Desde la más remota y tierna infancia, cuando la madre llena con sus palabras las pausas que el bebé hace mientras se alimenta, el ser humano debería comenzar a aprender algo que está en la base de la comunicación humana, del diálogo productivo y hasta de la democracia, que es que una conversación es cosa de dos. Uno habla mientras el otro escucha, y luego al revés. Sin embargo, hay quien aún no ha adquirido la productiva costumbre de no interrumpir a quien habla.

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I´m a believer es una de esas canciones verdaderamente esenciales en nuestras vidas. Fue grabada y popularizada en 1966 por The Monkees y es uno de los pocos singles que ha vendido más de diez millones de copias físicas en toda la historia de la música. Su riff característico era interpretado por Michael Nesmith, y de la historia de su familia se pueden extraer dos importantes enseñanzas sobre la autoestima.

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Por algún motivo en el fondo desconocido da la impresión de que el ser humano está más preparado, o más motivado, para hablar que para escuchar. Algo sorprendente, puesto que es una tendencia que ciertamente dificulta nuestras posibilidades de aprender. Es posible que se deba a que mucho de lo que decimos en el fondo nos lo decimos a nosotros mismos, y a que incluso a nosotros mismos nos cuesta aclararnos. Sea como sea, aquellos que escuchan se han convertido en una preciosa rareza dotada de un poderoso atractivo.

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Seguramente has visto a esos hámsters que corren constantemente dentro de una rueda sin llegar a ninguna parte, de la misma forma que nosotros corremos en el gimnasio sobre una cinta de correr, también sin movernos del sitio. Pues, aunque no lo parezca, estos ejemplos son una impresionante metáfora del motivo fundamental por el que a veces no logramos ser más felices. Tanto que el efecto que lo explica se llama precisamente así: el efecto de la cinta de correr.

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Es algo que nos pasa a todos, no te preocupes: tenemos 20 pares de zapatos pero solo usamos unos pocos, guardamos docenas de corbatas aunque siempre nos pongamos la misma y, aunque hay disponibles cientos de emoticonos, la mayoría de nuestros mensajes contienen los mismos.

Quizá recuerdes la historia viral de Dale Irby, un profesor de Texas que posó con la misma ropa para el anuario de su colegio durante 40 años seguidos. Con independencia de los motivos que le llevaron a hacerlo, lo cierto es que tomar decisiones es algo que nos cuesta.

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