Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 04.04.2018

Estamos comenzando a ver con alguna frecuencia personas perdidas en el embrujo de sus portátiles mientras que alguien trata infructuosamente de involucrarles en una actividad en la que deberían implicarse por sí mismos, simple y llanamente porque es la que figura en sus agendas.

Pasa mucho en los programas de formación. Cada vez con más frecuencia los formadores de empresa tienen que reclamar la atención de los participantes, pues no es raro que los asistentes a un curso acudan con sus ordenadores y que los estén utilizando cuando el programa comienza, tal vez aparentando tomar notas cuando en realidad están consultando su correo. También pasa en las reuniones, donde a veces es evidente que las intervenciones de algunas personas descontemplan lo que se ya se ha dicho, por el simple hecho de que cuando se dijo estaban enfrascados en sus tareas de pantalla en lugar de estar concentrados en el asunto sobre el cual se está dialogando.

¿Por qué ocurre este fenómeno? ¿Por qué profesionales altamente cualificados se dejan llevar por el embrujo de sus ordenadores portátiles en lugar de prestar atención a una jornada de formación o una reunión? ¿Por qué no hacer lo que está en la agenda parece ser un signo de nuestro tiempo?

Por un lado, no deja de ser sorprendente esta conducta, pues años de investigación han demostrado ya que la multitarea humana no existe. Los experimentos que se han hecho con los denominados heavy multitaskers, es decir, personas que utilizan varios medios consecutivamente, cambiando constantemente de uno a otro, muestran que son más susceptibles de ser distraídos por estímulos irrelevantes y que, paradójicamente, su habilidad para cambiar de una tarea a otra es inferior, debido a su menor capacidad de filtrar las interferencias.

Sin embargo, y por sorprendente que puedan parecer esta conducta a primera vista, en realidad no hace falta recurrir a teorías complejas para explicarla. En primer lugar, la conducta del ser humano se rige por el principio del refuerzo. Es decir: si en presencia de un estímulo un sujeto emite una conducta que es premiada (reforzada), tenderá a repetir esa conducta en el futuro. En segundo lugar, las personas se motivan cuando controlan el entorno o perciben que lo controlan. Por eso la tecnología es intrínsecamente reforzante: porque nos proporciona un entorno que dominamos. Se entiende entonces fácilmente que, a escoger entre un entorno interactivo, y por tanto motivante, y una actividad (en principio) pasiva, como puede ser escuchar a un formador o a lo que se dice en una reunión, pueda haber personas que escojan lo primero.

La solución, como en muchos otros hechos de la vida, está a medio camino: por una parte, los organizadores de las reuniones y los formadores deberían intentar dejar de reproducir clichés del pasado y reflexionar seriamente sobre la dura competencia que tienen en la tecnología. Por otro, todos deberíamos tal vez disciplinarnos un poco y levantar la mirada de nuestras pantallas. A ver si así, entre todos, retornamos las cosas a la normalidad y ocurre lo que viene ocurriendo desde hace siglos: que todos en una reunión o en una jornada de formación hacen lo que han venido a hacer.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 06.12.2017

Sorprende que algunas empresas y directivos sigan sin reparar en el inmenso valor de las personas. Durante los peores años de la crisis fuimos testigos de cómo la reverenciada inteligencia corporativa palidecía ante un tsunami que amenazaba con llevarse nuestra forma de vida por delante. En ese momento, ni los mejores sistemas de gestión de conocimiento, ni los sagrados organigramas, ni los impolutos descriptivos de puesto pudieron contener la onda expansiva ensordecedora de una disrupción económica sin precedentes. Lo único que nos detuvo, al borde del abismo, fueron las personas.

Por eso llama tanto la atención que hoy se hable de “captar talento”, como si las personas que lo poseen no fueran lo verdaderamente importante. O de “retener talento”, como si lo realmente relevante fuera quedarse con el talento, aunque las personas abandonen la organización.

En la lista de las expresiones desafortunadas están también las “herramientas”, las “palancas”, las “cadenas” de valor y todos sus derivados. Como si las personas que habitan las organizaciones fueran simplemente engranajes que, al pulsar determinados botones, realizaran la labor encomendada con precisión milimétrica y sin salirse del patrón. Evidentemente, en la cúspide de todos estos despropósitos está la infeliz expresión “recursos humanos”, como si las personas pudieran equipararse a los recursos financieros o a los tecnológicos.

