como tantas y tantas otras, no representa un punto y aparte, ni muchísimo menos una revolución. Lo será, tal vez, algún día. Pero no hoy. Eso sí, cuando no hay nada más, es un sustituto digno. Y con ese sustituto nos apañaremos mientras esperamos pacientemente la vuelta a las aulas, con el mismo entusiasmo que esperamos el retorno de los abrazos perdidos.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 23.09.2020

Al comienzo, cuando el coronavirus irrumpió en nuestra pacífica existencia, contestamos sacando pecho con entusiasmo y arrojo, publicando con vehemencia nuestro compromiso con la lucha al compás del Resistiré del Dúo Dinámico. Compartimos miles de memes motivadores, portamos con orgullo la bandera de esta guerra, la mascarilla, e incluso aparecieron centinelas en todas las comunidades de vecinos que, a golpe de fotografía y vídeo, denunciaban públicamente a quien se desviase del recto camino. Y en lo que, pensábamos, era el apogeo de la crisis, honramos a nuestros héroes y a nuestros mártires, lloramos durante las videollamadas y apretamos los dientes para contener todos los abrazos que no nos podíamos dar.

Luego el estado de alarma tocó a su fin y, como una profecía, al mismo tiempo llegó el verano. Y entonces entramos en una fase más átona de nuestro compromiso con la lucha, al tiempo que comenzamos a permitirnos alguna que otra cana al aire. Canas al aire en las celebraciones, en las reuniones familiares y por supuesto en los bares. “Cómo no le voy a dar un abrazo a mi padre” —decíamos nosotros—, “luego me pongo la mascarilla” —decían los adolescentes— y “es que ahora estoy tomándome la cerveza” —decíamos todos en las terrazas o en los botellones—. El resultado fue que el virus, que nunca descansa, ha vuelto a hacerse fuerte y, tras la desescalada, ha irrumpido la nueva escalada de los contagios haciendo añicos la nueva normalidad.

Y ahora entramos en la tercera fase. Aún con mucho teletrabajo que, tras el entusiasmo inicial, ya no resulta tan apetecible, con unos hijos regresando a un colegio improbable y, como en todos los finales de verano, con la huida del calor y la vuelta al tráfico. Todo ello aparentemente superable, si no fuera por la cada vez más alargada sombra de una crisis que parece querer empezar a rivalizar con la de 2008. Definitivamente, esta es la vuelta que no queríamos.

La mayoría de los seres humanos estamos construidos para resistir un embate, pero no dos. Tampoco lo estamos para las grandes adversidades, que son aquellas para las que no tenemos mapas. Y en esta ocasión se están dando las dos circunstancias simultáneamente. Por eso este otoño se nos antoja el más umbrío de los otoños.

Solo hay dos verdades sobre las grandes crisis, esos momentos en los cuales la cueva se cierra de pronto y nos quedamos sin luz y sin aire. La primera, que todos llegamos a ese momento con lo que tenemos y somos. Es muy difícil ser una persona nueva cuando la ola se colapsa y nos ahoga. Si al llegar una adversidad severa somos débiles, se cebará en nuestra debilidad. Si dependemos de los demás, esa dependencia se exacerbará. Y si tendemos a la ansiedad, viviremos la crisis con el corazón arrugado en un puño. Por eso la mejor manera de conocernos, o de conocer la verdadera construcción de alguien, es en medio de un desastre.

Los acontecimientos no obran intencionadamente y, por tanto, no hay límite alguno a la cantidad de sucesos negativos que podemos llegar a experimentar. Las víctimas fatales de esta crisis sanitaria son la prueba más evidente de este principio. Seguro que ninguna de ellas, cuando brindó saludando a los primeros minutos del año, pensaba que iba a morir pocos meses después en la soledad de una habitación de hospital. Por tanto, si esto es así, la única salida viable es convertir lo que estamos experimentando en una escuela de vida y trazar nuevos mapas para el futuro.

Es lógico pensar que alguien que ha vivido una guerra en primera persona se alarme menos por una enfermedad grave que quien siempre ha vivido en tiempo de paz. Igualmente, es plausible que alguien que ha padecido ese tipo de enfermedades se angustie menos por perder su empleo que alguien que siempre ha estado sano. También, es esperable que alguien que ha perdido y recuperado su trabajo varias veces se intranquilice menos por un golpe en el coche que alguien que nunca ha tenido problemas de ningún tipo.

Por eso, la segunda verdad sobre las grandes adversidades es que la medida de nuestra estabilidad futura depende del número de crisis en las que hemos escogido la vía del aprendizaje, en lugar del camino de la resignación y la queja. La segunda verdad nos dice que, aunque el universo nos dispara las crisis aleatoriamente y sin intención, tenemos la libertad de enfocarlas de una o de otra manera: hacia el drama o hacia la épica.

