Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 14.06.2013

Algunas de nuestras grandes preguntas tienen que ver con las adversidades, con los problemas o las crisis, con el fracaso, con vernos un día arrojados fuera de nuestra existencia profesional o personal, con ese momento en el que no nos queda otra persona a la que mirar que a nosotros mismos. Aunque parezca mentira puede ser muy productivo preguntarse qué ocurriría ese día, que afortunadamente en la gran mayoría de los casos nunca llega, en el que la rueda de la fortuna gira y todo se colapsa a nuestro alrededor dejándonos desnudos en medio de un desierto que se extiende donde antes florecía el vergel en el que vivíamos.

Parafraseando ese bello texto quizá erróneamente atribuido a Borges, la respuesta a esas grandes preguntas puede tener que ver con la idea de que uno debe plantar su propio jardín y decorar su alma, en lugar de esperar a que sean otros quienes le traigan las flores: un jardín al que volver cuando las cosas vayan mal.

Fortalecer nuestro yo profesional y personal es una vacuna contra las adversidades. De esta manera cuando el resto de las luces se apagan siempre podemos encender la nuestra propia y regresar a nuestros orígenes, a lo que de verdad es nuestro y solo nuestro. Uno debería desarrollar sus talentos e inquietudes con independencia de para quien trabaje o de quien tenga a su lado en un momento determinado. Luego se puede viajar a otros jardines, junglas, montañas o playas, pero siempre hay que tener un jardín donde poder volver. Y es paradójico que muchos no lo tengamos, porque si bien hemos perfeccionado sofisticadísimos métodos para escuchar al cliente o al prójimo, a menudo no nos hemos escuchado a nosotros mismos lo suficiente. Si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que siempre hay algo que nos hace vibrar. Y perseguirlo debería ser una constante irrenunciable en nuestra vida: perseguir lo que nos diferencia y lo que nos da valor.

Se ha escrito mucho sobre el motivo por el cual la Gioconda ha trascendido a los siglos. Y se ha especulado que una de las claves es su belleza, aunque hoy sabemos que no es así. La Gioconda no ha vencido el paso del tiempo porque sea guapa sino porque, sfumato aparte, es rara: es una mujer de piel amarilla y sin cejas que nos mira como a quien nada le importa. Hasta que descubrimos que la del Prado es una copia en teoría idéntica no nos dimos cuenta de que hasta qué punto esto es cierto: porque la del Prado es efectivamente atractiva, pero la del Louvre es rara. Auténtica, pero rara.

Dicen que dijo Einstein que uno de los motivos más poderosos que hacen que la gente se sienta atraída por la ciencia y el arte es el deseo de escapar del día a día. Hay que buscar lo que nos hace diferentes: lo que aportamos como profesionales cuando no estamos integrados en la inteligencia colectiva de una organización, y lo que nos da la vida cuando no tenemos personas a nuestro alrededor que nos arropen. Si lo buscamos con auténtica pasión aunque seamos raros seremos diferentes, pero en cualquier caso seremos auténticos. Como la Gioconda.

El sitio donde siempre se puede regresar es uno mismo. Y ese uno mismo hay que cultivarlo y quererlo, porque es nuestra última línea de defensa. Representa nuestros cuarteles de invierno, que los romanos llamaban hiberna. En esos cuarteles hay que plantar un jardín para que podamos hibernar mientras esperamos, realimentándonos y reinventándonos, a que el temporal amaine.

El problema es que no estamos acostumbrados a cultivar nuestro propio jardín porque no nos han enseñado. Alguien sabio dijo que la Educación debería consistir en hacer que las personas se sientan motivadas a perseguir los grandes objetivos que dan sentido a la vida. Con esos objetivos debería estar decorado el jardín de nuestros cuarteles de inverno, ese al que siempre podremos volver.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Sin categoría / 07.06.2013

 

 

Este lugar es un cruce de caminos.

Con el tiempo las ideas que animan lo que podría llamarse mi vida en la investigación van apareciendo en diferentes sitios, y pensé que sería bueno recogerlas todas en alguna parte.