Dice Birkinshaw que aún somos prisioneros de una manera de concebir la organización del trabajo que es heredera de la era industrial, donde sí tenía sentido hablar de herramientas, palancas y cadenas. Pero el siglo ha cambiado, y ni las personas son máquinas, ni el talento se puede separar de ellas.

Años de investigación sobre el desarrollo personal en las organizaciones no han logrado hacer mella en la sorprendente concepción de muchas empresas y directivos, que siguen pensando que lo auténticamente valioso no es la persona en su globalidad, sino únicamente lo que produce.

No se sabe por qué mecanismos las expresiones acaban calando y difundiéndose a través de las conexiones sociales, pero sin duda una de las tareas ineludibles de cualquier profesional, máxime de los que habitan posiciones de liderazgo, es manejar los conceptos con solvencia semántica y capacidad crítica. Entre otras cosas porque los seres humanos no vivimos en el mundo, sino en una representación interior que elaboramos a partir de los estímulos que nos llegan del exterior. Y las palabras describen precisamente cómo es esa representación en la que vivimos.

Ni las personas son separables de su talento, ni el talento es una materia que se pueda captar, almacenar e incorporar a una serie de engranajes. Y desde luego, los seres humanos no son recursos.

 

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 08.11.2017

Las expresiones novedosas casi siempre siguen el mismo ciclo: aparecen en lo alto de una cumbre, brillantes y expresivas. Luego van rodando ladera abajo, enredándose y contaminándose con otros términos cercanos, en general por efecto de quienes quieren hacer creer que todo está ya inventado. Y finalmente llegan al valle, donde pierden casi toda su fuerza, pasando en ocasiones a convertirse en manidos arquetipos, tan generalizados que prácticamente carecen ya de significado.

Este fue el caso de la inteligencia emocional, como el de tantos otros términos. El proceso ha sido tan significativo que en muchos casos se habla solo de lo segundo, las emociones, y no de lo primero, que es la inteligencia. De esta manera, se obvia el importante dato de que esta habilidad es, sobre todo, una manera de conseguir unos fines determinados a partir de determinados medios.

Sea como sea, a caballo de formadores más o menos profesionales, coaches más o menos certificados, y un buen puñado de oportunistas que vieron en el novedoso término otra manera más de ganar notoriedad, la inteligencia emocional llegó al valle, donde ha perdido ya casi su capacidad explicativa.

Es verdad que hemos pasado mucho tiempo desatendiendo las emociones. Y es también cierto que las personas que son capaces de reconocer tanto sus emociones como las ajenas, y de utilizar esa información para regular la interacción social, son más capaces de conseguir sus fines.

Sin embargo, un asunto muy diferente es cuando se pasa de la gestión que incorpora las emociones a la gestión basada en emociones. Es decir, cuando el mundo emocional lo inunda todo, y no hay otro aspecto al que atender que a cómo se siente tal o cual persona. En suma, cuando se pasa de la inteligencia emocional a la emoción descontrolada.

Cuando eso ocurre, los profesionales se ven legitimados para acometer primero aquellas tareas que más les inquietan o preocupan, sin que sean necesariamente las más importantes, o ni siquiera las más urgentes. Esto ocurre, entre otras cosas, porque entre las cuestiones que más angustian a algunos profesionales está perder control o recursos, o simplemente perder status. Y así es que, en ocasiones, se invierte energía en restaurar la serenidad y la calma en lugar de en aquellos asuntos que realmente deben requerir atención y esfuerzo.

Ser emocionales no es un deseo ni una aspiración. Es una cualidad de las personas. Y ser emocionalmente inteligentes no tiene que ver, necesariamente, con ser más expresivos o afectivos. Tiene que ver con incorporar la identificación de las propias emociones y las de las otras personas en la consecución de objetivos. Por eso es una forma de inteligencia.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, El Economista, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 18.10.2017

Resulta abrumadora la cantidad de tinta que se ha vertido sobre la innovación. Comparativamente, se ha escrito mucho menos sobre la creatividad, una competencia que, sin embargo, es esencial para aquella. Aunque, realmente, el fenómeno sobre el que, inexplicablemente, apenas hay literatura, es la inspiración. Un hecho ciertamente sorprendente, porque vivimos en una época en la que todo el mundo parece necesitarla y buscarla.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 04.10.2017

