Ciencia y Management, Jesus Alcoba / 28.04.2015

Todos tenemos sueños y aspiraciones. En el terreno profesional nos gustaría quizás ascender dentro de la organización para la que trabajamos, tener más responsabilidad y poder de decisión, ganar más dinero o acaso fundar nuestra propia empresa. En el ámbito personal querríamos tal vez formar una familia, cambiar de casa o simplemente perder peso o dejar de fumar.

Sean cuales sean nuestros deseos, grandes o pequeños, lo cierto es que algunas personas logran lo que se proponen mientras que otras no. Y este fenómeno no parece depender del tamaño del reto, porque mientras que hay personas que no consiguen pequeños desafíos, otras, sin embargo,alcanzan logros de considerable envergadura. Da la impresión de que el éxito tampoco depende de otras variables como pueden serlos recursos de que se dispone, la genética o la suerte. Hoy sabemos, por ejemplo, que la inteligencia no garantiza el éxito, y todos conocemos historias de personas que, por motivos diferentes como puede ser un premio o la fama, han recibido grandes sumas de dinero que han acabado perdiendo con el paso de los años. En otros casos, hemos observado personas pertenecientes a familias acomodadas que, sin embargo, han vivido vidas desgraciadas o, simplemente, poco exitosas. En definitiva, el éxito es un fenómeno que, al menos en apariencia, no parece seguir las leyes de la lógica, o al menos de la lógica con la que acostumbramos a entender la vida.

Estos hechos han llevado a una serie de investigadores, entre los cuales me incluyo, a intentar averiguar bajo qué circunstancias una persona puede conseguir aquello que se propone. Es decir, si los recursos, la genética o la suerte no garantizan el éxito, de qué depende entonces. Llamamos psicología del éxito al conjunto de investigaciones que intentan aportar luz sobre esta intrigante cuestión.

Uno de los primeros volúmenes sobre este tema, hoy ya un clásico, fue Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, de Stephen Covey, un best seller mundial que intentaba explicar al público cuáles eran las habilidades que tenían las personas cuyo rendimiento estaba por encima de la media. Aunque quizás era una obra más orientada a la productividad personal que al éxito, su amplísima difusión da una idea de hasta qué punto este tema es de enorme interés para la mayoría de las personas.

Sin embargo, probablemente fue MalcomGladwell, con Fuera de Serie (Outliers), quien situó esta cuestión como una de las preocupaciones y objetos de investigación a nivel mundial. En su libro, Gladwell intenta explicar algunas de las claves que explican que haya personas que destacan frente a otras en diversos campos, como pueden ser el deporte, la música o los negocios. Otro de los libros conocidos sobre este tema es The 8 Traits Successful People Have in Common, de Richard. St. John, una entretenida obra que parte de una investigación cualitativa para intentar determinar cuáles son las ocho habilidades que la gente de éxito tiene. Change Anything, de Kerry Patterson y su equipo de coautores, o The Art of Doing, de Sweeney y Gosfield, son obras complementarias dentro de esta orientación. Existen incluso enfoques centrados en los niños, que intentan averiguar cuáles son las habilidades esenciales que deberían aprender para desenvolverse en la vida. En esa dirección, además de la ya clásica perspectiva de las Habilidades para la Vida (LifeSkills) de la Organización Mundial de la Salud, está el trabajo de Ellen Galinsky, recogido en su libro Mind in the Making. Mis propios trabajos, Conquista tu sueño y La Brújula de Shackleton, son también aportaciones a la ciencia del éxito. El primero de ellos intenta explicar por qué a las personas les resulta tan difícil cambiar para conseguir lo que quieren, y cómo hacerlo, y en el segundo me baso en la increíble expedición Endurance, que protagonizó el legendario explorador polar Ernest Shackleton en la Antártida, para explicar cuáles son las habilidades que poseen las personas que consiguen lo que se proponen.

Hoy sabemos lo suficiente sobre el ser humano como para afirmar que las habilidades que una persona tiene pueden variar significativamente a lo largo de la vida. Entre otros motivos porque, contrariamente a lo que se pensaba, el cerebro muestra una extraordinaria plasticidad, como demostraron los célebres estudios con taxistas en la ciudad de Londres y los que se han hecho con músicos profesionales.

