Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 04.12.2014

Hoy que tanto nos empeñamos en señalar los valores de las redes sociales y en afirmar que, si no estamos presentes en ellas personalmente por gusto, tenemos que estar profesionalmente casi por obligación, hemos prácticamente olvidado el auténtico valor de mantener una red social sólida. Que, como salta a la vista, no es exactamente lo mismo que la presencia en las redes sociales. Los estudios de Christakis y Fowler muestran resultados tan imprescindibles como sorprendentes. Por ejemplo, una persona tiene en torno a un quince por ciento más de probabilidades de ser feliz si está conectada directamente con una persona que lo es.

Los estudios de Christakis y Fowler muestran resultados tan imprescindibles como sorprendentes, pues han demostrado que la felicidad, como otras muchas conductas humanas, se imita y se propaga a través de las conexiones sociales. Por ejemplo, una persona tiene en torno a un quince por ciento más de probabilidades de ser feliz si está conectada directamente con una persona que lo es. Y el efecto aumenta considerablemente con la cercanía: cuando una persona vive a menos de dos kilómetros de un amigo feliz, la probabilidad de que lo sea aumenta un veinticinco por ciento.

Pero lo que resulta impactante es efecto de la conexión sobre la misma vida. En un estudio que abarcaba un total de más de trescientas mil personas, los investigadores encontraron que aquellas personas que poseían una red social sólida mostraban un aumento del cincuenta por ciento en la probabilidad de supervivencia respecto a las personas con conexiones sociales más débiles.

Estar presentes en las redes sociales nos entretiene, aumenta nuestra autoestima, y desde luego es un recurso imprescindible del marketing actual. Sin embargo, mucho más importante, estar de verdad conectados con otras personas contribuye a nuestra felicidad e incrementa nuestra esperanza de vida, constituyendo una de las claves más significativas del éxito.

Estar presentes en las redes sociales es positivo, pero tener amigos es imprescindible.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 27.11.2014

El ensayista checo Erich Heller escribió en una ocasión que había que tener cuidado con la forma en que interpretamos el mundo, porque es exactamente como lo interpretamos. Obviamente esto no quiere decir que tengamos la cualidad de leer la realidad de modo ecuánime, sino que el mundo, para cada uno de nosotros, es exactamente como cada uno lo ve, y no como es en realidad, si es que tal cosa existe. Y eso puede aplicarse igualmente a las personas que conocemos, a nuestra visión de nosotros mismos y, por supuesto, a los retos que nos planteamos.

Por mucho que se haya escrito y debatido sobre la importancia de la subjetividad humana, todo el esfuerzo invertido será poco si al final seguimos acabando con la idea de que las cosas son como las percibimos. El mayor error del ser humano, desde esta perspectiva, es que se cree que lo que piensa es cierto, es decir, vive en la realidad que le proyecta su mente con la certeza equívoca de que lo que experimenta es el mundo real.

De ahí la importancia de concentrarse en una visión del mundo que esté alineada con lo que en él pretendemos. Por ejemplo, se ha escrito mucho sobre los efectos del optimismo bien entendido, el que poseen las personas que consideran que las causas de los acontecimientos favorables son permanentes, mientras que las que causan los sucesos desfavorables son pasajeras. Estas personas tienen más éxito, pero lo que es simplemente increíble es que tienen una esperanza de vida mayor.

Igualmente potente es la mentalidad de crecimiento, que es la que muestran las personas que piensan que sus cualidades no son fijas, sino que se pueden entrenar y por tanto se puede progresar en ellas, da igual si se trata de la inteligencia, la capacidad musical o el baile. Estas personas se alimentan del esfuerzo y la dificultad porque lo consideran un síntoma de crecimiento. Su interpretación de la adversidad es, por tanto, muy diferente a la de las personas que piensan que sus habilidades son las que son y que no pueden hacer nada para cambiarlas.

