Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 31.05.2016

Los zombies son cuerpos sin alma que vagan por el mundo esperando encontrarte, morderte y convertirte en uno de ellos. No atienden a razones, son sumamente persistentes y te sorprenden a la vuelta de cualquier esquina, cuando menos te lo esperas. Pese a que los zombies son criaturas de ficción, por algún motivo hay algo en ellos que nos aterra.

La razón de ese temor ancestral está, posiblemente, en el miedo que tenemos a perder nuestra voluntad, a que nuestra vida tal y como la conocemos desaparezca, y a que nos veamos en la obligación de arrastrar nuestros pies eternamente buscando algún otro incauto vivo y sano del cual alimentarnos. Una existencia acaso peor que la muerte.

Siempre me ha sorprendido lo parecidos que son los zombies a las distracciones que absorben nuestra productividad.

 

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 21.04.2015

La productividad sigue siendo uno de los grandes retos de nuestra vida profesional. A veces sentimos que no abarcamos todo lo que nos gustaría, que la lista de tareas se descontrola, o que la bandeja de entrada se desborda. Con el advenimiento de una disrupción económica de extraordinarias proporciones, quizá equívocamente identificada al comienzo como una crisis más en el ciclo económico, nuestra vida se ha convertido en una montaña rusa de plazos, agendas, prioridades y prisas. En este contexto todos nos preguntamos cómo podemos ser más productivos y lograr nuestros objetivos.

Quizá fue el Renacimiento el primer momento en el cual la Humanidad volvió sus ojos al pasado para recobrar valores y concepciones de la vida que se consideraban olvidadas. Desde entonces encontramos siempre útil y provechoso retroceder décadas o siglos para buscar sabiduría en épocas pasadas. En el caso particular de la productividad, puede que lo que Miyamoto Musashi escribió a mediados del siglo XVII nos resulte inspirador.

Musashi fue uno de los samuráis más célebres, pues resultó vencedor en innumerables combates durante décadas. Pero, sobre todo, es conocido por el legado de su «Libro de los Cinco Anillos», un compendio de los conocimientos que deben caracterizar a un buen samurái. Entre ellos hay desde técnicas meramente instrumentales, como la manera correcta de empuñar un sable o la manera de ponerse en guardia, hasta cuestiones de corte más filosófico.

Una de las cualidades que para Musashi debía tener el buen samurái es tan simple como profunda, y encierra una competencia tan difícil de cultivar como provechosa para el éxito: no hacer nada inútil.

«No hacer nada inútil» es un pensamiento que encierra un concentrado de sabiduría y un claro potenciador de la productividad. Posiblemente si a lo largo de un día anotáramos todas y cada una de las ocupaciones en las que estamos involucrados, encontraríamos rápidamente que se pueden categorizar en tres tipos básicos: las tareas que están alineadas con nuestro rol y objetivos, y por tanto son útiles, las tareas en las que nos involucramos pero no tienen que ver con nuestra misión profesional o marca personal, y por último aquellas ocupaciones que son simplemente inútiles y nos hacen perder el tiempo. El pensamiento de Musashi viene a decir que lo que tendríamos que hacer es lograr que todas las tareas fueran del primer tipo. Es decir, intentar garantizar que en todos y cada uno de los minutos del día estamos haciendo algo que es útil, es decir, algo productivo y que tiene que ver con los objetivos últimos que pretendemos como profesionales.

Evidentemente verlo de esa manera puede inducir cierta presión porque parece deducirse que de lo que se trata es de dedicar todo el tiempo disponible a trabajar, pero en realidad la interpretación más sensata y útil no es esa, sino más bien prestar atención plena a lo que hacemos en cada momento y ver si está alineado con nuestros objetivos. Ese algo evidentemente puede ser trabajar, descansar, pensar o soñar. De lo que se trata es de que todos los movimientos de nuestra conducta sean intencionales y realmente estén conectados con lo que pretendemos en la vida o esperamos de ella.

 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 11.12.2014

Hemos bautizado el mundo en el que vivimos los países desarrollados, y al que posiblemente aspiran los que están en desarrollo, como sociedad del bienestar. Y a menudo usamos palabras como confort, facilidad, comodidad y términos similares para describir lo que buscamos: lo sencillo, lo desahogado, lo relajante, lo que está al alcance de la mano y lo que no cuesta esfuerzo alguno es siempre lo esperado. Inadvertida pero implacablemente, sin embargo, ese rechazo al esfuerzo nos está debilitando.

