Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 04.09.2014

De todas las experiencias que vive un ser humano algunas de ellas se sitúan en un papel más central con respecto a su narrativa vital y a su identidad, mientras que otras resultan más periféricas y por tanto menos importantes. Contrariamente a lo que podría desvelar la mera observación accidental, el turismo es una de las experiencias relevantes de la vida y un interesante tema de reflexión sobre la persona.

Buscamos en nuestra vida aquellas experiencias que encajan con nuestra biografía y que por tanto nos dan identidad, y rechazamos las que no son coherentes con nuestro argumento vital. Este hecho está relacionado con el sentido que para uno tiene la vida, y explica porqué consumimos algunos productos y servicios y no otros, a veces por encima de su funcionalidad e incluso por encima de su precio. Por su propia naturaleza, el turismo es una de las experiencias que contribuye de forma importante a dar sentido a la experiencia vital, más allá de la mera búsqueda del descanso o del disfrute, y desde luego más allá de la simple curiosidad por conocer otros lugares.

Así por ejemplo, quienes hacen turismo rural seguramente demandan un contacto más directo con la naturaleza, deseando encontrar paisajes y productos de la tierra que les despierten sensaciones naturales y de conexión con el entorno. Los que practican turismo de mochila quieren despojarse de lo superfluo para experimentar la vida a flor de piel, rechazando todo artificio y complejidad. Quienes visitan museos buscan conexión con los grandes talentos, con la expresión máxima de la creatividad y el genio del ser humano. Los amantes de la aventura y el turismo extremo buscan una experiencia en la que trascender lo que habitualmente son para superarse a sí mismos y ampliar las fronteras de sus capacidades. Incluso el consumo del clásico turismo de toalla en el balcón, en el que el descanso parece ser el eje fundamental, buscan escapar de un día a día que perciben como agotador y estresante, implícitamente manifestando así su disconformidad con esa forma de vivir la vida.

En todas esas experiencias, como se ha escrito, lo esencial es la vivencia de autenticidad: auténticos son los paisajes y los productos de la tierra que a los amantes del turismo rural les gusta encontrar; auténtico es el percibirse a si mismo caminando con un una mochila que porta solo lo imprescindible por todo equipaje; auténticas son las obras de arte que se encuentran en los museos, y por eso se visitan, en lugar de contemplar copias o fotografías; autenticidad es lo que persiguen los amantes del turismo extremo y de aventura intentando encontrarse y superarse a sí mismos; y descanso auténtico, sin preocupaciones ni llamadas intempestivas, sin plazos ni limitaciones, es lo que persiguen los fans del turismo de sol y playa, para quienes ese tipo de vacaciones es un contundente manifiesto sobre lo que debería ser la verdadera y buena vida.

Todas las experiencias turísticas buscan autenticidad, por oposición a lo impuesto y a la impostura, al artificio y a la superficialidad, y a todo lo que no representa al ser humano en su versión más pura. Por eso la clásica pregunta «¿playa o montaña?» no es ni mucho menos trivial. Y por eso es positivo pensar qué tipo de autenticidad buscamos durante las vacaciones. Y, si la hemos encontrado, luchar por no olvidarla durante los meses que nos separan del siguiente periodo de descanso, porque puede que en ella se encuentre parte del sentido que para nosotros tiene vivir. De hecho, no sería la primera vez que alguien acaba convirtiendo su afición vacacional en una forma de ganarse la vida.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 04.03.2014

Cuando una persona lee o escucha algo su mente se activa y recrea su propia versión de aquello que está registrando. Si es una novela se imagina personajes y paisajes, si es una película evalúa posibles hipótesis sobre su posible evolución y desenlace final, y si es una conferencia elabora mapas de conceptos y relaciones. El ser humano es la única criatura conocida con la capacidad de utilizar significantes diferenciados que representan fragmentos de la realidad, y por eso algo tan aparentemente trivial como contar una historia resulta tan imprescindible hoy en el mundo de los negocios: porque si se hace bien, su trama penetra en la intimidad de la nube de relaciones de la persona que escucha, mezclándose en ella y contribuyendo a la construcción de sentido 

Una presentación, una conferencia o la descripción de un producto son arquitecturas narrativas efímeras, historias que, como todos los servicios, se consumen mientras se prestan, dejando únicamente el recuerdo de lo que fueron capaces de construir en la mente de quien las escuchó. Su complejidad, pero también su belleza, está en la manera en la que se entretejen con la audiencia provocando significados y despertando emociones. Por eso todo esfuerzo que se dedique a desarrollarlas será poco. 

Sabemos que el valor percibido de un producto o servicio se incrementa significativamente si va acompañado de una buena historia. Puede que en más de un dos mil por cien. Solo este asombroso dato es más que suficiente para plantearnos seriamente dedicar más tiempo y esfuerzo a crear estas arquitecturas narrativas que, si bien son efímeras, pueden tener un efecto contundente. 

