Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 29.01.2020

Con la suficiente perspectiva, es sumamente interesante analizar cómo nos afectan los espejismos de la modernidad. A finales del siglo pasado, se obró el centelleante milagro de digitalizar el acetato transparente, añadiéndole –para nuestra desgracia– la posibilidad de añadir animaciones y sonidos. Lo llamaron PowerPoint.

En el mundo de las organizaciones la fascinación que ejerció esta piedra filosofal hizo que comenzara a utilizarse para todo: desde presentaciones al equipo comercial hasta reuniones con clientes, como herramienta de comunicación y hasta como vehículo de construcción colectiva de pensamiento. De hecho, el efecto fue tan tremendo que aparecieron desempeños en los que no se entendía al profesional si no era en íntima simbiosis con su PowerPoint. Consultor es una de ellas y, por supuesto, formador es otra. El efecto fue inmediato: millones de personas aprendieron a manejar la nueva tecnología y construyeron auténticas capillas sixtinas donde volcaron hasta la última gota de su conocimiento. Paralelamente, comenzaron a aparecer cursos sobre “presentaciones eficaces”, lo que quiera que fuera aquello, que prometían convertir a cualquier profesional de a pie en poco menos que un gurú. También, con la adecuada perspectiva, es llamativa la cantidad de frustración que ha generado en el mundo de la empresa la falta de juicio crítico y la fascinación por la fase ascendente del ciclo de sobreexpectación.

El tiempo ha pasado, y falta muy poco para que comencemos a considerar al PowerPoint como un fósil. Porque, al final, hemos acabado por entender que el conocimiento adulto no se transmite, sino que se transforma, que explicar los conceptos linealmente es improductivo y pueril y, por supuesto, que un asunto es ser un buen comunicador y otra muy diferente ser un buen formador. Y que los formadores extraordinarios revelan su verdadera grandeza cuando no están hablando, ni mostrando imágenes o textos en una pantalla, por alta que sea la resolución que esta tiene.

La drástica reducción de la duración estándar de una conferencia que ha promovido el modelo TED solo quiere decir una cosa: que estamos hartos de escuchar. Que no queremos arriesgarnos a una muerte por PowerPoint y que queremos que se tomen en consideración nuestros estilos de aprendizaje y nuestras ganas de ser protagonistas de nuestra propia formación. Cada vez que un formador envía al participante que siempre falta el consabido PowerPoint, para que estudie por su cuenta los contenidos que ha impartido, está enviándole el fósil de una hogaza de pan para que se alimente con él.

Si el reto en los 90 era producir cuantas más diapositivas mejor, el reto al final de esta década es justo el opuesto. Destinar ese escaparate a lo mínimo imprescindible, a aquello en lo que de verdad se cumple que una imagen vale más que mil palabras. Nos ha costado una vida, pero parece que, por fin, hemos entendido que ningún aprendizaje adulto es válido si no existe una relación experiencial y sentida con las competencias que se desea adquirir.

A la luz de este planteamiento el formador se convierte, en primer lugar, en un agitador: alguien que solivianta y conmueve mentes y corazones para lograr que el núcleo básico de conocimiento del participante, rodeado por la guardia pretoriana que son sus años acumulados de experiencia, se resquebraje y acepte una duda razonable sobre lo que cree saber. Y, a continuación, se transfigura en un sherpa, un experimentado conocedor del terreno que porta el equipo y los víveres para asegurar que el participante pueda llegar hasta donde se propone llegar.

El gran reto del aprendizaje no es saber mucho: es lograr que otro lo sepa. Por eso, esas demostraciones de conocimiento, a menudo egocéntricas y narcisistas, que albergan muchas presentaciones con diapositivas son ya cosa del pasado y caminan hacia su propio cementerio fósil.

La gran noticia es que volvemos al punto de partida: el momento en el que vuelve a estar todo por inventar. En el mundo de la empresa, hemos visto recientemente cómo productos y servicios abandonados, y casi marginales en algún caso, se han reinventado de manera fulgurante logrando crear una nueva imaginería y redescubrir nuevos mercados. Se ha reinventado el café, la manera de viajar, la industria del entretenimiento y hasta el gin-tonic. Sin duda, ha llegado la hora de meter a los fósiles en sus cajas y reinventar de una vez por todas la formación.

 

Originalmente publicado en Equipos y Talento

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, El Economista, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 27.11.2019

De un tiempo a esta parte se están multiplicando las convocatorias y publicaciones que tienen que ver con la oratoria. Desde escritores a expertos en comunicación, pasando por actores y profesionales de la formación, la comunicación verbal vive un auge inesperado.

Inesperado porque, al menos en teoría, con la avalancha de cursos sobre «hablar en público» y «presentaciones eficaces» que hubo en los noventa y en los primeros dos mil, todos deberíamos ya ser expertos comunicadores.

Sin embargo, parece ser que, o bien no es así, o bien se está descubriendo una dimensión antes desconocida en el mundo de la oratoria. ¿Cuáles son las claves de este boom?

