Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 19.07.2016

Una presentación es un acto único. Es una pieza narrativa ensamblada que se dirige a un conjunto de espectadores. Es como una película. La presentación de diapositivas es únicamente un apoyo, un potenciador de fuerza interpretativa que debe fusionarse dinámicamente con el orador. Por eso, voz e imagen deberían ser uno. 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 13.07.2016

Como dijo la protagonista de La Joven del Agua, a nadie le dicen quién es cuando nace. ¿Sabes tú quién eres? No me refiero a cómo te llamas, o a tu profesión, o a si eres padre, madre o hermano. Tampoco me refiero a aquello en lo que crees, sino a lo que constituye tu auténtica esencia, tu identidad más profunda.

Una de las más grandes historias que jamás ha llegado a mis oídos sobre la identidad profesional es la de un humilde carpintero que invirtió toda su vida para descubrir que, en realidad, estaba destinado a ser uno de los grandes hombres de su tiempo.

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 11.07.2016

Una de las claves irrenunciables del éxito en cualquier presentación son los ensayos. La única forma que un orador tiene de asegurar que le va a dar tiempo a cubrir todos los contenidos que tiene previstos es situarse frente a una audiencia imaginaria y verbalizar todos y cada uno de los aspectos que va a desarrollar. Ensayar no es, por tanto, pasar una serie de diapositivas evocando mentalmente el resumen de cada una. 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 05.07.2016

Una de las canciones míticas de los 80 fue escrita e interpretada por Michael Sembello para una imborrable escena de Flashdance. En ella, la aspirante a bailarina profesional Alex Owens se entregaba en cuerpo y alma a un agotador entrenamiento interválico de alta intensidad, o al menos a lo que podría ser su equivalente por aquel entonces.

Mientras Alex sudaba con profusión, Sembello la revestía con Maniac, un tema motivacional y rítmico cuya idea central es ese momento en el que, impulsado por su necesidad de llegar a lo más alto, el empuje del artista lleva su deseo de triunfar hasta la obsesión. Es la zona de peligro, dice la letra, cuando el bailarín se convierte en el baile y el don se transforma en fuego, cuando todo ocurre en el camino entre la fuerza de voluntad del artista y aquello que aspira a ser.

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 01.07.2016

Una conferencia es, por encima de todo, una historia. Y desde tiempos inmemoriales, las historias tienen introducción, nudo y desenlace. Y ese desenlace es el mensaje que quiere trasladar la conferencia: puede ser una llamada a la acción, una moraleja, un descubrimiento científico, un dato o conclusión de gran trascendencia, y así sucesivamente. Una conferencia sin mensaje es como una historia sin desenlace. 

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 29.06.2016

La extensa y profunda historia de la cultura ha provocado, al menos en occidente, una costumbre de la que es difícil librarse, y es que todo tema tiene su introducción, de la misma manera que una comida debe tener su aperitivo. De lo que muchos oradores no se dan cuenta es que esas introducciones son innecesarias, y en su gran mayoría inoperantes porque alejan al público del contenido que quiere escuchar.

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 24.06.2016

Muchos profesionales afortunadamente han comprendido ya que una de las claves de la oratoria es la preparación, y concretamente el ensayo. Sin embargo, a menudo el comienzo de la presentación queda fuera de esa idea y se improvisa, desluciendo en ocasiones uno de los momentos críticos de cualquier charla, que es el de la primera impresión.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 22.06.2016

La Taberna de Sandro y Leonardo es un nombre que posiblemente te evoca un espacio gastronómico vestido de interiorismo industrial, una mezcla de madera y acero viejo con bulbos de filamento incandescente colgando del techo y suelo de cemento pulido. Seguramente imaginas a Sandro y a Leonardo como dos chefs de estética hipster, quizá uno con bigote y gafas de pasta, y el otro calvo y con una poblada barba negra.

Nada más lejos de la realidad.

Seguramente no lo creerás, pero Sandro es, en realidad, Sandro Botticelli, y Leonardo es el mismísimo Leonardo Da Vinci. Y esa taberna fue un emprendimiento que ambos intentaron en aquél maravilloso quattrocento italiano en el que todo parecía posible.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 16.06.2016

Tener razón es una aspiración aparentemente natural. En nuestros diálogos, mucho más en nuestras discusiones, queremos demostrar que conocemos un fragmento más amplio de la realidad que nuestro interlocutor, que nuestros razonamientos son más inteligentes o que estamos en posesión de más datos. Cuando tenemos razón sentimos que ganamos, y eso nos hace sentir bien. Sin embargo, querer tener razón es en realidad una herencia tan atávica como desfasada de nuestro pasado como animales irracionales, en el que ganar o perder significaba la vida o la muerte.

