Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 30.07.2015

El hilo que une nuestra conducta a nuestras tareas se llama responsabilidad. Acometemos las tareas porque nos sentimos responsables de ellas. Como evidentemente nadie hace nada que no sienta como cometido propio, el motor nuclear que produce las excusas opera precisamente a ese nivel, es decir, desvinculando la conducta de las tareas, debilitando así el vínculo de la responsabilidad. Resulta sumamente interesante analizar cómo ocurre este fenómeno.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, El Economista, Psicología del éxito / 23.07.2015

Las excusas son uno de los inventos del ser humano que resultan más dañinos para la productividad. Una excusa es básicamente una pirueta creativa que nos aleja de lo que es nuestro deber, disminuyendo así nuestro rendimiento y alejándonos de nuestros objetivos. Están directamente emparentadas con otra importante debilidad, que es dejar para mañana lo que tenemos que hacer hoy. Excusas y procrastinación son dos aliados perversos que deberíamos erradicar de nuestro mundo profesional.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 15.07.2015

Cada vez las frases, los párrafos y los artículos son más breves, hay más imágenes e infografías, y cada vez más el contenido está estructurado de forma que aparezcan destacadas las ideas más importantes o, quizá peor aún, están enumeradas como si de un recetario se tratara: “los 3 secretos del management”, “10 claves para posicionar un sitio web”, “una estrategia de medios en 5 pasos”, y así sucesivamente. Da la sensación de que cualquier reflexión o procedimiento puede ser desollado, escurrido, cocinado y emplatado en un aperitivo que apenas lleve un minuto digerir.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Psicología del éxito / 07.07.2015

En los años 60 y 70, a lomos de la revolución creada por la Generación Beat, y recogiendo y amplificando su mensaje, los hippies popularizaron una cultura basada en la concordia y la fraternidad. Se bautizó a aquella época como la era de acuario. En el epicentro de este concepto se situaba una canción que formó parte del musical Hair, estrenado en Broadway en 1967, y que hablaba de confianza y entendimiento. Resulta sugerente preguntarse cómo hemos podido pasar de la era de acuario a la era del selfie.

Con mayor o menor éxito técnico, siempre ha sido posible hacerse un autorretrato con una cámara fotográfica, pues desde hace décadas éstas incorporan temporizadores y botones de disparo remotos, aunque fueran rudimentarios. Sin embargo, nunca hasta este momento ha sido tan importante la tendencia a hacerse fotos a uno mismo, tanto que ha acabado por aparecer en el mercado ese adminículo ahora casi ubicuo que permite alargar el brazo para hacerse un selfie con mayor efectividad. Y cuando creíamos que ese tipo de retrato era ya el colmo del narcisismo, aparecieron las braggies (de brag, alardear), que son las fotografías que una persona hace, normalmente durante sus vacaciones, para presumir ante su red social. Las instantáneas del bikini bridge, captadas y difundidas con la clara intención de hacer alarde de moreno y delgadez, representan el punto álgido de este fenómeno tan extraño y sorprendente.

Aparentemente atravesamos una época en la que lo colaborativo parece vivir un momento de particular efervescencia. Por todos lados escuchamos mensajes que refuerzan la fe en el equipo como algo más que la suma de sus miembros, al tiempo que fenómenos como el consumo colaborativo, el crowdfunding y los espacios de coworking parecen mostrar que realmente se trata de algo más que un pensamiento superficial o una moda.

Sin embargo, existe un fuerte contraste entre estas manifestaciones con la marcada cultura de lo individual y egocéntrico, que también parece estar fuertemente arraigada en nuestra sociedad. La tendencia a la personalización, demanda ya irrenunciable de la mayoría de los consumidores, la proliferación de blogs personales de toda índole, el concepto de marca personal y todos sus sucedáneos, las apabullantes ventas de cámaras subjetivas y, desde luego, la epidémica moda del selfie, hacen dudar de que realmente la popularización de lo cooperativo sea una de las señas de identidad actuales.

¿Debemos pensar que a día de hoy las personas utilizan lo colaborativo como base para potenciar su individualidad, y por tanto la creación de una red social sirve fundamentalmente a los efectos de crear audiencia? ¿O se trata de personas distintas, unas que defienden el valor del grupo y otras que abogan por sacar brillo a su individualidad? ¿O todas las personas son individualistas pero se valen de lo colaborativo porque no les queda otro remedio en estos tiempos de dificultades económicas? ¿Son incompatibles la cultura de la cooperación y la de la individualidad?

