Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 14.10.2014

Aunque estemos acostumbrados a identificar la palabra éxito con el dinero, el poder o la fama, lo cierto es que según el diccionario lo que significa fundamentalmente es un resultado feliz. Desde esa óptica, el éxito es algo que persigue cualquier persona, porque a cualquiera le gustaría que sus planes tuvieran un final feliz. La búsqueda del éxito es por tanto una de las aspiraciones naturales del ser humano, y siempre merece la pena intentar averiguar cuales son sus claves.

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El Economista, Jesus Alcoba / 04.01.2014

Los propósitos de año nuevo son un objeto de investigación tan original como interesante. Por ejemplo, es ciertamente sugerente que, aunque rara vez se cumplen, año tras año volvamos a formularlos como si realmente fueran funcionales. Un estudio se centró precisamente en este tema, y lo que sus autores encontraron es que mientras que al cabo de una semana tres cuartas partes de las personas lograban lo que se habían propuesto, solamente una de cada cinco mantenía el éxito dos años después. Lo más sorprendente fue que más de la mitad de las personas que no habían logrado su propósito volvían a escoger exactamente el mismo objetivo dos años después.

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El Economista, Jesus Alcoba / 27.12.2013

Es ciertamente misterioso que nuestros planes de cambio personal fracasen tantas veces. Nos proponemos las cosas una y otra vez, y con demasiada frecuencia vemos como nuestros deseos de cambiar se estrellan contra el muro invisible que forma la terrible inercia de nuestro comportamiento habitual. Y aunque sabemos bastante sobre la forma en la que está hecho el cerebro como para ser precavidos, y comprendemos que el cambio no ocurrirá de modo fácil o automático, aun así a veces las cosas no funcionan.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 10.01.2012

Siempre nos ha resultado sugerente aquello de que bajo la mente humana hay un sistema de galerías muy profundas que llamamos inconsciente donde habitan traumas, episodios olvidados, fantasmas de nuestra infancia y demás. Si bien aquellas descripciones de comienzos del siglo pasado tenían más de literario que de científico (aunque no por ello poco valor explicativo) lo cierto es que la ciencia está revisitando estas ideas de una forma que puede resultarnos mucho más provechosa.

Es fácil darse cuenta de que el cerebro hace cosas sin que nos demos apenas cuenta. Un buen ejemplo es la conducta de conducir. Mientras aprendemos, todos los movimientos y pensamientos que hacemos son muy conscientes: estamos concentrados en cambiar de marcha, en el intermitente, en interpretar las señales de tráfico y en general en cualquier cosa que pueda afectar a nuestra seguridad. Pero tras años de conducir todas esas acciones se automatizan y podemos guiar nuestro automóvil sin excesiva concentración. Y no por ello conducimos peor sino que, al contrario, la experiencia nos hace ser mejores conductores.

Todos los hábitos son inconscientes: a fuerza de repetir algo muchas veces acaba por automatizarse y, por ejemplo, ya no tenemos que hacer grandes esfuerzos de atención o voluntad para cepillarnos los dientes, para vestirnos o para meter en el maletín el ordenador y el teléfono móvil cada mañana. Todas esas tareas están controladas por un área de nuestra mente que también hace otras cosas, como por ejemplo darle vueltas a los problemas hasta que se nos ocurre la solución, mapear constantemente la realidad y detectar elementos que se salgan del patrón esperado, o registrar nuestras acciones de forma que podamos recordarlas después.

La potencia de los hábitos es que guían la conducta de modo más o menos desatendido. Son como un piloto automático que puede ocuparse de ciertas tareas y así intensificar nuestra vida personal o incrementar nuestra productividad profesional. Esto es válido para una larga lista de cosas, desde tomar vitaminas a diario hasta acostumbrarnos a planificar el día por la mañana y priorizar las cosas debidamente, en lugar de dejarnos llevar por el torrente de llamadas y correos electrónicos que recibimos constantemente.

El único problema de los hábitos es que hay que crearlos. Por algún motivo que hasta ahora desconocemos para instaurar un hábito no basta solo con programarlo, y en eso los seres humanos nos diferenciamos mucho de las máquinas. Porque, a diferencia de ellas, necesitamos un entrenamiento, a veces largo y penoso, hasta que logramos insertar una nueva conducta en nuestro repertorio. Y por eso a veces los nuevos propósitos no funcionan, porque a menudo lo que hacemos cuando queremos crear un nuevo hábito es describirlo en lugar de construirlo. La frase “a partir de mañana voy a organizarme mejor” es la descripción de un deseo o de una necesidad, pero no la planificación de una conducta. Primero porque no dice nada acerca de cómo se va a llevar a cabo y segundo porque, seguramente, quien la pronuncia no es consciente del esfuerzo o la energía que requerirá.

La buena noticia es que desconocemos cuántas de nuestras tareas podemos convertir en hábitos. De momento ese límite no se ha encontrado, lo cual es un estupendo motivo para plantearse seriamente ponerse a ello. ¿No le parece?

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com