Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 08.07.2014

Cada vez son más frecuentes las reflexiones y los estudios sobre las personas que han logrado grandes cosas en la vida. Y estamos acostumbrados a que nos hablen de su talento y de su creatividad, de su capacidad de liderazgo o de su magnetismo personal. Pocas veces oímos hablar de la suerte como ingrediente del éxito. Sobre todo de ese tipo de suerte que se fabrica, y que está hecha de perseverancia, de resiliencia o de fuerza de voluntad y, por encima de todo, de nuestra capacidad de imaginar proyectos extraordinarios.   

Cualquier actividad requiere una planificación, porque los seres humanos vivimos fundamentalmente en el espacio de nuestras representaciones mentales, que se anticipan a todo lo que hacemos, da igual si se trata de preparar una taza de café o de acometer un proyecto para la creación de un puente. Y el camino hacia el logro de grandes objetivos arranca precisamente ahí, en el momento en el que nos fijamos lo que perseguimos. Hay personas cuya vida transcurre en proyectos del tipo preparar una taza de café, mientras que otros intentan construir puentes. Y hay quien sueña con volar por el espacio. 

Hay una historia antigua acerca de un hombre que paseaba por un lugar donde tres pintores estaban trabajando en la restauración de un templo. Les preguntó por su cometido, y las respuestas que dieron fueron muy diferentes: el primero dijo que su labor era pintar paredes, y el segundo que estaban allí con el fin de ganar algo de dinero para llevar a sus casas. La respuesta del tercer pintor, sin embargo, fue muy diferente: “estamos aquí para dar color a la casa de Dios”, dijo. No cabe duda de que este pintor era el que más motivado estaba, y con toda seguridad el que mostraba un mayor nivel de ejecución, solo por el hecho de que se sentía parte de algo extraordinario 

La mayoría de nuestros días habitamos en los cómos, y no en los porqués. Dedicamos tiempo y esfuerzo a ser más eficientes y eficaces en nuestras tareas, pero en ocasiones perdemos la perspectiva sobre los motivos por los que hacemos nuestro trabajo. Y la ciencia nos dice que pensar porqué hacemos lo que hacemos conduce nuestra mente hacia un nivel de pensamiento más alto, ese que nos puede llevar hacia el futuro donde se encuentran los grandes logros. La única misión de una taza de café es satisfacer a quien la toma, y como mucho proporcionar algo de energía. Sin embargo, un puente es una construcción magnífica, cuyo cometido es servir de vía de comunicación para conectar ciudades y países, y en definitiva personas. Y, desde luego, hoy existen los transbordadores espaciales porque en su día hubo alguien los imaginó. 

Muchos primates, incluso los grandes simios, carecen de la posibilidad de imaginar lo que va a ocurrir más allá de veinte minutos hacia el futuro. El ser humano es el único que puede ver su mañana, su pasado mañanay, prácticamente, imaginar el rumbo que, previsiblemente,recorrerá su vida entera.De todos los proyectos que una persona puede emprender, con toda seguridad los que cubren un itinerario amplio dentro de esa vida son los que le pueden proporcionar un verdadero sentido. 

No perdamos la oportunidad de participar en proyectos de gran envergadura. O, lo que a veces es lo mismo, no perdamos la oportunidad de buscar el motivo y el significado último de lo que hacemos. Porque,en definitiva, la construcción de sentido es lo que guía la vida de los seres humanos. En la medida en que conectamos nuestro desempeño con las grandes preguntas que nos hacemos sobre la vida, con el por qué, para qué, o para quién hacemos las cosas, podemos sentirnos parte de proyectos extraordinarios, como el tercero de los pintores que restauraba el templo. Las empresas, al fin y al cabo, existen para generar verdadero valor y entregarlo al cliente. Capturando una parte de él, pero cediendo el resto a las personas, a las regiones y, en último término, al mundo entero, para transformarlo convirtiéndolo en un lugar mejor para vivir. Ese espíritu es el que suele figurar en las declaraciones de misión y visión, en los mensajes que las compañías dirigen a la sociedad y, por supuesto, el que deberíamos tener presente en nuestro día a día.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 07.06.2014

En la vía de nuestras propias certezas siempre caminamos plácidamente: conocemos las distancias y los recovecos del camino, las fondas donde recalar y los albergues para descansar. Necesitamos crear orden porque es imposible vivir en un mundo de inseguridades: si todo fuera inesperado se bloquearía nuestra capacidad para la predicción y sentiríamos que estamos perdidos. Pero, precisamente por eso, en ocasiones nuestra vida profesional se ha transformado en una sala de estar confortable y cómoda en la que, por otro lado, es imposible crecer. 

