Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 12.05.2016

Quizá no te suene, pero tal vez nunca en la historia de la humanidad ha habido una modelo más hermosa que una joven del Renacimiento llamada Simonetta Vespucci. Era considerada la reina de la belleza y, además de en otras obras, fue inmortalizada por Botticelli en El Nacimiento de Venus, dejando más que patente su hermosura.

Como toda mujer atractiva, Simonetta levantaba pasiones por donde pasaba, entre ellas las de Americo Vespucci, quien seguramente bebía los vientos por ella. Sin embargo, la bella Simonetta estaba enamorada de Marco Vespucci, primo de Americo, con quien finalmente contraería matrimonio.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 01.03.2016

Los equipos excelentes consiguen resultados, gozan de un buen ambiente de trabajo y facilitan el desarrollo de sus miembros. Son equipos en los que a cualquiera le gustaría trabajar. De modo nada sorprendente, una de sus cualidades más importantes no tiene que ver con lo que hacen en sí, sino con el por qué lo hacen, es decir, con hacia dónde se dirigen.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 09.12.2015

El éxito es una intersección entre energía y misión. Al igual que las organizaciones reflexionan sobre los motivos que alientan sus propuestas, los profesionales deben pensar en profundidad sobre hacia dónde se dirigen. También, al igual que las empresas son impulsadas por la potencia de su capacidad financiera, los profesionales han proporcionar energía a sus proyectos para concluirlos con éxito. Dependiendo de si un profesional tiene claro cuál es su misión y de si gestiona de manera eficiente su energía surgen cuatro situaciones. Y solo una de ellas conduce al éxito.

En primer lugar, si no existe claridad en los objetivos y no hay energía disponible, estaremos ante un profesional desconectado. No sabe por qué lleva a cabo sus tareas y carece del entusiasmo y la motivación necesarias para concluirlas con éxito. Está por estar, y ni aporta ni la empresa le aporta nada. Es el caso menos deseable de los cuatro.

Cuando existe un suficiente nivel de energía pero no está aplicada en la dirección correcta, porque no se conoce esa dirección, o porque es un rumbo que cambia cada día, lo que surge es una situación de desorientación. En este caso el profesional muestra un gran despliegue de potencia, pero siente que todo ese esfuerzo no vale para nada, porque si bien es posible que la empresa se beneficie de ello, él probablemente siente que está entregando su vida a una causa que no es la suya. El hecho de no tener una dirección profesional clara suele ir acompañado de una sensación de falta de sentido en el quehacer cotidiano. Son profesionales que se preguntan constantemente si lo que hacen tiene algún valor, o si no estarían mejor haciendo otra cosa. Pero como no saben cuál, perpetúan su situación día tras día sin encontrar realmente la causa de su situación y sin poder cambiarla.

En el tercer caso tenemos a un profesional que tiene claro lo que quiere hacer y sabe dónde quiere ir, pero carece de la energía necesaria para llevar a cabo sus planes. Le falta valor para ponerse en marcha, pospone reiteradamente sus proyectos, o simplemente habla de ellos en un plano teórico sin aterrizar en la práctica lo que quiere hacer. Pese a que parecen tener claro lo que quieren, estos profesionales están constantemente frustrados por no poder llevar a cabo sus sueños, y sienten que la vida pasa sin que ellos puedan realmente extraer de ella todo lo que esperan. Víctimas de la procrastinación y de excusas que no hacen sino prolongar su situación, viven esperando que las condiciones cambien para poner en práctica sus planes, sin percatarse de que lo que tiene que cambiar está en el interior de ellos mismos.

Por último, hay profesionales que saben a dónde van y disponen de la suficiente energía para llegar. Han reflexionado sobre lo que de verdad les llena, han definido su trayectoria, y caminan con ese rumbo poniendo en juego toda la energía de que disponen. Estos son los profesionales de éxito. Y no se trata solo de un éxito en el sentido exclusivo de su aportación y visibilidad en la empresa, sino también de la satisfacción personal derivada de saber que su vida profesional tiene un sentido.

El éxito surge como una poderosa combinación entre la energía vital y la misión de vida de un profesional. Y la empresa necesita a este tipo de personas, porque poseen el impulso y la visión, dos cualidades hoy ya imprescindibles para que también la empresa logre triunfar. El reto consiste no solo en captar ese talento, sino en que la organización sea capaz de sumar la energía de cada uno para promover un impulso único, y además en combinar dinámicamente la misión de cada uno en el rumbo común.