Sabemos, también, que las personas tenemos dos tipos de mentalidad: la llamada mentalidad fija, que es la que mantienen las personas que piensan que nuestras características y habilidades son estables, y la mentalidad de crecimiento, en la que se considera que la capacidad de cada uno no es estática. La diferencia crucial es que en la primera de ellas las personas tienden a conformarse con aquello que saben hacer, mientras que en el otro lado, el de la mentalidad de crecimiento, las personas interpretan la dificultad como un síntoma de aprendizaje y,por ello,no solo no rechazan aquellas actividades que les cuestan esfuerzo, sino que salen activa y recurrentemente de su zona de confort, consiguiendo así desarrollarse.

Dicen que Mary Ann Evans, en la pluma de George Eliot, afirmaba que nunca es demasiado tarde para ser lo que cada uno podría haber sido. Jamás la ciencia hasta ahora había tenido una evidencia mayor de hasta qué punto esas palabras son rotundamente ciertas. A cualquier edad, en cualquier momento, y prácticamente en cualquier circunstancia, es posible una modificación sustancial de nuestras habilidades, entre las que cobran particular importancia las que nos conducen al logro de nuestras aspiraciones. La cuestión esencial es cuáles son esas habilidades y cómo se entrenan. Y precisamente por eso a usted, muy probablemente, le interesa la psicología del éxito.

En sucesivas entregas de esta misma revista analizaremos cuáles son las claves de esta nueva y prometedora disciplina, desvelando estudios científicos y sugiriendo pautas para que usted pueda reflexionar y así progresar en el desarrollo de las distintas habilidades para el éxito. El resto, es cosa suya.

Artículo originalmente publicado en www.gestion.com.do

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 06.02.2015

En la remota isla de South Georgia, bien custodiada por leones marinos, se encuentra el monolito que señala el lugar donde descansa el legendario explorador Ernest Shackleton. En él está inscrito el célebre verso de Browning: «Sostengo que un hombre debe luchar hasta el límite por aquello que se ha propuesto en la vida». No sabemos a ciencia cierta porqué las frases célebres nos impactan tanto, aunque es muy posible que sea porque encierran una profundidad que la lectura superficial no revela pero que intuimos, y ese misterio nos atrae.

En el caso de la frase de Browning hay al menos dos ideas importantes que, si bien son centrales en la vida, no son fáciles de llevar a la práctica. La primera de ellas es que el éxito tiene que ver con algo que una persona se ha propuesto. Lo cierto es que si nos levantáramos cada mañana y nos preguntáramos qué es lo que nos hemos propuesto en la vida, muchas veces no sabríamos qué contestar. Progresar profesionalmente, tener un buen salario, formar una familia, cuidar de ella, y así sucesivamente, no son sino patrones predefinidos, argumentos preexistentes que en general seguimos más o menos todos. Pero una cuestión muy diferente es qué es lo que cada individuo, como persona única e individual, persigue como aspiración genuina, como misión en esta vida. La ciencia nos dice que una de las claves de la felicidad es que en nuestra vida haya esperanza, sentido y un propósito. Si no sabemos a dónde vamos es muy difícil que sepamos interpretar si lo que nos pasa es malo o bueno, y mucho más saber cuándo hemos llegado.

La segunda idea es que para lograr lo que uno se propone es preciso luchar hasta el límite. En esta llamada sociedad del bienestar hemos acabado identificando como bueno todo lo que es sencillo, lo que no cuesta trabajo y lo que es confortable. Hemos desterrado a la cultura del esfuerzo a la última de nuestras preocupaciones, porque todo lo que es imprescindible, y muchas veces lo que no lo es, está al alcance de la mano. Sin embargo esto crea una perspectiva errónea, porque como bien saben la mayoría de las personas, todo lo que en realidad tiene valor cuesta un gran esfuerzo, a veces un esfuerzo titánico. Nunca nada grande se hizo de la noche a la mañana, ni por un golpe de suerte. Sobre todo aquellos logros que tienen que ver con nosotros mismos, con lo que realmente buscamos en esta vida, sea personal o profesionalmente.