Están por todas partes: en todo tipo de eventos, en Internet, y hasta en Whatsapp. Las conferencias, el formato más potente y vivo para la divulgación de las ideas, está tan extendido que casi se nos ha olvidado preguntarnos por qué funciona. Cuesta imaginar un congreso sin conferencias, tanto como cuesta encontrar a una persona que no sea capaz de nombrar una charla que le haya impactado. ¿Por qué vemos tantas conferencias? ¿Qué tiene este formato que lo hace tan popular? ¿Por qué estamos enganchados a las conferencias?

Está claro que su fundamental fortaleza está en la posibilidad de entrar en contacto con una idea de una manera rápida y sintetizada, pero eso se puede hacer también leyendo un artículo o una tribuna de opinión. Y es evidente también que nadie va a cambiar el mundo ni su mundo por haber escuchado a alguien hablar durante una hora o dieciocho minutos, que es lo que suele durar una charla TED. ¿Por qué funcionan entonces las conferencias?

Una primera idea, que comparten otros formatos, pero que también explica por qué algunas conferencias son mejores que otras, es que a través de ellas tenemos la oportunidad de ver cómo mira el mundo quien nos habla. Es decir, cuál es la manera que tiene de interpretar la realidad y cuál es su voz única. Ese aspecto diferencial es el que, cuando realmente se hace patente, hace a las conferencias realmente atractivas. Por el contrario, cuando el conferenciante se limita a transmitir ideas de otros, la charla pierde fuerza.

La segunda idea sobre las conferencias, que es lo que realmente las hace únicas, es que tenemos la oportunidad de ver cuál es la reacción emocional de quien nos habla respecto a las ideas que nos presenta. Es decir, en una conferencia lo que aprendemos es cómo vivir un conocimiento nuevo, qué emociones despierta en quien nos habla, y por tanto qué emociones podría provocar en nosotros. Por eso aquellos conferenciantes que no hablan con pasión de sus ideas no resultan interesantes. De manera no consciente lo que pensamos es que es difícil que nos emocione algo que no emociona ni a quien lo está relatando.

Cuando ocurren ambas cosas, es decir, cuando estamos frente a un orador con voz única que además vive sus ideas con pasión, se produce una conexión de alto voltaje con la audiencia, producida por el elemento supremo de la transmisión de ideas, que es lo que llamamos inspiración.

La inspiración es la reacción emocional que se produce cuando súbitamente construimos sentido. Y la ciencia ha mostrado que es contagiosa. Es más, ha demostrado que ese contagio puede llegar a vivirse en el destinatario de una manera física. Cuando, por ejemplo, leemos una novela y experimentamos un estremecimiento o el corazón se nos acelera, es altamente probable que quien escribió esas líneas estuviera inspirado.

Las conferencias que realmente transmiten una mirada singular de un modo vivo y emocionante nos inspiran. Y entonces nos sentimos, como expresa esa idea quizá erróneamente atribuida a Newton, a hombros de gigantes. Trascendidos y elevados por la incontenible fuerza de la inspiración. Ese es el auténtico secreto de las grandes conferencias.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 13.09.2017

Por diferentes razones, la educación se ha puesto de moda. O mejor dicho, se ha puesto de moda hablar sobre ella. Y muchas de las voces que se oyen, a veces incluso por encima de otras más solventes, no son sino opiniones poco fundamentadas. Uno de los peligros de las redes sociales es confundir opinión con criterio. Opinión tenemos todos, como todos tenemos nariz. Otro asunto más complicado es tener criterio. Aquí van algunas reflexiones a medio camino entre ambos extremos.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 12.07.2017

En “La historia interminable” al pequeño Bastian Baltasar Bux le cuesta comprender que él es parte del relato que está leyendo. Le cuesta tanto como le conmociona comprobar que una aventura que aparenta no ser más que un montón de frases escritas sobre un papel, finalmente resulta ser su propia aventura: le emociona constatar que la historia que lee es su propia historia. Y esa emoción, aunque en un relato de ficción, es un ejemplo perfecto para explicar la importancia primordial de la narrativa de marca.