Contestar a estas preguntas no parece trivial ni es sencillo. Sin embargo, sea como sea, da la impresión de que el selfie no es solamente una moda que pasará tarde o temprano, sino también una manifestación de un síntoma social subyacente. Un síntoma de una cultura que busca constantemente la demostración pública de la actividad y, más allá de ello, el culto narcisista al sí mismo como protagonista. Resulta inspirador imaginar qué pensarían aquellos hippies de la era de acuario al ver que, en cualquier actividad, la mayoría de la gente invierte hoy día un tiempo considerable en hacerse fotos para demostrar que participó en ella en lugar de vivirla intensamente, que es lo que hacían ellos.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 02.07.2015

La historia de la navegación nos proporciona una bellísima metáfora de lo importante que es para el ser humano saber dónde está y a dónde se dirige. En tiempos remotos, cuando los barcos surcaban los mares, había dos problemas que tardaron siglos en resolverse. Hoy, que cualquier smartphone incorpora geolocalización vía satélite, nos cuesta trabajo entender que verdaderamente se tratara de retos complejos. El primero era el problema de la latitud, es decir, los marineros necesitaban saber en qué punto se encontraban respecto al eje Norte-Sur. Esto fue resuelto relativamente pronto, puesto que sabemos que a diario, en una determinada latitud, exactamente al mediodía, el sol no produce sombra alguna sobre una vara clavada en la tierra. Si en ese mismo momento se produce alguna sombra es porque el barco está más al norte o más al sur de la posición neutra. Lo demás fue una cuestión de crear tablas que determinaran todas las posibilidades que se podían dar. Más difícil fue el problema de la longitud, es decir, determinar en qué punto se encontraba un barco en el eje Este-Oeste. Sorprendentemente, al final la dimensión que resolvió el problema no fue la distancia, sino el tiempo. Si un barco llevaba a bordo un reloj muy preciso (lo llamaron cronómetro marino) que siempre marcase la hora del lugar de origen, sería posible calcular la diferencia horaria respecto al punto de partida y por tanto estimar la longitud. Sin esas dos simples medidas debía ser arriesgado enrolarse en una expedición por mar, puesto que las probabilidades de perderse eran altas, máxime cuando los barcos de vela no tenían las posibilidades que hoy tienen de navegar casi con cualquier dirección del viento.

De igual manera, para los seres humanos navegar por la vida es altamente arriesgado si no sabemos dónde estamos ni a dónde queremos llegar. Todo en la vida cuesta tiempo y esfuerzo, y es un derroche dedicarnos a tareas que no aportan ningún valor. Por eso lo más importante en la vida, como en la navegación, es saber dónde estamos y a dónde queremos ir. Lo demás se ajusta en función de esos parámetros. Posiblemente por eso decía Gene Kranz, antiguo director de vuelo de la NASA, y el hombre que trajo de vuelta a los astronautas del Apolo 13, evitando así un desastre de consecuencias fatales, que lo malo no es no cumplir un objetivo, lo malo es no tenerlo.

El rumbo vital es la dirección que una persona toma como misión en la vida, más allá de los patrones preestablecidos que la sociedad le propone, tales como cursar unos estudios, obtener un puesto de trabajo, formar una familia o irse de vacaciones en las épocas de descanso. Como bien explica Jim Loehr en “The power of story”, las historias que nos contamos a nosotros mismos y que contamos a los demás determinan en buena medida el rumbo que escogemos en la vida, y por tanto nuestro éxito o fracaso. Todos vivimos en una historia, en una película de la que somos protagonistas, y es fácil ver que mientras que unas personas viven en dramas o en tragicomedias, otras viven en películas bélicas o en epopeyas heroicas. En la vida, al igual que en el cine, hay grandes producciones, telenovelas, comedias de situación y una larga serie de narrativas vitales cuya calidad e impacto difiere significativamente de unas a otras.

No es lo mismo definirse como “emprendedor”, como “empresario”, o como “director”, que decir que lo que un profesional hace es “dedicarse a mejorar la vida de las personas a través de la tecnología”, que su trabajo consiste en “apoyar la creación de valor a través de la generación de ecosistemas de talento”, o que su misión es “incorporar la comunicación sincera en la gestión de la experiencia de cliente”. Cuando una persona declara una misión relevante y se siente parte de un proyecto de envergadura, percibe que su aportación a este mundo es importante y todo cobra sentido.

A menudo deberíamos reflexionar sobre esa palabra, “sentido”, porque se relaciona con dos conceptos que son de aplicación a esta idea de rumbo vital, y que podrían, metafóricamente, corresponder a la latitud y a la longitud. Por una parte, “sentido” está relacionado con “dirección”, es decir, rumbo. Por otro lado, “sentido” es sinónimo de “significado”. El motivo por el que esto es importante es que la ciencia ha mostrado recientemente que una de las claves de la felicidad es poseer un propósito en la vida – una dirección-, que lo que hacemos tenga un sentido –un significado- y que mantengamos la esperanza necesaria para conseguir nuestros propósitos. Dos de estas claves tienen que ver con la doble interpretación del término “sentido”.

Muchas personas llegan a esa situación no por fértil menos desagradable que se llama la crisis de la mediana edad y descubren que aquello que un día quisieron ser está tan alejado de lo que son que la vida parece no tener sentido: ni dirección ni significado. Es un ejemplo contundente de que haber trazado una narrativa biográfica dentro de la cual haya una misión esencial en la vida es una clave indiscutible del éxito. Otro ejemplo claro lo aportan todos aquellos profesionales que, en un momento de su trayectoria, deciden iniciar una vía de reinvención profesional paralela a la que hasta el momento han llevado. En muchos de estos casos se trata de ocupaciones creativas o que tienen que ver con el conocimiento y que, en cualquier caso, desarrollan una vertiente más personal. Abundan los directivos que, por ejemplo, han decidido comenzar a impartir clases en escuelas de negocios, a escribir libros o a participar en redes de conocimiento compartido. No es difícil ver en esas líneas de desarrollo paralelo un intento de agregar significado a su vida profesional. Quizá estos profesionales sienten que su trayectoria se ha desviado de lo que en el fondo quieren aportar en esta vida, y buscan de esta manera reajustar su rumbo.

