En nuestra vida profesional, como en cualquier sistema, es necesario que exista un balance entre la energía entregada y la energía demandada. Sin embargo, en más casos de los que sería esperable, sentimos que las demandas de nuestro entorno superan con mucho nuestra capacidad de enfrentar los retos cotidianos, tanto profesionales como personales.
A menudo nos quejamos de estrés, de cansancio o de falta de tiempo, pero ni las escapadas de fin de semana consiguen disminuir significativamente nuestra tensión o proporcionarnos suficiente descanso, ni los mejores sistemas de gestión de tareas logran reducir nuestro ritmo de trabajo o ayudarnos a vencer nuestra tendencia a la procrastinación. Por ello hemos de reconocer una gran verdad, tan obvia como poco tenida en cuenta, y es que nuestro estado a casi todos los niveles depende del tipo de vida que llevamos.
Hace tiempo que Jim Loehr y Tony Schwartz acuñaron el original concepto de atleta corporativo, que es un profesional que enfrenta sus retos con el mismo enfoque que los deportistas de élite. Bajo su perspectiva, la auténtica clave de la productividad, y por tanto del éxito, no es la gestión del tiempo, sino la gestión de la energía. Por eso nuestro mayor problema no son el estrés o el agotamiento en sí mismos, sino su linealidad, y la solución está en intercalar ciclos de entrega y recarga de energía que impidan el colapso de nuestros recursos.
Pero para ello es fundamental conocer las diferentes fuentes de energía que poseemos los seres humanos y utilizarlas todas: en primer lugar, sabemos que cuando nuestro cuerpo está en forma nos sentimos con capacidad de superar los retos del día a día, pero si no es así incluso las tareas más simples se vuelven desafíos insuperables. La energía de nuestro cuerpo proviene de tres fuentes diferentes e igualmente necesarias. La actividad física, por un lado, es la que pone nuestro cuerpo a tono y nos permite mantener el cansancio a raya, además de aumentar nuestra esperanza de vida. La nutrición, por otro lado, nos facilita un aporte constante de energía para recargar nuestras reservas de autocontrol. Por último y no menos importante, el descanso nos brinda los ciclos regenerativos que nuestro cuerpo necesita tras el esfuerzo.
Todos hemos experimentado que cuando encontramos una actividad que realmente nos motiva somos capaces de mantener un alto estado de concentración durante un tiempo considerable, sin que en apariencia nos cueste esfuerzo. Este estado, que se ha definido como flow, existe debido a que los seres humanos poseemos también energía mental, que es la que nos proporcionan los desafíos que nos ponen a prueba y que nos hacen crecer al superarlos.
A pesar de que en general somos conscientes de nuestros sentimientos, pocas veces utilizamos de forma deliberada el potencial de nuestra energía emocional. Sabemos que hay actividades que nos ilusionan, personas con las que nos sentimos bien, obras que nos emocionan y pensamientos que nos contagian alegría y ganas de vivir. Sin embargo, son contadas las ocasiones en que utilizamos estas poderosas fuentes para recargarnos cuando lo necesitamos.
Los seres humanos poseemos también una valiosísima energía, y es la que está conectada con aquellas ideas que para nosotros son irrenunciables. Con nuestros valores más profundos y creencias más elevadas. Se trata de la energía espiritual, que es la que puede ayudarnos a llegar aún más allá cuando todas las demás fuentes de energía se han agotado.
Pero la fuente de energía definitiva, la que las integra todas y la que puede hacernos llegar verdaderamente lejos, es la que nace de aquello que en el fondo queremos ser y hacer en esta vida. La que nos proporciona nuestro rumbo vital, que es la que encontramos en aquellas actividades que dan sentido a nuestra vida.
Para enfrentarnos a nuestros desafíos, sobre todo si son importantes, resulta imprescindible contar con todas y cada una de estas fuentes de energía, recurriendo a unas cuando las otras no estén disponibles y viceversa. Solo una adecuada gestión de todas ellas nos proporcionará el empuje suficiente para hacer frente a los desafíos del día a día. Ningún desierto se puede cruzar sin agua, como ningún reto se puede afrontar sin energía.