 

Aquí están las tribunas de opinión y los blogs en los que escribo, las fugaces contribuciones a través de Twitter, mis publicaciones en libros y revistas de investigación y las conferencias que hasta el momento tengo desarrolladas.

Es un proyecto que surge como espacio de comunicación y nace de la pasión por las ideas. Ideas con las que vivo y sobre las que escribo, y que a partir de ahora estarán compiladas en un solo punto dentro de la compleja pero fascinante red del conocimiento humano.

Bienvenido. Bienvenida.

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 30.04.2013

Ninguna metáfora explica mejor la esencia de la creatividad que la del tornillo flojo, aunque también se utilice como sinónimo de falta de juicio. Porque la clave de la creación está siempre en la recombinación, en ubicar un motivo contra un fondo de otro cuadro o en situar al protagonista de una película en otra con un guión diferente. Crear es revelar conexiones entre elementos distantes que hasta el momento en que se materializan nada tenían que ver. La creación siempre está en la asociación, en el enlace. Obviamente no vale cualquier ligazón, sino que las ideas aparentemente desligadas tienen que amalgamarse como parte de un significado superior que la aúna y les da un nuevo sentido. Pero su origen más puro está en atraer polos opuestos y hacer que casen. Por eso la creatividad no puede existir si no hay tornillos flojos. Porque si todas las ideas que habitan en una mente o en un colectivo están firmemente estructuradas y conectadas una contra otra como en un panal de abejas, entonces ninguna puede descolocarse y volar para visitar a algún primo lejano al que nunca había visto, pero junto al que de repente se encuentra maravillosamente bien. Por eso los niños son más creativos que los adultos, porque no saben que hay un orden en el conocimiento. Los adultos lo clasificamos y seriamos todo, y no solemos ver sentido en juntar cosas aparentemente lejanas, como lo eran hace años los teléfonos y las cámaras de fotografía. Nadie hubiera apostado ni una sola peseta en los años setenta para fabricar un ingenio que articulase la fusión de estos dos aparatos. Y no solo porque los teléfonos estuvieran atados a un cable que salía de la pared, sino porque en sí ambos artilugios estaban conceptualmente situados en lugares remotos uno respecto del otro. Las nuevas y buenas ideas casi siempre surgen como resultado de algún tornillo flojo, de alguna fisura en el devenir de la conciencia por la que de repente una idea salta de su sitio y se encaja en un sistema conceptual vecino. Por tanto para que existan procesos creativos nada tiene que estar muy atornillado, todo ha de encontrarse en un estado ligeramente móvil, para que sea sencillo desubicar ideas de su lugar y sumarlas a un racimo lejano. 

Y ese precisamente es el gran problema que tiene la creatividad en la empresa: que la creación de valor se apoya en la industrialización y por tanto es, en esencia, una tarea de apretar tornillos, nunca mejor dicho. La excelencia empresarial, la calidad total y todos sus convecinos conceptuales se asientan sobre la idea de que las cosas tienen que ser replicables, previsibles y controlables. Y cuanto más mejor, como las pechugas de pollo envasadas que encontramos en los supermercados. Pero claro, cuando todo está empaquetado, presurizado, sistematizado y estructurado, es decir, cuando todos los tornillos están apretados, queda poco espacio para inspirarse y crear. Terrible paradoja. Terrible porque es claro que ni las empresas ni el ser humano pueden sobrevivir sin creatividad.  