Hoy día, superado ya aquel oscuro pasado, es mucho mejor jugar a no tener razón, para así acceder a otros mundos que no son el nuestro y a verdades que de otro modo jamás descubriríamos. Cuando una discusión se cierra y nos alzamos como vencedores, porque la razón aparentemente nos asiste, en realidad hemos cerrado la puerta a ideas y pensamientos divergentes que, precisamente por la fricción que nos causan, son una vía para descubrir nuevos mundos. Aprendemos cuando nos enfrentamos a cosas que no conocemos, cuando intentamos explicar hechos desconcertantes y cuando buscamos las causas de fenómenos que se nos escapan. Aprendemos cuando a través del diálogo entramos en otras formas de explicar la realidad que son diferentes, en general formuladas por personas que, con las mismas preguntas, han encontrado otras respuestas. Aprendemos cuando aceptamos que podemos estar equivocados y que eso, en muchas ocasiones, es más bueno que malo. Por el contrario, cuando tenemos razón todo queda colocado en nuestro cerebro, y así evitamos la molesta disonancia que experimentamos cuando hay dos datos en nuestra mente que se contradicen. Pero entonces nada desafía nuestra mente, no aprendemos, no cambiamos, y no mejoramos.

Ese antiquísimo relato sufí en el que un grupo de invidentes intentaba definir lo que es un elefante, y en el que cada uno solamente tocaba una parte, es una representación ciertamente exacta de lo que nos ocurre cuando queremos tener razón. Si no nos escuchamos y nos empeñamos en que la única forma de definir la realidad es la nuestra, regresaremos constantemente a nuestra vida quizá satisfechos, quizá tranquilos, pero siempre un poco más ignorantes. Por eso, hemos de entender que el objeto de discutir no es alzarnos con la razón y manifestar que estamos en posesión de la verdad. Discutimos para comprender mejor por qué pensamos lo que pensamos, y por qué la otra persona piensa como piensa. Discutimos para intentar averiguar qué parte de aquel elefante del cuento antiguo puede estar tocando la otra persona, y para intentar inferir qué aspecto final puede tener la criatura que tenemos delante. Y por eso las discusiones nunca son, nunca deberían ser, personales. Porque no se discuten las personas, sino las ideas. Porque, como alguien sabio dijo, hay que discutir de manera desafectada, como cuando uno no está de acuerdo consigo mismo. Es la única manera de progresar en el siempre incierto camino de la búsqueda de la verdad.

Tener razón está pasado de moda. Es un vicio trasnochado que aún reverbera como un eco de un mundo antiguo en el que todo era más simple y existía la falsa creencia de que las cosas podían ser blancas o negras. Hoy sabemos que, en realidad, nunca fue así. Y, en nuestro mundo, lo es mucho menos. Liberémonos de la necesidad de vivir seguros en el confortable y minúsculo desván de nuestras certezas, donde siempre tenemos razón, y salgamos a la calle a inspirarnos con novedosas y divergentes verdades. Hay pocas vivencias más emocionantes.

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 14.06.2016

Quizá te suene la historia. Un buen día, a comienzos de los años 50, un escritor redactó sobre un larguísimo pergamino una novela de un tirón, sin apenas descanso. Una obra que se convertiría en el epicentro de la que probablemente fue una de las innovaciones culturales más impactantes de todo el siglo veinte. Aquel frenético escritor se llamaba Jack Kerouac y su novela, On the road.

Pese a su tremendo impacto, si la lees, o ya la has leído, estarás de acuerdo en que no cuenta mucho más ni mucho menos que las andanzas de un grupo de jóvenes embelesados por lo que el propio Kerouac llamaba la vida en la carretera: viajar constantemente y no detenerse nunca demasiado tiempo en el mismo sitio. En auto-stop, en coches alquilados, en tren, como fuera.

Sin embargo, fueron pioneros de tantas cosas que siempre me ha resultado llamativo que hayan podido pasar tan desapercibidos.

 

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