Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 10.07.2013

La hechicera de Blancanieves preguntaba una y otra vez a su espejo mágico quién era la más bella de todas. Esto lo sabemos porque los hermanos Grimm y Disney nos lo han contado. Lo que ninguno de los dos nos explicó es por qué le preguntaba tantas veces. Seguramente era debido a que no estaba convencida de la respuesta, porque en el fondo sabía que no era la más bella. De hecho no habría podido serlo, solo de tan mala que era. Sin embargo jugaba con su fantasía uno y otro día, pretendiendo la belleza absoluta a cambio de nada.  

Sería muy bueno que a nosotros, cada mañana, el espejo de nuestra propia conciencia nos devolviera la inequívoca certeza de que hemos llegado a ser quienes queríamos ser. Pero claro, ese otro espejo que es el nuestro, el de la vida y el de nuestra biografía, no teme a que ninguna hechicera loca lo haga añicos y por eso arroja una imagen siempre veraz. Así que a diario convivimos con esa distancia, ese pequeño o gran abismo que hay entre nuestro yo ideal y nuestro yo percibido, tanto personal como profesionalmente. Nos gustaría tomarnos las cosas de otro modo, no ser presa fácil de la ansiedad ni de las prisas, pasar más tiempo con nuestros seres queridos, o quizá vivir de acuerdo a nuestras propias pautas en vez de estar siempre pendientes de lo que nos dicen los demás. También querríamos dirigir mejor a nuestros equipos, contagiarles una inspiración incontenible, captar siempre las oportunidades, ser hábiles en la resolución de conflictos y mil cosas más.  

La cuestión es que todo eso no se logra en un instante, y mucho menos a base de esos ecos a veces dañinoque aparecen cuando claramente notamos que no tenemos más motivo para valorarnos que la necesidad imperiosa de valorarnosLa bruja del cuento de Blancanieves estaba obsesionada con la belleza. Pero hacía tan poco por conseguirla que el único que la aguantaba en su delirio era un espejo reverberante, y eso porque no podía despegarse de la pared a la que estaba clavado. De hecho dicen que aún sigue colgado en Lohr 

Estaría bien que pudiéramos aprender a establecer las diferencias entre los anuncios publicitarioslas inyecciones puntuales de cariño, que todos necesitamos, y la senda verdadera que nos lleva a ser quienes soñamos ser. Porque la autoestima no es una receta, ni una aplicación para el smartphone, ni desde luego algo que se puede inyectar en los pliegues del alma como el botox. Para quererse hace falta construir algo a lo que poder querer porque, como es obvio, nos valoramos a nosotros mismos con los mismos instrumentos que utilizamos con los demás. A veces somos un poco más exigentes y a veces un poco menos, pero en general las varas de medir son esencialmente las mismas. 

El cambio personal es un formidable proyecto de investigación y una aventura llena de retos, muy lejos del espejo de la bruja que odiaba a Blancanieves y de sus versiones modernas como los mensajes del tipo porqueyolovalgo. Es una misteriosa y compleja travesía vital elaborada con paciencia y dedicación, a base de tener claro dónde uno quiere ir, de luchar por ello con constancia, de crecerse ante las dificultades y, quizá por encima de todo, de creer que es posible. 

Si la hechicera del cuento de los hermanos Grimm se hubiera puesto a ello, es decir, si hubiera hecho ejercicio, hubiera cuidado su alimentación y hubiera descansado lo necesario y, sobre todo, si hubiera sido buena persona y hubiera sonreído más, seguramente habría sido más bella y no le habría hecho falta preguntar nada al espejo de Lohr, dado que todo el mundo se lo habría dicho, empezando por su marido. Porque esa es, en resumidas cuentas, la prueba más evidente de que somos lo que deseamos: escuchar de los demás que nos ven como soñamos ser, sin necesidad de que se lo preguntemos.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 08.07.2013

En la mayoría de los casos es fácil determinar qué conductas hay que llevar a cabo para lograr determinados objetivos. Sin embargo, con frecuencia lo que impide que las personas logremos un cambio personal es simplemente la medida en que creemos que somos o no capaces de llevar a cabo esas conductas. De nuevo, el poder de la mente.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 22.06.2013

Todos queremos creer en el asombroso poder de la mente. Sin embargo, muchas de las cosas que escuchamos sobre ello, como por ejemplo la extendida pero errónea creencia de que solamente utilizamos un diez por ciento de nuestro potencial, no están basadas en constataciones reales. Por otro lado, es común escuchar también que todo está en la mente, y que todo depende de cómo veamos las cosas. Pero, de nuevo, aunque es algo inequívocamente intuido, rara vez podemos citar ejemplos concretos de esta sorprendente realidad.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 14.06.2013