En el mundo anglosajón está muy extendido el dicho fake it until you make it, que básicamente quiere decir que una pauta recomendable para la vida es fingir que sabemos hacer algo hasta que realmente sepamos hacerlo. Evidentemente el sentido de la recomendación no está invitarnos a engañar a nadie, sino más bien en animarnos a salir de nuestro saloncito para trasladarnos a una estancia desconocida donde nos falten certidumbres: es como echar a volar sin alas.  

Obviamente hacer algo que no sabemos hacer, involucrarnos en un proyecto del que no conocemos sus claves, vender un producto que no conocemos a fondo, o entrar en una negociación sin tener claros nuestros límites, es algo arriesgado. Y evidentemente nos produce miedo e inseguridad. Pero es precisamente ese vértigo el que nos puede motivar para construir un puente que nos lleve al otro extremo del abismo.  

Abundan tanto las personas que dicen que quien no arriesga no gana que las que quieren ganar sin arriesgar. Y en muchos casos son las mismas personas. De igual manera que la innovación puede ser incremental o disruptiva, la forma en que una persona puede crecer puede ser también progresiva o precipitada. En alguna parte se cuenta la historia de Edith Head, conocida diseñadora de vestuario de la Paramount, que acudió a la entrevista de selección con un catálogo de diseños que llamaba la atención por la diversidad de su trabajo. Aquella impresionante muestra de su talento en realidad no era verídica, sino que se había valido de las propuestas de sus compañeros de clase para crear la ilusión de que su creatividad era desbordante. En realidad no mintió, o al menos no del todo: simplemente hubo un desfase entre el momento en el que se presentó a la entrevista y el día en que realmente llegó a ser la gran diseñadora que luego sería, como muestran sus treinta y cinco nominaciones a los Oscars, ocho de los cuales consiguió.   

Otro dicho ciertamente extendido en el mundo anglosajón, y acaso más profundo, es do good, be good, que viene a querer decir que para cambiar hay que comenzar por hacer correctamente las cosas, en lugar de entregarse a profundas deliberaciones esperando que al final sus conclusiones produzcan el cambio hacia la conducta deseada. De nuevo el acento de esta filosofía práctica está en el hacer, ahora y aquí, en lugar de esperar a que todas las circunstancias sean propicias. 

Cuando alguien nos propone algo que claramente nos supera es evidente que hay que decir que no. Pero hay quien piensa que, si no lo vemos del todo claro, la respuesta debe ser siempre afirmativa. Y echar a volar. Sin alas, sí. Ya nos crecerán por el camino.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 06.05.2014

Es francamente interesante ver a los grupos pedir café porque, sea cual sea su número de integrantes, no hay dos personas que lo pidan de la misma manera: cortados largos o cortos de una cosa o de la otra, con leche fría o caliente, con hielo, con sacarina, en taza grande, pequeña, en vaso, y así hasta el infinito. Este hecho nos deja dos claras conclusiones: la primera, que a nadie le gusta el café tal cual es. La segunda, mucho más interesante, que a pesar de que hoy nos parece un concepto revolucionario, hace muchos años que las cafeterías inventaron la co-creación. 

Sin entrar en las diferencias que existen entre este co-creación y personalización, lo cierto es que ambos son conceptos sin los cuales cual hoy no se entiende casi ninguna transacción comercial, porque en muy pocos sectores se aceptan ya los productos con un patrón fijo. Hace años que los coches pueden incorporar equipamiento opcional, mucho más tiempo que la ropa se arregla o combina antes de vestirla, y eso sin hablar de las infinitas posibilidades de personalización que tienen los dispositivos informáticos, hoy díaya tan adaptables que están casi más en el mundo de los complementos que en el de la tecnología. 

Ya no vivimos en un mundo estándar: cada producto o servicio es elaborado conjuntamente entre la empresa que lofabrica o distribuye y sus clientes, e incluso en la fabricación o distribución a gran escala se busca que haya un grado suficiente de personalización, en ese fenómeno hoy cada vez más extendido que llamamos masscustomization. 

Lo auténticamente relevante es que este hecho no es simplemente consecuencia de una moda o de una tendencia del mercado. La prueba más simple es que la infinita variedad en la forma de pedir un café llegó para quedarse hace ya muchas décadas. La co-creación y la personalización existen porque los productos o servicios que consumimos no son ya –y nunca más serán– simplemente artículos o actividades que necesitamos, sino partes de nuestra biografía y de nuestra identidad.  

