Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 03.06.2014

Estamos tan acostumbrados al término red social que cuando lo escuchamos instantáneamente pensamos en Linkedin o Twitter. Pero lo cierto es que es un concepto que existía mucho antes, y que simplemente definía las relaciones que existen entre las personas. Y pensábamos que sabíamos mucho sobre ellas. Sin embargo, el trabajo de Christakis y Fowler ha abierto la puerta a una forma de estudiar las conexiones humanas que está revelando fenómenos sorprendentes. Por ejemplo, la relación que existe entre las relaciones personales y la felicidad.

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El Economista, Jesus Alcoba / 27.05.2014

Acostumbramos a ver los efectos positivos de las conexiones personales de muchas formas. En las organizaciones, los equipos compensan internamente las fortalezas y debilidades de sus miembros, construyen colectivamente conocimiento y se adaptan orgánicamente la cadena de valor. A nivel personal nuestra familia y amigos nos dan afecto, nos apoyan y nos ayudan a tomar decisiones. Sin embargo, pocas veces se cita la relación que hay entre poseer una red social sólida y la salud. Y menos a ver el asombroso efecto que una tiene sobre la otra.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 22.05.2014

El lenguaje, las actitudes, los procedimientos, la forma de percibir la organización y, en general, todo lo que afecta a la dinámica de un equipo, son elementos que se propagan de un miembro a otro. Por eso en ocasiones el clima del grupo no es consecuencia en sí de agentes externos, sino de lo que surge y germina dentro de él.

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Ciencia y Management, El Economista / 14.05.2014

En nuestra vida profesional, como en cualquier sistema, es necesario que exista un balance entre la energía entregada y la energía demandada. Sin embargo, en más casos de los que sería esperable, sentimos que las demandas de nuestro entorno superan con mucho nuestra capacidad de enfrentar los retos cotidianos, tanto profesionales como personales.

A menudo nos quejamos de estrés, de cansancio o de falta de tiempo, pero ni las escapadas de fin de semana consiguen disminuir significativamente nuestra tensión o proporcionarnos suficiente descanso, ni los mejores sistemas de gestión de tareas logran reducir nuestro ritmo de trabajo o ayudarnos a vencer nuestra tendencia a la procrastinación. Por ello hemos de reconocer una gran verdad, tan obvia como poco tenida en cuenta, y es que nuestro estado a casi todos los niveles depende del tipo de vida que llevamos.

Hace tiempo que Jim Loehr y Tony Schwartz acuñaron el original concepto de atleta corporativo, que es un profesional que enfrenta sus retos con el mismo enfoque que los deportistas de élite. Bajo su perspectiva, la auténtica clave de la productividad, y por tanto del éxito, no es la gestión del tiempo, sino la gestión de la energía. Por eso nuestro mayor problema no son el estrés o el agotamiento en sí mismos, sino su linealidad, y la solución está en intercalar ciclos de entrega y recarga de energía que impidan el colapso de nuestros recursos.

Pero para ello es fundamental conocer las diferentes fuentes de energía que poseemos los seres humanos y utilizarlas todas: en primer lugar, sabemos que cuando nuestro cuerpo está en forma nos sentimos con capacidad de superar los retos del día a día, pero si no es así incluso las tareas más simples se vuelven desafíos insuperables. La energía de nuestro cuerpo proviene de tres fuentes diferentes e igualmente necesarias. La actividad física, por un lado, es la que pone nuestro cuerpo a tono y nos permite mantener el cansancio a raya, además de aumentar nuestra esperanza de vida. La nutrición, por otro lado, nos facilita un aporte constante de energía para recargar nuestras reservas de autocontrol. Por último y no menos importante, el descanso nos brinda los ciclos regenerativos que nuestro cuerpo necesita tras el esfuerzo.

Todos hemos experimentado que cuando encontramos una actividad que realmente nos motiva somos capaces de mantener un alto estado de concentración durante un tiempo considerable, sin que en apariencia nos cueste esfuerzo. Este estado, que se ha definido como flow, existe debido a que los seres humanos poseemos también energía mental, que es la que nos proporcionan los desafíos que nos ponen a prueba y que nos hacen crecer al superarlos.