Evidentemente esto no es ni mucho menos fácil. Hay que empezar por intentar visualizar el futuro y pensar en qué punto quiere cada uno encontrarse dentro de dos años, o cinco o diez. Y luego, quizá más difícil aún, darse cuenta de que nada ocurre súbitamente, y de que por tanto a diario debe haber acciones que conduzcan a donde se quiere llegar. Si ninguna de las acciones que una persona hace en un día le conduce a objetivo que pretende, y eso se repite durante varios días, es fácil saber sin demostración alguna que nunca llegará a conseguirlo. Los futuros se construyen en los presentes: es la única manera.

Es bastante probable que pueda conseguir lo que una persona se propone si tiene claro de qué se trata y lucha por ello hasta el límite. Shackleton es una de las pocas personas que logró convertir un fracaso rotundo (el naufragio de un barco en la Antártida, con la consiguiente e irremediable imposibilidad de acometer la expedición que tenía planteada), en un éxito absoluto (regresar con todos sus hombres sanos y salvos dos años después de haber partido). Pero para eso fue necesaria una meridiana claridad en sus objetivos y un espíritu de sacrificio fuera de lo común que puso al servicio de la misión, todos y cada uno de los días que duró. Al admirar la increíble gesta del que posiblemente es uno de los más grandes líderes de todos los tiempos, resulta imprescindible preguntarse cómo lo consiguió. La respuesta, al menos una de ellas, está escrita en la piedra del monolito bajo el cual descansa: «sostengo que un hombre debe luchar hasta el límite por aquello que se ha propuesto en la vida.»

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 18.11.2014

Como dijo Jim Loher, y pese a la extendida creencia que sostiene lo contrario, la gestión del tiempo en sí no conduce a nada. Porque dedicar simplemente tiempo a algo no hace que las cosas funcionen. Un padre puede estar en el partido que juega su hijo, pero si está pendiente del teléfono no sabrá lo que está pasando. De igual manera, un profesional puede estar en una reunión, pero si no está concentrado en ella no aportará nada. La clave del éxito no está, por tanto, en gestionar el tiempo, sino en gestionar la energía.

Muy a menudo experimentamos cansancio, falta de concentración, somnolencia, decaimiento y una larga serie de síntomas parecidos. Tendemos a atribuir esos estados al agotamiento o al estrés, cuando en muchos casos se deben simplemente a una inadecuada gestión de la energía. En ocasiones es debido a adicciones, como la del tabaco o la del café, que nos colocan en un ciclo de dependencia acabando a veces por provocar aquello que precisamente intentamos evitar con su consumo. En otros casos es debido a un patrón de alimentación poco saludable, bien sea por su cantidad, calidad u horario, y algunas veces más a causa de una utilización ineficiente de los tiempos de descanso. Por último, la falta de actividad física es responsable también de buena parte de nuestros estados de agotamiento.

Por más que nos empeñemos, si dormimos mal y a destiempo, no practicamos ninguna actividad física, no controlamos lo que comemos y somos dependientes del tabaco o del café, es injusto seguir culpando de nuestro mal estado al exceso de trabajo, al estrés o a los plazos. Es injusto, pero sobre todo es poco práctico, porque si somos el resultado de nuestro entorno poco podemos hacer para cambiarlo. Sin embargo, actuar sobre el descanso, la alimentación o el ejercicio físico está enteramente en nuestras manos.

Y eso es sólo el principio: la gestión eficiente de la energía que nos suministra el rumbo vital, la energía emocional, la energía mental, junto con la energía espiritual que nos aportan nuestros valores clave, puede hacernos llegar incluso más lejos.

Ningún movimiento puede darse sin energía, y mucho menos el que nos conduce al éxito.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 28.10.2014

Por impactante que pueda parecer, se calcula que la lista de tareas a realizar de cualquier profesional en un momento dado es de ciento cincuenta, y que el número de impactos informativos diarios que recibe una persona en un país desarrollado es de en torno a diez mil. Con todo ello ocupando nuestra mente, no es extraño que la capacidad de estar enfocados en lo que realmente está alineado con nuestra misión personal sea un bien tan preciado y escaso.