Los seres humanos somos criaturas pensadas para ahorrar energía. Ni la más sofisticada ingeniería de eficiencia energética puede compararse a la inteligencia con que ha evolucionado nuestra especie, que tiene la capacidad de autorregularse en todas las circunstancias para garantizar su supervivencia. Ahora ya no somos conscientes de ello, pero en épocas remotas no resultaba tan sencillo obtener comida o descanso. Por eso nuestro organismo se fue adaptando al medio, hasta resultar un engranaje casi perfecto en su optimización energética.

Por eso el concepto de sociedad del bienestar cuadra bien con nuestra anatomía: siempre que podamos evitar un esfuerzo lo evitaremos, y así tranquilizaremos a nuestro cerebro ancestral, ese que presiente que si derrocha energía puede que no encuentre con que recargarla en el futuro inmediato. Y así es que no nos gusta madrugar, ni esperar colas, ni estar de pie, ni sacar la basura, ni nada que implique salir de nuestro confortable estado. Antes el manejo de un automóvil requería algún esfuerzo para accionar la ventanilla, pero ahora los elevalunas eléctricos y otros adelantos hacen que el único esfuerzo que requiere conducir es el de girar el volante y, por si acaso esto resulta demasiado agotador, cada vez más modelos incluyen reposabrazos de serie.

Sin embargo, la sociedad del bienestar es una ilusión. Siempre lo fue. Aprender una profesión conlleva muchas horas de estudio y prácticas, la crianza de un hijo implica innumerables sacrificios, las jornadas laborales no se entienden sin que haya que madrugar, y desde luego mantener una mínima forma física es sinónimo de esfuerzo y renuncia a muchas tentaciones. Es posible que hoy no tengamos que matar para comer y que no tengamos que defender nuestra tribu de vecinos beligerantes, pero hoy, como siempre, para conseguir nuestros objetivos necesitamos luchar. Y a veces luchar duro. Todos admiramos la belleza que hay en la música y la danza, pero cualquiera de estos profesionales hablaría durante tiempo indefinido de la abrumadora cantidad de horas que ha invertido en perfeccionar cada nota y cada gesto, y un tiempo no menor de las dolencias, a veces crónicas, que han de entregar a cambio del virtuosismo que exhiben. Y esto se aplica igualmente a deportistas, a emprendedores y en general a todas aquellas personas que han conseguido algo que realmente pueden mirar con orgullo.

Afortunadamente hoy día estamos empezando a reconocer de nuevo el valor que tiene la fuerza de voluntad, el esfuerzo y el sacrificio, que fueron expulsados de nuestros mapas conceptuales para que pudiéramos seguir disfrutando de nuestro particular paraíso en la tierra. Y cada vez son más las voces que afirman que, nos pongamos como nos pongamos, en el trabajo duro está la respuesta a muchas de nuestras preguntas y aspiraciones, y que no podemos esperar a que ningún maná caiga del cielo o brote de la tierra, sino que lo que tenemos que hacer es coger el toro por los cuernos y mirarle fijamente a los ojos sin esquivar ni eludir su dura mirada. Una mirada en la cual está recogida con admirable perfección evolutiva la única lección que la naturaleza ha cincelado sobre piedra, y es que todas las especies deben luchar para sobrevivir.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 27.11.2014

El ensayista checo Erich Heller escribió en una ocasión que había que tener cuidado con la forma en que interpretamos el mundo, porque es exactamente como lo interpretamos. Obviamente esto no quiere decir que tengamos la cualidad de leer la realidad de modo ecuánime, sino que el mundo, para cada uno de nosotros, es exactamente como cada uno lo ve, y no como es en realidad, si es que tal cosa existe. Y eso puede aplicarse igualmente a las personas que conocemos, a nuestra visión de nosotros mismos y, por supuesto, a los retos que nos planteamos.

Por mucho que se haya escrito y debatido sobre la importancia de la subjetividad humana, todo el esfuerzo invertido será poco si al final seguimos acabando con la idea de que las cosas son como las percibimos. El mayor error del ser humano, desde esta perspectiva, es que se cree que lo que piensa es cierto, es decir, vive en la realidad que le proyecta su mente con la certeza equívoca de que lo que experimenta es el mundo real.

De ahí la importancia de concentrarse en una visión del mundo que esté alineada con lo que en él pretendemos. Por ejemplo, se ha escrito mucho sobre los efectos del optimismo bien entendido, el que poseen las personas que consideran que las causas de los acontecimientos favorables son permanentes, mientras que las que causan los sucesos desfavorables son pasajeras. Estas personas tienen más éxito, pero lo que es simplemente increíble es que tienen una esperanza de vida mayor.

