El Economista, Jesus Alcoba / 30.04.2015

Desterrada como ha estado durante mucho tiempo por una sociedad del bienestar que tiende únicamente a pensar en lo sencillo y lo gratificante, la fuerza de voluntad es una capacidad que va poco a poco retomando su lugar en la cultura y en la investigación. Hoy día sabemos que es una de las cualidades ineludibles del éxito, y por eso es necesario reflexionar sobre tan potente recurso, porque oculta hechos sorprendentes.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 21.04.2015

La productividad sigue siendo uno de los grandes retos de nuestra vida profesional. A veces sentimos que no abarcamos todo lo que nos gustaría, que la lista de tareas se descontrola, o que la bandeja de entrada se desborda. Con el advenimiento de una disrupción económica de extraordinarias proporciones, quizá equívocamente identificada al comienzo como una crisis más en el ciclo económico, nuestra vida se ha convertido en una montaña rusa de plazos, agendas, prioridades y prisas. En este contexto todos nos preguntamos cómo podemos ser más productivos y lograr nuestros objetivos.

Quizá fue el Renacimiento el primer momento en el cual la Humanidad volvió sus ojos al pasado para recobrar valores y concepciones de la vida que se consideraban olvidadas. Desde entonces encontramos siempre útil y provechoso retroceder décadas o siglos para buscar sabiduría en épocas pasadas. En el caso particular de la productividad, puede que lo que Miyamoto Musashi escribió a mediados del siglo XVII nos resulte inspirador.

Musashi fue uno de los samuráis más célebres, pues resultó vencedor en innumerables combates durante décadas. Pero, sobre todo, es conocido por el legado de su «Libro de los Cinco Anillos», un compendio de los conocimientos que deben caracterizar a un buen samurái. Entre ellos hay desde técnicas meramente instrumentales, como la manera correcta de empuñar un sable o la manera de ponerse en guardia, hasta cuestiones de corte más filosófico.

Una de las cualidades que para Musashi debía tener el buen samurái es tan simple como profunda, y encierra una competencia tan difícil de cultivar como provechosa para el éxito: no hacer nada inútil.

«No hacer nada inútil» es un pensamiento que encierra un concentrado de sabiduría y un claro potenciador de la productividad. Posiblemente si a lo largo de un día anotáramos todas y cada una de las ocupaciones en las que estamos involucrados, encontraríamos rápidamente que se pueden categorizar en tres tipos básicos: las tareas que están alineadas con nuestro rol y objetivos, y por tanto son útiles, las tareas en las que nos involucramos pero no tienen que ver con nuestra misión profesional o marca personal, y por último aquellas ocupaciones que son simplemente inútiles y nos hacen perder el tiempo. El pensamiento de Musashi viene a decir que lo que tendríamos que hacer es lograr que todas las tareas fueran del primer tipo. Es decir, intentar garantizar que en todos y cada uno de los minutos del día estamos haciendo algo que es útil, es decir, algo productivo y que tiene que ver con los objetivos últimos que pretendemos como profesionales.

Evidentemente verlo de esa manera puede inducir cierta presión porque parece deducirse que de lo que se trata es de dedicar todo el tiempo disponible a trabajar, pero en realidad la interpretación más sensata y útil no es esa, sino más bien prestar atención plena a lo que hacemos en cada momento y ver si está alineado con nuestros objetivos. Ese algo evidentemente puede ser trabajar, descansar, pensar o soñar. De lo que se trata es de que todos los movimientos de nuestra conducta sean intencionales y realmente estén conectados con lo que pretendemos en la vida o esperamos de ella.

 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 04.03.2015

Uno de los objetivos que han perseguido las técnicas espirituales desde el comienzo de los tiempos es el control voluntario de la conciencia, es decir, desarrollar la capacidad para proyectar en el lienzo de nuestro campo consciente aquello que es positivo para nosotros. Ese es el pilar básico de la meditación, y por eso, en esencia, se trata de un ejercicio de retorno al objetivo de la concentración – habitualmente la respiración – cada vez que surge una distracción.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 06.02.2015

En la remota isla de South Georgia, bien custodiada por leones marinos, se encuentra el monolito que señala el lugar donde descansa el legendario explorador Ernest Shackleton. En él está inscrito el célebre verso de Browning: «Sostengo que un hombre debe luchar hasta el límite por aquello que se ha propuesto en la vida». No sabemos a ciencia cierta porqué las frases célebres nos impactan tanto, aunque es muy posible que sea porque encierran una profundidad que la lectura superficial no revela pero que intuimos, y ese misterio nos atrae.