La cuestión es que tras dos siglos de veneración por la industrialización nos hemos encontrado con que una crisis sin precedentes nos está haciendo acordarnos de Santa Bárbara porque truena, y ahora elevamos nuestras plegarias a la Creatividad, y a su hija natural, la Innovación, para que nos resuelvan la papeleta. Pero al mismo tiempo nos damos cuenta de que el entramado interno con el que están fabricadas las empresas, sobre todo las buenas, es muchas veces rígido, encorsetado y estricto. Por eso es de alta calidad. Pero claro, como no queríamos sorprender al cliente para mal, ahora tampoco sabemos sorprenderle para bien. Nuestros sistemas de trazabilidad son tan exactos que pueden relatar la biografía completa de una de esas pechugas de pollo envasadas sin equivocarse en una sola fecha. Queda por ver si realmente sabremos incorporar a las cadenas de valor los suficientes saltos creativos como para animar el tejido empresarial durante los próximos dos siglos. 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 03.04.2013

Uno de los fundamentales motivos por los cuales al ser humano le cuesta cambiar es porque vive encerrado en una película que ha creado él mismo, de la que es protagonista y en la que cree por encima de todo. Esta película es la que explica su mundo y la que utiliza para interpretar la realidad. Así que, antes que en cualquier otro argumento, creemos en el nuestro propio y no estamos dispuestos a cambiarlo fácilmente. Esta forma de egocentrismo, que en otros formatos también ocurre en los niños y en los adolescentes, según ha mostrado la investigación, nos acompaña obstinadamente incapacitándonos para imaginar mundos posibles y apostar por ellos.

El problema, uno de los problemas, viene cuando nos situamos ante un reto que realmente pone a prueba nuestras capacidades: intelectuales, emocionales, físicas, profesionales o del tipo que sean. Puede tratarse de un proyecto de dimensiones excesivas, del lanzamiento de un producto complejo, de un conflicto político desproporcionado, o de una situación profesional en extremo delicada. En muchos de esos casos nos sentimos pequeños ante el tamaño del desafío y, como nunca hemos coronado con éxito un reto de esa magnitud, aparecen los yonopuedo. Los yonopuedo son hermanos de los yonosoycapaz, familiares de los aminosemeda y están emparentados también con los yoesosiqueno. Es una familia de pensamientos autolimitantes que bloquean nuestros objetivos en la vida y nos retornan siempre a la misma película. Pero sin embargo vemos a diario que hay quien logra cosas que a los demás nos parecen imposibles.

Esta impertinente tendencia del ser humano a contemplar lo propio como válido y no querer salir de ello se nota también a nivel colectivo. Así por ejemplo, en esta querida y vieja Europa nuestra nos hemos quitado el sombrero ante las gestas de exploradores como Vasco da Gama o Cristóbal Colón, que realizaron sin duda expediciones heroicas. Pero, sin deslucir en absoluto sus incuestionables méritos, si queremos ver las cosas con auténtica perspectiva tenemos que mencionar a Zheng He: un marino que en el siglo XV se dedicó a realizar viajes de exploración por el sudeste asiático y el continente africano. El asunto está en que mientras la tripulación de Vasco da Gama no llegaba a los doscientos hombres, Zheng He comandaba a casi treinta mil. Entre sus más de doscientos barcos los había que desplazaban cargas superiores a las dos mil toneladas, cifra que haría palidecer a cualquiera de las tres pequeñas carabelas de Colón que, como mucho, pesaban algo más de doscientas.

No sabemos si alguno de estos dos marinos hubiera debutado con un yonopuedo si le hubieran propuesto dirigir uno de los viajes del almirante chino, seguramente no. Pero estos hechos históricos nos deben llevar a pensar dónde están realmente nuestros límites. En concreto, si se trata de restricciones reales, ya sean físicas, económicas o de cualquier otra índole, o si por el contrario lo que nos pasa es que como vivimos en Europa o en nuestra mente, o ambas cosas, solo vemos la realidad de una determinada manera y todo lo que no conocemos o lo que se sale de lo habitual nos parece un abismo insalvable.