Igualmente potente es la mentalidad de crecimiento, que es la que muestran las personas que piensan que sus cualidades no son fijas, sino que se pueden entrenar y por tanto se puede progresar en ellas, da igual si se trata de la inteligencia, la capacidad musical o el baile. Estas personas se alimentan del esfuerzo y la dificultad porque lo consideran un síntoma de crecimiento. Su interpretación de la adversidad es, por tanto, muy diferente a la de las personas que piensan que sus habilidades son las que son y que no pueden hacer nada para cambiarlas.

Podemos elegir cómo pensar. Por tanto, pensemos de la manera que nos conduzca al éxito.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 28.10.2014

Por impactante que pueda parecer, se calcula que la lista de tareas a realizar de cualquier profesional en un momento dado es de ciento cincuenta, y que el número de impactos informativos diarios que recibe una persona en un país desarrollado es de en torno a diez mil. Con todo ello ocupando nuestra mente, no es extraño que la capacidad de estar enfocados en lo que realmente está alineado con nuestra misión personal sea un bien tan preciado y escaso.

Cuenta Nicholas Carr en Superficiales, que a mediados de los años setenta, en Palo Alto, en la corporación Xerox, reunieron a un grupo de programadores para presentarles un descubrimiento sin precedentes. Se trataba de un sistema operativo que trabajaba en multitarea, de forma que cuando uno de ellos estaba programando, si alguien le enviaba un email el sistema abriría una ventana para mostrárselo. Pese al entusiasmo general, uno de los ingenieros que estaba presenciando la demostración, dijo: “¿por qué demonios iba uno a querer que le interrumpa y distraiga un email mientras está ocupado programando?”. Claro, nadie le escuchó. Y de alguna forma, aquello fue el principio del fin. O, menos dramáticamente, el no escuchar las voces críticas que han ido surgiendo en contra de este tipo de avances nos llevó a confiar en que el cerebro humano es multitarea, cosa que no es cierta, ni para los hombres ni para las mujeres: nuestra mente puede mantener una única cosa en la conciencia, y nunca más de una a la vez.

El enfoque consiste en controlar voluntariamente el contenido de la conciencia, objetivo que han pretendido todos los movimientos espirituales desde el principio de los tiempos. Proyectar voluntariamente en el lienzo de nuestra conciencia aquello que está alineado con nuestros objetivos en la vida, dejando a un lado distracciones, pensamientos negativos, ideas menores y razonamientos estériles o contraproductivos, es una clave irrenunciable del éxito.

Tenemos que dedicarnos a pensar en lo que tenemos que pensar. Así de simple.

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 10.10.2014

En los grupos hay tantas opiniones como personas, a veces más. Dado que hoy ningún equipo puede sobrevivir sin apoyarse en la suma de sus miembros, una de las cuestiones más complejas de gestionar en la tarea de liderar es el desacuerdo. Sobre todo porque, debido a las dinámicas de tarea y afectividad, las cosas no siempre son lo que parecen.

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Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 15.07.2014

Una de las cualidades que distingue a los profesionales altamente cualificados es una habilidad llamada agilidad emocional. La vida está hecha de altibajos, y por tanto las malas noticias, los problemas, las crisis y demás primos conceptuales están constantemente a nuestro alrededor. Por ello es más bien obvio que experimentaremos emociones negativas. La cuestión, y aquello en lo que se diferencian los profesionales excelentes, está en salir de ellas cuanto antes.

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El Economista, Jesus Alcoba / 11.02.2014

El número de mensajes que recibimos al día es apabullante. Según un estudio, unos diez mil. En forma de anuncios en la televisión, vallas publicitarias, marcas adheridas a los objetos, correos electrónicos, mensajes de texto, y un sinfín de tipos más.

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El Economista, Jesus Alcoba / 25.01.2014

Resulta muy interesante cómo a veces utilizamos distracciones para realizar tareas en las que en realidad deberíamos concentrarnos. Por ejemplo, hay muchas personas que van al gimnasio aún sin gustarles la práctica deportiva porque sienten que lo necesitan, o que es bueno para su salud. En estos casos es necesaria una dosis extra de fuerza de voluntad para implicarse en los ejercicios, porque cuestan un esfuerzo que nuestro cuerpo no comprende bien debido a que sus beneficios son a largo plazo.

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