En el caso de la frase de Browning hay al menos dos ideas importantes que, si bien son centrales en la vida, no son fáciles de llevar a la práctica. La primera de ellas es que el éxito tiene que ver con algo que una persona se ha propuesto. Lo cierto es que si nos levantáramos cada mañana y nos preguntáramos qué es lo que nos hemos propuesto en la vida, muchas veces no sabríamos qué contestar. Progresar profesionalmente, tener un buen salario, formar una familia, cuidar de ella, y así sucesivamente, no son sino patrones predefinidos, argumentos preexistentes que en general seguimos más o menos todos. Pero una cuestión muy diferente es qué es lo que cada individuo, como persona única e individual, persigue como aspiración genuina, como misión en esta vida. La ciencia nos dice que una de las claves de la felicidad es que en nuestra vida haya esperanza, sentido y un propósito. Si no sabemos a dónde vamos es muy difícil que sepamos interpretar si lo que nos pasa es malo o bueno, y mucho más saber cuándo hemos llegado.

La segunda idea es que para lograr lo que uno se propone es preciso luchar hasta el límite. En esta llamada sociedad del bienestar hemos acabado identificando como bueno todo lo que es sencillo, lo que no cuesta trabajo y lo que es confortable. Hemos desterrado a la cultura del esfuerzo a la última de nuestras preocupaciones, porque todo lo que es imprescindible, y muchas veces lo que no lo es, está al alcance de la mano. Sin embargo esto crea una perspectiva errónea, porque como bien saben la mayoría de las personas, todo lo que en realidad tiene valor cuesta un gran esfuerzo, a veces un esfuerzo titánico. Nunca nada grande se hizo de la noche a la mañana, ni por un golpe de suerte. Sobre todo aquellos logros que tienen que ver con nosotros mismos, con lo que realmente buscamos en esta vida, sea personal o profesionalmente.

Evidentemente esto no es ni mucho menos fácil. Hay que empezar por intentar visualizar el futuro y pensar en qué punto quiere cada uno encontrarse dentro de dos años, o cinco o diez. Y luego, quizá más difícil aún, darse cuenta de que nada ocurre súbitamente, y de que por tanto a diario debe haber acciones que conduzcan a donde se quiere llegar. Si ninguna de las acciones que una persona hace en un día le conduce a objetivo que pretende, y eso se repite durante varios días, es fácil saber sin demostración alguna que nunca llegará a conseguirlo. Los futuros se construyen en los presentes: es la única manera.

Es bastante probable que pueda conseguir lo que una persona se propone si tiene claro de qué se trata y lucha por ello hasta el límite. Shackleton es una de las pocas personas que logró convertir un fracaso rotundo (el naufragio de un barco en la Antártida, con la consiguiente e irremediable imposibilidad de acometer la expedición que tenía planteada), en un éxito absoluto (regresar con todos sus hombres sanos y salvos dos años después de haber partido). Pero para eso fue necesaria una meridiana claridad en sus objetivos y un espíritu de sacrificio fuera de lo común que puso al servicio de la misión, todos y cada uno de los días que duró. Al admirar la increíble gesta del que posiblemente es uno de los más grandes líderes de todos los tiempos, resulta imprescindible preguntarse cómo lo consiguió. La respuesta, al menos una de ellas, está escrita en la piedra del monolito bajo el cual descansa: «sostengo que un hombre debe luchar hasta el límite por aquello que se ha propuesto en la vida.»

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 23.01.2015

Una de las cualidades del liderazgo resonante es la conciencia. Tanto en los buenos como en los malos tiempos los grandes líderes se han caracterizado por leer la realidad con ecuanimidad. Por estar en el aquí y en el ahora, y por no dejar que ni el pesimismo les consuma ni un optimismo ingenuo les distraiga. Aunque pueda parecer lo contrario, saber dónde se está no es una tarea fácil para nadie, y menos para una persona que conduce a otras.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 27.11.2014

El ensayista checo Erich Heller escribió en una ocasión que había que tener cuidado con la forma en que interpretamos el mundo, porque es exactamente como lo interpretamos. Obviamente esto no quiere decir que tengamos la cualidad de leer la realidad de modo ecuánime, sino que el mundo, para cada uno de nosotros, es exactamente como cada uno lo ve, y no como es en realidad, si es que tal cosa existe. Y eso puede aplicarse igualmente a las personas que conocemos, a nuestra visión de nosotros mismos y, por supuesto, a los retos que nos planteamos.