Por eso siempre hay que intentarlo, por difícil que parezca. Luego vendrá la victoria o la derrota y también tendremos que aprender a vivir con ellas. Pero pensar de antemano yonopuedo es renunciar a luchar, a enfrentarse, a tener la oportunidad de crecer. Es dejar nuestros barcos, que quizá sí sean pocos y pequeños, pero son barcos al fin y al cabo, amarrados en el puerto mientras otros obran día a día el milagro de dirigir misiones apasionantes fuera de las fronteras de su propia mente.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 04.03.2013

Existen servicios prácticamente artesanales que se prestan a un solo usuario y que son esencialmente únicos.Este es el caso de la enseñanza de un instrumento musical a nivel profesional que tiene lugar entre un profesor y su alumno. Lo que el primero hace por el segundo está altamente personalizado, y aunque se sigan unos principios metodológicos similares con todos los estudiantes, las clases son claramente diferentes para cada uno de ellos. En el otro extremo están los servicios altamente industrializados, que se prestan de forma prácticamente idéntica para todos los usuarios. Un ejemplo de este tipo de servicios es la compra por Internet porque, aunque pueda haber algún grado de personalización,los portalesgestionan procesos básicamente idénticos para miles o millones de clientes.  

Uno de los principios en la economía de la empresa es que en general solo lo que se industrializa genera un valorsignificativo, y por tanto el objetivo básico de cualquier prestación de servicios es hacerlo replicable. La paradoja de la industrialización de los servicios radica en que al hacerlo se crea valor para la empresapero,dependiendo de las condiciones en las que esto ocurra, se puede también destruir valor para el cliente. 

Un ejemplo de esto lo estamos presenciando actualmente en el terreno de la formación, donde contemplamos con preocupación cómo los principios de la industrialización en general, y de la reducción de costes en particular, hacen que los procesos formativosparezcan poco más que unacommodity. Como si fueran botes de champú. Y así, vemos a diario fenómenos como el obsequioal matricularse, la compra compartida, el descuento si se trae a un amigo, el abono de dos cursos para llevarse tres, y así sucesivamente.  

Estas tácticas no sorprenden si se considera que la formación es fundamentalmente información, y por tanto se deduce erróneamente que un curso es equiparable a un conjunto de contenidos.Sin embargo, la ciencia muestra con meridiana claridad que el aprendizaje verdadero implica un cambio en la persona en el quecomo mínimo se tiene que poner de manifiesto la adquisición de una serie de competencias. Por tanto, si aceptamos la información como un sustituto válido de la enseñanza, nos encontraremos también con que al cursar un programa altamente industrializado estaremos viviendo únicamente la ilusión de habernos formado. Es posible que la demanda de este tipo de formación esté relacionada con la necesidad de obtener una titulación, pero es una verdad evidente que un diploma sin un proceso de aprendizaje sólido detrás es como una pompa de jabón, y una historia formativa construida con ese tipo de titulaciones se convierte en un curriculum artificialmente hipertrofiado que no resiste ni siquiera el primer análisis en el mercado laboral. También hay burbujasen el mundo de la formación. 

La estructura de conocimiento de cada persona es única e individual porque está construida sobre su biografía, que es obviamente subjetiva. Por eso, y pese a que es posible industrializar algunos componentes de la formación, la gran mayoría de los elementos curricularesno son, por definición, replicables. Y pese a que a veces el mercado parece mostrar que hay poca diferencia entre aprender y comprar un bote de champú, las organizaciones y las personas siempre acaban reconociendo la formaciónauténtica: la que produce un aprendizaje que conduce al cambio, la que ayuda a construir el talento y la que,consecuentemente, significa valor para la empresa.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 31.01.2013

Es ciertamente común que tendamos a hacer las cosas casi siempre de la misma manera. Por ejemplo, cuando cruzamos los brazos siempre es el mismo el que descansa sobre el otro. De la misma forma, la rutina que seguimos en nuestro aseo diario es prácticamente idéntica a lo largo de la semana, y es muy frecuente que en nuestro hogar tengamos un lugar favorito para sentarnos a leer o a ver la televisión.

Da la impresión de que cuando el cerebro se enfrenta a un nuevo problema lo resuelve de una determinada manera y a partir de ahí siempre repite la misma secuencia, si es que ha resultado exitosa. Esto se ve muy bien en la conducta de aparcar en nuestra plaza de garaje, puesto que los movimientos que hacemos para introducir nuestro vehículo se repiten de una forma milimétricamente exacta.

