¿Ha intentado usted comprar alguna vez una toalla de playa en enero o un calefactor en verano? Es prácticamente imposible. Es porque todos compramos casi todo a la vez y hacemos todo casi al mismo tiempo. Es muy obvio que a las empresas les interesa industrializar al máximo y hacer que cuantas más personas mejor compren un producto idéntico, porque lo pueden fabricar a menor coste y así todos ganan: la empresa porque obtiene más beneficio, el cliente porque compra el producto más barato, y la sociedad porque la economía crece. La cuestión es que no todas las implicaciones de una transacción son económicas.
Si hasta entre los supermercados y el sentido de la vida existe una relación es porque quizá cada uno de nosotros debería dedicarse más a buscar lo que realmente le completa en lugar de esperar a que el mercado le ofrezca lo que tiene para él. Entre otros motivos porque eso también es bueno para el sistema, pues las tendencias siempre nacen de las personas aunque luego regresen a ellas transformadas.
Imagínese: un amigo le informa de que hay un rinconcito que es ideal para que usted y su pareja vayan a perderse todo un fin de semana. Su sorpresa viene cuando intenta hacer una reserva en el sitio en cuestión y descubre que no hay disponibilidad ni en esta temporada ni en la siguiente. Evidentemente su amigo sabe de ese lugar porque fue aconsejado por otra persona, que a su vez lo descubrió porque un tercero se lo recomendó, y así sucesivamente. Es posible que usted haya sido el último de su ciudad en enterarse de que tal sitio existe. En eso consiste la paradoja del rinconcito perdido: en la contundente constatación de que cuanto más remoto y encantador es un sitio más aireada es su ubicación. Hoy hay guías de escapadas por todas partes (aún me pregunto qué hay de tan terrible en nuestra existencia que constantemente queremos escapar de ella), sitios en Internet que revelan los más escondidos parajes, páginas y páginas de senderos y rutas alternativas, y hasta en Beverly Hills se venden en cualquier esquina guías de las casas donde viven personajes famosos que, como todos los seres humanos, buscan la paz en la intimidad de su hogar.
Así que ya no hay rinconcitos perdidos, porque parece que a casi todos nos apetece lo mismo al mismo tiempo, y porque como todos estamos en Internet estamos al tanto de absolutamente todo de forma inmediata. Pero la cuestión importante no radica tanto en el acceso a la información, ni a la (por supuesto legítima y quizá necesaria) industrialización de la oferta cultural y de ocio, sino a la gran pregunta que subyace a todo esto, que es si de verdad a todos nos satisface lo mismo y, en definitiva, si todos buscamos lo mismo.
Entre otras cosas porque como en la red el desequilibrio entre los que crean y los que consumen es aún tan alarmante, va a llegar un momento en que nuestro plan de fin de semana va a ser, literalmente, sota, caballo o rey. Y a quien caballo le aburra y no tenga dinero para pagar rey, se va a quedar con sota fin de semana tras fin de semana. Por tanto estaría bien que todos nos dedicáramos a demandar productos imposibles, a buscar lugares auténticamente escondidos y a redescubrir los rincones de nuestra ciudad más allá de lo que aparece en la primera página del buscador de las letras de colorines. A ver si encontramos algún rinconcito que realmente esté perdido y no se lo decimos a nadie, para que otras personas puedan sentir también la increíble emoción de descubrir algo de verdad.
Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com