Por mucho que se haya escrito y debatido sobre la importancia de la subjetividad humana, todo el esfuerzo invertido será poco si al final seguimos acabando con la idea de que las cosas son como las percibimos. El mayor error del ser humano, desde esta perspectiva, es que se cree que lo que piensa es cierto, es decir, vive en la realidad que le proyecta su mente con la certeza equívoca de que lo que experimenta es el mundo real.

De ahí la importancia de concentrarse en una visión del mundo que esté alineada con lo que en él pretendemos. Por ejemplo, se ha escrito mucho sobre los efectos del optimismo bien entendido, el que poseen las personas que consideran que las causas de los acontecimientos favorables son permanentes, mientras que las que causan los sucesos desfavorables son pasajeras. Estas personas tienen más éxito, pero lo que es simplemente increíble es que tienen una esperanza de vida mayor.

Igualmente potente es la mentalidad de crecimiento, que es la que muestran las personas que piensan que sus cualidades no son fijas, sino que se pueden entrenar y por tanto se puede progresar en ellas, da igual si se trata de la inteligencia, la capacidad musical o el baile. Estas personas se alimentan del esfuerzo y la dificultad porque lo consideran un síntoma de crecimiento. Su interpretación de la adversidad es, por tanto, muy diferente a la de las personas que piensan que sus habilidades son las que son y que no pueden hacer nada para cambiarlas.

Podemos elegir cómo pensar. Por tanto, pensemos de la manera que nos conduzca al éxito.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 18.11.2014

Como dijo Jim Loher, y pese a la extendida creencia que sostiene lo contrario, la gestión del tiempo en sí no conduce a nada. Porque dedicar simplemente tiempo a algo no hace que las cosas funcionen. Un padre puede estar en el partido que juega su hijo, pero si está pendiente del teléfono no sabrá lo que está pasando. De igual manera, un profesional puede estar en una reunión, pero si no está concentrado en ella no aportará nada. La clave del éxito no está, por tanto, en gestionar el tiempo, sino en gestionar la energía.

Muy a menudo experimentamos cansancio, falta de concentración, somnolencia, decaimiento y una larga serie de síntomas parecidos. Tendemos a atribuir esos estados al agotamiento o al estrés, cuando en muchos casos se deben simplemente a una inadecuada gestión de la energía. En ocasiones es debido a adicciones, como la del tabaco o la del café, que nos colocan en un ciclo de dependencia acabando a veces por provocar aquello que precisamente intentamos evitar con su consumo. En otros casos es debido a un patrón de alimentación poco saludable, bien sea por su cantidad, calidad u horario, y algunas veces más a causa de una utilización ineficiente de los tiempos de descanso. Por último, la falta de actividad física es responsable también de buena parte de nuestros estados de agotamiento.

Por más que nos empeñemos, si dormimos mal y a destiempo, no practicamos ninguna actividad física, no controlamos lo que comemos y somos dependientes del tabaco o del café, es injusto seguir culpando de nuestro mal estado al exceso de trabajo, al estrés o a los plazos. Es injusto, pero sobre todo es poco práctico, porque si somos el resultado de nuestro entorno poco podemos hacer para cambiarlo. Sin embargo, actuar sobre el descanso, la alimentación o el ejercicio físico está enteramente en nuestras manos.

Y eso es sólo el principio: la gestión eficiente de la energía que nos suministra el rumbo vital, la energía emocional, la energía mental, junto con la energía espiritual que nos aportan nuestros valores clave, puede hacernos llegar incluso más lejos.

Ningún movimiento puede darse sin energía, y mucho menos el que nos conduce al éxito.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 11.11.2014

Si la fuerza de voluntad nos permite lograr nuestros objetivos diarios, la constancia es lo que nos facilita conseguir nuestros objetivos a largo plazo. Si incluso un genio de talento incuestionable como Leonardo da Vinci tardó años en completar La Gioconda, los demás deberíamos abandonar la idea del éxito instantáneo y pensar que cualquier objetivo importante requiere perseverancia. Sobre todo porque aunque existan explosiones instantáneas de creatividad, de la idea a la realización, y aún más al éxito, el camino es abrumadoramente largo.