Los seres humanos tenemos una acusada capacidad para comprender y producir relatos. Las historias que escuchamos, y las que contamos a otros y a nosotros mismos, constituyen una parte nuclear de nuestra identidad y de la manera en que percibimos el mundo. Cuando nos presentamos a alguien, cuando explicamos lo que nos pasa o cuando imaginamos el futuro, estamos sin darnos cuenta tejiendo historias, relatos dentro de relatos que explican nuestra vida. No se trata de simples actos comunicativos: se trata de que lo que somos y el mundo en el que vivimos está explicado como si fuera una gran historia de la que somos protagonistas.

Al igual que al pequeño Bastian le pasaba con el libro que leía, todos nosotros entramos en contacto con otras historias que nos llegan. Muchas provienen de diferentes personas, otras muchas de creaciones literarias en particular, o artísticas en general, e infinidad de ellas nos las cuentan las marcas. De esta manera, cada propuesta de valor que nos llega nos relata una historia: la de su fundador, la de las personas que le dan vida, o la del futuro que quiere ayudar a construir.

Es bien sabido que los clientes ya no compran productos ni servicios, sino elementos que puedan agregar a su identidad, es decir, fragmentos de biografía. De alguna forma nos sentimos completados por los productos o servicios que utilizamos, porque se convierten en parte de lo que somos. Y por eso hablamos de ellos y compartimos en las redes sociales lo que con ellos nos acontece.

La misma emoción que sintió Bastian cuando constató que la historia que leía es la suya propia es la que se produce en aquellos clientes que, al entrar en contacto con una determinada narrativa de marca, comprueban que encaja a la perfección con lo que ellos piensan y sienten acerca del mundo y de la vida. Esa sincronización de relatos es lo que hace que algunos clientes se vinculen a determinadas marcas de una forma que en ocasiones parece irracional. De hecho es irracional, porque es fundamentalmente emocional.

En 1997 Apple rodó el ya mítico anuncio “Think Different”, en el que aparecían los llamados locos, inadaptados, rebeldes, es decir, personas como Einstein, Bob Dylan o Martin Luther King, a quien la marca de la manzana presentaba como genios. La gente que está tan loca como para pensar que puede cambiar el mundo, decía el anuncio, es la gente que realmente lo logra. Por aquél tiempo Steve Jobs no estaba interesado en anunciar las características técnicas de sus equipos, sino en dirigirse a las personas que pensaban que la pasión por cambiar el mundo era suficiente para lograrlo. Tan aparentemente simple como eficaz, el relato que sirvió de base a aquel memorable anuncio se sincronizó con las narrativas de muchas personas que pensaban lo mismo.

De manera sorprendente, hay quien sigue mirando con escepticismo la forma en que algunos clientes de Apple veneran a su marca. Quizá comprenderían mejor este fenómeno si cayeran en la cuenta de que, en muchos casos, probablemente la inmensa mayoría, estos clientes no compran sus productos por su valor funcional, sino porque su narrativa de marca se sincroniza con su relato personal.

Bastian Baltasar Bux entró finalmente en su historia y eso cambió para siempre su vida, de la misma manera que cientos de miles de personas entraron en el universo Apple, y eso cambió para siempre el curso de la historia, al alterar irreversiblemente la manera en que hoy asistimos al fenómeno de la tecnología.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 21.06.2017

En el condado medieval del éxito vivían y trabajaban Motivada y Esforzada, dos mujeres que, si bien de jóvenes habían sido amigas, habían acabado por enemistarse. Y no exactamente porque hubiera pasado nada entre ellas, sino porque sus rumbos vitales se habían ido primero separando, luego distanciando, y finalmente oponiendo. Pese a ello, sus negocios estaban uno junto a otro, y ese era precisamente el hecho que disparaba la mayoría de sus disputas.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 07.06.2017

En 1817 el joven escritor Henri Beyle visitaba Florencia cuando entró en la basílica de la Santa Cruz. La sensación que le produjo la belleza que allí contempló probablemente se acumuló a la que venía experimentando a lo largo de su paseo por la ciudad, y simplemente no pudo más. De repente, sintió palpitaciones, vértigo y confusión. “Me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme», escribió. Desde entonces, estos síntomas se conocen con el nombre de “Síndrome de Stendhal”, el seudónimo con el que Beyle escribía.