Escoger plantar batalla es arduo y doloroso, eso sí. Y desde luego no es el tipo de tarea en la que uno querría empeñarse con el moreno aún engalanando su piel y el recuerdo vivo de los largos paseos por la playa todavía colgado de la mente. Pero es lo que nos hace grandes. Y lo que nos permite acumular relatos y tejer las grandes narrativas de nuestra historia. Que son las que, tanto a nivel individual como colectivo, nos hacen sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Las que nos llevan a crecer como personas y como sociedad. Si bien es verdad que los desastres nos muestran como somos, no lo es menos que a la salida de cualquiera de ellos podemos ser otros. Quizá esos que siempre hemos querido ser.

Todo puede ocurrirnos aún: divorcios y desempleos, enfermedades y pérdidas de seres queridos. Y, por supuesto, más pandemias, hambrunas e incluso guerras. Sin embargo esta historia, nuestra historia, no es diferente de la de otras personas en otras épocas. Nos daríamos cuenta más fácilmente si fuéramos más conscientes del falso espejismo que constituye la vida digital, de que la certeza de la ciencia es a veces más una quimera que una realidad y de que la cultura, como decía Becker, nos transmite la idea de que somos importantes, vitales e inmortales en lugar de pequeños y temblorosos animales que un día decaerán y morirán.

En esta vuelta que no queríamos es vital que escojamos la vía de ser los héroes que siempre soñamos ser. Luego vendrá lo que venga. La reencarnación de la crisis de 2008, de la del 29 o de cualquier otra. O una salida suave y limpia en la que la desgracia no nos llegue a mostrar su peor cara. No lo sabemos aún. Lo que sí sabemos es que la diferencia entre un futuro y otro depende en gran medida de nuestro espíritu de lucha.

 

(Originalmente publicado en Dirigentes)

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 24.06.2020

Millones de personas se enfrentan día a día a un reto tan fácil de explicar como difícil de lograr: conseguir lo que se proponen. En algunos casos se trata de encontrar un trabajo, en otros de sacar adelante un emprendimiento y en otros de publicar un libro, convertirse en influencer o encontrar pareja. Sea como sea, todos estos empeños comparten un denominador común, y es la natural tendencia del ser humano a elevarse. Sobre sí mismo, o bien respecto a los demás.

Muchas de esas personas siguen los consejos que a diario exponen los expertos en las respectivas áreas: si se trata de búsqueda de empleo, la redacción de un buen currículum, si de una empresa la esmerada elaboración de un business plan, y así sucesivamente. La cuestión es que, pese a que muchos individuos están seguros de poseer méritos suficientes para llegar a donde pretenden llegar, los que realmente lo consiguen representan un reducido y exclusivo subconjunto de todos los que lo intentan. Y la clave para no desesperarse está en comprender que mérito y éxito no son variables que pertenezcan a la misma dimensión.Y, por supuesto, que una no determina la otra.

En primer lugar, porque el éxito es objetivo, mientras que el mérito es, fundamentalmente, subjetivo. Es verdad que es posible cuantificar los logros de una persona, sobre todo en el ámbito profesional. Lo que no es posible cuantificar es la valoración que cada persona hace de esos logros. De esta manera, son incontables las historias de trabajadores que piensan que el ascenso o la subida salarial siempre se la lleva alguien que lo merece menos que ellos. Sin embargo, y con independencia de que haya situaciones manifiestamente injustas, lo cierto es que muchas veces quien decide sobre estas cuestiones tiene en cuenta variables diferentes a las que maneja la persona aparentemente perjudicada. Así, un trabajador puede tener más estudios, hablar más idiomas o ser más puntual que quien ha logrado el ascenso o la mejora salarial. Sin embargo, su jefe puede haber considerado otras cuestiones, como por ejemplo la capacidad para relacionarse o la ausencia de conflictos.

Por otro lado, el mérito se alimenta con voluntad y esfuerzo, mientras que el éxito muchas veces es cuestión de suerte.Incluso una mirada superficial por la trayectoria de cada uno revela que, en ocasiones, lo que ha marcado la diferencia ha sido estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y con la persona adecuada.Posiblemente hay centenares de miles de personas que merecen que su trabajo tenga éxito, pero para solo unos pocos los astros se alinearán en el momento indicado. Es verdad que es posible tentar a la suerte con trabajo, pero en ocasiones el éxito es simplemente cuestión de eso: de suerte.

Por último, y quizá más importante, mientras que el mérito es una colección de objetivos cumplidos que se acumulan en el pasado de una persona, el éxito tiene la caprichosa manía de irse desplazando hacia el futuro. De esta manera, una persona que hoy daría un ojo por ver publicado su libro, cuando mañana por fin lo logre encontrará que eso ya no le sacia, y que lo que ahora quiere es que le publique una editorial más potente. Y, cuando eso ocurra, lo que probablemente perseguirá entonces es poder vivir de sus libros en lugar de tener que fichar en una empresa que pertenece a otra persona. Los méritos se consolidan, pero el éxito siempre es esquivo.