Al fin y al cabo, a quienes trabajamos en la arena empresarial esto no debería sorprendernos, puesto que el rumbo vital es a las personas lo que la misión y visión es a las empresas. De hecho casi podríamos decir que la misión es el significado y la visión es la dirección, porque la misión es lo que somos, lo que hacemos hoy, es decir, lo que da significado a nuestra actividad, mientras que la visión es lo que pretendemos ser o cómo pretendemos que sea el mundo gracias a ella, es decir, la dirección en la que nos movemos. Sea como sea, lo que es evidente es que ningún miembro de un comité ejecutivo sería capaz de gobernar una empresa sin estrategia. De esa misma manera, tendríamos que pensar que es difícil que consigamos el éxito si nosotros mismos carecemos de ella.

Hoy, que tanto se habla de marca personal, deberíamos tener en cuenta que se trata solamente de eso, de una marca. Un sello, sí, personal, pero que debe estar asentado sobre una estrategia. No hay marca si no hay empresa y, de la misma manera, si no hay un rumbo, la marca personal será únicamente un anuncio vacío sobre un profesional que camina sin dirección ni sentido por el sendero de su desarrollo, de la misma forma que un barco navegaría sin conciencia de su latitud o longitud. Por eso dice un antiguo adagio que siempre soplan malos vientos para el que no sabe dónde va.

Como magistralmente recoge Daniel Pink en “La sorprendente verdad sobre qué nos motiva”, lo que auténticamente nos mueve como seres humanos no tiene que ver solo con recompensas o sanciones, ni únicamente con nuestra supervivencia, sino que existe un tercer impulso que nos hace actuar sin necesidad de otro tipo de motivación, porque forma parte de lo que de verdad nos interesa y conmueve, de lo que nos desafía. Partir de ese impulso para escoger cuidadosamente nuestra misión y definir una narrativa vital que fije un rumbo para nuestros esfuerzos, dedicarle tiempo y recursos, evaluar cada cierto tiempo a qué distancia nos encontramos y, tal vez, modificarlo de cuando en cuando, son tareas indispensables para conseguir dotar a nuestra existencia personal y profesional de verdadero sentido, en su doble acepción de dirección y significado.

Lo único que nos faltaría entonces para lograr nuestros propósitos es albergar la esperanza de que finalmente lograremos llegar al puerto de destino.

Artículo originalmente publicado en www.gestion.com.do

Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 23.06.2015

Una de las ideas que conviene conocer es que el nivel de felicidad de una persona depende fundamentalmente de tres factores: en primer lugar, un determinado nivel basal de felicidad que cada persona tiene y que es genéticamente determinado. En segundo lugar, lo que la persona hace por ser feliz. Y en último lugar, el influjo de las circunstancias que rodean a la persona.

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Psicología del éxito / 18.06.2015

Teniendo en cuenta que pasamos, al menos, un tercio de nuestra vida trabajando, y que es un deseo legítimo que todo ese tiempo sea lo más feliz posible, resulta interesante reflexionar sobre la manera en que el bienestar y el trabajo se relacionan. Como en muchas otras parcelas de nuestra vida, tendemos a pensar que si tuviéramos un trabajo mejor seríamos más felices, y sin embargo es posible que la relación sea la contraria.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 16.06.2015

La relación entre felicidad y éxito es una de las complejas cuestiones que la investigación está comenzando a esclarecer. A primera vista, daría la impresión de que cuando las personas tienen éxito, se sienten más felices. Y por tanto, en muchos casos, esperamos a que los acontecimientos se pongan de nuestra parte o a que las cosas nos salgan bien para sentirnos felices. Sin embargo, puede que el enfoque correcto sea justo el contrario.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 11.06.2015

La felicidad puede parecer un concepto difícil de abordar, pero no por ello es menos interesante. Tanto la felicidad en el trabajo como en la vida personal, parece ser el objetivo último a conseguir puesto que intuimos que, si somos felices, todo lo demás es secundario. Uno de los conceptos científicos que conviene conocer en relación con la felicidad es del de “adaptación hedónica”, que más o menos quiere decir que, a no ser que tomemos medidas, ningún incremento de la felicidad es duradero.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 09.06.2015

Ser feliz es una aspiración clara y legítima de la totalidad de la población, salvo quizá alguna rara excepción y, sin embargo, siendo un concepto tan extendido, se hace complejo intentar desenmarañar sus claves. Afortunadamente, cada vez hay más investigación seria sobre este tema, ayudándonos a una búsqueda de la felicidad eficiente y operativa, por mucho que parezca que estos términos no son de aplicación al concepto de felicidad.

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