Algunas de nuestras grandes preguntas tienen que ver con las adversidades, con los problemas o las crisis, con el fracaso, con vernos un día arrojados fuera de nuestra existencia profesional o personal, con ese momento en el que no nos queda otra persona a la que mirar que a nosotros mismos. Aunque parezca mentira puede ser muy productivo preguntarse qué ocurriría ese día, que afortunadamente en la gran mayoría de los casos nunca llega, en el que la rueda de la fortuna gira y todo se colapsa a nuestro alrededor dejándonos desnudos en medio de un desierto que se extiende donde antes florecía el vergel en el que vivíamos.

Parafraseando ese bello texto quizá erróneamente atribuido a Borges, la respuesta a esas grandes preguntas puede tener que ver con la idea de que uno debe plantar su propio jardín y decorar su alma, en lugar de esperar a que sean otros quienes le traigan las flores: un jardín al que volver cuando las cosas vayan mal.

Fortalecer nuestro yo profesional y personal es una vacuna contra las adversidades. De esta manera cuando el resto de las luces se apagan siempre podemos encender la nuestra propia y regresar a nuestros orígenes, a lo que de verdad es nuestro y solo nuestro. Uno debería desarrollar sus talentos e inquietudes con independencia de para quien trabaje o de quien tenga a su lado en un momento determinado. Luego se puede viajar a otros jardines, junglas, montañas o playas, pero siempre hay que tener un jardín donde poder volver. Y es paradójico que muchos no lo tengamos, porque si bien hemos perfeccionado sofisticadísimos métodos para escuchar al cliente o al prójimo, a menudo no nos hemos escuchado a nosotros mismos lo suficiente. Si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que siempre hay algo que nos hace vibrar. Y perseguirlo debería ser una constante irrenunciable en nuestra vida: perseguir lo que nos diferencia y lo que nos da valor.

Se ha escrito mucho sobre el motivo por el cual la Gioconda ha trascendido a los siglos. Y se ha especulado que una de las claves es su belleza, aunque hoy sabemos que no es así. La Gioconda no ha vencido el paso del tiempo porque sea guapa sino porque, sfumato aparte, es rara: es una mujer de piel amarilla y sin cejas que nos mira como a quien nada le importa. Hasta que descubrimos que la del Prado es una copia en teoría idéntica no nos dimos cuenta de que hasta qué punto esto es cierto: porque la del Prado es efectivamente atractiva, pero la del Louvre es rara. Auténtica, pero rara.

Dicen que dijo Einstein que uno de los motivos más poderosos que hacen que la gente se sienta atraída por la ciencia y el arte es el deseo de escapar del día a día. Hay que buscar lo que nos hace diferentes: lo que aportamos como profesionales cuando no estamos integrados en la inteligencia colectiva de una organización, y lo que nos da la vida cuando no tenemos personas a nuestro alrededor que nos arropen. Si lo buscamos con auténtica pasión aunque seamos raros seremos diferentes, pero en cualquier caso seremos auténticos. Como la Gioconda.

El sitio donde siempre se puede regresar es uno mismo. Y ese uno mismo hay que cultivarlo y quererlo, porque es nuestra última línea de defensa. Representa nuestros cuarteles de invierno, que los romanos llamaban hiberna. En esos cuarteles hay que plantar un jardín para que podamos hibernar mientras esperamos, realimentándonos y reinventándonos, a que el temporal amaine.

El problema es que no estamos acostumbrados a cultivar nuestro propio jardín porque no nos han enseñado. Alguien sabio dijo que la Educación debería consistir en hacer que las personas se sientan motivadas a perseguir los grandes objetivos que dan sentido a la vida. Con esos objetivos debería estar decorado el jardín de nuestros cuarteles de inverno, ese al que siempre podremos volver.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 30.04.2013