Sabemos que los seres humanos organizamos nuestros conceptos en polaridades, y que a una de ellas otorgamos siempre algo más de valor que a la otra. Así, escogemos entre playa o montaña, carne o pescado, madrugar o trasnochar, o entre ser fan de un equipo de fútbol o de su némesis. Estas polaridades no son ni muchísimo menos triviales, sino que forman parte de la forma en la que organizamos y vemos el mundo, y por tanto son una parte íntima de nosotros mismos. Por motivos similares la co-creación y la personalización se han instalado de una forma tan rotunda en el mercado: porque cuando adquirimos algo queremos hacerlo nuestro, de manera que pase a formar parte del conjunto de conceptos y relaciones que para nosotros definen el mundo. Cuando una persona pide un café con lechelargo de café, en vaso y con sacarina, está evidentemente expresando un gusto personal. Pero por encima de ello está creando(de hecho, co-creando) un producto personalizado que realmente le satisface y, aún más, que le define. Hoy día ya no hay cliente que no persiga que todo aquello que adquiere o utiliza esté adaptado a sus intereses, a su forma de ser y, en definitiva, a su vida y a su biografía.  

Desde que existe el marketing de experiencias estamos acostumbrados a reflexionar más profundamente sobre lo que significa adquirir productos o servicios en la vida de las personas. Sin embargo,hace mucho tiempo que para los clienteseste tipo de transacciones constituyen experiencias, a veces auténticamente relevantes, que pasan a formar parte de su vida y de la matriz de conceptos y relaciones que explican su identidad.Lo nuevo es que el mercado al fin se ha dado cuenta. 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 02.04.2014

Hoy día sabemos que hay dos claves imprescindibles en el éxito, relacionadas pero no idénticas: la fuerza de voluntad y la perseverancia. La primera es la que nos ayuda en el día a día: a salir a la calle a pesar de que llueva, a no comer más de lo necesario, a abrir ese documento que tenemos por fin que concluir, o a no seguir posponiendo una reunión conflictiva. Y la segunda es la que necesitamos para los objetivos a largo plazo, la que implica perseguir una meta durante largo tiempo sin olvidarnos de ella y sin desfallecer a pesar de los contratiempos. 

Sin embargo, casi sin que nos hayamos dado cuenta, ha aparecido un proceso lento pero eficiente que, en las sociedades desarrolladas, está minando nuestra capacidad de tolerar situaciones adversas. Al principio es algo apenas notorio, como el mecimiento ocasional cuando un bebé tiene verdaderas dificultades para dormir. También, la incorporación de ingredientes dulces para evitar el mal sabor de algunos medicamentos. A continuación, la televisión a la hora del desayuno para que sea más sencillo que los pequeños de la casa se porten bien a esa temprana hora. Más tarde, los libros llenos de colores para que resulten llamativos. Por supuesto, las pantallas en los coches para que los niños se entretengan durante los viajes largos, y así sucesivamente. Después de toda una vida siguiendo esa pauta, ya de adultos seguimos necesitando monitores de televisión que nos distraigan del ejercicio en el gimnasio, libros cada vez más breves y sencillos de leer, noticias entretenidas, y revistas llenas de fotografías en las que las ideas esenciales estén claramente destacadas. La comodidad extrema rodea nuestras vidas, y hasta tenemos reposabrazos en el coche, no vaya a ser que el trabajo de maniobrar el volante resulte excesivamente extenuante.   

En ocasiones da la sensación de que todo tiene que ser atractivo o sencillo, o ambas cosas, para que nos decidamos a acometerlo. Hoy día cada vez es más difícil que los niños se involucren en torneos por el mero placer de participar, los universitarios a duras penas se movilizan para una tarea académica si no conlleva el consabido reconocimiento de créditos, y en general cada vez son más las personas que no se implican en aquellas actividades que cuestan esfuerzo. 

La motivación es una pieza fundamental tanto para la fuerza de voluntad como para la perseverancia, y existe en dos formatos: la intrínseca, que es la automotivación, y la extrínseca, que es la que el entorno nos proporciona. En suma, o nos impulsamos nosotros mismos o alguien nos empuja. Por otro lado, según parece indicarnos la ciencia, da la impresión de que un organismo necesita enfrentar determinadas dificultades para fortalecerse. Es un principio que, por ejemplo, parece explicar el origen de ciertas alergias: al vivir en entornos asépticos el cuerpo humano podría no generar determinadas defensas contra algunos alérgenos y, como consecuencia, se debilitaría. Por eso solemos decir que lo que no nos mata nos hace más fuertes. 

¿Y si la motivación funcionara igual? ¿Y si cuanto más fácil y llamativo resulta el mundo menos se desarrolla nuestra capacidad de automotivarnos? Si eso fuera así nos habríamos equivocado con la motivación, al crear un mundo tan fascinante y sencillo que habría arrinconado a nuestra fuerza de voluntad y a nuestra perseverancia, herramientas vitales en cualquier camino hacia el éxito. 

