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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Reinvención, Ultraconciencia / 23.11.2022

El motivo por el que las reuniones deberían durar más

Cuando la economía se complicó de verdad, comenzaron a aparecer los teóricos y prácticos de la productividad, o del hacer más con menos. Y un poco más tarde alguien se dio cuenta de que uno de los grandes males de las empresas, incluso de las pequeñas, son las reuniones.

Un tema sobre el que se ha hablado más que de si el vino es bueno en pequeñas cantidades. La diferencia está en que, si este tema genera ríos de tinta porque hay dudas razonables, en el caso de las reuniones parece no haber duda en que deben ser buenas aunque sean breves. O, mejor aún, en que deben ser buenas precisamente por ser breves. El problema, que es el de siempre, es cómo lograrlo.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, El Economista, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 11.06.2019

Negociación: penúltima competencia imprescindible en la 4ª revolución industrial

«En el punto álgido de un conflicto nos parecemos más a nuestros enemigos cuanto más creemos distinguirnos de ellos», decía Dietrich Schwanitz. Un pensamiento que recoge de manera certera la tendencia del ser humano a alejarse de la empatía y la negociación racional para refugiarse en ese obstinado e improductivo «tener razón». Un empeño que, cada vez más, tiene menos cabida en nuestra era.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 05.12.2018

Por qué este es el siglo de la subjetividad

Ningún debate ha sido tan longevo y acalorado como el que, hace siglos, nació entre aquellas personas que creían que la realidad es una y única, y que por tanto se puede medir, representar y enseñar, y las que pensaban que la única realidad que existe es la que habita en el interior de las personas. Desde entonces hay tantos adoradores de la objetividad como discípulos de la subjetividad. Por algún motivo, y tal vez como consecuencia de la revolución industrial, el siglo veinte fue dominado por el primer tipo de pensamiento. Y de ahí nace nuestra concepción actual de la empresa. Sin embargo, algo está cambiando.

En efecto, durante el pasado siglo imperó el paradigma de la industrialización, de la profesionalización y de la alta especialización, de la cultura de la calidad, de los procesos, las operaciones, la tecnología y, en general, del culto a la estructuración y la exactitud. Y de ahí nace nuestra idea de empresa, en la que se intenta que todo sea tan predecible como necesario es que lo sea. Sin darnos cuenta, hemos asumido una concepción fabril de las organizaciones que, pensamos, deben funcionar como engranajes perfectos y exactos que transformen automáticamente insumos en resultados positivos para el accionista, o en cualquier otro tipo de rentabilidad.

Con el cambio de siglo, sin embargo, se desencadenó una turbulencia sin precedentes, una disrupción económica de proporciones hasta aquel momento inconcebibles que colocó a muchas empresas, personas y países enteros, al borde del abismo. Y aproximadamente de forma paralela surgió la cultura de la innovación, que reivindicaba la necesidad de lanzar constantemente productos y servicios al mercado, como causa y consecuencia de la insistente necesidad de los clientes de vivir nuevas experiencias. Hasta ese momento, gran parte de la humanidad, y del mercado, pensaban que la subjetividad era un asunto de segunda categoría.

Hoy día, sin embargo, el panorama es muy diferente. Los clientes no quieren comprar productos estándar ni escuchar una voz que sea la misma para todos. El cliente de hoy quiere que se hable de él y que se le hable a él, con la máxima cercanía posible. Y, por supuesto, demanda productos personalizados. Por otro lado, las empresas deben moverse a una velocidad tal que sus procesos y procedimientos parecen anquilosados y torpes ante el vértigo del mercado. En el nuevo contexto, por ejemplo, las antiguamente veneradas formas de evaluar el desempeño o de describir puestos, hijas de una concepción fabril y estática de las organizaciones, hacen aguas mientras se necesitan profesionales con competencias cada vez más transversales y líquidas.

No es que no necesitemos exactitud, organización, eficiencia o eficacia. Y tampoco es que nos sobren la especialización o la cultura de la calidad. Simplemente es que el mercado y las organizaciones, como el mundo y la sociedad en general, están vivos y evolucionan. Y a una manera de hacer basada en la objetividad, hay que acompasar ahora una mentalidad que valore la subjetividad. Y sobre una concepción empresarial basada en la estrategia, hay que introducir ahora el diálogo con la disconformidad y el pensamiento diferente. Si el siglo pasado fue el de la objetividad, este siglo está llamado a ser el de la subjetividad. El siglo en que, verdaderamente, comprendamos que cada ser humano es único, y que uno de los mayores valores que tiene este mundo es la diversidad.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 16.05.2018

El arte de crear valor con las palabras

¿Cuántos diálogos sobre temas importantes se mantienen sin que se haya pensado a conciencia lo que se va a decir? ¿Cuántos procesos de venta se llevan a cabo sin haber construido un buen argumentario? ¿Cuántas veces ocurre que alguien, tras una conversación, se da cuenta de que no ha dicho lo que realmente quería decir? Muchos de nuestros actos comunicativos están construidos sobre un supuesto erróneo, que es la sensación presentida de que nuestras palabras reflejan fielmente la realidad. Nada más lejos de ser cierto.