En un estudio se monitorizó la trayectoria de cien mil usuarios anónimos de teléfono móvil durante seis meses. Cada vez que uno de estos usuarios hacía una llamada o la recibía, o bien le llegaba un mensaje de texto, un sistema ubicaba su localización en una base de datos. La investigación mostró que los seres humanos reproducimos patrones ciertamente simples de movimiento. Para empezar, todas esas personas se movían en un círculo que en la mayoría de los casos no superaba unos pocos kilómetros de radio. Además, era posible predecir los movimientos futuros de los usuarios con apenas unas pocas semanas de muestreo.

Y es que las personas tendemos a ejecutar siempre los mismos patrones, como se demuestra en variadas esferas de nuestra vida: siempre frecuentamos las mismas amistades, escogemos el mismo lado de la cama, realizamos la compra siguiendo un circuito parecido en el hipermercado, y aunque es frecuente que tengamos muchas prendas de vestir al final acabamos poniéndonos casi siempre lo mismo.

Posiblemente sea una cuestión de ahorro de energía puesto que estos automatismos sin lugar a dudas economizan tiempo y esfuerzo, porque si tuviéramos que escoger cada vez una forma nueva de vestirnos, de entrar en el coche o de ir al trabajo, nuestra cabeza no haría prácticamente ninguna otra cosa. Sin embargo, la cuestión es que en cada ocasión que recurrimos a una tarea automatizada perdemos una oportunidad para cambiar, y desde luego para crear.

En un sugerente trabajo Anne Stiles propuso con brillantez que el miedo que produjeron en su día historias como la de Bram Stoker tiene que ver con el temor de vernos contagiados de un automatismo vampírico, obligados a un sonambulismo impertinente y a quedarnos reducidos a un manojo de impulsos instintivos en los que la obtención de alimento gobierne nuestra conducta. Porque lo que en el fondo nos aterra es no poder conducir nuestra vida, quedarnos inmóviles como un autómata pasmado ante un libre albedrío que huye transfigurado en mera fantasía. La gran incógnita es si realmente somos capaces de doblegar a ese pasmarote y salirnos con la nuestra. De momento la investigación revela que los propósitos de año nuevo nos duran más bien poco, y que un porcentaje significativo de la población se pasa la vida retomando las mismas resoluciones una y otra vez.

Y usted: ¿ha olvidado ya sus propósitos de año nuevo?

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 26.12.2012

Ahora que todos estamos hiperconectados a las superautopistas de la información y poseemos sofisticados soportes para almacenar lo que sabemos individual o colectivamente, es interesante que volvamos a reflexionar sobre la auténtica naturaleza del conocimiento.

Entre otras cosas porque desde que existen los programas para hacer presentaciones asistimos a curiosos fenómenos que dan mucho que pensar. Por ejemplo, y aunque hay a quien le cuesta, cada vez somos más conscientes de que las cosas no se convierten en reales por el hecho de que hayamos podido, incluso a veces con gran esfuerzo, trasladar nuestras ideas a una sucesión de diapositivas. Porque una presentación es únicamente eso, una presentación: algo virtual e intangible, y por tanto solo consiste en la plasmación de una serie de ideas, o como mucho en la planificación de una serie de acciones. Pero con demasiada frecuencia muchos de nuestros proyectos no trascienden la fase de las diapositivas, porque una vez que hemos realizado la presentación a menudo nos limitamos a almacenar el documento o a enviarlo a todos nuestros colaboradores como si realmente fuera el punto final de un proceso, cuando en realidad es más bien el comienzo.

La equivocada fe en las presentaciones con diapositivas es responsable también de que muchos conferenciantes, vendedores, profesores y consultores hayan acabado automarginándose. A veces están tan bien diseñadas, contienen tanta información y están tan perfectamente estructuradas que al final su autor se limita a pasar de una a otra sin añadir apenas nada. Tanto que en muchas ocasiones cuando uno no ha podido asistir a una reunión o conferencia basta con que le envíen la presentación. Y así es que estos documentos han acabado convirtiéndose poco menos que en origen y destino del saber.