Hay que pensar que si queremos hacer realidad nuestros planes, y sobre todo si perseguimos metas importantes, no podemos confiar en que las cosas van a ser fáciles. O en que habrá alguien para motivarnos en cada pendiente del camino. Por tanto es imprescindible reflexionar sobre cuáles son las claves que nos pueden ayudar a darnos ánimos a nosotros mismos, a extraer energía de nuestras propias convicciones, a dar todavía un paso más cuando nos parezca que estamos agotados y a que, en definitiva, ese combustible indispensable que se llama motivación no dependa únicamente de que el mundo a nuestro alrededor sea atractivo y simple. 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 04.03.2014

Cuando una persona lee o escucha algo su mente se activa y recrea su propia versión de aquello que está registrando. Si es una novela se imagina personajes y paisajes, si es una película evalúa posibles hipótesis sobre su posible evolución y desenlace final, y si es una conferencia elabora mapas de conceptos y relaciones. El ser humano es la única criatura conocida con la capacidad de utilizar significantes diferenciados que representan fragmentos de la realidad, y por eso algo tan aparentemente trivial como contar una historia resulta tan imprescindible hoy en el mundo de los negocios: porque si se hace bien, su trama penetra en la intimidad de la nube de relaciones de la persona que escucha, mezclándose en ella y contribuyendo a la construcción de sentido 

Una presentación, una conferencia o la descripción de un producto son arquitecturas narrativas efímeras, historias que, como todos los servicios, se consumen mientras se prestan, dejando únicamente el recuerdo de lo que fueron capaces de construir en la mente de quien las escuchó. Su complejidad, pero también su belleza, está en la manera en la que se entretejen con la audiencia provocando significados y despertando emociones. Por eso todo esfuerzo que se dedique a desarrollarlas será poco. 

Sabemos que el valor percibido de un producto o servicio se incrementa significativamente si va acompañado de una buena historia. Puede que en más de un dos mil por cien. Solo este asombroso dato es más que suficiente para plantearnos seriamente dedicar más tiempo y esfuerzo a crear estas arquitecturas narrativas que, si bien son efímeras, pueden tener un efecto contundente. 

Han hecho falta décadas de aplicaciones para hacer presentaciones para que nos diéramos cuenta de que, esta vez, el medio no es el mensaje, de la misma manera que han hecho falta décadas de efectos especiales en el cine para que nos percatáramos de que lo importante sigue siendo el guión. Ni la más sofisticada diapositiva ni el más complejo de los efectos especiales van a conseguir nunca conmover como lo puede hacer la ancestral capacidad del ser humano para contar una gran historia. En ese sentido tenemos que reconocer que la tecnología, que tantas bondades nos regala, está minando de manera importante nuestra capacidad para el storytelling. Pensamos que porque colocamos una gráfica de barras en una diapositiva ya está claro su mensaje, de la misma manera que creemos que porque rellenamos otra con una serie de bullets ya hemos conquistado a los que nos escuchan. Pero ni las gráficas de barras, ni los bullets, ni los esquemas que con tanto esfuerzo elaboramos dicen, por sí mismos, nada de lo que queremos decir. Porque son concretos y estáticos, y porque están aislados. Es posible que cuenten otras historias, pero no la nuestra. Necesitan del talento humano para cobrar vida, para relacionarse, para hincharse de valor y seducir al auditorio.  

La tecnología puede añadir eficiencia a la comunicación, pero la eficacia es otra cosa. Contar el qué, el cuándo, el cómo y, sobre todo, el por qué, todos ellos mezclados en una historia con introducción, nudo y desenlace, siguen siendo a día de hoy las claves de la comunicación eficaz, la que realmente logra impactar. Por eso todos los que tenemos que hablar en público deberíamos intentar, al menos una vez, crear una de estas arquitecturas narrativas efímeras sin soporte alguno más allá de nuestras palabras y gestos. Sólo así, liberados de la necesidad de producir una diapositiva tras otra, podríamos centrarnos plenamente en lo que queremos decir y a quién. La aparición de la imprenta en Europa hizo que las obras narrativas en prosa germinaran exponencialmente, y entonces descubrimos que los seres humanos somos geniales novelistas. Entre otras cosas porque todos sabemos contar bien la historia de nuestra propia vida, esa en la que siempre tenemos el papel protagonista. Lo único que tenemos que hacer es concentrarnos en utilizar ese talento en la creación de magníficas historias que conquisten a nuestro público.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 06.02.2014

Es francamente complicado liderar en tiempos difíciles. Entre otras cosas porque no siempre es cierto que los ríos revueltos conllevan ganancias para los que faenan en ellos. Es verdad que las crisis abren posibilidades, y que con los cambios aparecen soluciones de continuidad en el tejido económico que pueden convertirse en oportunidades de negocio. Pero no lo es menos que para aprovecharlas hacen falta esfuerzos que se antojan complejos con estructuras menguadas y recursos exiguos. Es también cierto que la creatividad y la innovación son dos poderosas herramientas que pueden vigorizar el ritmo de elaboración de nuevas propuestas e intensificar su valor. Pero también lo es que con las crisis sobrevienen miedos e incertidumbres, y con ansiedad es difícil crear o innovar. 

