El World Economic Forum considera que la resolución de problemas complejos es la primera habilidad indispensable para prosperar en la cuarta revolución industrial. Que la vida que vivimos y el mercado en el que habitan las empresas son cada vez más complejos es un hecho tan cierto como imparable. Conforme el progreso avanza, las necesidades del ser humano se hacen cada vez más sofisticadas y, recíprocamente, la creación de valor por parte de las organizaciones también gana en complejidad. Esto tiene como consecuencia directa que los problemas que se generan cada vez distan más de ser sencillos.
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Ahora que todos somos coaches y ya no tenemos a nadie a quien asesorar, parece que el nuevo objeto de deseo es convertirnos en influencers.

Influencer es una de las palabras de moda y, desde luego, la aspiración de legiones de personas, la mayoría de ellas post-millennials. Es un término relacionado con el brillo y la fama, con tener decenas o cientos de miles de seguidores, y desde luego con provocar admiración y cierta envidia. Los influencers se muestran ante nuestros ojos como personajes que parecen disfrutar de cada minuto de su existencia, tan felices como profundos, aparentando conocer todos los secretos de la vida. Por si eso fuera poco, se publican constantemente datos sobre las escalofriantes cantidades que reciben de las marcas por crear imágenes vinculadas a ellas. Los influencers parecen ser como el Rey Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba.

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Pese a décadas de investigación la creatividad sigue siendo uno de los fenómenos más elusivos que conocemos. Y pese a que existen innumerables definiciones de esta singular habilidad, lo cierto es que una de las que ha ganado más aceptación en el imaginario popular es, precisamente, una de las más desafortunadas. Se trata de la famosa expresión «think out of the box», que podríamos traducir como «pensar fuera de la caja».

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Hace muchos, muchos años, era habitual encontrar cabinas telefónicas por la calle. Como no había smartphones, esa era la única manera de contactar con alguien estando fuera de casa. Formaban parte de la escena urbana de casi cualquier país y, en algunos sitios, sus diseños eran tan llamativos que llegaron a convertirse en símbolos patrios. Sin embargo, si bien hace tiempo hablar por teléfono desde una cabina era un gesto normal, hoy día en nuestro país casi nueve de cada diez personas jamás ha utilizado una, y están a punto de extinguirse.

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Pasa a menudo en esos momentos en los cuales no tienes nada que hacer, o simplemente buscas desconectar. Sacas el móvil y te pones a revisar tus perfiles de redes sociales, o simplemente a navegar para encontrar algo que te resulte entretenido. No buscas nada fijo, y desde luego nada sesudo o relevante, simplemente algo que te ayude a pasar el rato. Rápidamente, y sin tú apenas notarlo, tus ojos y tus clics acaban seleccionando una serie de vídeos tan divertidos como intrascendentes. O puede que comentarios sarcásticos, aunque poco elaborados, sobre los políticos que detestas. O quizá un puñado de memes igualmente hilarantes y burdos. Es posible que acabes esa breve sesión compartiendo algunos de estos contenidos con tus contactos.

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Una fotografía no es una única cosa. Hay tantos modos de sacar fotos como maneras de mirar, y hay tantas formas de mirar como personas. Y cada imagen revela, como es natural y esperable, la personalidad de quien la ha tomado. Aquí van algunos ejemplos ¿Con cuál te identificas?

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