Podemos elegir cómo pensar. Por tanto, pensemos de la manera que nos conduzca al éxito.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 18.11.2014

Como dijo Jim Loher, y pese a la extendida creencia que sostiene lo contrario, la gestión del tiempo en sí no conduce a nada. Porque dedicar simplemente tiempo a algo no hace que las cosas funcionen. Un padre puede estar en el partido que juega su hijo, pero si está pendiente del teléfono no sabrá lo que está pasando. De igual manera, un profesional puede estar en una reunión, pero si no está concentrado en ella no aportará nada. La clave del éxito no está, por tanto, en gestionar el tiempo, sino en gestionar la energía.

Muy a menudo experimentamos cansancio, falta de concentración, somnolencia, decaimiento y una larga serie de síntomas parecidos. Tendemos a atribuir esos estados al agotamiento o al estrés, cuando en muchos casos se deben simplemente a una inadecuada gestión de la energía. En ocasiones es debido a adicciones, como la del tabaco o la del café, que nos colocan en un ciclo de dependencia acabando a veces por provocar aquello que precisamente intentamos evitar con su consumo. En otros casos es debido a un patrón de alimentación poco saludable, bien sea por su cantidad, calidad u horario, y algunas veces más a causa de una utilización ineficiente de los tiempos de descanso. Por último, la falta de actividad física es responsable también de buena parte de nuestros estados de agotamiento.

Por más que nos empeñemos, si dormimos mal y a destiempo, no practicamos ninguna actividad física, no controlamos lo que comemos y somos dependientes del tabaco o del café, es injusto seguir culpando de nuestro mal estado al exceso de trabajo, al estrés o a los plazos. Es injusto, pero sobre todo es poco práctico, porque si somos el resultado de nuestro entorno poco podemos hacer para cambiarlo. Sin embargo, actuar sobre el descanso, la alimentación o el ejercicio físico está enteramente en nuestras manos.

Y eso es sólo el principio: la gestión eficiente de la energía que nos suministra el rumbo vital, la energía emocional, la energía mental, junto con la energía espiritual que nos aportan nuestros valores clave, puede hacernos llegar incluso más lejos.

Ningún movimiento puede darse sin energía, y mucho menos el que nos conduce al éxito.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 11.11.2014

Si la fuerza de voluntad nos permite lograr nuestros objetivos diarios, la constancia es lo que nos facilita conseguir nuestros objetivos a largo plazo. Si incluso un genio de talento incuestionable como Leonardo da Vinci tardó años en completar La Gioconda, los demás deberíamos abandonar la idea del éxito instantáneo y pensar que cualquier objetivo importante requiere perseverancia. Sobre todo porque aunque existan explosiones instantáneas de creatividad, de la idea a la realización, y aún más al éxito, el camino es abrumadoramente largo.

La constancia es una de esas habilidades de las que casi nadie se siente cerca. Miramos al futuro, y nos cuesta vernos haciendo las mismas cosas una y otra vez durante días, meses o años. No nos sentimos cómodos imaginándonos acumulando miles de horas de estudio, de entrenamiento o simplemente de concentración para lograr una misma meta. Y así es que objetivos como perder peso, escribir un libro, dominar un deporte, gestionar un proyecto de envergadura, y así sucesivamente, siempre se nos acaban escapando y nunca llegamos a completarlos. Sin embargo, otras personas sí lo hacen.

De la misma forma que la salud responde a una ecuación donde el peso fundamental está en lo que hacemos habitualmente, cada día, todos los días, cualquier otro objetivo de cierta relevancia está en función de conductas que también deben ser habituales. Es el poco a poco de cada día el que al final logra que consigamos lo que buscamos. Nunca nada grande se hizo de la noche a la mañana: ni los edificios más significativos de la historia, ni los grandes descubrimientos, ni desde luego las obras de arte más importantes.