El mérito y el éxito no son padre e hijo. Es más, es posible que ni siquiera pertenezcan a la misma familia. Y aunque a veces uno pueda contribuir al otro, la relación que tienen entre ellos dista mucho de ser causal o matemática, digan lo que digan los gurús, los libros de autoayuda y los blogs especializados. Ahora bien, lejos de provocar frustración o confusión, lo que esta constatación debería inspirar es serenidad.

Fundamentalmente porque, llegue o no llegue, el deseo del éxito no debería privar del disfrute que implica la sucesiva acumulación de méritos. No tanto por lo que en sí significan, sino por el camino de aprendizaje que supone irlos conquistando. Pero sobre todo porque la diferencia definitiva entre mérito y éxito consiste en que, mientras que el primero se queda para siempre, el otro puede ser peligrosamente efímero. Dejando acaso más vacío al irse que el que se experimentaba suspirando por su llegada.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

 

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 06.05.2020

“Se tiraron los soberanos y se guardaron las fotografías.” Cuando el legendario explorador polar Ernest Shackleton aceptó, de mala gana, la limitación a dos libras de peso en pertenencias personales por cada miembro de su tripulación, escribió estas palabras en su diario. Era el 30 de Octubre de 1915 y hacía tres días que su barco, el Endurance, había quedado destrozado por los témpanos de la Antártida. Se imponía una desesperada expedición hacia el norte, hacia mar abierto, en la que utilizarían como trineos los botes salvavidas del Endurance. En ellos llevarían únicamente lo imprescindible: solo dos libras por hombre.

Es notable el paralelismo que, aunque de manera metafórica, tiene esta situación con la vivencia del confinamiento durante la pandemia del COVID19. Verdaderamente estamos viviendo momentos de retorno a lo esencial, a lo auténtico, a lo que de verdad importa. Nos hemos quedado sin las salas de cine, sin los restaurantes y sin los viajes. Sin poder ir a la peluquería, sin el moreno de playa y sin las tiendas de moda. Nos hemos quedado sin casi todos los ropajes que vestían nuestra vida apenas anteayer. Y, cuando los soberanos han desaparecido, solamente nos han quedado las fotografías. Nos hemos quedado con nosotros, con nuestras familias y seres queridos, si es que están sanos y salvos y, junto a ellos, nos ha quedado la esperanza de un futuro mejor.

Mucho se escribe en estos días sobre cómo será el futuro inmediato, esa nueva normalidad que todo el mundo nombra pero que en realidad nadie conoce. Es llamativo cómo a veces las palabras nos tranquilizan, aunque sean sinónimos de incertidumbre. Exactamente igual que cuando pensamos que nuestra dolencia ha sido claramente identificada si los médicos la califican de idiopática, que precisamente quiere decir de origen desconocido.

No sabemos cómo será esa nueva normalidad, esta es la única verdad. Pero ojalá este tiempo de fotografías vivientes, de aplausos esperanzados y de creatividad solidaria nos haga mejores. Ayudándonos  a erradicar lo lesivo y a atemperar lo que de impostado, de frívolo o de excesivo había en nuestra vida. También en nuestra vida dentro de las organizaciones.

Ojalá en la empresa caiga por fin el aparentar antes que el hacer, la política de oficina y el liderazgo basado en el nepotismo. Ojalá se ponga en cuarentena a los profesionales tóxicos, se deje de escuchar a quien propaga rumores y cotilleos y se ponga freno a la procrastinación. Ojalá regresen de su despido interior quienes hace tiempo dejaron de estar entre nosotros y ojalá se desintegre, por fin, la lacra del acoso, de cualquier tipo de acoso.

Ojalá, también, nos quedemos con lo esencial de la arena empresarial, que no es otra cosa que el intercambio de valor auténtico entre seres humanos. Ojalá aprendamos a amortiguar el ruido impertinente de los falsos apóstoles de la vida digital, y de esos gurús apócrifos que se pasan la vida anticipando lo que en realidad ignoran.

Ojalá, como consumidores de experiencias o de ideas, encontremos nuestro propio rumbo entre cámaras de eco, burbujas de filtros y mentes colmena. Ojalá, en medio de toda esa marea alienante, sepamos encontrar nuestro propio juicio y nuestro propio ser, militando más en el consumir sabio que en el amontonar compulsivo.

Y ojalá en esa nueva normalidad, tan nombrada como en realidad inédita, nos desprendamos definitivamente de los soberanos y guardemos las fotografías. Ojalá nos quedemos solamente con lo que de verdad importa.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com