Nadie nos lo ha dicho nunca y mucho menos lo ha demostrado. Sin embargo, intuimos que analizar lo que nos ha ocurrido es importante para el futuro. Y así es que en todas las circunstancias notables de la vida, pero en particular cuando ocurre un suceso imprevisto y grave, nos pasamos días, a veces incluso semanas o meses, revisitando constantemente el suceso tratando de desenterrar nosequé secreto oculto entre las fibras que lo han tejido. Y ello tanto en el terreno personal e individual como en el profesional y corporativo: el análisis de lo acontecido es un elemento inherente a cualquier crisis. Es posible que esta tendencia pueda ser cultural y que la hayamos heredado del estudio de la Historia, que siempre parece demostrar de que unos acontecimientos se siguen de forma lógica a partir de otros, y que es posible analizarlos según periodos claramente definidos que acontecen entre un claro comienzo y un indiscutido final 

Es curioso que a menudo no reparemos en que, a pesar de la complejidad de las fuerzas que gobiernan al mundo y al ser humano, el relato de los hechos históricos resulte siempre tan ordenado. Es interesante también que sea infrecuente tomar las variadas interpretaciones que se vierten sobre un suceso como prueba inequívoca de que el análisis que finalmente queda impreso en los libros es obviamente parcial. En fin, es igualmente sugerente que la propia Historia se escriba y reescriba una y otra vez conforme más datos aparecen, pareciendo dejar claro que no puede haber orden objetivo en el relato de un acontecimiento, y que cualquier aproximación a esa objetividad será siempre una interpretación. Por último, sorprende que nuestros análisis sean más frecuentes en las crisis que tras los episodios de buenaventura. 

Es probable que esa tendencia a descomponer lo que nos ocurre en fragmentos que luego tratamos de ordenar sea consecuencia de la natural tendencia del ser humano a buscar sentido, que tiene su probable origen en la predicción de los acontecimientos y en último término en una ancestral búsqueda de la supervivencia. En otras palabras, una parte de nuestra tendencia al análisis, sobre todo al análisis excesivo e infructuoso, puede tener más de instintivo que de acto puramente racional. Pensemos que, aunque realmente fuéramos capaces de aislar las causas inequívocas de un evento, cosa más bien poco probable debido a la obvia complejidad de los acontecimientos, aun así quedaría por ver a qué situación en concreto se podría aplicar ese nuevo conocimiento, dado que la evolución de los sucesos, siempre cambiantes, con toda seguridad jamás produciría circunstancias suficientemente similares como para garantizar que lo que hemos aprendido pueda servirnos de algo. Y ello tanto más cuanto más singular haya sido lo que nos ha acontecido.  

Por eso puede que la pregunta más habitual que normalmente hacemos a la vida, que es por qué ocurren las cosas, no sea en realidad la más importante. Y, aunque esto resulte contra intuitivo, porque en nuestra mente la realidad transcurre desde el pasado al futuro, es decir, desde las causas a las consecuencias, puede resultar mucho más práctico preguntarse cuál es rumbo a tomar, en lugar de rumiar improductivamente acerca de los hechos que, teóricamente, han producido tal o cual desenlace. Y mucho más  fértil trazar nuevos planes y mirar al futuro que anclarse en un pasado que ya ocurrió y que es tan inamovible como inexistente. Y mucho más positivo desbloquear ese estado de shock en el que normalmente nos deja un acontecimiento adverso para dar un paso, aunque sea en una dirección aleatoria, o aunque luego tengamos que rectificarlo. Por eso la pregunta no es por qué: la pregunta es hacia dónde.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

A todos nos decían que era mejor estudiar un poco todos los días que enterrarse entre apuntes el día antes del examen, y sin embargo muy pocos eran capaces de cumplir este aparentemente sencillo consejo. Evidentemente ponerse a estudiar un examen cuando quedaban meses para realizarlo era difícil, porque no le veíamos el sentido. Así que siempre encontrábamos algo mejor que hacer.

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Una de las cualidades humanas más envidiables es la fuerza de voluntad. Todos admiramos a esas personas que son capaces de madrugar, de resistir la tentación del chocolate, de correr durante kilómetros y kilómetros a pesar de que las piernas no les respondan, o de encadenar una reunión tras otra sin tomar café ni perder la concentración.

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