Muchas personas que visitan Florencia en particular, y la Toscana en general, coinciden en afirmar que es un lugar mágico, una rara estrella en el firmamento de la creación, donde la belleza puede llegar a conmocionar. Por eso es interesante preguntarse qué pudo provocar el desencadenamiento de una fuerza creativa tan arrolladora, de hecho la única manifestación de belleza que es capaz de provocar psicopatología.

Un análisis ciertamente superficial seguramente diría que el genio creativo se desarrolló debido a la financiación que proporcionaban los mecenas. Sin embargo, esto solo explica la condición, no la causa, pues es muy evidente que los recursos económicos, por sí mismos, no necesariamente fomentan la creatividad.

Una hipótesis mucho más interesante es que el talento creativo surgió por lo que conocemos como el “efecto Medici”, que nos dice que las ideas innovadoras surgen en la intersección entre distintas esferas del conocimiento y el arte. Según esta visión, lo que realmente potenció la creatividad durante el Renacimiento fue la fricción entre distintas disciplinas, como la filosofía, la ciencia o la arquitectura. De la misma manera que, mucho tiempo más tarde, la gastronomía molecular surgió entre la cocina, la física y la química, que la biomimética apareció entre el diseño y la observación de la naturaleza o que el psicodrama nació en la intersección entre el arte dramático y la psicología.

Desde el ideal renacentista del genio que sabía de todo hasta el paradigma de la superespecialización que acampó entre nosotros a finales del siglo XX se extienden casi quinientos años de evolución, en los que la ciencia ha ido creciendo de un modo abrumador. Tanto que en un momento casi llegamos a creer que el éxito profesional solo podía venir del dominio profundo de un área del conocimiento. Así apareció la idea de que los profesionales tenían que cavar en sus respectivas áreas de conocimiento todo lo profundo que pudieran, hasta obtener un altísimo grado de maestría. Sin embargo, hoy día observamos fenómenos que parecen querer acabar con ese paradigma, o al menos cuestionarlo.

El primero de ellos deriva precisamente de la idea de que existan profesionales en la empresa que han cavado tan profundo en sus áreas de especialización que son incapaces de comunicarse con otros, que viven en otras cuevas: profesionales de las finanzas que no entienden el marketing, especialistas en marketing que no entienden la tecnología, y expertos en tecnología que no saben hablar el lenguaje de las finanzas.

El segundo tiene que ver con el trepidante dinamismo de la economía y su influencia sobre los perfiles profesionales. Incluso la más superficial mirada sobre el mercado de trabajo nos devuelve la rotunda conclusión de que muchos de los empleos que son hoy tendencia hace algunos años ni siquiera existían: desarrollador de apps, wedding planner, bloguero, personal shopper, community manager, monitor de zumba, personal trainer o especialista en SEO. Todas ellas son profesiones que no se han encontrado al final de una larga trayectoria de especialización, sino que simplemente han surgido de manera paralela, de ideas e iniciativas nuevas.

La única manera en que los profesionales que viven en silos pueden comunicarse entre sí, y también la única forma en que otros pueden dar el salto a profesiones diferentes es el conocimiento transversal. Hace no tanto un estudio demostraba que los científicos poseedores del Nobel muestran una afición al arte y a las manualidades superior al de otros científicos. Si incluso en el mundo de la ciencia, único reducto donde la superespecialización parece ya posible, el conocimiento transversal potencia las habilidades de investigadores de primera línea, cuánto más no ayudará a cualquier otro tipo de profesional.

Tal vez el paradigma de la superespecialización haya muerto. O al menos tal y como lo conocemos. Tal vez, quinientos años después, tengamos que volver a mirar y a admirar a aquellos genios renacentistas y pensar que ni la ciencia ni el progreso pueden evolucionar desde silos donde no es posible el diálogo con otros ámbitos ni la reinvención profesional. Tal vez estemos en la era del necesario regreso de Da Vinci.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Huffington Post, Inspiración, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 31.05.2017

Parece ser que las ovejas negras eran menos apreciadas que las blancas debido a que su lana era peor valorada en el mercado. Y quizá ahí comenzara esa tendencia desgraciadamente tan humana a despreciar al que es diferente. Una inclinación quizá más frecuente hoy en día, cuando la propensión a confiar en la sabiduría colectiva, en forma de opiniones mayoritarias en las redes sociales, parece ser la base de cualquier decisión individual.

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