Cuenta Nicholas Carr en Superficiales, que a mediados de los años setenta, en Palo Alto, en la corporación Xerox, reunieron a un grupo de programadores para presentarles un descubrimiento sin precedentes. Se trataba de un sistema operativo que trabajaba en multitarea, de forma que cuando uno de ellos estaba programando, si alguien le enviaba un email el sistema abriría una ventana para mostrárselo. Pese al entusiasmo general, uno de los ingenieros que estaba presenciando la demostración, dijo: “¿por qué demonios iba uno a querer que le interrumpa y distraiga un email mientras está ocupado programando?”. Claro, nadie le escuchó. Y de alguna forma, aquello fue el principio del fin. O, menos dramáticamente, el no escuchar las voces críticas que han ido surgiendo en contra de este tipo de avances nos llevó a confiar en que el cerebro humano es multitarea, cosa que no es cierta, ni para los hombres ni para las mujeres: nuestra mente puede mantener una única cosa en la conciencia, y nunca más de una a la vez.

El enfoque consiste en controlar voluntariamente el contenido de la conciencia, objetivo que han pretendido todos los movimientos espirituales desde el principio de los tiempos. Proyectar voluntariamente en el lienzo de nuestra conciencia aquello que está alineado con nuestros objetivos en la vida, dejando a un lado distracciones, pensamientos negativos, ideas menores y razonamientos estériles o contraproductivos, es una clave irrenunciable del éxito.

Tenemos que dedicarnos a pensar en lo que tenemos que pensar. Así de simple.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 23.10.2014

Bruce lee escribió: “créeme que en cada gran reto siempre hay obstáculos, grandes o pequeños, y la reacción que uno muestra ante esos obstáculos es lo que cuenta, no el obstáculo en sí. No existe la derrota hasta que tú la admitas”. Que la vida que vivimos es una sucesión de altibajos es tan cierto como que tiene un principio y un final. Por eso, pongamos la energía que pongamos en esquivar los golpes, al final llegarán. Por tanto lo mejor es estar preparados desarrollando nuestra capacidad de regeneración.

En un estudio destinado a analizar los impactos que los seres humanos experimentamos, se encontró que la media de acontecimientos adversos serios que vivimos es de unos ocho a lo largo de nuestra vida. Lo sorprendente del caso es que mientras que unas personas tienen serias dificultades para recuperarse, o no se recuperan nunca, otras muchas salen más o menos airosas de los trances que se les plantean. Dice la investigación que aproximadamente un tercio de las personas son naturalmente resilientes, y por tanto los otros dos tercios deben aprender a serlo, si quieren evitar que los contratiempos estorben o impidan su camino hacia el éxito.

Tanto la capacidad de encajar golpes como la de aprender de ellos son facultades que se aprenden. Aunque resulte difícil de creer, las personas pueden elegir la manera en que quieren interactuar con lo que les pasa, y por eso tras una situación difícil pueden tender o bien barreras, o bien puentes hacia un futuro mejor. Es una cuestión de actitud, de voluntad, y afortunadamente de práctica, por lo que cuanto más obstáculos se han superado es más fácil recuperarse de los que van surgiendo. Quizá el problema de fondo no está tanto en saber que las adversidades se pueden superar y que se puede aprender de ellas, sino en el inmenso esfuerzo que conlleva, tanto más cuando más grande es el problema.

La regeneración es una cualidad que hay que entrenar. Aunque cueste.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 14.10.2014

Aunque estemos acostumbrados a identificar la palabra éxito con el dinero, el poder o la fama, lo cierto es que según el diccionario lo que significa fundamentalmente es un resultado feliz. Desde esa óptica, el éxito es algo que persigue cualquier persona, porque a cualquiera le gustaría que sus planes tuvieran un final feliz. La búsqueda del éxito es por tanto una de las aspiraciones naturales del ser humano, y siempre merece la pena intentar averiguar cuales son sus claves.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 08.07.2014

Cada vez son más frecuentes las reflexiones y los estudios sobre las personas que han logrado grandes cosas en la vida. Y estamos acostumbrados a que nos hablen de su talento y de su creatividad, de su capacidad de liderazgo o de su magnetismo personal. Pocas veces oímos hablar de la suerte como ingrediente del éxito. Sobre todo de ese tipo de suerte que se fabrica, y que está hecha de perseverancia, de resiliencia o de fuerza de voluntad y, por encima de todo, de nuestra capacidad de imaginar proyectos extraordinarios.   

