Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 01.07.2014

En los dibujos animados antiguos a veces un personaje se ponía a pensar sobre algo dando vueltas por su habitación, y de tanto caminar acababa creando un surco en el suelo. Por extraño que parezca, algo parecido nos pasa a nosotros cuando rumiamos improductivamente nuestras preocupaciones: que acabamos creando conexiones en nuestra mente de las que luego es difícil librarse.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 24.06.2014

 

Desde hace tiempo sabemos que cuando el ser humano recuerda un episodio de su vida el funcionamiento del cerebro sigue un patrón bastante similar a cuando esa persona vivió realmente la situación. Por raro que parezca, da la sensación de que nuestras neuronas no parecen distinguir demasiado entre una vivencia y su recuerdo. Y uno de los aspectos más interesantes de este hecho tiene que ver con nuestra capacidad de autogestión emocional, en concreto con esas emociones que son como muertos vivientes.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 17.06.2014

Los seres humanos tenemos dos características que impactan constantemente en todo lo que hacemos profesional y personalmente, de las que apenas somos conscientes y que, sin embargo, tienen un impacto altamente significativo en nuestra vida. La primera, que no podemos evitar ser conscientes: no podemos apagar y encender la conciencia, salvo cuando dormimos. La segunda, que nos creemos lo que pensamos, y tomamos por realidad lo que no son sino representaciones mentales, en ocasiones ciertas pero muchas veces erradas.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 11.04.2014

Es fácil notar el efecto energético que tienen las emociones positivas sobre nosotros: cuando recibimos una buena noticia, cuando alguien nos dedica unas palabras de reconocimiento, cuando cerramos un proyecto con éxito, y, en general, cuando las cosas nos salen bien y la vida nos sonríe, nos sentimos llenos de energía y pensamos que somos capaces de todo. Sin embargo, aún reconociendo ese efecto, demasiado a menudo no somos conscientes de que podemos hacer un uso activo de esa formidable fuente de vitalidad.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 07.12.2013

A diario un número incontable de imágenes, sensaciones e ideas entran y salen de nuestra mente dando forma al mundo que percibimos. Aunque siempre hemos pensado que nuestra atención se dirige al mundo que hay fuera, hoy sabemos que el cerebro es una máquina que está fundamentalmente orientada gestionar los impulsos que llegan del interior del organismo y a elaborar y reelaborar lo que captamos del exterior, que es más bien poco.Así, hay áreas cerebrales que presentan una mayor actividad cuando aparentemente no estamos haciendo nada, y disminuyen su actividad cuando tenemos que prestar atención. Es como si el mundo exterior significara una distracción para nuestra mente. Nuestro cerebro parece vivir orientado hacia sí mismo, elaborando constantemente a partir de un puñado de estímulos un mundo al que llamamos realidad. 

Y aunque parezca que esa realidad es solo una, lo que de hecho ocurre es que lo que percibimos es solo una posibilidad entre una cantidad prácticamente infinita de ellas. Nos fijamos en un coche y no en otro, en una persona y no en la otra, captamos un aroma pero no otro, sentimos una gota de lluvia pero no otra, recordamos una tarea pero no otra, y así sucesivamente. Captamos una foto pero estamos lejos de percibir la película. Y resulta sumamente interesante plantearse a qué prestamos atención, es decir, cómo gestionamos el suministro de ideas que fluyen a nuestra conciencia. En primer lugar porque aquello de lo que somos conscientes es el hogar en el que vivimos. Cada uno de nosotros vive en una casa que decora a partir de aquellas cosas a las que atiende. En ella puede haber plantas, cuadros, fragancias y melodías, pero también puede haber oscuridad, telarañas, suciedad y malos olores. De la misma manera, podemos estar atendiendo a los golpes de suerte que tenemos, a las geniales aportaciones que hacen nuestros colegas, a los avances de nuestros proyectos o a cualquier otro aspecto de nuestra vida que nos aporte felicidad. Pero también podemos estar atendiendo a las cosas que nos salen mal, a los miembros de la plantilla a los que no caemos bien, a las imperfecciones de nuestros jefes o a la marcha precaria de nuestra empresa. Evidentemente prestar atención a una cosa o a otra no hace que el mundo cambie, de la misma manera que tampoco lo hace porque vivamos en una casa o en otra. Pero se vive mejor en unas casas que en otras, de la misma forma que se vive mejor en unas mentes que en otras.  