Hay que dar muchos pequeños pasos para conseguir grandes cosas.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 04.11.2014

Dijo Michael Phelps que cualquier cosa es posible si estamos dispuestos a realizar los sacrificios que implica. Lo que ocurre es que muchas personas creen profundamente en lo primero sin reparar en lo segundo. No podemos dejar pasar inadvertido el hecho de que la sociedad del bienestar debilita nuestra capacidad de tolerar situaciones incómodas. A pesar de ello, hay multitud de situaciones en el camino hacia nuestros objetivos en las que no podemos esperar que las cosas serán siempre sencillas.

Son innumerables las situaciones en nuestra vida profesional en las que tenemos que recurrir a nuestra fuerza de voluntad: a veces teniendo que concentrarnos en una reunión que se prolonga más de lo esperado, otras veces trasnochando para realizar tareas que no nos resultan gratas, en ocasiones aguantando nuestras emociones en situaciones conflictivas, y así sucesivamente. En nuestra vida personal estas situaciones también abundan: el ejercicio físico y la alimentación sana requieren grandes dosis de fuerza de voluntad, como también la requieren la capacidad de ahorrar o los hábitos de higiene o de orden y limpieza domésticos.

La capacidad de tolerar situaciones incómodas se alimenta de muchas cosas, entre ellas el optimismo y la reflexión sobre nuestros valores clave. Y aunque pueda parecer extraño, también contribuye a ella una nutrición adecuada y una buena forma física. Ejercitar nuestra fuerza de voluntad y nuestro autocontrol a través de esas y otras claves, o al menos no rehuir aquellas situaciones que las requieren, es una clave indiscutible del éxito.

A mayor éxito, mayor dificultad. No pretendamos lo contrario.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 28.10.2014

Por impactante que pueda parecer, se calcula que la lista de tareas a realizar de cualquier profesional en un momento dado es de ciento cincuenta, y que el número de impactos informativos diarios que recibe una persona en un país desarrollado es de en torno a diez mil. Con todo ello ocupando nuestra mente, no es extraño que la capacidad de estar enfocados en lo que realmente está alineado con nuestra misión personal sea un bien tan preciado y escaso.

Cuenta Nicholas Carr en Superficiales, que a mediados de los años setenta, en Palo Alto, en la corporación Xerox, reunieron a un grupo de programadores para presentarles un descubrimiento sin precedentes. Se trataba de un sistema operativo que trabajaba en multitarea, de forma que cuando uno de ellos estaba programando, si alguien le enviaba un email el sistema abriría una ventana para mostrárselo. Pese al entusiasmo general, uno de los ingenieros que estaba presenciando la demostración, dijo: “¿por qué demonios iba uno a querer que le interrumpa y distraiga un email mientras está ocupado programando?”. Claro, nadie le escuchó. Y de alguna forma, aquello fue el principio del fin. O, menos dramáticamente, el no escuchar las voces críticas que han ido surgiendo en contra de este tipo de avances nos llevó a confiar en que el cerebro humano es multitarea, cosa que no es cierta, ni para los hombres ni para las mujeres: nuestra mente puede mantener una única cosa en la conciencia, y nunca más de una a la vez.

El enfoque consiste en controlar voluntariamente el contenido de la conciencia, objetivo que han pretendido todos los movimientos espirituales desde el principio de los tiempos. Proyectar voluntariamente en el lienzo de nuestra conciencia aquello que está alineado con nuestros objetivos en la vida, dejando a un lado distracciones, pensamientos negativos, ideas menores y razonamientos estériles o contraproductivos, es una clave irrenunciable del éxito.

Tenemos que dedicarnos a pensar en lo que tenemos que pensar. Así de simple.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 23.10.2014

Bruce lee escribió: “créeme que en cada gran reto siempre hay obstáculos, grandes o pequeños, y la reacción que uno muestra ante esos obstáculos es lo que cuenta, no el obstáculo en sí. No existe la derrota hasta que tú la admitas”. Que la vida que vivimos es una sucesión de altibajos es tan cierto como que tiene un principio y un final. Por eso, pongamos la energía que pongamos en esquivar los golpes, al final llegarán. Por tanto lo mejor es estar preparados desarrollando nuestra capacidad de regeneración.

