Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 02.10.2014

Conforme los procesos empresariales se hacen más complejos y la labor de los profesionales es más interdependiente, la actividad organizacional se hace más sistémica y los efectos de cada acción en particular se diluyen. Por otro lado, en el terreno personal, ha aparecido una tendencia creciente hacia protección de la autoestima. El resultado de todo ello es tan simple como perjudicial: cada vez es más fácil no sentirse responsable.

Es posiblemente una de las tendencias sociales más imperceptibles pero a largo plazo más potencialmente preocupantes: a veces parece que nadie tiene culpa de nada, que nadie es responsable de lo que ocurre y que las disculpas forman parte del vocabulario olvidado de otro siglo.

Es un fenómeno que se nota ya desde que los niños son pequeños. Una amplia y arraigada cultura de la hiperprotección ha hecho que en un número sustancial de casos no se responsabilice a los alumnos de sus resultados: a veces porque la maestra no les comprende, otras porque viven estresados con tanta obligación, y algunas más porque son o muy inteligentes o demasiado creativos para el entorno escolar. El caso es que es cada vez más frecuente que los niños vivan en una burbuja donde nada pueda dañar su autoestima.

Es una tendencia que también se percibe en el ámbito empresarial: si un pedido no llega siempre hay una larga serie de puntos de la distribución a los que culpar del retraso. Si la tecnología no funciona es porque hay un agente externo, ya sea el proveedor del servicio, el fluido eléctrico, o la calidad de los servidores, que exculpa al equipo responsable. Y si en un hotel la habitación está demasiado fría o caliente, es porque el climatizador es inteligente y se autorregula, no pudiendo hacerse nada para corregirlo. En el peor de los casos, la ocurrencia exculpatoria suprema es también el sinsentido mayor: las cosas salen mal por exceso de trabajo de sus responsables.

El fenómeno es de tal magnitud que a mayor escala hemos prácticamente renunciado a conocer a los responsables auténticos de algunas de las mayores calamidades que hemos sufrido. Las causas, las consecuencias, los intervinientes, los acontecimientos, son tantos y tan variados que es difícil saber en realidad qué es lo que ocurrió. Al menos eso es lo que estamos empezando a creer.

Qué poco frecuente es últimamente escuchar frases como «es culpa mía», «me he equivocado», «he cometido un error» y similares. La elusión de la responsabilidad se extiende como una pandemia, tanto que a veces resulta chocante que se siga usando la palabra «responsable» para designar a un nivel de la pirámide organizativa, puesto que algunos de ellos incluso delegan hacia arriba sus responsabilidades cuando sienten miedo, como nos recuerda la conocida teoría que compara a estas personas con los monos que suben a los árboles cuando hay peligro.

Asumir la responsabilidad sobre un fallo, pedir disculpas por ello e intentar reparar el daño que se ha causado, tres pasos básicos que denotan empatía con la persona agraviada y que deberían darse todas y cada una de las veces que ese daño se ha causado, han pasado a ser infrecuentes y en ocasiones solo reservados a profesionales altamente cualificados o a servicios excelentes.

Eludir nuestra responsabilidad es inconveniente, poco profesional y hasta antiestético. Pero, sobre todo, es una manera de no abandonar nuestra zona de confort y por tanto desaprovechar una oportunidad para aprender. Sentirse responsable, por el contrario, es ahondar en las debilidades de nuestro carácter y en las competencias que -aún- no tenemos, redescubriendo así el largo y siempre apasionante camino del aprendizaje y el desarrollo. Para crecer hace falta reconocer nuestros errores y para ello es imprescindible sentirse responsable. Es la única manera.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 23.09.2014

Estamos hartos de ver en el cine la misma escena, y sin embargo tal vez no hemos reflexionado suficientemente sobre ella: tras un desastre natural o un accidente, un grupo de supervivientes que no se conocen deben unir sus fuerzas para sobrevivir. Si observamos adecuadamente lo que ocurre a continuación, enseguida deduciremos una de las claves de la dinámica de los grupos y del liderazgo efectivo.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 18.09.2014

El juego de tronos que implica la lucha por ejercer influencia sobre las tareas que se llevan a cabo en una organización, no es  ni el único, y a veces no es el más importante. Porque por debajo o por encima de ese entramado discurre otro a veces más relevante, que está formado por las dinámicas de afecto. Ser sensible a ellas y gestionarlas adecuadamente es una de las claves del liderazgo efectivo.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 09.09.2014

Hace ya muchos años que se sabe que las dinámicas que existen en los equipos pueden agruparse en dos grandes categorías. Conocer en qué consisten y cómo interactúan y, sobre todo, aprender a gestionarlas, es una de las primeras competencias que deben poseer los directivos. Hoy que tanto se habla de saber dirigir, de liderazgo y de mil términos afines, a menudo se olvida que los grupos giran constantemente en torno un juego de tronos y alianzas.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 04.09.2014

De todas las experiencias que vive un ser humano algunas de ellas se sitúan en un papel más central con respecto a su narrativa vital y a su identidad, mientras que otras resultan más periféricas y por tanto menos importantes. Contrariamente a lo que podría desvelar la mera observación accidental, el turismo es una de las experiencias relevantes de la vida y un interesante tema de reflexión sobre la persona.