El cruce entre la oferta y la demanda, que en general se comporta como la economía predice, se hace más confuso. Los productos sustitutivos ganan relevancia, las barreras de entrada en ocasiones se difuminan, y el poder de negociación de proveedores y clientes puede dejar de seguir las pautasconocidas. Quizá por ello en tiempos difíciles es tan importante la economía conductual, que explica entre otras cosas por qué el comportamiento del consumidor es a veces aparentemente irracional.  

Pero no sólo la economía se encuentra alterada, sino que en el tejido interno de las empresas todo está también revuelto. Los presupuestos se contraen, los departamentos se reducen o se reestructuran, las presiones aumentan, y en general el temor a que las cifras de ventas no reflejen lo esperado se vuelve más habitual de lo que sería fácilmente digerible. En ese contexto las personas, que siempre son el núcleo y el soporte de todo, se vuelven también la parte más vulnerable. Porque ni los muros, ni las máquinas, ni por supuesto los recursos financieros, sienten o padecen. 

No hay soluciones redondas ni recetas perfectas, pero en cualquier travesía dificultosa, en la empresa o en la vida, es bueno encontrar inspiración. Y por ello es productivo recordar cómo lo hicieron otros líderes que atravesaron circunstancias difíciles, quizá incluso más que las que nosotros vivimos. Casi cien años después de que su fracaso triunfal concluyera, Ernest Shackleton sigue siendo uno de los modelos más claros de liderazgo exitoso en situaciones extremadamente complejas. Primero y sobre todo, porque la cuestión no estaba entre vender o no vender, sino entre vivir o morir. Segundo, porque en pocas ocasiones en una expedición ha habido tanta escasez de recursos para salir adelante. Tercero porque aquella aventura no fue ni mucho menos un lance puntual, sino que duró casi dos años. Y por último, algo que no se debe olvidar, y es que también había implicaciones económicas de todo aquello, y no precisamente livianas. 

¿Cómo lideraríamos a treinta grados bajo cero? ¿Sería posible trasladar confianza si hay más incertidumbre que certeza? ¿A través de qué mensajes reforzaríamos la unidad del grupo si las provisiones escasean? ¿Cómo transmitiríamos calma si en cualquier momento la placa de hielo bajo nuestros pies se puede partir y engullirnos un mar helado? ¿Cómo resolveríamos los conflictos constantes derivados de todo ello? ¿Con qué esperanza plantearíamos el futuro? Por motivos que aún, después de casi un siglo investigando sobre su figura, en el fondo desconocemos, Shackleton tenía la respuesta a todas esas preguntas. Lo sabemos porque volvió con todos sus hombres vivos y, más aún, porque muchos de ellos se enrolarían con él en una nueva expedición varios años después. 

Posiblemente el modelo de liderazgo que mejor describa Shackleton sea el de Boyatzis, que proporciona únicamente tres claves para que el líder tenga éxito. En primer lugar la esperanza, que es la visión, el futuro y lo que anima al grupo a seguir adelante. En segundo lugar la compasión, que es la empatía activa, la sincera preocupación que el líder tiene por su equipo. Y por último la conciencia, que es quizá la clave de todo: la aceptación realista de lo que ocurre y la atención plena al momento presente 

Shackleton convirtió un fracaso en un rotundo triunfo. No hay mejor modelo de cómo se puede convertir cualquier crisis en un camino hacia el éxito, y por eso Priestley escribió sobre él una frase ya imborrable: “cuando desastre te golpee, y no haya espacio para la esperanza, entonces arrodíllate y reza a Shackleton.”.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 10.01.2014

Los últimos movimientos en el tejido económico nos transmiten la inequívoca certeza de que lo único inmutable es el cambio. Y pese a que aún no sabemos si es una tendencia que ha llegado para quedarse, aunque todo apunta a que sí, hace más interesante que nunca profundizar sobre la idea de identidad profesional. No existiendo ya la estabilidad antes proporcionada por un mercado seguro compuesto por compañías igualmente estables, y dada a la vertiginosa velocidad con la que los productos y servicios se suceden en la arena empresarial, el mercado parece haber ubicado en el epicentro de la ecuación al talento individual.  

Muchos profesionales han visto cómo los vuelcos del mercado han conllevado alteraciones más o menos significativas de sus condiciones de trabajo, tales como la adquisición rápida e incuestionable de nuevas competencias o la reubicación geográfica. Otros, como consecuencia de las drásticas reducciones en las plantillas, han tenido que asumir un número mayor de tareas, en ocasiones abrumador, llevándoles a poner en juego toda su versatilidad y capacidad de trabajo. En algunos casos más, profesionales desvinculados de sus organizaciones han tenido que saltar a la vía del emprendimiento inventando nuevos modelos de negocio con lo que penetrar el mercado. Y, en fin, casi todos ellos han asumido como propia la ubicuidad laboral que, gracias a la tecnología, proyecta una oficina virtual en cualquier momento y lugar. 