En segundo lugar esimportante ser conscientes de a qué prestamos atenciónporque algunos pensamientos no solo nos llevan a vivir en hogares desapacibles, sino que además son viscosos. Son esas ideas que se adhieren a nuestra conciencia y que nose despegan de ella fácilmente. Esas que nos hacen parecernos a un animal atado a una noria, dando vueltas y vueltas en torno a un pensamiento que ni es positivo ni evoluciona, ni nos aporta absolutamente nada. Es sorprendente la cantidad de tiempo que a veces perdemos en esos devaneos insoportables que podríamos estar utilizando para centrarnos, por ejemplo, en el hecho de que incluso en las peores circunstancias siempre es mejor participar de la vida que perderla. Hacer un esfuerzo consciente para despegarnos de esas cavilacionestan adhesivas como estériles es una de las claves de la salud emocional en el trabajo en particular y en la vida en general.  

Poner toda nuestra voluntad para atender a las ideas que realmente nos producen emociones positivas y decoran un hogar luminoso, e intentar por todos los medios librarnos de pensamientos adherentes que solo estorban y producen sentimientos negativos, es lo mínimo que podemos hacer para estar a la altura del privilegio de poseer una mente consciente y productiva. Y desde luego es una de las claves de la felicidad laboral y vital.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 11.02.2012

Es curioso cómo en el mundo hay cosas que aparentemente no tienen nada que ver y que sin embargo están conectadas. En cierta ocasión se hizo un estudio para determinar si las personas que padecen trastorno obsesivo se parecen en algo a quienes están enamorados. El resultado, quizá nada sorprendente si se piensa bien, fue que en ambos casos los niveles de serotonina eran significativamente bajos en ambos grupos de personas, en comparación con individuos normales.

No hace falta ser un experto para darse cuenta de que las biografías de los grandes hombres y mujeres que hemos conocido a lo largo de la Historia, sobre todo artistas y científicos, están basadas en un profundo enamoramiento de sus respectivas disciplinas. Un enamoramiento posiblemente obsesivo, pero lo cierto es que sin perseverancia es muy difícil construir algo grande, como por ejemplo una carrera profesional de éxito. Si no amamos lo que hacemos es muy difícil crecer.

Por supuesto que hay otros factores que influyen y siempre hay quien piensa que es cuestión de suerte, mientras que otros lo atribuyen al talento: esa sustancia polimórfica tan citada como desconocida que últimamente parece ser el santo grial de todo lo que es bueno y verdadero en la empresa. Sin embargo, la investigación moderna está mostrando cada vez con más datos que es francamente complicado triunfar sin constancia. En uno de los estudios más originales que se han hecho sobre el tema se comparó a grupos de músicos de diverso éxito, para concluir que es el esfuerzo deliberado por mejorar en una disciplina determinada, y no el talento genéticamente determinado, el que produce que una persona alcance un nivel superior en el dominio de una disciplina. Es de ese trabajo del que deriva el conocido dato de que hacen falta diez mil horas de estudio para convertirse en un experto.

No hay factor de motivación más poderoso que la propia tendencia a investigar, a crear y a mover cielo y tierra buscando materializar una idea. El emprendimiento, el intra-emprendimiento y todos sus primos conceptuales, últimamente tan de moda, se apoyan (no en su gestión pero sí en su origen) en una sola cosa: la pasión. Una pócima que, como si fuera un fertilizante milagroso aplicado sobre una planta, cuando se vierte sobre una idea modifica su ADN y la hace crecer y multiplicarse hasta crear algo inmenso.