 

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Psicología del éxito / 01.09.2015

Uno de los pilares del triángulo de la responsabilidad es la claridad en los objetivos. Nos vinculamos de manera responsable a las tareas porque vemos claro cómo llevarlas a cabo. Lógicamente, una de las formas de debilitar el compromiso que tenemos con nuestras ocupaciones, y así plantear una soberbia excusa, es aducir que no sabemos exactamente lo que tenemos que hacer, porque no está claro.

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 30.07.2015

El hilo que une nuestra conducta a nuestras tareas se llama responsabilidad. Acometemos las tareas porque nos sentimos responsables de ellas. Como evidentemente nadie hace nada que no sienta como cometido propio, el motor nuclear que produce las excusas opera precisamente a ese nivel, es decir, desvinculando la conducta de las tareas, debilitando así el vínculo de la responsabilidad. Resulta sumamente interesante analizar cómo ocurre este fenómeno.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, El Economista, Psicología del éxito / 23.07.2015

Las excusas son uno de los inventos del ser humano que resultan más dañinos para la productividad. Una excusa es básicamente una pirueta creativa que nos aleja de lo que es nuestro deber, disminuyendo así nuestro rendimiento y alejándonos de nuestros objetivos. Están directamente emparentadas con otra importante debilidad, que es dejar para mañana lo que tenemos que hacer hoy. Excusas y procrastinación son dos aliados perversos que deberíamos erradicar de nuestro mundo profesional.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 02.07.2015

La historia de la navegación nos proporciona una bellísima metáfora de lo importante que es para el ser humano saber dónde está y a dónde se dirige. En tiempos remotos, cuando los barcos surcaban los mares, había dos problemas que tardaron siglos en resolverse. Hoy, que cualquier smartphone incorpora geolocalización vía satélite, nos cuesta trabajo entender que verdaderamente se tratara de retos complejos. El primero era el problema de la latitud, es decir, los marineros necesitaban saber en qué punto se encontraban respecto al eje Norte-Sur. Esto fue resuelto relativamente pronto, puesto que sabemos que a diario, en una determinada latitud, exactamente al mediodía, el sol no produce sombra alguna sobre una vara clavada en la tierra. Si en ese mismo momento se produce alguna sombra es porque el barco está más al norte o más al sur de la posición neutra. Lo demás fue una cuestión de crear tablas que determinaran todas las posibilidades que se podían dar. Más difícil fue el problema de la longitud, es decir, determinar en qué punto se encontraba un barco en el eje Este-Oeste. Sorprendentemente, al final la dimensión que resolvió el problema no fue la distancia, sino el tiempo. Si un barco llevaba a bordo un reloj muy preciso (lo llamaron cronómetro marino) que siempre marcase la hora del lugar de origen, sería posible calcular la diferencia horaria respecto al punto de partida y por tanto estimar la longitud. Sin esas dos simples medidas debía ser arriesgado enrolarse en una expedición por mar, puesto que las probabilidades de perderse eran altas, máxime cuando los barcos de vela no tenían las posibilidades que hoy tienen de navegar casi con cualquier dirección del viento.

De igual manera, para los seres humanos navegar por la vida es altamente arriesgado si no sabemos dónde estamos ni a dónde queremos llegar. Todo en la vida cuesta tiempo y esfuerzo, y es un derroche dedicarnos a tareas que no aportan ningún valor. Por eso lo más importante en la vida, como en la navegación, es saber dónde estamos y a dónde queremos ir. Lo demás se ajusta en función de esos parámetros. Posiblemente por eso decía Gene Kranz, antiguo director de vuelo de la NASA, y el hombre que trajo de vuelta a los astronautas del Apolo 13, evitando así un desastre de consecuencias fatales, que lo malo no es no cumplir un objetivo, lo malo es no tenerlo.

El rumbo vital es la dirección que una persona toma como misión en la vida, más allá de los patrones preestablecidos que la sociedad le propone, tales como cursar unos estudios, obtener un puesto de trabajo, formar una familia o irse de vacaciones en las épocas de descanso. Como bien explica Jim Loehr en “The power of story”, las historias que nos contamos a nosotros mismos y que contamos a los demás determinan en buena medida el rumbo que escogemos en la vida, y por tanto nuestro éxito o fracaso. Todos vivimos en una historia, en una película de la que somos protagonistas, y es fácil ver que mientras que unas personas viven en dramas o en tragicomedias, otras viven en películas bélicas o en epopeyas heroicas. En la vida, al igual que en el cine, hay grandes producciones, telenovelas, comedias de situación y una larga serie de narrativas vitales cuya calidad e impacto difiere significativamente de unas a otras.