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 16.10.2019

Vivimos tiempos de incertidumbre. Y en tiempos de incertidumbre se acentúan los rumores. Esas corrientes subterráneas que, bajo los pies de cualquier sociedad, comunican personas, eventos y lugares, haciendo que todo el mundo agudice los sentidos. Porque un rumor es eso, una forma de comunicación en la que probamos nuestras hipótesis sobre cómo funciona el mundo y que, además, nos ayuda a enfrentarnos mejor a nuestras ansiedades e incertidumbres. En ese sentido se parecen mucho a los cotilleos, aunque estos tienen un carácter más cerrado y suelen circular entre personas que comparten un cierto grado de familiaridad.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 04.10.2017

Están por todas partes: en todo tipo de eventos, en Internet, y hasta en Whatsapp. Las conferencias, el formato más potente y vivo para la divulgación de las ideas, está tan extendido que casi se nos ha olvidado preguntarnos por qué funciona. Cuesta imaginar un congreso sin conferencias, tanto como cuesta encontrar a una persona que no sea capaz de nombrar una charla que le haya impactado. ¿Por qué vemos tantas conferencias? ¿Qué tiene este formato que lo hace tan popular? ¿Por qué estamos enganchados a las conferencias?

Está claro que su fundamental fortaleza está en la posibilidad de entrar en contacto con una idea de una manera rápida y sintetizada, pero eso se puede hacer también leyendo un artículo o una tribuna de opinión. Y es evidente también que nadie va a cambiar el mundo ni su mundo por haber escuchado a alguien hablar durante una hora o dieciocho minutos, que es lo que suele durar una charla TED. ¿Por qué funcionan entonces las conferencias?

Una primera idea, que comparten otros formatos, pero que también explica por qué algunas conferencias son mejores que otras, es que a través de ellas tenemos la oportunidad de ver cómo mira el mundo quien nos habla. Es decir, cuál es la manera que tiene de interpretar la realidad y cuál es su voz única. Ese aspecto diferencial es el que, cuando realmente se hace patente, hace a las conferencias realmente atractivas. Por el contrario, cuando el conferenciante se limita a transmitir ideas de otros, la charla pierde fuerza.

La segunda idea sobre las conferencias, que es lo que realmente las hace únicas, es que tenemos la oportunidad de ver cuál es la reacción emocional de quien nos habla respecto a las ideas que nos presenta. Es decir, en una conferencia lo que aprendemos es cómo vivir un conocimiento nuevo, qué emociones despierta en quien nos habla, y por tanto qué emociones podría provocar en nosotros. Por eso aquellos conferenciantes que no hablan con pasión de sus ideas no resultan interesantes. De manera no consciente lo que pensamos es que es difícil que nos emocione algo que no emociona ni a quien lo está relatando.

Cuando ocurren ambas cosas, es decir, cuando estamos frente a un orador con voz única que además vive sus ideas con pasión, se produce una conexión de alto voltaje con la audiencia, producida por el elemento supremo de la transmisión de ideas, que es lo que llamamos inspiración.

La inspiración es la reacción emocional que se produce cuando súbitamente construimos sentido. Y la ciencia ha mostrado que es contagiosa. Es más, ha demostrado que ese contagio puede llegar a vivirse en el destinatario de una manera física. Cuando, por ejemplo, leemos una novela y experimentamos un estremecimiento o el corazón se nos acelera, es altamente probable que quien escribió esas líneas estuviera inspirado.

Las conferencias que realmente transmiten una mirada singular de un modo vivo y emocionante nos inspiran. Y entonces nos sentimos, como expresa esa idea quizá erróneamente atribuida a Newton, a hombros de gigantes. Trascendidos y elevados por la incontenible fuerza de la inspiración. Ese es el auténtico secreto de las grandes conferencias.

 

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 04.01.2017

Las palabras no son simplemente vehículos para comunicarnos, ni únicamente maneras de nombrar objetos, situaciones o personas. Las palabras son las fibras con las que está tejido el mundo en el que vivimos, ese que nos hemos fabricado nosotros mismos. Están conectadas a nuestros recuerdos y a nuestras emociones, y pronunciar o escuchar unas u otras no es ni mucho menos trivial. Es por eso que somos la única criatura del universo que puede emocionarse, asustarse o rebelarse leyendo mensajes escritos. Y es por eso que el uso correcto de las palabras es una de las claves del liderazgo ultraconsciente.

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 10.08.2016

Al igual que el comienzo, el final es uno de los momentos más delicados de cualquier conferencia. Por motivos desconocidos, con el advenimiento de las presentaciones con diapositivas se instaló una costumbre, hoy ya desfasada pero impertinentemente arraigada, que es la de colocar al final de una charla una diapositiva donde se lee “muchas gracias”. 

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 19.07.2016

Una presentación es un acto único. Es una pieza narrativa ensamblada que se dirige a un conjunto de espectadores. Es como una película. La presentación de diapositivas es únicamente un apoyo, un potenciador de fuerza interpretativa que debe fusionarse dinámicamente con el orador. Por eso, voz e imagen deberían ser uno. 

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 11.07.2016

Una de las claves irrenunciables del éxito en cualquier presentación son los ensayos. La única forma que un orador tiene de asegurar que le va a dar tiempo a cubrir todos los contenidos que tiene previstos es situarse frente a una audiencia imaginaria y verbalizar todos y cada uno de los aspectos que va a desarrollar. Ensayar no es, por tanto, pasar una serie de diapositivas evocando mentalmente el resumen de cada una. 

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