Tener una causa que defender da muchísimo trabajo. Supongamos, por ejemplo, que uno está a favor de proteger al cernícalo primilla, un ave que está en peligro de extinción. Para empezar, hay que tener claros los argumentos por los cuales se está a favor de la causa. En esta ocasión son evidentes: que desaparezca una especie siempre es una calamidad. Pero en este caso lo es más, porque el pobre cernícalo primilla no cuenta con la simpatía que despierta el oso panda, ni con la majestuosidad del leopardo de las nieves o el tigre de Sumatra. Por tanto, a su ya de por sí lamentable riesgo de desaparición se suma el de ser ninguneado.

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Contamos los días hasta que las vacaciones se acaban. Cinco, tres, uno. Y al día siguiente suena el despertador y parece que el cielo se está desplomando sobre nuestras cabezas. Un café, un zumo o nada, según gustos, y regresar. A la oficina, a la clínica, al taxi, a donde quiera que sea que trabajemos.

Hay una fantasía común en todas nuestras vacaciones y es imaginar que nos quedamos para toda la vida en el sitio donde hemos estado: en esa ladera de la montaña donde veíamos amanecer desde el camping, en el pueblecito del interior donde comprábamos el pan cada mañana o, en la mayoría de los casos, en esa playa llena de risas donde la brisa suave del atardecer nos hacía sentirnos tan vivos.

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No hay peor sensación que la de escribir a alguien un wasap, comprobar después en las dos marcas azules que lo ha leído, y que luego no conteste. A veces en horas, días. A veces nunca. A este gesto de desprecio los post-mileniales lo llaman “dejar en blue”. No hace falta utilizar muchas palabras para describir lo que se siente, porque todos lo hemos vivido: cuando enviamos un mensaje de disculpa a nuestra pareja porque la hemos ofendido, cuando invitamos a alguien a tomar algo con intención de compartir algo más o cuando escribimos al fontanero para que nos arregle urgentemente el termo, porque nos hemos quedado sin agua caliente. Y nadie contesta.

Quedarse en blue es como ducharse con agua fría, porque es tener los medios y no conseguir el resultado. Y así, al igual que esperamos pacientemente…

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Es imposible que no se nos vayan los ojos cuando vemos por la carretera uno de esos coches míticos que han hecho historia. Un Ford Mustang de los 50 (posiblemente el coche que más veces ha aparecido en el cine), un Porsche 911 original o un Aston Martin DB5 (el primer automóvil que tuvo James Bond). Y no digamos ya si tenemos la suerte de ver circulando un DeLorean DMC-12 (el coche de Regreso al Futuro). Sin embargo, de un tiempo a esta parte esto pasa más bien poco, no solo porque esos modelos han ido envejeciendo y desapareciendo sino, sobre todo, porque cada vez hay menos sustitutos. ¿Cuál es el motivo?

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En el sector de la formación la pandemia ha incrementado dos fenómenos: por un lado, la necesidad de desarrollar competencias. Es verdad que esto siempre ha sido una constante, pero últimamente tanto los profesionales como las organizaciones constatan que necesitan incorporar más habilidades, para hacer frente a todos los cambios que están aconteciendo. Y por otra, la cantidad de ofertas de formación online que crecen al calor de las restricciones sanitarias. En otras palabras, no solo ha aumentado la demanda, sino también la oferta.

El problema general de la transformación digital, dejando aparte las cuestiones que afectan a la estrategia, no está en …

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Solo las almas más inocentes negarían que la educación es una forma de manipulación. En los casos más ligeros se trata de que los niños y niñas encajen más o menos bien en el colorido puzle que es la sociedad. Y en los más severos de que sean ladrillos idénticos con los que construir un muro, parafraseando a Pink Floyd. Sin embargo, ni siquiera los más perversos abogarían por una educación que abiertamente formara inadaptados o delincuentes. Por tanto, que la manipulación que se haga sea buena o mala es algo que, a la vista de los inacabables y a veces feroces debates que a diario presenciamos, depende mucho de …

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