Ninguna metáfora explica mejor la esencia de la creatividad que la del tornillo flojo, aunque también se utilice como sinónimo de falta de juicio. Porque la clave de la creación está siempre en la recombinación, en ubicar un motivo contra un fondo de otro cuadro o en situar al protagonista de una película en otra con un guión diferente. Crear es revelar conexiones entre elementos distantes que hasta el momento en que se materializan nada tenían que ver. La creación siempre está en la asociación, en el enlace. Obviamente no vale cualquier ligazón, sino que las ideas aparentemente desligadas tienen que amalgamarse como parte de un significado superior que la aúna y les da un nuevo sentido. Pero su origen más puro está en atraer polos opuestos y hacer que casen. Por eso la creatividad no puede existir si no hay tornillos flojos. Porque si todas las ideas que habitan en una mente o en un colectivo están firmemente estructuradas y conectadas una contra otra como en un panal de abejas, entonces ninguna puede descolocarse y volar para visitar a algún primo lejano al que nunca había visto, pero junto al que de repente se encuentra maravillosamente bien. Por eso los niños son más creativos que los adultos, porque no saben que hay un orden en el conocimiento. Los adultos lo clasificamos y seriamos todo, y no solemos ver sentido en juntar cosas aparentemente lejanas, como lo eran hace años los teléfonos y las cámaras de fotografía. Nadie hubiera apostado ni una sola peseta en los años setenta para fabricar un ingenio que articulase la fusión de estos dos aparatos. Y no solo porque los teléfonos estuvieran atados a un cable que salía de la pared, sino porque en sí ambos artilugios estaban conceptualmente situados en lugares remotos uno respecto del otro. Las nuevas y buenas ideas casi siempre surgen como resultado de algún tornillo flojo, de alguna fisura en el devenir de la conciencia por la que de repente una idea salta de su sitio y se encaja en un sistema conceptual vecino. Por tanto para que existan procesos creativos nada tiene que estar muy atornillado, todo ha de encontrarse en un estado ligeramente móvil, para que sea sencillo desubicar ideas de su lugar y sumarlas a un racimo lejano. 

Y ese precisamente es el gran problema que tiene la creatividad en la empresa: que la creación de valor se apoya en la industrialización y por tanto es, en esencia, una tarea de apretar tornillos, nunca mejor dicho. La excelencia empresarial, la calidad total y todos sus convecinos conceptuales se asientan sobre la idea de que las cosas tienen que ser replicables, previsibles y controlables. Y cuanto más mejor, como las pechugas de pollo envasadas que encontramos en los supermercados. Pero claro, cuando todo está empaquetado, presurizado, sistematizado y estructurado, es decir, cuando todos los tornillos están apretados, queda poco espacio para inspirarse y crear. Terrible paradoja. Terrible porque es claro que ni las empresas ni el ser humano pueden sobrevivir sin creatividad.  

La cuestión es que tras dos siglos de veneración por la industrialización nos hemos encontrado con que una crisis sin precedentes nos está haciendo acordarnos de Santa Bárbara porque truena, y ahora elevamos nuestras plegarias a la Creatividad, y a su hija natural, la Innovación, para que nos resuelvan la papeleta. Pero al mismo tiempo nos damos cuenta de que el entramado interno con el que están fabricadas las empresas, sobre todo las buenas, es muchas veces rígido, encorsetado y estricto. Por eso es de alta calidad. Pero claro, como no queríamos sorprender al cliente para mal, ahora tampoco sabemos sorprenderle para bien. Nuestros sistemas de trazabilidad son tan exactos que pueden relatar la biografía completa de una de esas pechugas de pollo envasadas sin equivocarse en una sola fecha. Queda por ver si realmente sabremos incorporar a las cadenas de valor los suficientes saltos creativos como para animar el tejido empresarial durante los próximos dos siglos. 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 03.04.2013

Uno de los fundamentales motivos por los cuales al ser humano le cuesta cambiar es porque vive encerrado en una película que ha creado él mismo, de la que es protagonista y en la que cree por encima de todo. Esta película es la que explica su mundo y la que utiliza para interpretar la realidad. Así que, antes que en cualquier otro argumento, creemos en el nuestro propio y no estamos dispuestos a cambiarlo fácilmente. Esta forma de egocentrismo, que en otros formatos también ocurre en los niños y en los adolescentes, según ha mostrado la investigación, nos acompaña obstinadamente incapacitándonos para imaginar mundos posibles y apostar por ellos.