Pero el conocimiento no es el soporte en el que está. Ya decía Umberto Eco que muchas veces por el hecho de haber manipulado un libro y haberlo fotocopiado nos da la falsa sensación de que poseemos el conocimiento que atesora. La posesión de la fotocopia, decía él, exime de la lectura. Pero claro, si ni siquiera la información es conocimiento, es claro en qué lugar queda la mera posesión de un conjunto de fotocopias o documentos escaneados.

Alguien dijo una vez que la sabiduría es lo que queda después de que se ha olvidado todo. Quizá cada uno de nosotros debería hacer el esfuerzo por intentar imaginar qué es lo que realmente sabe más allá de las presentaciones que tiene archivadas, los cuadernos de notas que mantiene en la nube y las legiones de documentos escaneados que acumula. Si aceptamos como válido a un conferenciante que no puede realizar su presentación sin el correspondiente soporte en diapositivas entonces estaremos perdidos, porque al final saber equivaldrá a poseer, o como mucho a saber buscar.

El conocimiento es el único recurso imprescindible para vivir y sobrevivir, es el garante del desarrollo de las regiones y del bienestar de las gentes que las habitan. Todas las grandes palabras que significan progreso humano como creatividad, innovación, investigación, talento o sabiduría, tienen que ver con el conocimiento, con esa genuina e inefable capacidad que solo el ser humano tiene para leer la realidad en crudo y convertirla en ideas que a su vez la puedan transformar: el conocimiento es lo que nos hace específicamente humanos.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 04.12.2012

Es sabido que la vida que vivimos no es real. No lo es por muchos motivos, y el más importante de ellos es que la memoria no fue creada para registrar y almacenar fielmente la experiencia. Pese a que la capacidad de recordar es posiblemente la habilidad humana más sobresaliente, no deja de resultar paradójico que el sistema de almacenamiento sea, por lo que respecta a la fidelidad a los hechos, claramente defectuoso.

Que no vemos las cosas como son en realidad es un hecho comprobado, y que no las recordamos como ocurrieron es algo quizá siempre intuido pero realmente demostrado hace más bien poco. El cerebro no recuerda hechos, sino que construye biografías. Y la de cada uno, claro, es diferente. Así que cada individuo no vive en la realidad, sino en su realidad. Vive en un argumento creado por él mismo en el que todas las cosas tienen que tener sentido, como en una película.

Que la vida que vivimos es solo una entre infinitas vidas posibles es una constatación tan obvia como fascinante. Si usted se imagina siempre de la misma manera es debido a la peculiar construcción de su cerebro, que utiliza la misma circuitería cerebral para imaginar el futuro que para recordar el pasado. Así que usted es únicamente un protagonista posible de una de las películas posibles, de una que ha guionizado usted pacientemente a lo largo de los años. Sin embargo, de la misma manera que hay infinitos argumentos también podrían existir infinitos protagonistas.

La novedosa línea de investigación de Timothy D. Wilson muestra que no sólo es viable cambiar de argumento, sino que puede tener efectos beneficiosos. En uno de sus estudios actuó sobre un grupo de estudiantes de primero de carrera a los que no les iba bien académicamente. Lo que hizo fue alterar la interpretación que hacían de su escaso éxito, convenciéndoles de que ese hecho era consustancial a la entrada en la Universidad. La intervención duró únicamente treinta minutos, y el estudio demostró que los estudiantes acabaron teniendo mejores notas y menor tasa de abandono que un grupo similar con el que no se hizo intervención alguna. Los estudiantes vivían en un melodrama, una película sobre el fracaso y la falta de cualidades, y Wilson cambió ese guión por una cinta en la que simplemente experimentaban las normales dificultades en su entrada a la Universidad. Y ese solo hecho cambió sus vidas. Nunca mejor dicho.