Cualquier actividad requiere una planificación, porque los seres humanos vivimos fundamentalmente en el espacio de nuestras representaciones mentales, que se anticipan a todo lo que hacemos, da igual si se trata de preparar una taza de café o de acometer un proyecto para la creación de un puente. Y el camino hacia el logro de grandes objetivos arranca precisamente ahí, en el momento en el que nos fijamos lo que perseguimos. Hay personas cuya vida transcurre en proyectos del tipo preparar una taza de café, mientras que otros intentan construir puentes. Y hay quien sueña con volar por el espacio. 

Hay una historia antigua acerca de un hombre que paseaba por un lugar donde tres pintores estaban trabajando en la restauración de un templo. Les preguntó por su cometido, y las respuestas que dieron fueron muy diferentes: el primero dijo que su labor era pintar paredes, y el segundo que estaban allí con el fin de ganar algo de dinero para llevar a sus casas. La respuesta del tercer pintor, sin embargo, fue muy diferente: “estamos aquí para dar color a la casa de Dios”, dijo. No cabe duda de que este pintor era el que más motivado estaba, y con toda seguridad el que mostraba un mayor nivel de ejecución, solo por el hecho de que se sentía parte de algo extraordinario 

La mayoría de nuestros días habitamos en los cómos, y no en los porqués. Dedicamos tiempo y esfuerzo a ser más eficientes y eficaces en nuestras tareas, pero en ocasiones perdemos la perspectiva sobre los motivos por los que hacemos nuestro trabajo. Y la ciencia nos dice que pensar porqué hacemos lo que hacemos conduce nuestra mente hacia un nivel de pensamiento más alto, ese que nos puede llevar hacia el futuro donde se encuentran los grandes logros. La única misión de una taza de café es satisfacer a quien la toma, y como mucho proporcionar algo de energía. Sin embargo, un puente es una construcción magnífica, cuyo cometido es servir de vía de comunicación para conectar ciudades y países, y en definitiva personas. Y, desde luego, hoy existen los transbordadores espaciales porque en su día hubo alguien los imaginó. 

Muchos primates, incluso los grandes simios, carecen de la posibilidad de imaginar lo que va a ocurrir más allá de veinte minutos hacia el futuro. El ser humano es el único que puede ver su mañana, su pasado mañanay, prácticamente, imaginar el rumbo que, previsiblemente,recorrerá su vida entera.De todos los proyectos que una persona puede emprender, con toda seguridad los que cubren un itinerario amplio dentro de esa vida son los que le pueden proporcionar un verdadero sentido. 

No perdamos la oportunidad de participar en proyectos de gran envergadura. O, lo que a veces es lo mismo, no perdamos la oportunidad de buscar el motivo y el significado último de lo que hacemos. Porque,en definitiva, la construcción de sentido es lo que guía la vida de los seres humanos. En la medida en que conectamos nuestro desempeño con las grandes preguntas que nos hacemos sobre la vida, con el por qué, para qué, o para quién hacemos las cosas, podemos sentirnos parte de proyectos extraordinarios, como el tercero de los pintores que restauraba el templo. Las empresas, al fin y al cabo, existen para generar verdadero valor y entregarlo al cliente. Capturando una parte de él, pero cediendo el resto a las personas, a las regiones y, en último término, al mundo entero, para transformarlo convirtiéndolo en un lugar mejor para vivir. Ese espíritu es el que suele figurar en las declaraciones de misión y visión, en los mensajes que las compañías dirigen a la sociedad y, por supuesto, el que deberíamos tener presente en nuestro día a día.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 02.04.2014

Hoy día sabemos que hay dos claves imprescindibles en el éxito, relacionadas pero no idénticas: la fuerza de voluntad y la perseverancia. La primera es la que nos ayuda en el día a día: a salir a la calle a pesar de que llueva, a no comer más de lo necesario, a abrir ese documento que tenemos por fin que concluir, o a no seguir posponiendo una reunión conflictiva. Y la segunda es la que necesitamos para los objetivos a largo plazo, la que implica perseguir una meta durante largo tiempo sin olvidarnos de ella y sin desfallecer a pesar de los contratiempos. 