El problema, uno de los problemas, viene cuando nos situamos ante un reto que realmente pone a prueba nuestras capacidades: intelectuales, emocionales, físicas, profesionales o del tipo que sean. Puede tratarse de un proyecto de dimensiones excesivas, del lanzamiento de un producto complejo, de un conflicto político desproporcionado, o de una situación profesional en extremo delicada. En muchos de esos casos nos sentimos pequeños ante el tamaño del desafío y, como nunca hemos coronado con éxito un reto de esa magnitud, aparecen los yonopuedo. Los yonopuedo son hermanos de los yonosoycapaz, familiares de los aminosemeda y están emparentados también con los yoesosiqueno. Es una familia de pensamientos autolimitantes que bloquean nuestros objetivos en la vida y nos retornan siempre a la misma película. Pero sin embargo vemos a diario que hay quien logra cosas que a los demás nos parecen imposibles.

Esta impertinente tendencia del ser humano a contemplar lo propio como válido y no querer salir de ello se nota también a nivel colectivo. Así por ejemplo, en esta querida y vieja Europa nuestra nos hemos quitado el sombrero ante las gestas de exploradores como Vasco da Gama o Cristóbal Colón, que realizaron sin duda expediciones heroicas. Pero, sin deslucir en absoluto sus incuestionables méritos, si queremos ver las cosas con auténtica perspectiva tenemos que mencionar a Zheng He: un marino que en el siglo XV se dedicó a realizar viajes de exploración por el sudeste asiático y el continente africano. El asunto está en que mientras la tripulación de Vasco da Gama no llegaba a los doscientos hombres, Zheng He comandaba a casi treinta mil. Entre sus más de doscientos barcos los había que desplazaban cargas superiores a las dos mil toneladas, cifra que haría palidecer a cualquiera de las tres pequeñas carabelas de Colón que, como mucho, pesaban algo más de doscientas.

No sabemos si alguno de estos dos marinos hubiera debutado con un yonopuedo si le hubieran propuesto dirigir uno de los viajes del almirante chino, seguramente no. Pero estos hechos históricos nos deben llevar a pensar dónde están realmente nuestros límites. En concreto, si se trata de restricciones reales, ya sean físicas, económicas o de cualquier otra índole, o si por el contrario lo que nos pasa es que como vivimos en Europa o en nuestra mente, o ambas cosas, solo vemos la realidad de una determinada manera y todo lo que no conocemos o lo que se sale de lo habitual nos parece un abismo insalvable.

Por eso siempre hay que intentarlo, por difícil que parezca. Luego vendrá la victoria o la derrota y también tendremos que aprender a vivir con ellas. Pero pensar de antemano yonopuedo es renunciar a luchar, a enfrentarse, a tener la oportunidad de crecer. Es dejar nuestros barcos, que quizá sí sean pocos y pequeños, pero son barcos al fin y al cabo, amarrados en el puerto mientras otros obran día a día el milagro de dirigir misiones apasionantes fuera de las fronteras de su propia mente.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 04.03.2013

Existen servicios prácticamente artesanales que se prestan a un solo usuario y que son esencialmente únicos.Este es el caso de la enseñanza de un instrumento musical a nivel profesional que tiene lugar entre un profesor y su alumno. Lo que el primero hace por el segundo está altamente personalizado, y aunque se sigan unos principios metodológicos similares con todos los estudiantes, las clases son claramente diferentes para cada uno de ellos. En el otro extremo están los servicios altamente industrializados, que se prestan de forma prácticamente idéntica para todos los usuarios. Un ejemplo de este tipo de servicios es la compra por Internet porque, aunque pueda haber algún grado de personalización,los portalesgestionan procesos básicamente idénticos para miles o millones de clientes.  

Uno de los principios en la economía de la empresa es que en general solo lo que se industrializa genera un valorsignificativo, y por tanto el objetivo básico de cualquier prestación de servicios es hacerlo replicable. La paradoja de la industrialización de los servicios radica en que al hacerlo se crea valor para la empresapero,dependiendo de las condiciones en las que esto ocurra, se puede también destruir valor para el cliente. 

Un ejemplo de esto lo estamos presenciando actualmente en el terreno de la formación, donde contemplamos con preocupación cómo los principios de la industrialización en general, y de la reducción de costes en particular, hacen que los procesos formativosparezcan poco más que unacommodity. Como si fueran botes de champú. Y así, vemos a diario fenómenos como el obsequioal matricularse, la compra compartida, el descuento si se trae a un amigo, el abono de dos cursos para llevarse tres, y así sucesivamente.  