Lo que todas estas y otras realidades ponen de manifiesto es que el talento profesional individual, es decir, lo que cada persona aporta como valor al mercado, es la clave del éxito en la mayoría de las transformaciones que se están operando en el lienzo ya nunca más estático de la economía. Y por ello la identidad profesional, que consiste precisamente en esa aportación, y que por consiguiente se sitúa mucho más allá de la mera marca personal, es un concepto de absoluta tendencia. Y de ahí que sea cada vez más necesario que cada persona reflexione sobre su ventaja competitiva y sobre su estrategia profesional, y en definitiva sobre el rumbo que previsiblemente quiere seguir en el tempestuoso océano que constituye el mercado.  

Entre otras cosas porque, como alguien sabio dijo, siempre soplarán malos tiempos para el que no sabe a dónde va. Pero sobre todo debido a que, como cualquier marinero sabe, una vez elegido un rumbo la deriva provocada por la corriente y el abatimiento producido por el viento hacen que no sea exactamente obvio arribar al puerto que inicialmente se fijó como destino. En primer lugar porque el mundo es en sí imperfecto. Pero también debido a que el mercado se está mostrando últimamente intratable en su caprichosa e impertinente inclinación a generar incertidumbre.  

Cualquier aproximación, aunque sea sencilla, a la identidad profesional de cada uno es mejor que nada. Es más provechoso mantener una mirada constante sobre el propio rumbo que abandonarse por completo a la inteligencia de las organizaciones. Primero porque que no siempre es brillante e inevitablemente comete errores, pero sobre todo debido a que siempre proporcionará más autorrealización construir que consumir, y consecuentemente contribuir con el propio talento a la estrategia de la compañía que situarse pasivamente como una pieza más dentro de sus procesos de negocio. Las personas no son, no deberían ser, un recurso más o una pieza del engranaje como lo son las mercancías o las finanzas. Pero eso no solo depende de la política de recursos humanos de cada empresa, sino también, y en buena medida, de lo que cada uno esté dispuesto a aportar individualmente, sea en forma de esfuerzo, conocimiento, creatividad, visión, o cualquier otro ingrediente de los que forman el complejo cóctel de la cadena de valor.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 07.12.2013

A diario un número incontable de imágenes, sensaciones e ideas entran y salen de nuestra mente dando forma al mundo que percibimos. Aunque siempre hemos pensado que nuestra atención se dirige al mundo que hay fuera, hoy sabemos que el cerebro es una máquina que está fundamentalmente orientada gestionar los impulsos que llegan del interior del organismo y a elaborar y reelaborar lo que captamos del exterior, que es más bien poco.Así, hay áreas cerebrales que presentan una mayor actividad cuando aparentemente no estamos haciendo nada, y disminuyen su actividad cuando tenemos que prestar atención. Es como si el mundo exterior significara una distracción para nuestra mente. Nuestro cerebro parece vivir orientado hacia sí mismo, elaborando constantemente a partir de un puñado de estímulos un mundo al que llamamos realidad. 

Y aunque parezca que esa realidad es solo una, lo que de hecho ocurre es que lo que percibimos es solo una posibilidad entre una cantidad prácticamente infinita de ellas. Nos fijamos en un coche y no en otro, en una persona y no en la otra, captamos un aroma pero no otro, sentimos una gota de lluvia pero no otra, recordamos una tarea pero no otra, y así sucesivamente. Captamos una foto pero estamos lejos de percibir la película. Y resulta sumamente interesante plantearse a qué prestamos atención, es decir, cómo gestionamos el suministro de ideas que fluyen a nuestra conciencia. En primer lugar porque aquello de lo que somos conscientes es el hogar en el que vivimos. Cada uno de nosotros vive en una casa que decora a partir de aquellas cosas a las que atiende. En ella puede haber plantas, cuadros, fragancias y melodías, pero también puede haber oscuridad, telarañas, suciedad y malos olores. De la misma manera, podemos estar atendiendo a los golpes de suerte que tenemos, a las geniales aportaciones que hacen nuestros colegas, a los avances de nuestros proyectos o a cualquier otro aspecto de nuestra vida que nos aporte felicidad. Pero también podemos estar atendiendo a las cosas que nos salen mal, a los miembros de la plantilla a los que no caemos bien, a las imperfecciones de nuestros jefes o a la marcha precaria de nuestra empresa. Evidentemente prestar atención a una cosa o a otra no hace que el mundo cambie, de la misma manera que tampoco lo hace porque vivamos en una casa o en otra. Pero se vive mejor en unas casas que en otras, de la misma forma que se vive mejor en unas mentes que en otras.  