Así que cuanto más persevere usted en la idea de que es como es y de que la vida que vive es la que le ha tocado, tanto más estará consolidando su propio argumento y en esa misma proporción se estará impidiendo a sí mismo cambiar. Si es abogado piense que podría ser marino, y si es médico piense que también podría haber sido escultor. Si tiene familia podría no tenerla, o al revés, y si tiene sobrepeso, fuma y bebe en exceso, créase que también podría estar delgado, no fumar y ser abstemio. Es verdad que a los primeros que cuesta creer estas cosas es a nosotros mismos, porque no hay ninguna realidad que esté fuera de lo que las neuronas tejen y, si las mismas que proyectan el futuro son las que imaginan el pasado, resulta que el cerebro es un poco como el dios romano Jano, que tenía dos rostros, uno mirando en cada dirección. Pero hoy sabemos que usted puede liberarse del lastre del pasado y reinventarse, tejer un nuevo argumento con un nuevo protagonista que será, sin duda, un poco más parecido a lo que usted siempre soñó de sí mismo.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 05.11.2012

Todos tenemos varios cubos que utilizamos para separar los envases de la basura orgánica y ésta del papel, colocando aparte el cristal. Así conseguimos reciclar, que es volver a usar todo lo que es posible para no explotar los recursos naturales más de lo necesario. Pero con el tiempo venimos observando que la cultura del reciclaje se está extendiendo peligrosamente a otras áreas, transfigurada en el sorprendente fenómeno de copiar y pegar: curiosa función que incorporaron los procesadores de textos hace ya tiempo, de la que nadie sospechaba su potencial y que sin embargo puede que hoy día sea la más utilizada de todas.

A diario contemplamos con cierta frustración cómo las propuestas que algunas empresas presentan a sus clientes se parecen asombrosamente una a la otra. A veces lo único que cambia es el logotipo del potencial comprador, mínimo e insuficiente modo de personalizar una oferta. De igual modo los trabajos que los estudiantes realizan en la universidad se parecen alarmantemente a sus propios trabajos y también a documentos que otros alumnos han volcado en la red. En las páginas de Internet se encuentran fritos y refritos de textos que se repiten incesantemente haciendo imposible encontrar la fuente original. La música es muchas veces reciclada, bien porque es versionada o bien porque es el resultado de mezclar sucesiva o simultáneamente pistas que vienen de obras ya creadas, y ni la industria cinematográfica se salva, porque no cesa de resucitar antiguos argumentos para presentarlos de nuevo convenientemente maquillados.

Con sorprendente frecuencia cuando tenemos que producir algo nuevo uno de nuestros primeros impulsos es buscar en Internet a ver quién ha escrito ya algo sobre ello, bien para inspirarnos o, en el peor de los casos, para copiarlo y pegarlo sobre nuestra hoja en blanco. Sin quererlo hemos desarrollado una especie de fobia al documento vacío, y cuando vemos uno de ellos reaccionamos instantáneamente para rellenarlo lo antes posible y así evitar que nos mire desafiante poniendo en cuestión nuestra capacidad creativa.

Hoy nos resultaría chocante que alguna de las figuras de La Creación en la Capilla Sixtina de Miguel Angel tuviera la misma cara que su Moisés, de la misma forma que nos resultaría extraño que Vermeer le hubiera puesto el rostro de La joven de la perla a su Mujer tocando la guitarra. Y más aún, claro, que estos y otros artistas se hubieran copiado entre ellos.

Es más fácil repetir un mensaje que crear uno, esto es obvio. Porque es muy difícil tener nuevas ideas, y más aún tener buenas ideas. Pero por nuestro propio bien, y por el futuro de nuestra forma de vida, deberíamos tener claro que siempre se ha de dar más valor a crear que a copiar o a reciclar. Porque si todos copiamos la pregunta es quién crea, y si la respuesta es nadie, entonces tenemos un problema. Y el problema es que la copia masiva generará una regresión al infinito que antes o después acabará consolidando una glaciación cultural.