Buscamos en nuestra vida aquellas experiencias que encajan con nuestra biografía y que por tanto nos dan identidad, y rechazamos las que no son coherentes con nuestro argumento vital. Este hecho está relacionado con el sentido que para uno tiene la vida, y explica porqué consumimos algunos productos y servicios y no otros, a veces por encima de su funcionalidad e incluso por encima de su precio. Por su propia naturaleza, el turismo es una de las experiencias que contribuye de forma importante a dar sentido a la experiencia vital, más allá de la mera búsqueda del descanso o del disfrute, y desde luego más allá de la simple curiosidad por conocer otros lugares.

Así por ejemplo, quienes hacen turismo rural seguramente demandan un contacto más directo con la naturaleza, deseando encontrar paisajes y productos de la tierra que les despierten sensaciones naturales y de conexión con el entorno. Los que practican turismo de mochila quieren despojarse de lo superfluo para experimentar la vida a flor de piel, rechazando todo artificio y complejidad. Quienes visitan museos buscan conexión con los grandes talentos, con la expresión máxima de la creatividad y el genio del ser humano. Los amantes de la aventura y el turismo extremo buscan una experiencia en la que trascender lo que habitualmente son para superarse a sí mismos y ampliar las fronteras de sus capacidades. Incluso el consumo del clásico turismo de toalla en el balcón, en el que el descanso parece ser el eje fundamental, buscan escapar de un día a día que perciben como agotador y estresante, implícitamente manifestando así su disconformidad con esa forma de vivir la vida.

En todas esas experiencias, como se ha escrito, lo esencial es la vivencia de autenticidad: auténticos son los paisajes y los productos de la tierra que a los amantes del turismo rural les gusta encontrar; auténtico es el percibirse a si mismo caminando con un una mochila que porta solo lo imprescindible por todo equipaje; auténticas son las obras de arte que se encuentran en los museos, y por eso se visitan, en lugar de contemplar copias o fotografías; autenticidad es lo que persiguen los amantes del turismo extremo y de aventura intentando encontrarse y superarse a sí mismos; y descanso auténtico, sin preocupaciones ni llamadas intempestivas, sin plazos ni limitaciones, es lo que persiguen los fans del turismo de sol y playa, para quienes ese tipo de vacaciones es un contundente manifiesto sobre lo que debería ser la verdadera y buena vida.

Todas las experiencias turísticas buscan autenticidad, por oposición a lo impuesto y a la impostura, al artificio y a la superficialidad, y a todo lo que no representa al ser humano en su versión más pura. Por eso la clásica pregunta «¿playa o montaña?» no es ni mucho menos trivial. Y por eso es positivo pensar qué tipo de autenticidad buscamos durante las vacaciones. Y, si la hemos encontrado, luchar por no olvidarla durante los meses que nos separan del siguiente periodo de descanso, porque puede que en ella se encuentre parte del sentido que para nosotros tiene vivir. De hecho, no sería la primera vez que alguien acaba convirtiendo su afición vacacional en una forma de ganarse la vida.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 26.08.2014

Los demás están por todas partes: son nuestros jefes, los compañeros de equipo, nuestros proveedores, los accionistas y nuestros clientes. Estamos rodeados de otras cabezas y de otros corazones que suman en lugar de restar. Aunque, visto con la adecuada perspectiva, ese proceso dista mucho de ser automático. Conocer a los otros y tener en cuenta lo que piensan y sienten, sus ilusiones y frustraciones, sus batallas y alianzas, sus pérdidas y triunfos, es una muestra inequívoca de altura profesional.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 13.08.2014

Pese a que nos creemos seres inteligentes es importante darse cuenta cuanto antes de que hay una larga serie de aspectos en nuestra naturaleza que tienen la particularidad de poner en jaque el control racional que habitualmente tenemos sobre nuestra vida. Muchos de ellos estados biológicos, otros son emociones y sentimientos, y también hay intuiciones, predicciones y fabulaciones acerca de lo que podría o no podría ocurrir. Aprender a gestionar todos esos pulsos es una competencia imprescindible en cualquier profesión.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 29.07.2014

Dicen que dijo Cicerón que el buen orador es simplemente un actor al que se conoce con otro nombre. La ingente proliferación de programas de formación empresarial destinados a incrementar las capacidades comunicativas de los directivos muestra el fracaso rotundo de la tecnología en la creación de mensajes de impacto. Hemos aprendido que ninguna presentación con diapositivas sustituirá nunca a la capacidad de emocionar y conmover que tienen los grandes oradores.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 22.07.2014

La empresa va a dejar de contratar a personas que no sepan qué hacer con lo que saben. Este pensamiento, cada vez más extendido, nos traslada la inequívoca idea de que los profesionales no pueden ser islas en las organizaciones. Da igual la cantidad de medicina, ingeniería, leyes o economía que sepa una persona: si no sabe poner en juego lo que sabe, no resultará de ningún valor para la empresa.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 15.07.2014

Una de las cualidades que distingue a los profesionales altamente cualificados es una habilidad llamada agilidad emocional. La vida está hecha de altibajos, y por tanto las malas noticias, los problemas, las crisis y demás primos conceptuales están constantemente a nuestro alrededor. Por ello es más bien obvio que experimentaremos emociones negativas. La cuestión, y aquello en lo que se diferencian los profesionales excelentes, está en salir de ellas cuanto antes.

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