Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 11.12.2014

Hemos bautizado el mundo en el que vivimos los países desarrollados, y al que posiblemente aspiran los que están en desarrollo, como sociedad del bienestar. Y a menudo usamos palabras como confort, facilidad, comodidad y términos similares para describir lo que buscamos: lo sencillo, lo desahogado, lo relajante, lo que está al alcance de la mano y lo que no cuesta esfuerzo alguno es siempre lo esperado. Inadvertida pero implacablemente, sin embargo, ese rechazo al esfuerzo nos está debilitando.

Los seres humanos somos criaturas pensadas para ahorrar energía. Ni la más sofisticada ingeniería de eficiencia energética puede compararse a la inteligencia con que ha evolucionado nuestra especie, que tiene la capacidad de autorregularse en todas las circunstancias para garantizar su supervivencia. Ahora ya no somos conscientes de ello, pero en épocas remotas no resultaba tan sencillo obtener comida o descanso. Por eso nuestro organismo se fue adaptando al medio, hasta resultar un engranaje casi perfecto en su optimización energética.

Por eso el concepto de sociedad del bienestar cuadra bien con nuestra anatomía: siempre que podamos evitar un esfuerzo lo evitaremos, y así tranquilizaremos a nuestro cerebro ancestral, ese que presiente que si derrocha energía puede que no encuentre con que recargarla en el futuro inmediato. Y así es que no nos gusta madrugar, ni esperar colas, ni estar de pie, ni sacar la basura, ni nada que implique salir de nuestro confortable estado. Antes el manejo de un automóvil requería algún esfuerzo para accionar la ventanilla, pero ahora los elevalunas eléctricos y otros adelantos hacen que el único esfuerzo que requiere conducir es el de girar el volante y, por si acaso esto resulta demasiado agotador, cada vez más modelos incluyen reposabrazos de serie.

Sin embargo, la sociedad del bienestar es una ilusión. Siempre lo fue. Aprender una profesión conlleva muchas horas de estudio y prácticas, la crianza de un hijo implica innumerables sacrificios, las jornadas laborales no se entienden sin que haya que madrugar, y desde luego mantener una mínima forma física es sinónimo de esfuerzo y renuncia a muchas tentaciones. Es posible que hoy no tengamos que matar para comer y que no tengamos que defender nuestra tribu de vecinos beligerantes, pero hoy, como siempre, para conseguir nuestros objetivos necesitamos luchar. Y a veces luchar duro. Todos admiramos la belleza que hay en la música y la danza, pero cualquiera de estos profesionales hablaría durante tiempo indefinido de la abrumadora cantidad de horas que ha invertido en perfeccionar cada nota y cada gesto, y un tiempo no menor de las dolencias, a veces crónicas, que han de entregar a cambio del virtuosismo que exhiben. Y esto se aplica igualmente a deportistas, a emprendedores y en general a todas aquellas personas que han conseguido algo que realmente pueden mirar con orgullo.

Afortunadamente hoy día estamos empezando a reconocer de nuevo el valor que tiene la fuerza de voluntad, el esfuerzo y el sacrificio, que fueron expulsados de nuestros mapas conceptuales para que pudiéramos seguir disfrutando de nuestro particular paraíso en la tierra. Y cada vez son más las voces que afirman que, nos pongamos como nos pongamos, en el trabajo duro está la respuesta a muchas de nuestras preguntas y aspiraciones, y que no podemos esperar a que ningún maná caiga del cielo o brote de la tierra, sino que lo que tenemos que hacer es coger el toro por los cuernos y mirarle fijamente a los ojos sin esquivar ni eludir su dura mirada. Una mirada en la cual está recogida con admirable perfección evolutiva la única lección que la naturaleza ha cincelado sobre piedra, y es que todas las especies deben luchar para sobrevivir.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 11.11.2014

Si la fuerza de voluntad nos permite lograr nuestros objetivos diarios, la constancia es lo que nos facilita conseguir nuestros objetivos a largo plazo. Si incluso un genio de talento incuestionable como Leonardo da Vinci tardó años en completar La Gioconda, los demás deberíamos abandonar la idea del éxito instantáneo y pensar que cualquier objetivo importante requiere perseverancia. Sobre todo porque aunque existan explosiones instantáneas de creatividad, de la idea a la realización, y aún más al éxito, el camino es abrumadoramente largo.

La constancia es una de esas habilidades de las que casi nadie se siente cerca. Miramos al futuro, y nos cuesta vernos haciendo las mismas cosas una y otra vez durante días, meses o años. No nos sentimos cómodos imaginándonos acumulando miles de horas de estudio, de entrenamiento o simplemente de concentración para lograr una misma meta. Y así es que objetivos como perder peso, escribir un libro, dominar un deporte, gestionar un proyecto de envergadura, y así sucesivamente, siempre se nos acaban escapando y nunca llegamos a completarlos. Sin embargo, otras personas sí lo hacen.

De la misma forma que la salud responde a una ecuación donde el peso fundamental está en lo que hacemos habitualmente, cada día, todos los días, cualquier otro objetivo de cierta relevancia está en función de conductas que también deben ser habituales. Es el poco a poco de cada día el que al final logra que consigamos lo que buscamos. Nunca nada grande se hizo de la noche a la mañana: ni los edificios más significativos de la historia, ni los grandes descubrimientos, ni desde luego las obras de arte más importantes.