No es lo mismo definirse como “emprendedor”, como “empresario”, o como “director”, que decir que lo que un profesional hace es “dedicarse a mejorar la vida de las personas a través de la tecnología”, que su trabajo consiste en “apoyar la creación de valor a través de la generación de ecosistemas de talento”, o que su misión es “incorporar la comunicación sincera en la gestión de la experiencia de cliente”. Cuando una persona declara una misión relevante y se siente parte de un proyecto de envergadura, percibe que su aportación a este mundo es importante y todo cobra sentido.

A menudo deberíamos reflexionar sobre esa palabra, “sentido”, porque se relaciona con dos conceptos que son de aplicación a esta idea de rumbo vital, y que podrían, metafóricamente, corresponder a la latitud y a la longitud. Por una parte, “sentido” está relacionado con “dirección”, es decir, rumbo. Por otro lado, “sentido” es sinónimo de “significado”. El motivo por el que esto es importante es que la ciencia ha mostrado recientemente que una de las claves de la felicidad es poseer un propósito en la vida – una dirección-, que lo que hacemos tenga un sentido –un significado- y que mantengamos la esperanza necesaria para conseguir nuestros propósitos. Dos de estas claves tienen que ver con la doble interpretación del término “sentido”.

Muchas personas llegan a esa situación no por fértil menos desagradable que se llama la crisis de la mediana edad y descubren que aquello que un día quisieron ser está tan alejado de lo que son que la vida parece no tener sentido: ni dirección ni significado. Es un ejemplo contundente de que haber trazado una narrativa biográfica dentro de la cual haya una misión esencial en la vida es una clave indiscutible del éxito. Otro ejemplo claro lo aportan todos aquellos profesionales que, en un momento de su trayectoria, deciden iniciar una vía de reinvención profesional paralela a la que hasta el momento han llevado. En muchos de estos casos se trata de ocupaciones creativas o que tienen que ver con el conocimiento y que, en cualquier caso, desarrollan una vertiente más personal. Abundan los directivos que, por ejemplo, han decidido comenzar a impartir clases en escuelas de negocios, a escribir libros o a participar en redes de conocimiento compartido. No es difícil ver en esas líneas de desarrollo paralelo un intento de agregar significado a su vida profesional. Quizá estos profesionales sienten que su trayectoria se ha desviado de lo que en el fondo quieren aportar en esta vida, y buscan de esta manera reajustar su rumbo.

Al fin y al cabo, a quienes trabajamos en la arena empresarial esto no debería sorprendernos, puesto que el rumbo vital es a las personas lo que la misión y visión es a las empresas. De hecho casi podríamos decir que la misión es el significado y la visión es la dirección, porque la misión es lo que somos, lo que hacemos hoy, es decir, lo que da significado a nuestra actividad, mientras que la visión es lo que pretendemos ser o cómo pretendemos que sea el mundo gracias a ella, es decir, la dirección en la que nos movemos. Sea como sea, lo que es evidente es que ningún miembro de un comité ejecutivo sería capaz de gobernar una empresa sin estrategia. De esa misma manera, tendríamos que pensar que es difícil que consigamos el éxito si nosotros mismos carecemos de ella.

Hoy, que tanto se habla de marca personal, deberíamos tener en cuenta que se trata solamente de eso, de una marca. Un sello, sí, personal, pero que debe estar asentado sobre una estrategia. No hay marca si no hay empresa y, de la misma manera, si no hay un rumbo, la marca personal será únicamente un anuncio vacío sobre un profesional que camina sin dirección ni sentido por el sendero de su desarrollo, de la misma forma que un barco navegaría sin conciencia de su latitud o longitud. Por eso dice un antiguo adagio que siempre soplan malos vientos para el que no sabe dónde va.

Como magistralmente recoge Daniel Pink en “La sorprendente verdad sobre qué nos motiva”, lo que auténticamente nos mueve como seres humanos no tiene que ver solo con recompensas o sanciones, ni únicamente con nuestra supervivencia, sino que existe un tercer impulso que nos hace actuar sin necesidad de otro tipo de motivación, porque forma parte de lo que de verdad nos interesa y conmueve, de lo que nos desafía. Partir de ese impulso para escoger cuidadosamente nuestra misión y definir una narrativa vital que fije un rumbo para nuestros esfuerzos, dedicarle tiempo y recursos, evaluar cada cierto tiempo a qué distancia nos encontramos y, tal vez, modificarlo de cuando en cuando, son tareas indispensables para conseguir dotar a nuestra existencia personal y profesional de verdadero sentido, en su doble acepción de dirección y significado.

Lo único que nos faltaría entonces para lograr nuestros propósitos es albergar la esperanza de que finalmente lograremos llegar al puerto de destino.