Haga este ejercicio: abra un documento en blanco y escriba sobre él una idea. Puede ser un pensamiento, un nuevo producto, o una mejora en su empresa. Vale también si es un pequeño relato o un haiku. Vale cualquier cosa mientras que sea algo nuevo, diferente, creativo. Luego guárdelo en lugar seguro como un acto simbólico: en los tiempos que corren una chispa de creatividad es un auténtico tesoro, y desde luego es algo indispensable en la lucha global contra la pandemia que es hoy la fobia al documento vacío.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 01.10.2012

El talento es hoy más visible que nunca, lo cual es una gran cosa. Día a día vemos cómo la capacidad creativa de algunas personas anónimas supera la de las organizaciones. Entre otras cosas por eso hoy se habla tanto de co-creación, porque las grandes empresas han comprendido que sus orondos tamaños les hacen acumular inercias e ineficiencias, y muchas veces producen ideas menos brillantes y a menor velocidad de la que algunas personas individuales o grupos informales pueden proponer.

Hace ya algún tiempo que estamos acostumbrados a presenciar al talento del momento, una persona cuyo mensaje en los medios sociales ha calado tanto que su eco ha sido repetido miles, cientos de miles, y a veces hasta millones de veces a lo largo y a lo ancho del planeta. La obra puede ser un vídeo, un post en un blog, una propuesta de animación cultural, un mensaje revolucionario o cualquier otra cosa. Y su autor puede ser un adulto, un niño, un profesional o un aficionado.

El caso es que de repente todo el mundo habla de tal o cual canción, o reenvía tal o cual texto, o se siente motivado a acudir a tal o cual sitio porque va a ocurrir algo sin precedentes. Tanto talento y tanta capacidad de convocatoria son sin duda dignos de admiración, porque es verdad que no es fácil tener éxito.

Lo que es motivo de reflexión es lo fugaz de estas contribuciones y lo pasajero que es hoy el reconocimiento. El ritmo de nuestras vidas, la velocidad de los medios sociales y, sobre todo, el abrumador tamaño de la masa humana que puebla el planeta, hace que las propuestas se sucedan a un ritmo vertiginoso y las nuevas empujan a las antiguas borrándolas del mapa en un instante. Hoy se es antiguo en cuestión de minutos, y ya nadie recuerda aquel vídeo tan sugerente que anteayer cruzó la red como una supernova, ni a aquel personaje que vertió el mes pasado tan ácidas críticas sobre los gestores de la economía mundial.

Es verdad que los medios sociales hacen más sencillo publicar ideas, pero no lo es menos que esto no es gratuito, sino que se hace a costa de que el mensaje permanezca mucho menos tiempo. Se atribuye a Andy Warhol la idea de que todo el mundo puede tener quince minutos de fama, y la evolución de los medios sociales está corroborando día a día este pensamiento de forma contundente. Es más, conforme nuestra forma de vida se acelera esos quince minutos van pasando a ser diez, luego cinco y luego uno. Algunos de los vídeos que hoy gozan de ese tipo de momentáneo triunfo apenas duran segundos.

Lo que no está tan claro es qué aportan esos segundos al desarrollo de los seres humanos y de los pueblos. Es obvio que nos entretienen, pero también que estar al día de lo que ocurre en un escenario de dimensiones planetarias consume tiempo, y la pregunta es qué estamos obteniendo a cambio. Leer un libro lleva horas, y ver una película al menos unos noventa minutos. Los libros y las películas, cuando se trata de obras solventes, nos dejan un aprendizaje, una reflexión, o al menos una huella. Pero no es evidente qué legado nos deja cada uno de estos meteoritos efímeros que atraviesan nuestra conciencia por millares, más allá de rellenar un tiempo que es precioso. Porque la clave no está, no debería estar, en dejar que el tiempo pase de entretenimiento en entretenimiento, sino en construirnos a través del tiempo inspirándonos en ideas auténticas.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com