Hay que dar muchos pequeños pasos para conseguir grandes cosas.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 04.11.2014

Dijo Michael Phelps que cualquier cosa es posible si estamos dispuestos a realizar los sacrificios que implica. Lo que ocurre es que muchas personas creen profundamente en lo primero sin reparar en lo segundo. No podemos dejar pasar inadvertido el hecho de que la sociedad del bienestar debilita nuestra capacidad de tolerar situaciones incómodas. A pesar de ello, hay multitud de situaciones en el camino hacia nuestros objetivos en las que no podemos esperar que las cosas serán siempre sencillas.

Son innumerables las situaciones en nuestra vida profesional en las que tenemos que recurrir a nuestra fuerza de voluntad: a veces teniendo que concentrarnos en una reunión que se prolonga más de lo esperado, otras veces trasnochando para realizar tareas que no nos resultan gratas, en ocasiones aguantando nuestras emociones en situaciones conflictivas, y así sucesivamente. En nuestra vida personal estas situaciones también abundan: el ejercicio físico y la alimentación sana requieren grandes dosis de fuerza de voluntad, como también la requieren la capacidad de ahorrar o los hábitos de higiene o de orden y limpieza domésticos.

La capacidad de tolerar situaciones incómodas se alimenta de muchas cosas, entre ellas el optimismo y la reflexión sobre nuestros valores clave. Y aunque pueda parecer extraño, también contribuye a ella una nutrición adecuada y una buena forma física. Ejercitar nuestra fuerza de voluntad y nuestro autocontrol a través de esas y otras claves, o al menos no rehuir aquellas situaciones que las requieren, es una clave indiscutible del éxito.

A mayor éxito, mayor dificultad. No pretendamos lo contrario.

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 02.04.2014

Hoy día sabemos que hay dos claves imprescindibles en el éxito, relacionadas pero no idénticas: la fuerza de voluntad y la perseverancia. La primera es la que nos ayuda en el día a día: a salir a la calle a pesar de que llueva, a no comer más de lo necesario, a abrir ese documento que tenemos por fin que concluir, o a no seguir posponiendo una reunión conflictiva. Y la segunda es la que necesitamos para los objetivos a largo plazo, la que implica perseguir una meta durante largo tiempo sin olvidarnos de ella y sin desfallecer a pesar de los contratiempos. 

Sin embargo, casi sin que nos hayamos dado cuenta, ha aparecido un proceso lento pero eficiente que, en las sociedades desarrolladas, está minando nuestra capacidad de tolerar situaciones adversas. Al principio es algo apenas notorio, como el mecimiento ocasional cuando un bebé tiene verdaderas dificultades para dormir. También, la incorporación de ingredientes dulces para evitar el mal sabor de algunos medicamentos. A continuación, la televisión a la hora del desayuno para que sea más sencillo que los pequeños de la casa se porten bien a esa temprana hora. Más tarde, los libros llenos de colores para que resulten llamativos. Por supuesto, las pantallas en los coches para que los niños se entretengan durante los viajes largos, y así sucesivamente. Después de toda una vida siguiendo esa pauta, ya de adultos seguimos necesitando monitores de televisión que nos distraigan del ejercicio en el gimnasio, libros cada vez más breves y sencillos de leer, noticias entretenidas, y revistas llenas de fotografías en las que las ideas esenciales estén claramente destacadas. La comodidad extrema rodea nuestras vidas, y hasta tenemos reposabrazos en el coche, no vaya a ser que el trabajo de maniobrar el volante resulte excesivamente extenuante.   

En ocasiones da la sensación de que todo tiene que ser atractivo o sencillo, o ambas cosas, para que nos decidamos a acometerlo. Hoy día cada vez es más difícil que los niños se involucren en torneos por el mero placer de participar, los universitarios a duras penas se movilizan para una tarea académica si no conlleva el consabido reconocimiento de créditos, y en general cada vez son más las personas que no se implican en aquellas actividades que cuestan esfuerzo. 

La motivación es una pieza fundamental tanto para la fuerza de voluntad como para la perseverancia, y existe en dos formatos: la intrínseca, que es la automotivación, y la extrínseca, que es la que el entorno nos proporciona. En suma, o nos impulsamos nosotros mismos o alguien nos empuja. Por otro lado, según parece indicarnos la ciencia, da la impresión de que un organismo necesita enfrentar determinadas dificultades para fortalecerse. Es un principio que, por ejemplo, parece explicar el origen de ciertas alergias: al vivir en entornos asépticos el cuerpo humano podría no generar determinadas defensas contra algunos alérgenos y, como consecuencia, se debilitaría. Por eso solemos decir que lo que no nos mata nos hace más fuertes. 

¿Y si la motivación funcionara igual? ¿Y si cuanto más fácil y llamativo resulta el mundo menos se desarrolla nuestra capacidad de automotivarnos? Si eso fuera así nos habríamos equivocado con la motivación, al crear un mundo tan fascinante y sencillo que habría arrinconado a nuestra fuerza de voluntad y a nuestra perseverancia, herramientas vitales en cualquier camino hacia el éxito. 

Hay que pensar que si queremos hacer realidad nuestros planes, y sobre todo si perseguimos metas importantes, no podemos confiar en que las cosas van a ser fáciles. O en que habrá alguien para motivarnos en cada pendiente del camino. Por tanto es imprescindible reflexionar sobre cuáles son las claves que nos pueden ayudar a darnos ánimos a nosotros mismos, a extraer energía de nuestras propias convicciones, a dar todavía un paso más cuando nos parezca que estamos agotados y a que, en definitiva, ese combustible indispensable que se llama motivación no dependa únicamente de que el mundo a nuestro alrededor sea atractivo y simple. 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com