Estas tácticas no sorprenden si se considera que la formación es fundamentalmente información, y por tanto se deduce erróneamente que un curso es equiparable a un conjunto de contenidos.Sin embargo, la ciencia muestra con meridiana claridad que el aprendizaje verdadero implica un cambio en la persona en el quecomo mínimo se tiene que poner de manifiesto la adquisición de una serie de competencias. Por tanto, si aceptamos la información como un sustituto válido de la enseñanza, nos encontraremos también con que al cursar un programa altamente industrializado estaremos viviendo únicamente la ilusión de habernos formado. Es posible que la demanda de este tipo de formación esté relacionada con la necesidad de obtener una titulación, pero es una verdad evidente que un diploma sin un proceso de aprendizaje sólido detrás es como una pompa de jabón, y una historia formativa construida con ese tipo de titulaciones se convierte en un curriculum artificialmente hipertrofiado que no resiste ni siquiera el primer análisis en el mercado laboral. También hay burbujasen el mundo de la formación. 

La estructura de conocimiento de cada persona es única e individual porque está construida sobre su biografía, que es obviamente subjetiva. Por eso, y pese a que es posible industrializar algunos componentes de la formación, la gran mayoría de los elementos curricularesno son, por definición, replicables. Y pese a que a veces el mercado parece mostrar que hay poca diferencia entre aprender y comprar un bote de champú, las organizaciones y las personas siempre acaban reconociendo la formaciónauténtica: la que produce un aprendizaje que conduce al cambio, la que ayuda a construir el talento y la que,consecuentemente, significa valor para la empresa.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 31.01.2013

Es ciertamente común que tendamos a hacer las cosas casi siempre de la misma manera. Por ejemplo, cuando cruzamos los brazos siempre es el mismo el que descansa sobre el otro. De la misma forma, la rutina que seguimos en nuestro aseo diario es prácticamente idéntica a lo largo de la semana, y es muy frecuente que en nuestro hogar tengamos un lugar favorito para sentarnos a leer o a ver la televisión.

Da la impresión de que cuando el cerebro se enfrenta a un nuevo problema lo resuelve de una determinada manera y a partir de ahí siempre repite la misma secuencia, si es que ha resultado exitosa. Esto se ve muy bien en la conducta de aparcar en nuestra plaza de garaje, puesto que los movimientos que hacemos para introducir nuestro vehículo se repiten de una forma milimétricamente exacta.

En un estudio se monitorizó la trayectoria de cien mil usuarios anónimos de teléfono móvil durante seis meses. Cada vez que uno de estos usuarios hacía una llamada o la recibía, o bien le llegaba un mensaje de texto, un sistema ubicaba su localización en una base de datos. La investigación mostró que los seres humanos reproducimos patrones ciertamente simples de movimiento. Para empezar, todas esas personas se movían en un círculo que en la mayoría de los casos no superaba unos pocos kilómetros de radio. Además, era posible predecir los movimientos futuros de los usuarios con apenas unas pocas semanas de muestreo.

Y es que las personas tendemos a ejecutar siempre los mismos patrones, como se demuestra en variadas esferas de nuestra vida: siempre frecuentamos las mismas amistades, escogemos el mismo lado de la cama, realizamos la compra siguiendo un circuito parecido en el hipermercado, y aunque es frecuente que tengamos muchas prendas de vestir al final acabamos poniéndonos casi siempre lo mismo.

Posiblemente sea una cuestión de ahorro de energía puesto que estos automatismos sin lugar a dudas economizan tiempo y esfuerzo, porque si tuviéramos que escoger cada vez una forma nueva de vestirnos, de entrar en el coche o de ir al trabajo, nuestra cabeza no haría prácticamente ninguna otra cosa. Sin embargo, la cuestión es que en cada ocasión que recurrimos a una tarea automatizada perdemos una oportunidad para cambiar, y desde luego para crear.

En un sugerente trabajo Anne Stiles propuso con brillantez que el miedo que produjeron en su día historias como la de Bram Stoker tiene que ver con el temor de vernos contagiados de un automatismo vampírico, obligados a un sonambulismo impertinente y a quedarnos reducidos a un manojo de impulsos instintivos en los que la obtención de alimento gobierne nuestra conducta. Porque lo que en el fondo nos aterra es no poder conducir nuestra vida, quedarnos inmóviles como un autómata pasmado ante un libre albedrío que huye transfigurado en mera fantasía. La gran incógnita es si realmente somos capaces de doblegar a ese pasmarote y salirnos con la nuestra. De momento la investigación revela que los propósitos de año nuevo nos duran más bien poco, y que un porcentaje significativo de la población se pasa la vida retomando las mismas resoluciones una y otra vez.

Y usted: ¿ha olvidado ya sus propósitos de año nuevo?

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com