La constancia es una de esas habilidades de las que casi nadie se siente cerca. Miramos al futuro, y nos cuesta vernos haciendo las mismas cosas una y otra vez durante días, meses o años. No nos sentimos cómodos imaginándonos acumulando miles de horas de estudio, de entrenamiento o simplemente de concentración para lograr una misma meta. Y así es que objetivos como perder peso, escribir un libro, dominar un deporte, gestionar un proyecto de envergadura, y así sucesivamente, siempre se nos acaban escapando y nunca llegamos a completarlos. Sin embargo, otras personas sí lo hacen.

De la misma forma que la salud responde a una ecuación donde el peso fundamental está en lo que hacemos habitualmente, cada día, todos los días, cualquier otro objetivo de cierta relevancia está en función de conductas que también deben ser habituales. Es el poco a poco de cada día el que al final logra que consigamos lo que buscamos. Nunca nada grande se hizo de la noche a la mañana: ni los edificios más significativos de la historia, ni los grandes descubrimientos, ni desde luego las obras de arte más importantes.

Hay que dar muchos pequeños pasos para conseguir grandes cosas.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 04.11.2014

Dijo Michael Phelps que cualquier cosa es posible si estamos dispuestos a realizar los sacrificios que implica. Lo que ocurre es que muchas personas creen profundamente en lo primero sin reparar en lo segundo. No podemos dejar pasar inadvertido el hecho de que la sociedad del bienestar debilita nuestra capacidad de tolerar situaciones incómodas. A pesar de ello, hay multitud de situaciones en el camino hacia nuestros objetivos en las que no podemos esperar que las cosas serán siempre sencillas.

Son innumerables las situaciones en nuestra vida profesional en las que tenemos que recurrir a nuestra fuerza de voluntad: a veces teniendo que concentrarnos en una reunión que se prolonga más de lo esperado, otras veces trasnochando para realizar tareas que no nos resultan gratas, en ocasiones aguantando nuestras emociones en situaciones conflictivas, y así sucesivamente. En nuestra vida personal estas situaciones también abundan: el ejercicio físico y la alimentación sana requieren grandes dosis de fuerza de voluntad, como también la requieren la capacidad de ahorrar o los hábitos de higiene o de orden y limpieza domésticos.

La capacidad de tolerar situaciones incómodas se alimenta de muchas cosas, entre ellas el optimismo y la reflexión sobre nuestros valores clave. Y aunque pueda parecer extraño, también contribuye a ella una nutrición adecuada y una buena forma física. Ejercitar nuestra fuerza de voluntad y nuestro autocontrol a través de esas y otras claves, o al menos no rehuir aquellas situaciones que las requieren, es una clave indiscutible del éxito.

A mayor éxito, mayor dificultad. No pretendamos lo contrario.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 28.10.2014

Por impactante que pueda parecer, se calcula que la lista de tareas a realizar de cualquier profesional en un momento dado es de ciento cincuenta, y que el número de impactos informativos diarios que recibe una persona en un país desarrollado es de en torno a diez mil. Con todo ello ocupando nuestra mente, no es extraño que la capacidad de estar enfocados en lo que realmente está alineado con nuestra misión personal sea un bien tan preciado y escaso.

Cuenta Nicholas Carr en Superficiales, que a mediados de los años setenta, en Palo Alto, en la corporación Xerox, reunieron a un grupo de programadores para presentarles un descubrimiento sin precedentes. Se trataba de un sistema operativo que trabajaba en multitarea, de forma que cuando uno de ellos estaba programando, si alguien le enviaba un email el sistema abriría una ventana para mostrárselo. Pese al entusiasmo general, uno de los ingenieros que estaba presenciando la demostración, dijo: “¿por qué demonios iba uno a querer que le interrumpa y distraiga un email mientras está ocupado programando?”. Claro, nadie le escuchó. Y de alguna forma, aquello fue el principio del fin. O, menos dramáticamente, el no escuchar las voces críticas que han ido surgiendo en contra de este tipo de avances nos llevó a confiar en que el cerebro humano es multitarea, cosa que no es cierta, ni para los hombres ni para las mujeres: nuestra mente puede mantener una única cosa en la conciencia, y nunca más de una a la vez.

El enfoque consiste en controlar voluntariamente el contenido de la conciencia, objetivo que han pretendido todos los movimientos espirituales desde el principio de los tiempos. Proyectar voluntariamente en el lienzo de nuestra conciencia aquello que está alineado con nuestros objetivos en la vida, dejando a un lado distracciones, pensamientos negativos, ideas menores y razonamientos estériles o contraproductivos, es una clave irrenunciable del éxito.

Tenemos que dedicarnos a pensar en lo que tenemos que pensar. Así de simple.