Sin embargo, casi sin que nos hayamos dado cuenta, ha aparecido un proceso lento pero eficiente que, en las sociedades desarrolladas, está minando nuestra capacidad de tolerar situaciones adversas. Al principio es algo apenas notorio, como el mecimiento ocasional cuando un bebé tiene verdaderas dificultades para dormir. También, la incorporación de ingredientes dulces para evitar el mal sabor de algunos medicamentos. A continuación, la televisión a la hora del desayuno para que sea más sencillo que los pequeños de la casa se porten bien a esa temprana hora. Más tarde, los libros llenos de colores para que resulten llamativos. Por supuesto, las pantallas en los coches para que los niños se entretengan durante los viajes largos, y así sucesivamente. Después de toda una vida siguiendo esa pauta, ya de adultos seguimos necesitando monitores de televisión que nos distraigan del ejercicio en el gimnasio, libros cada vez más breves y sencillos de leer, noticias entretenidas, y revistas llenas de fotografías en las que las ideas esenciales estén claramente destacadas. La comodidad extrema rodea nuestras vidas, y hasta tenemos reposabrazos en el coche, no vaya a ser que el trabajo de maniobrar el volante resulte excesivamente extenuante.   

En ocasiones da la sensación de que todo tiene que ser atractivo o sencillo, o ambas cosas, para que nos decidamos a acometerlo. Hoy día cada vez es más difícil que los niños se involucren en torneos por el mero placer de participar, los universitarios a duras penas se movilizan para una tarea académica si no conlleva el consabido reconocimiento de créditos, y en general cada vez son más las personas que no se implican en aquellas actividades que cuestan esfuerzo. 

La motivación es una pieza fundamental tanto para la fuerza de voluntad como para la perseverancia, y existe en dos formatos: la intrínseca, que es la automotivación, y la extrínseca, que es la que el entorno nos proporciona. En suma, o nos impulsamos nosotros mismos o alguien nos empuja. Por otro lado, según parece indicarnos la ciencia, da la impresión de que un organismo necesita enfrentar determinadas dificultades para fortalecerse. Es un principio que, por ejemplo, parece explicar el origen de ciertas alergias: al vivir en entornos asépticos el cuerpo humano podría no generar determinadas defensas contra algunos alérgenos y, como consecuencia, se debilitaría. Por eso solemos decir que lo que no nos mata nos hace más fuertes. 

¿Y si la motivación funcionara igual? ¿Y si cuanto más fácil y llamativo resulta el mundo menos se desarrolla nuestra capacidad de automotivarnos? Si eso fuera así nos habríamos equivocado con la motivación, al crear un mundo tan fascinante y sencillo que habría arrinconado a nuestra fuerza de voluntad y a nuestra perseverancia, herramientas vitales en cualquier camino hacia el éxito. 

Hay que pensar que si queremos hacer realidad nuestros planes, y sobre todo si perseguimos metas importantes, no podemos confiar en que las cosas van a ser fáciles. O en que habrá alguien para motivarnos en cada pendiente del camino. Por tanto es imprescindible reflexionar sobre cuáles son las claves que nos pueden ayudar a darnos ánimos a nosotros mismos, a extraer energía de nuestras propias convicciones, a dar todavía un paso más cuando nos parezca que estamos agotados y a que, en definitiva, ese combustible indispensable que se llama motivación no dependa únicamente de que el mundo a nuestro alrededor sea atractivo y simple. 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

El Economista, Jesus Alcoba / 27.12.2013

Es ciertamente misterioso que nuestros planes de cambio personal fracasen tantas veces. Nos proponemos las cosas una y otra vez, y con demasiada frecuencia vemos como nuestros deseos de cambiar se estrellan contra el muro invisible que forma la terrible inercia de nuestro comportamiento habitual. Y aunque sabemos bastante sobre la forma en la que está hecho el cerebro como para ser precavidos, y comprendemos que el cambio no ocurrirá de modo fácil o automático, aun así a veces las cosas no funcionan.

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