En un estudio destinado a analizar los impactos que los seres humanos experimentamos, se encontró que la media de acontecimientos adversos serios que vivimos es de unos ocho a lo largo de nuestra vida. Lo sorprendente del caso es que mientras que unas personas tienen serias dificultades para recuperarse, o no se recuperan nunca, otras muchas salen más o menos airosas de los trances que se les plantean. Dice la investigación que aproximadamente un tercio de las personas son naturalmente resilientes, y por tanto los otros dos tercios deben aprender a serlo, si quieren evitar que los contratiempos estorben o impidan su camino hacia el éxito.

Tanto la capacidad de encajar golpes como la de aprender de ellos son facultades que se aprenden. Aunque resulte difícil de creer, las personas pueden elegir la manera en que quieren interactuar con lo que les pasa, y por eso tras una situación difícil pueden tender o bien barreras, o bien puentes hacia un futuro mejor. Es una cuestión de actitud, de voluntad, y afortunadamente de práctica, por lo que cuanto más obstáculos se han superado es más fácil recuperarse de los que van surgiendo. Quizá el problema de fondo no está tanto en saber que las adversidades se pueden superar y que se puede aprender de ellas, sino en el inmenso esfuerzo que conlleva, tanto más cuando más grande es el problema.

La regeneración es una cualidad que hay que entrenar. Aunque cueste.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 16.10.2014

Lo más importante en la navegación es saber a dónde queremos ir. Todo lo demás se ajusta en función de ese parámetro. Por simple que pueda parecer, a veces se nos olvida que ese mismo principio se cumple en la vida, tanto en la personal como en la profesional. Decía Gene Kranz, antiguo director de vuelo de la NASA, y el hombre que trajo de vuelta a los astronautas del Apolo 13, que lo malo no es no cumplir un objetivo, lo malo es no tenerlo.

Una de las claves indiscutibles del éxito es tener un rumbo, una meta, una misión que cumplir. A menudo los seres humanos nos conducimos por la vida reactivamente, respondiendo a las demandas que el entorno nos plantea. Otras veces, seguimos sin más un guión preestablecido que la sociedad ha fijado, y así intentamos rellenar todas las casillas que lo forman: trabajo, casa, coche, familia, vacaciones, y así sucesivamente. Muchas personas llegan a esa situación no por fértil menos desagradable que se llama la crisis de la mediana edad, para descubrir que aquello que un día quisieron ser está tan alejado de lo que son que la vida parece no tener sentido.

La ciencia ya ha demostrado que una de las claves de la felicidad es tener un propósito en la vida: un rumbo. Escogerlo cuidadosamente, meditar sobre él, dedicarle tiempo y recursos, evaluar a qué distancia nos encontramos y, tal vez, modificarlo de cuando en cuando, son tareas indispensables para conseguir dotar a nuestra existencia de verdadero significado.

La gestión de la vida solo tiene sentido si hay un rumbo.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 14.10.2014

Aunque estemos acostumbrados a identificar la palabra éxito con el dinero, el poder o la fama, lo cierto es que según el diccionario lo que significa fundamentalmente es un resultado feliz. Desde esa óptica, el éxito es algo que persigue cualquier persona, porque a cualquiera le gustaría que sus planes tuvieran un final feliz. La búsqueda del éxito es por tanto una de las aspiraciones naturales del ser humano, y siempre merece la pena intentar averiguar cuales son sus claves.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 10.10.2014

En los grupos hay tantas opiniones como personas, a veces más. Dado que hoy ningún equipo puede sobrevivir sin apoyarse en la suma de sus miembros, una de las cuestiones más complejas de gestionar en la tarea de liderar es el desacuerdo. Sobre todo porque, debido a las dinámicas de tarea y afectividad, las cosas no siempre son lo que parecen.

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