Nuestra experiencia de lo que nos ocurre es un asunto y el relato que usamos para hablar de ello es otro. Hay mil títulos posibles para una película o un libro, como hay mil maneras de contar un mismo hecho. Y el problema es que, en la mayoría de los casos, nos quedamos con la primera que se nos ocurre, que suele ser la más obvia y, en ocasiones, la menos funcional.

En 2009 el proyecto Significant Objects demostró que algo tan simple como la manera en que describimos un objeto puede incrementar drásticamente su valor. Lo que hicieron fue adquirir objetos muy baratos de segunda mano. Y a continuación pidieron a escritores que redactaran una breve historia sobre cada uno de ellos. Lo que observaron fue impresionante: los objetos podían llegar a incrementar su valor en un 2.700% cuando eran acompañados de un relato interesante. Así, una pequeña caja de alfileres, comprada por un dólar, se vendió por 16,50; un pimentero de latón cuyo valor inicial era de 99 centavos fue adquirido por 28 dólares y un souvenir de Irlanda, de gusto cuando menos dudoso, incrementó su precio de un dólar a nada menos que 41.

En la mayoría de los actos comunicativos de la vida, lo verdaderamente relevante no es el objeto, o la situación, o eso que nos empeñamos en llamar realidad: lo más importante es cómo construimos el relato en torno a ella. Por ejemplo, muchas personas se presentan diciendo su nombre y su profesión, al igual que la mayoría de las presentaciones de empresa se elaboran mencionando su año de creación, su facturación o su número de empleados. De igual manera, cuando presentamos un producto, sea una batidora, un colegio o un automóvil, insistimos en destacar sus características técnicas, tal vez porque pensamos que son objetivas. Pero en realidad, en la mayoría de las ocasiones, ninguno de esos datos resulta atractivo para el interlocutor: lo que quiere saber un profesional de otro es qué le diferencia del resto, lo que queremos saber de una empresa es cuál es su verdadera misión en el mundo y, por supuesto, lo que queremos saber de un producto o servicio es cómo pueden cambiar nuestra vida. Saber que alguien es abogado laboralista, que tal compañía tiene ciento cincuenta empleados o que un coche tiene un determinado par motor son datos que, en sí mismos, no interesan a casi nadie.

Contar quiénes somos y lo que hacemos y, desde luego, presentar los productos o servicios que ofrecemos es un arte. Una tarea que puede seducir, cautivar y emocionar o que, por el contrario, puede aburrir hasta lo inimaginable. Por eso, en cualquier acto de comunicación, pensar detenidamente cuál es el efecto que queremos lograr, orientar la estructura del relato a ese objetivo, y escoger con sumo cuidado las palabras que vamos a utilizar, son claves que separan el fracaso del éxito.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 27.09.2016

Cuatro ideas sobre la escucha: 4# La potencia de la escucha activa

Dialogamos para descubrir mayores verdades, para escuchar el remoto eco de desconocidas revelaciones y para clarificar nuestro propio pensamiento. El mundo del conocimiento es el universo más extenso que existe, entre otras cosas porque las estrellas y los planetas que lo habitan son diferentes para cada persona. Y la mejor ayuda de la que se puede dotar el transeúnte de ese espacio es la escucha activa.   

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 20.09.2016

Cuatro ideas sobre la escucha: 3# Elaborar la réplica en lugar de escuchar

Quizá porque sentimos que si dudamos de nuestras ideas más profundas y arraigadas ponemos en peligro nuestra existencia, estamos acostumbrados a defender a capa y espada lo que creemos. En ocasiones estamos tan preocupados por demostrar que tenemos razón que nos dedicamos a elaborar la réplica a nuestro interlocutor en lugar de escuchar lo que nos tiene que decir, lo cual es una de las muestras más notorias de una limitada capacidad de escucha.

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El Blog de Jesus Alcoba

Director en la escuela de negocios La Salle. Autor de Inspiración, Ultraconciencia y La Brújula de Shackleton. Keynote speaker. No me sigas, acompáñame.

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