Han hecho falta décadas de aplicaciones para hacer presentaciones para que nos diéramos cuenta de que, esta vez, el medio no es el mensaje, de la misma manera que han hecho falta décadas de efectos especiales en el cine para que nos percatáramos de que lo importante sigue siendo el guión. Ni la más sofisticada diapositiva ni el más complejo de los efectos especiales van a conseguir nunca conmover como lo puede hacer la ancestral capacidad del ser humano para contar una gran historia. En ese sentido tenemos que reconocer que la tecnología, que tantas bondades nos regala, está minando de manera importante nuestra capacidad para el storytelling. Pensamos que porque colocamos una gráfica de barras en una diapositiva ya está claro su mensaje, de la misma manera que creemos que porque rellenamos otra con una serie de bullets ya hemos conquistado a los que nos escuchan. Pero ni las gráficas de barras, ni los bullets, ni los esquemas que con tanto esfuerzo elaboramos dicen, por sí mismos, nada de lo que queremos decir. Porque son concretos y estáticos, y porque están aislados. Es posible que cuenten otras historias, pero no la nuestra. Necesitan del talento humano para cobrar vida, para relacionarse, para hincharse de valor y seducir al auditorio.  

La tecnología puede añadir eficiencia a la comunicación, pero la eficacia es otra cosa. Contar el qué, el cuándo, el cómo y, sobre todo, el por qué, todos ellos mezclados en una historia con introducción, nudo y desenlace, siguen siendo a día de hoy las claves de la comunicación eficaz, la que realmente logra impactar. Por eso todos los que tenemos que hablar en público deberíamos intentar, al menos una vez, crear una de estas arquitecturas narrativas efímeras sin soporte alguno más allá de nuestras palabras y gestos. Sólo así, liberados de la necesidad de producir una diapositiva tras otra, podríamos centrarnos plenamente en lo que queremos decir y a quién. La aparición de la imprenta en Europa hizo que las obras narrativas en prosa germinaran exponencialmente, y entonces descubrimos que los seres humanos somos geniales novelistas. Entre otras cosas porque todos sabemos contar bien la historia de nuestra propia vida, esa en la que siempre tenemos el papel protagonista. Lo único que tenemos que hacer es concentrarnos en utilizar ese talento en la creación de magníficas historias que conquisten a nuestro público.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 01.06.2012

Hace mucho tiempo las personas compraban objetos que encajaban con mayor o menor fortuna en las vidas cotidianas de sus poseedores en función de lo útiles que resultaban. Pero en algún momento de la historia los objetos dejaron de ser simples cosas y dejaron de ser valoradas por su utilidad. Hoy casi nadie compra ya simples objetos.

Una de las mayores fuerzas de la naturaleza es la búsqueda de sentido. Los seres humanos necesitan dotar de significado a todo aquello que viven y a todo aquello que incorporan a sus vidas, y nada va bien si no lo tiene. Por eso nos cuesta encajar las malas noticias, y por eso cuando algo malo nos ocurre pasamos días intentando colocarlo en nuestra mente. Lo repensamos una y otra vez hasta que encontramos las palabras con las que poder explicarlo, a nosotros mismos y a los demás. Quien atraviesa una situación difícil y habla constantemente de ello a sus convecinos no es a ellos a quienes se lo está contando, sino a sí mismo.

Los objetos que adquirimos no son una excepción. Los seres humanos tejemos un argumento vital del que somos protagonistas y en el que todos los componentes tienen que encajar. Como en el cine, todo tiene su porqué. Y por eso, de la misma manera que la ropa y los complementos contribuyen a crear al personaje, los objetos y experiencias que incorporamos a nuestras vidas son un complemento a nuestra identidad. Nos definimos por la ropa que usamos, por el coche que conducimos, por el lugar que escogemos para nuestras vacaciones y hasta por nuestro refresco favorito. Y, de la misma manera, nos definimos también por aquellas cosas que no queremos tener ni usar, y por los lugares a los que no queremos ir.

Es muy posible que todos esos pequeños significados contribuyan a formar lo que para cada persona es el sentido de la vida. Así, los amantes de la naturaleza preferirán utilizar vehículos poco contaminantes o aptos para su uso en el campo, ropa cómoda de colores que recuerden los del campo y la montaña, y tenderán a comprar objetos relacionados con los espacios abiertos, tales como brújulas o mochilas. Y al contrario, rechazarán los coches de alto consumo, la ropa incómoda u objetos que denoten superficialidad. Es muy probable que para estas personas todo esto esté relacionado con valores más elevados, como la ecología o el desarrollo sostenible.

Lemley escribió que los clientes se posicionan en torno a los productos que adoran como en el comienzo de los tiempos las tribus adoraban a sus ídolos. La elección de un terminal móvil no solo tiene que ver con la utilidad en sí del aparato o con su precio, sino también con asuntos como el enfrentamiento aparentemente irreconciliable entre los sistemas propietarios y los de código abierto. De la misma forma, hay supermercados que tienen una larga colección de fanáticos, mientras que hay quien lleva a gala que jamás ha puesto un pie en uno de ellos. Y al preguntar a unos y otros las primeras explicaciones giran en torno al precio o a la variedad de productos, pero más allá de eso aparecen conceptos como justicia, seguridad o nacionalidad. Así, para algunos consumidores ciertos comercios pueden ser acusados de enriquecimiento poco ético, mientras que otros afirmarán que en tal o cual sitio la higiene es deficiente. Y otros cantarán las virtudes de entregar su dinero a empresas nacionales antes que a cadenas extranjeras. Y todo eso tiene que ver con el significado que cada uno atribuye a las cosas, con la película en la que cada uno vive, con el argumento vital del que cada uno es protagonista. Y por eso existe una relación entre los supermercados y el sentido de la vida.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com