A pesar de que en general somos conscientes de nuestros sentimientos, pocas veces utilizamos de forma deliberada el potencial de nuestra energía emocional. Sabemos que hay actividades que nos ilusionan, personas con las que nos sentimos bien, obras que nos emocionan y pensamientos que nos contagian alegría y ganas de vivir. Sin embargo, son contadas las ocasiones en que utilizamos estas poderosas fuentes para recargarnos cuando lo necesitamos.

Los seres humanos poseemos también una valiosísima energía, y es la que está conectada con aquellas ideas que para nosotros son irrenunciables. Con nuestros valores más profundos y creencias más elevadas. Se trata de la energía espiritual, que es la que puede ayudarnos a llegar aún más allá cuando todas las demás fuentes de energía se han agotado.

Pero la fuente de energía definitiva, la que las integra todas y la que puede hacernos llegar verdaderamente lejos, es la que nace de aquello que en el fondo queremos ser y hacer en esta vida. La que nos proporciona nuestro rumbo vital, que es la que encontramos en aquellas actividades que dan sentido a nuestra vida.

Para enfrentarnos a nuestros desafíos, sobre todo si son importantes, resulta imprescindible contar con todas y cada una de estas fuentes de energía, recurriendo a unas cuando las otras no estén disponibles y viceversa. Solo una adecuada gestión de todas ellas nos proporcionará el empuje suficiente para hacer frente a los desafíos del día a día. Ningún desierto se puede cruzar sin agua, como ningún reto se puede afrontar sin energía.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 29.04.2014

Los seres humanos poseemos siete fuentes de energía para ganar el pulso a la vida y hacer realidad nuestros proyectos y sueños. Tres de ellas son físicas: el descanso, la nutrición y la actividad deportiva. Disponemos también de energía mental, energía emocional, y energía espiritual. Y, por último, existe la energía que nos proporciona aquello que queremos ser, la que nos proporciona nuestro rumbo vital. Dice la investigación que hay tres claves que explican la felicidad humana: el sentido, la esperanza y el propósito.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 25.04.2014

En un estudio se intentó demostrar si una reflexión sobre los valores clave de una persona podía contrarrestar una disminución en las reservas de autocontrol (provocada por una prueba de escritura controlada) de un grupo de participantes a los que se pidió introducir la mano en un tanque de agua helada. Lo que encontraron fue que los participantes que habían reflexionado sobre sus valores, tras haber sido sometidos a la prueba de escritura controlada aguantaban más tiempo con la mano en el agua que los que no lo habían hecho. Es decir, la afirmación de los valores clave logró contrarrestar el agotamiento de las reservas de autocontrol.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 11.04.2014

Es fácil notar el efecto energético que tienen las emociones positivas sobre nosotros: cuando recibimos una buena noticia, cuando alguien nos dedica unas palabras de reconocimiento, cuando cerramos un proyecto con éxito, y, en general, cuando las cosas nos salen bien y la vida nos sonríe, nos sentimos llenos de energía y pensamos que somos capaces de todo. Sin embargo, aún reconociendo ese efecto, demasiado a menudo no somos conscientes de que podemos hacer un uso activo de esa formidable fuente de vitalidad.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 04.04.2014

La investigación muestra que, en cuanto a la consideración que hacemos de nuestras capacidades, hay dos tipos básicos de creencias: en primer lugar, la llamada mentalidad fija, que es aquella en la que la persona piensa que sus capacidades son las que son, y que nada puede hacer para cambiarlas. En consecuencia con ello, estas personas tienden a no enfrentarse con lo que de antemano suponen que no van a poder hacer.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 02.04.2014

Hoy día sabemos que hay dos claves imprescindibles en el éxito, relacionadas pero no idénticas: la fuerza de voluntad y la perseverancia. La primera es la que nos ayuda en el día a día: a salir a la calle a pesar de que llueva, a no comer más de lo necesario, a abrir ese documento que tenemos por fin que concluir, o a no seguir posponiendo una reunión conflictiva. Y la segunda es la que necesitamos para los objetivos a largo plazo, la que implica perseguir una meta durante largo tiempo sin olvidarnos de ella y sin desfallecer a pesar de los contratiempos. 