Hay que pensar que la única forma de que nuestros equipos trabajen con pasión en impulsar la empresa hacia adelante es conseguir que parte de sus objetivos sean también los de la empresa, o al revés. Porque si las personas no ven que hay algo para ellos dentro de lo que se persigue en la organización es muy difícil que de sus pulmones salga aire suficiente para hinchar las velas. Se puede hacer un mes sí y quizá dos también, y quizá en el mejor de los casos un año completo. Pero siempre será a base de fuerza de voluntad, de procesos y procedimientos, y de motivaciones artificiales y extrañas. Sin embargo, cuando el proyecto de un profesional está dentro del proyecto de la empresa, cuando ambas cosas encajan como un guante y una mano, entonces la pasión obra el prodigio y el conejo sale de la chistera: la empresa avanza, la persona crece y todos ganan.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 07.10.2011

A menudo nos planteamos si las decisiones que tomamos son las correctas y si ponderamos adecuadamente las distintas posibilidades que se nos ofrecen. Pues bien, aunque cueste creerlo estamos dotados de una interesante forma de percibir la realidad, y por tanto de valorar nuestras opciones, que a menudo desaprovechamos y que se basa en un hecho de sobra conocido: los seres humanos tenemos dos hemisferios cerebrales. Lo que a menudo nos ocurre es que prestamos atención solo a uno de ellos.

Hace años que murió en Pasadena Roger W. Sperry, a quien debemos una serie de estudios fascinantes sobre la forma en que nuestro cerebro está construido. Se dedicó a investigar las consecuencias de la sección del cuerpo calloso, unos doscientos millones de fibras nerviosas que unen los hemisferios cerebrales, y descubrió que cada uno de ellos se comporta de modo diferente. El hemisferio izquierdo procesa la información de modo lineal, mientras que el derecho parece captar la realidad como un todo global. El primero se maneja mejor con lo verbal, racional, y lógico, mientras que el otro está más adaptado a lo emocional e intuitivo.

Es fácil suponer que si poseemos esta característica es, entre otras cosas, para percibir la realidad de un modo integrado y así tomar mejores decisiones. La cuestión es que como nuestra cultura es fundamentalmente verbal, e intenta fiarse de lo que es racional y objetivo, hemos acabado marginando al hemisferio derecho. Vivimos en un mundo en el que casi todo se describe en palabras o números. Los usamos para todo, incluyendo nuestras emociones y sentimientos, y así nos va: al utilizar solo un lado de nuestro cerebro nos negamos la capacidad de ver la vida de un modo completo.

Piense en sí mismo e intente ver si usted vive en ese mundo de cifras y letras. ¿Hace tiempo que no se ríe con un chiste, que no se emociona con una película o que no se deja llevar por la música? Si la respuesta es afirmativa quizá deba plantearse buscar un nuevo idioma en el que poder comunicarse. Entre otras cosas porque hay mensajes que, simplemente, no se expresan correctamente utilizando únicamente el lenguaje del hemisferio izquierdo. Las emociones desde luego no, ni siquiera las básicas. Hay experiencias vitales cuya codificación y decodificación es más eficiente si se utiliza el hemisferio derecho, que es el de los chistes, la música, la pintura, la danza, el ritmo, la literatura, la cocina y toda esa larga serie de lenguajes que tienen la particularidad de hacernos distintos porque nos hacen mejores, más completos.

Inténtelo, no es un ejercicio muy complicado: la próxima vez que escuche una canción que le guste en su emisora favorita cante a pleno pulmón y disfrute con ello. Tenga en cuenta que si siente vergüenza esto se debe a que su hemisferio izquierdo, racional y lógico, se queja de que usted está intentando vulnerar su posición de liderazgo. No obstante, si definitivamente cantar no es lo suyo deje el reloj y el móvil en casa y vaya a un museo. Recórralo hasta que encuentre un cuadro que le llame la atención. No importa si no lo conoce; es más, es preferible que no lo conozca. Quédese junto a él el tiempo que le plazca, intentando sintonizar con lo que le produce contemplarlo. También puede ir a ver una película que piense que le va a conmover, comprarse una buena novela o ponerse a pintar. No importa el número de pruebas que haga, el objetivo es encontrar ese otro lenguaje en el que comunicarse. Cuando al fin lo encuentre felicítese, porque ese día habrá pasado a formar parte del reducido grupo de seres humanos que sí utilizan sus dos hemisferios cerebrales.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com