En segundo lugar esimportante ser conscientes de a qué prestamos atenciónporque algunos pensamientos no solo nos llevan a vivir en hogares desapacibles, sino que además son viscosos. Son esas ideas que se adhieren a nuestra conciencia y que nose despegan de ella fácilmente. Esas que nos hacen parecernos a un animal atado a una noria, dando vueltas y vueltas en torno a un pensamiento que ni es positivo ni evoluciona, ni nos aporta absolutamente nada. Es sorprendente la cantidad de tiempo que a veces perdemos en esos devaneos insoportables que podríamos estar utilizando para centrarnos, por ejemplo, en el hecho de que incluso en las peores circunstancias siempre es mejor participar de la vida que perderla. Hacer un esfuerzo consciente para despegarnos de esas cavilacionestan adhesivas como estériles es una de las claves de la salud emocional en el trabajo en particular y en la vida en general.  

Poner toda nuestra voluntad para atender a las ideas que realmente nos producen emociones positivas y decoran un hogar luminoso, e intentar por todos los medios librarnos de pensamientos adherentes que solo estorban y producen sentimientos negativos, es lo mínimo que podemos hacer para estar a la altura del privilegio de poseer una mente consciente y productiva. Y desde luego es una de las claves de la felicidad laboral y vital.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 19.11.2013

Nadie nos lo ha dicho nunca y mucho menos lo ha demostrado. Sin embargo, intuimos que analizar lo que nos ha ocurrido es importante para el futuro. Y así es que en todas las circunstancias notables de la vida, pero en particular cuando ocurre un suceso imprevisto y grave, nos pasamos días, a veces incluso semanas o meses, revisitando constantemente el suceso tratando de desenterrar nosequé secreto oculto entre las fibras que lo han tejido. Y ello tanto en el terreno personal e individual como en el profesional y corporativo: el análisis de lo acontecido es un elemento inherente a cualquier crisis. Es posible que esta tendencia pueda ser cultural y que la hayamos heredado del estudio de la Historia, que siempre parece demostrar de que unos acontecimientos se siguen de forma lógica a partir de otros, y que es posible analizarlos según periodos claramente definidos que acontecen entre un claro comienzo y un indiscutido final 

Es curioso que a menudo no reparemos en que, a pesar de la complejidad de las fuerzas que gobiernan al mundo y al ser humano, el relato de los hechos históricos resulte siempre tan ordenado. Es interesante también que sea infrecuente tomar las variadas interpretaciones que se vierten sobre un suceso como prueba inequívoca de que el análisis que finalmente queda impreso en los libros es obviamente parcial. En fin, es igualmente sugerente que la propia Historia se escriba y reescriba una y otra vez conforme más datos aparecen, pareciendo dejar claro que no puede haber orden objetivo en el relato de un acontecimiento, y que cualquier aproximación a esa objetividad será siempre una interpretación. Por último, sorprende que nuestros análisis sean más frecuentes en las crisis que tras los episodios de buenaventura. 

Es probable que esa tendencia a descomponer lo que nos ocurre en fragmentos que luego tratamos de ordenar sea consecuencia de la natural tendencia del ser humano a buscar sentido, que tiene su probable origen en la predicción de los acontecimientos y en último término en una ancestral búsqueda de la supervivencia. En otras palabras, una parte de nuestra tendencia al análisis, sobre todo al análisis excesivo e infructuoso, puede tener más de instintivo que de acto puramente racional. Pensemos que, aunque realmente fuéramos capaces de aislar las causas inequívocas de un evento, cosa más bien poco probable debido a la obvia complejidad de los acontecimientos, aun así quedaría por ver a qué situación en concreto se podría aplicar ese nuevo conocimiento, dado que la evolución de los sucesos, siempre cambiantes, con toda seguridad jamás produciría circunstancias suficientemente similares como para garantizar que lo que hemos aprendido pueda servirnos de algo. Y ello tanto más cuanto más singular haya sido lo que nos ha acontecido.  

