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Quince minutos de fama

El talento es hoy más visible que nunca, lo cual es una gran cosa. Día a día vemos cómo la capacidad creativa de algunas personas anónimas supera la de las organizaciones. Entre otras cosas por eso hoy se habla tanto de co-creación, porque las grandes empresas han comprendido que sus orondos tamaños les hacen acumular inercias e ineficiencias, y muchas veces producen ideas menos brillantes y a menor velocidad de la que algunas personas individuales o grupos informales pueden proponer.

Hace ya algún tiempo que estamos acostumbrados a presenciar al talento del momento, una persona cuyo mensaje en los medios sociales ha calado tanto que su eco ha sido repetido miles, cientos de miles, y a veces hasta millones de veces a lo largo y a lo ancho del planeta. La obra puede ser un vídeo, un post en un blog, una propuesta de animación cultural, un mensaje revolucionario o cualquier otra cosa. Y su autor puede ser un adulto, un niño, un profesional o un aficionado.

El caso es que de repente todo el mundo habla de tal o cual canción, o reenvía tal o cual texto, o se siente motivado a acudir a tal o cual sitio porque va a ocurrir algo sin precedentes. Tanto talento y tanta capacidad de convocatoria son sin duda dignos de admiración, porque es verdad que no es fácil tener éxito.

Lo que es motivo de reflexión es lo fugaz de estas contribuciones y lo pasajero que es hoy el reconocimiento. El ritmo de nuestras vidas, la velocidad de los medios sociales y, sobre todo, el abrumador tamaño de la masa humana que puebla el planeta, hace que las propuestas se sucedan a un ritmo vertiginoso y las nuevas empujan a las antiguas borrándolas del mapa en un instante. Hoy se es antiguo en cuestión de minutos, y ya nadie recuerda aquel vídeo tan sugerente que anteayer cruzó la red como una supernova, ni a aquel personaje que vertió el mes pasado tan ácidas críticas sobre los gestores de la economía mundial.

Es verdad que los medios sociales hacen más sencillo publicar ideas, pero no lo es menos que esto no es gratuito, sino que se hace a costa de que el mensaje permanezca mucho menos tiempo. Se atribuye a Andy Warhol la idea de que todo el mundo puede tener quince minutos de fama, y la evolución de los medios sociales está corroborando día a día este pensamiento de forma contundente. Es más, conforme nuestra forma de vida se acelera esos quince minutos van pasando a ser diez, luego cinco y luego uno. Algunos de los vídeos que hoy gozan de ese tipo de momentáneo triunfo apenas duran segundos.

Lo que no está tan claro es qué aportan esos segundos al desarrollo de los seres humanos y de los pueblos. Es obvio que nos entretienen, pero también que estar al día de lo que ocurre en un escenario de dimensiones planetarias consume tiempo, y la pregunta es qué estamos obteniendo a cambio. Leer un libro lleva horas, y ver una película al menos unos noventa minutos. Los libros y las películas, cuando se trata de obras solventes, nos dejan un aprendizaje, una reflexión, o al menos una huella. Pero no es evidente qué legado nos deja cada uno de estos meteoritos efímeros que atraviesan nuestra conciencia por millares, más allá de rellenar un tiempo que es precioso. Porque la clave no está, no debería estar, en dejar que el tiempo pase de entretenimiento en entretenimiento, sino en construirnos a través del tiempo inspirándonos en ideas auténticas.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com