Dicen que un día le preguntaron por su secreto al extraordinario músico flamenco Paco de Lucía y él respondió: «Llevo desde niño practicando todos los días una media de catorce horas y a eso, en mi tierra, le llaman duende». En estos momentos en los cuales abundan tantos apóstoles del imperativo que parecen haber descubierto la piedra filosofal del éxito, es conveniente reflexionar sobre lo que, realmente, hace que una persona destaque sobre las demás.
Tendemos a pensar que la experiencia en sí misma es garantía de valor y, sin embargo, hay hechos que contradicen ese principio. Tomemos, por ejemplo, una profesión en la que cualquiera confiaría más en un profesional experimentado: la medicina. Pues bien, uno de los estudios más sorprendentes que se han realizado sobre la práctica clínica sugiere que existe una relación inversa entre el número de años de experiencia de un médico y la calidad de la atención que brinda. En otras palabras, aquellos que llevan ejerciendo mucho tiempo son peores en determinados indicadores que los que han salido de la facultad hace tan solo unos pocos años. Por tanto, parece ser que lo que hace a un buen médico no son exactamente los años de ejercicio. Frente a la creencia popular en que la práctica hace al maestro, investigaciones como esta muestran que hacer algo durante largo tiempo, incluso durante décadas, no contribuye significativamente a que una destreza mejore. En definitiva, la experiencia que meramente significa acumulación de años no tiene apenas ningún valor.
Muchas personas conocen el célebre dato de que hacen falta en torno a diez mil horas para convertirse en un experto en algo. Una cifra que nació de una investigación llevada a cabo con músicos virtuosos y aficionados por Anders Ericsson en Berlín, y que fue ampliamente popularizada por Malcom Gladwell en Outliers, uno de los libros esenciales sobre el éxito. La cuestión es que ese dato, sin contexto ni matiz, dista mucho de ser cierto. Porque diez mil horas de experiencia en algo, en sí mismas, no contribuyen a ninguna mejora ostensible.
Cualquier persona que se ate el nudo de los zapatos a diario notará que no lo hace significativamente mejor que cuando era niño. Comprobará que no lo hace más rápido, que tampoco logra un resultado más estético y que el resultado no es especialmente más difícil de desatar. Los nudos en los zapatos que hace una persona a lo largo de su vida son abrumadoramente similares. De igual forma, si los conductores que utilizan su vehículo a diario reflexionaran con detenimiento sobre ello, enseguida se darían cuenta de que, en esencia, no mejoran sustantivamente con el paso del tiempo. No conducen de manera más segura, ni usando menos combustible, y a veces ni siquiera, con el paso de los años, aprenden mucho más sobre las calles de su ciudad. Y lo mismo ocurre con numerosas personas que acuden durante mucho tiempo al gimnasio. Llegado un cierto punto de forma física observan, a veces con impotencia, cómo no mejoran ni en su capacidad aeróbica, ni en su flexibilidad ni en su fuerza.
El motivo para que no exista avance en ninguno de estos tres casos, y en muchos otros, es el mismo que en el caso de los médicos y que en muchas otras profesiones: nadie mejora en una competencia por el hecho de repetir los mismos movimientos muchas veces, sean estos motrices o mentales. La experiencia, en sí misma, no sirve para nada, porque el secreto no está en hacer algo más veces, sino en hacerlo de manera diferente.
«Elegimos ir a la Luna. No porque sea fácil, sino porque es difícil», dijo John F. Kennedy al comienzo de aquella trepidante década que no acabaría sin que el mundo entero contemplara la hazaña de los tripulantes del Apolo 11. Está ampliamente documentada la cantidad de conocimiento que generó la carrera espacial, como un ejemplo evidente de que la experiencia solo cuenta si cada vez se intenta dar un paso más, hacer algo más complicado, explorar una cumbre más alta. Por eso en ningún sitio deberían importar los años de experiencia de nadie, tanto si son pocos como si son muchos. Porque lo verdaderamente significativo es las veces que una persona, sobre todo por propia voluntad, ha decidido deliberadamente salir de lo ya conocido y repetido e ir más allá de sus propios límites.
Los médicos extraordinarios son aquellos que nunca se han cansado de buscar, los que han entregado horas a leer e investigar, los que siempre han seguido preguntándose cómo y por qué y los que, en fin, han ejercido sus profesiones a toda hora, convencidos de que siempre se podía hacer algo más por sus pacientes. Es el querer mejorar y el esfuerzo por hacerlo lo que nos convierte en excelentes, no el simple acumular años de esa sustancia, en realidad insustancial e insípida, que llamamos experiencia.
Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com