Sin embargo, casi sin que nos hayamos dado cuenta, ha aparecido un proceso lento pero eficiente que, en las sociedades desarrolladas, está minando nuestra capacidad de tolerar situaciones adversas. Al principio es algo apenas notorio, como el mecimiento ocasional cuando un bebé tiene verdaderas dificultades para dormir. También, la incorporación de ingredientes dulces para evitar el mal sabor de algunos medicamentos. A continuación, la televisión a la hora del desayuno para que sea más sencillo que los pequeños de la casa se porten bien a esa temprana hora. Más tarde, los libros llenos de colores para que resulten llamativos. Por supuesto, las pantallas en los coches para que los niños se entretengan durante los viajes largos, y así sucesivamente. Después de toda una vida siguiendo esa pauta, ya de adultos seguimos necesitando monitores de televisión que nos distraigan del ejercicio en el gimnasio, libros cada vez más breves y sencillos de leer, noticias entretenidas, y revistas llenas de fotografías en las que las ideas esenciales estén claramente destacadas. La comodidad extrema rodea nuestras vidas, y hasta tenemos reposabrazos en el coche, no vaya a ser que el trabajo de maniobrar el volante resulte excesivamente extenuante.   

En ocasiones da la sensación de que todo tiene que ser atractivo o sencillo, o ambas cosas, para que nos decidamos a acometerlo. Hoy día cada vez es más difícil que los niños se involucren en torneos por el mero placer de participar, los universitarios a duras penas se movilizan para una tarea académica si no conlleva el consabido reconocimiento de créditos, y en general cada vez son más las personas que no se implican en aquellas actividades que cuestan esfuerzo. 

La motivación es una pieza fundamental tanto para la fuerza de voluntad como para la perseverancia, y existe en dos formatos: la intrínseca, que es la automotivación, y la extrínseca, que es la que el entorno nos proporciona. En suma, o nos impulsamos nosotros mismos o alguien nos empuja. Por otro lado, según parece indicarnos la ciencia, da la impresión de que un organismo necesita enfrentar determinadas dificultades para fortalecerse. Es un principio que, por ejemplo, parece explicar el origen de ciertas alergias: al vivir en entornos asépticos el cuerpo humano podría no generar determinadas defensas contra algunos alérgenos y, como consecuencia, se debilitaría. Por eso solemos decir que lo que no nos mata nos hace más fuertes. 

¿Y si la motivación funcionara igual? ¿Y si cuanto más fácil y llamativo resulta el mundo menos se desarrolla nuestra capacidad de automotivarnos? Si eso fuera así nos habríamos equivocado con la motivación, al crear un mundo tan fascinante y sencillo que habría arrinconado a nuestra fuerza de voluntad y a nuestra perseverancia, herramientas vitales en cualquier camino hacia el éxito. 

Hay que pensar que si queremos hacer realidad nuestros planes, y sobre todo si perseguimos metas importantes, no podemos confiar en que las cosas van a ser fáciles. O en que habrá alguien para motivarnos en cada pendiente del camino. Por tanto es imprescindible reflexionar sobre cuáles son las claves que nos pueden ayudar a darnos ánimos a nosotros mismos, a extraer energía de nuestras propias convicciones, a dar todavía un paso más cuando nos parezca que estamos agotados y a que, en definitiva, ese combustible indispensable que se llama motivación no dependa únicamente de que el mundo a nuestro alrededor sea atractivo y simple. 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 30.03.2014

A menudo escuchamos a personas que afirman no realizar actividades físicas porque les resultan agotadoras. Sin embargo, el razonamiento productivo es más bien el contrario: no hay que dejar el gimnasio porque nos cansemos, sino que, al revés, tenemos que pensar que si nos cansamos es precisamente porque no vamos al gimnasio lo suficiente.

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