Por eso puede que la pregunta más habitual que normalmente hacemos a la vida, que es por qué ocurren las cosas, no sea en realidad la más importante. Y, aunque esto resulte contra intuitivo, porque en nuestra mente la realidad transcurre desde el pasado al futuro, es decir, desde las causas a las consecuencias, puede resultar mucho más práctico preguntarse cuál es rumbo a tomar, en lugar de rumiar improductivamente acerca de los hechos que, teóricamente, han producido tal o cual desenlace. Y mucho más  fértil trazar nuevos planes y mirar al futuro que anclarse en un pasado que ya ocurrió y que es tan inamovible como inexistente. Y mucho más positivo desbloquear ese estado de shock en el que normalmente nos deja un acontecimiento adverso para dar un paso, aunque sea en una dirección aleatoria, o aunque luego tengamos que rectificarlo. Por eso la pregunta no es por qué: la pregunta es hacia dónde.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 08.10.2013

Hace muchos años, tantos que casi ni lo recordamos, solo existía el mundo real y el mundo virtual era algo que nos resultaba extraño. Éramos reticentes a enviar dinero a bancos que no estaban en ninguna parte, no teníamos claro qué sucedería al proporcionar los datos de nuestra tarjeta de crédito a una tienda en el espacio virtual, y pensábamos que las personas que interactuaban con otras en el ciberespacio eran fracasados sociales. Sin embargo y con el tiempo, un poco por la seducción de la tecnología en sí misma, tan eficiente y pulcra, también debido a la necesidad de contacto social del ser humano, y por último gracias a la popularización de los dispositivos que se conectan a la red de datos, el panorama ha cambiado notablemente. 

Y hoy paulatinamente caminamos hacia el extremoopuesto, en el que solo lo virtual se considera real. Hoy díano damos un paso si no contrastamosnuestra opinión con personas en las que confiamos a pesar de no conocerlas, tomamos los datos que ofrece la primera página de resultados de una búsqueda como verdades absolutas para zanjar debates de todo tipo, confiamos en expertos a los que solo conocemos por su presencial virtualpara que representen a nuestras empresas en los medios sociales, y no nos cansamos de enviarnos vídeos que parecen muy interesantes pero que apenaspermanecen unos minutos en nuestra conciencia y ninguno en nuestra vida 

Un estudio ya ha mostrado que cuando nos fijamos en los perfiles de otras personas en las redes sociales tendemos a subestimar sus sentimientos negativos y a sobreestimar sus emociones positivas. Es decir, todo el mundo piensa que los otros son más felices de lo que en realidad son. Otra investigación ha revelado que al contemplar nuestro perfil en las redes sociales experimentamos una subida de autoestima superior a la que ocurre cuando nos miramos al espejo.  

Recordando al becerro de oro bíblico quizá deberíamos pensar dónde estamos poniendo el foco de nuestros esfuerzos, y a qué cosas de las que nos pasan estamos concediendo carta de veracidad. No porque en sí haya que decantarse por una cosa o por otra, sino por el hecho de que a los ídolos se les ofrecen sacrificios. Y tal vez lo que podríamos preguntarnos es qué estamos entregando a cambio cuando prestamos más atención al mundo virtual que al real. Por ejemplo, cuando todo nuestro afán consiste en capturar una experiencia para archivarla o difundirla en lugar de simplemente vivirla. Es un hecho que hay personas que invierten más tiempo en adquirir y aprender a utilizar todo tipo de aparatos para registrar una vivencia, agregando luego más tiempo en editarla y publicarla, que el que realmente duró su disfrute.Posiblemente por cada vídeo en la red que consigue un millón de visitas hay un millón de vídeos fracasados que solo han logrado despertar el interés de su creador. Y es verdad que siempre hemos hecho fotografías de los sitios que hemos visitado, pero nunca nuestra fe en lo virtual ha estado tan descompensada respecto a nuestras experiencias reales. Y lo importante es que, aunque la tecnología aumente nuestras capacidades, sigue sin ser posible estar en dos mundos a la vez, por mucho que uno de ellos sea virtual. Como ejemplo de ello, y pese a las opiniones a veces débilmente contrastadas sobre los aspectos positivos del uso de la tecnología por parte de niños y jóvenes, parece cada vez más clara larelaciónentre el uso intensivo de los medios sociales y el bajo rendimiento académico.  

La realidad que solo es realidad ya no nos seduce. Si no podemos capturarla, enviarla, reenviarla, lucirla o publicarla, no nos deja del todo satisfechos. Ojalá nunca llegue el día en que prefiramos contemplar fotografías en lugar de personas, o charlar a través de una máquina en lugar de conversar mirándonos a los ojos.

Hace muchos años, tantos que casi ni lo recordamos, solo existía el mundo real y el mundo virtual era algo que nos resultaba extraño. Éramos reticentes a enviar dinero a bancos que no estaban en ninguna parte, no teníamos claro qué sucedería al proporcionar los datos de nuestra tarjeta de crédito a una tienda en el espacio virtual, y pensábamos que las personas que interactuaban con otras en el ciberespacio eran fracasados sociales. Sin embargo y con el tiempo, un poco por la seducción de la tecnología en sí misma, tan eficiente y pulcra, también debido a la necesidad de contacto social del ser humano, y por último gracias a la popularización de los dispositivos que se conectan a la red de datos, el panorama ha cambiado notablemente.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.es