Artículo originalmente publicado en www.gestion.com.do

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 11.06.2015

La felicidad puede parecer un concepto difícil de abordar, pero no por ello es menos interesante. Tanto la felicidad en el trabajo como en la vida personal, parece ser el objetivo último a conseguir puesto que intuimos que, si somos felices, todo lo demás es secundario. Uno de los conceptos científicos que conviene conocer en relación con la felicidad es del de “adaptación hedónica”, que más o menos quiere decir que, a no ser que tomemos medidas, ningún incremento de la felicidad es duradero.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 26.05.2015

Una de las ideas que conocemos acerca de la fuerza de voluntad es que nuestra reserva de esta capacidad es el mismo para todas aquellas tareas en las que la necesitamos, que fundamentalmente tienen que ver con la toma de decisiones o el control de los impulsos. Así que podríamos decir que la fuerza de voluntad es como un fluido que opera según el principio de los vasos comunicantes. Esto es interesante, entre otras cosas, porque también da pistas acerca de la manera de rellenar nuestras reservas.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 12.05.2015

En el imaginario popular de muchos adultos que fueron jóvenes durante los años ochenta está una serie de televisión llamada “Fama” (spin-off de la de la película del mismo nombre, dirigida por Alan Parker en 1979), en la que una exigente profesora de baile de la New York City High School for the Performing Arts les recordaba a sus alumnos que la fama cuesta, y que allí era donde iban a empezar a pagar… con sudor.

Forman parte también de ese mismo acervo la película Rocky y todas sus secuelas, cuyo tema central “Eye of the tiger” se cuenta aún hoy día entre los temas motivacionales más poderosos de todos los tiempos, y por supuesto Karate Kid, cinta en la que un sabio maestro Miyagi obligaba a su pupilo a esforzarse hasta la extenuación para aprender el ancestral sistema de combate japonés.

De aquellas y otras producciones de ficción los jóvenes sacaban dos conclusiones: la primera, que es el esfuerzo lo que conduce al éxito. La segunda, que el esfuerzo, el coraje, la fuerza de voluntad, el sudor y las lágrimas, resultan en sí mismos heroicos y admirables. No fueron malos mensajes para una generación que, tan solo unos años después, a comienzos de los noventa, tuvo que enfrentar una crisis de considerables proporciones. Aunque seguramente incorrecto y desafortunado, resulta tentador hacer un paralelismo y fantasear sobre cómo pueden estar enfrentando la crisis actual algunos integrantes de la generación que creció con Harry Potter, el niño que lo conseguía todo a golpe de varita, sin siquiera despeinarse.

Durante años el paradigma de la sobreprotección ha campado a su aire, pretendiendo alejar a los niños del sufrimiento y la frustración. Tanto que se ha acuñado la expresión “padres helicóptero”, para nombrar a ese tipo de crianza en la que los progenitores sobrevuelan constantemente por encima de sus hijos con toda la artillería cargada, por si en algún momento tienen que entrar en combate para defenderlos. Pendientes en todo momento, estos padres no solo pretenden saber más que los profesores de sus hijos, sino que les matriculan en la universidad y les acompañan a las entrevistas de trabajo.

Por motivos que posiblemente tienen que ver con el funcionamiento del cerebro y de la necesidad de supervivencia, el ser humano sigue siendo una criatura resistente al cambio. Y por ello muchos de los objetivos que se plantean las personas fracasan. No porque sus planteamientos de base sean erróneos, sino porque para lograr resultados significativos en algunos de ellos, sobre todo en los importantes, hay que invertir meses o años, y por tanto ni la sobreprotección ni desde luego la magia resultan eficaces.

Al final, lograr nuestras metas es algo que depende de un único momento, aunque repetido muchas veces, en el que, después de anhelar un objetivo o un cambio, de buscar cómo lograrlo y de, al fin, trazar un plan, todo lo demás pasará a un segundo plano y, en el último momento, quedarán únicamente el individuo y su tarea: la persona enfrentada a aquello que debe hacer. Y en ese momento de soledad, en realidad, no hay nada que pueda contribuir más al éxito que el simple pero difícil trance volitivo de esforzarse, ese ancestral acto humano de movilización de la energía hacia un objetivo concreto. Sabemos que hay personas que poseen fuerza de voluntad y que hay quien no la tiene, e incluso conocemos algunos principios sobre cómo funciona y cómo desarrollarla. Sabemos muchas cosas. Sin embargo, ninguna de ellas oculta, ni ocultará nunca, el sencillo y descarnado hecho que siempre será cierto, y es que el éxito cuesta. Y que, por supuesto, en algún momento hay que empezar a pagar. Con sudor, sí.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com