Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 06.12.2017

Sorprende que algunas empresas y directivos sigan sin reparar en el inmenso valor de las personas. Durante los peores años de la crisis fuimos testigos de cómo la reverenciada inteligencia corporativa palidecía ante un tsunami que amenazaba con llevarse nuestra forma de vida por delante. En ese momento, ni los mejores sistemas de gestión de conocimiento, ni los sagrados organigramas, ni los impolutos descriptivos de puesto pudieron contener la onda expansiva ensordecedora de una disrupción económica sin precedentes. Lo único que nos detuvo, al borde del abismo, fueron las personas.

Por eso llama tanto la atención que hoy se hable de “captar talento”, como si las personas que lo poseen no fueran lo verdaderamente importante. O de “retener talento”, como si lo realmente relevante fuera quedarse con el talento, aunque las personas abandonen la organización.

En la lista de las expresiones desafortunadas están también las “herramientas”, las “palancas”, las “cadenas” de valor y todos sus derivados. Como si las personas que habitan las organizaciones fueran simplemente engranajes que, al pulsar determinados botones, realizaran la labor encomendada con precisión milimétrica y sin salirse del patrón. Evidentemente, en la cúspide de todos estos despropósitos está la infeliz expresión “recursos humanos”, como si las personas pudieran equipararse a los recursos financieros o a los tecnológicos.

Dice Birkinshaw que aún somos prisioneros de una manera de concebir la organización del trabajo que es heredera de la era industrial, donde sí tenía sentido hablar de herramientas, palancas y cadenas. Pero el siglo ha cambiado, y ni las personas son máquinas, ni el talento se puede separar de ellas.

Años de investigación sobre el desarrollo personal en las organizaciones no han logrado hacer mella en la sorprendente concepción de muchas empresas y directivos, que siguen pensando que lo auténticamente valioso no es la persona en su globalidad, sino únicamente lo que produce.

No se sabe por qué mecanismos las expresiones acaban calando y difundiéndose a través de las conexiones sociales, pero sin duda una de las tareas ineludibles de cualquier profesional, máxime de los que habitan posiciones de liderazgo, es manejar los conceptos con solvencia semántica y capacidad crítica. Entre otras cosas porque los seres humanos no vivimos en el mundo, sino en una representación interior que elaboramos a partir de los estímulos que nos llegan del exterior. Y las palabras describen precisamente cómo es esa representación en la que vivimos.

Ni las personas son separables de su talento, ni el talento es una materia que se pueda captar, almacenar e incorporar a una serie de engranajes. Y desde luego, los seres humanos no son recursos.

 

 

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 24.05.2017

A comienzos de los años sesenta un motero neozelandés subió su arcaica Indian en un carguero y viajó por primera vez hasta Bonneville Salt Flats, en Utah. Lo extraordinario no es que lograra un récord de velocidad en aquel circuito haciendo que su moto literalmente volara a trescientos kilómetros por hora (cuando originalmente no pasaba de noventa). Lo verdaderamente increíble es que en aquel momento él tenía sesenta y ocho años. Se llamaba Burt Munro y nos legó varias importantes lecciones sobre el talento.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 15.11.2016

La alargada sombra de la Revolución Industrial extendió su efecto hasta bien entrado el siglo XX, mientras reinaba la economía de los productos, basada en el paradigma de la profesionalización especializada y en los procesos fabriles. Como consecuencia, apareció la etiqueta made in seguida del país de origen en cada bien que se introducía en el mercado, como una forma de diferenciar los buenos productos. Con el cambio de siglo el panorama ha cambiado sustancialmente.

Hace casi dos décadas que abandonamos el siglo XX, y la transformación que han sufrido los mercados tras el arranque del siglo XXI ha sido de proporciones extraordinarias. El vértigo introducido por la digitalización y la revolución copernicana que ha generado la cultura centrada en el cliente han redibujado todos los mapas. Hoy día la manufactura como proceso clave del mercado y la cultura de la calidad como garantía de bondad de un producto han dado paso a un escenario muy distinto, en el que el made in es cada vez menos importante.

Gracias a la globalización hoy día se fabrica en prácticamente cualquier lugar del mundo, porque prácticamente en cualquier lugar del mundo se puede disponer de mano de obra bien entrenada y de máquinas eficientes. La fabricación y la calidad se han comoditizado y hoy lo que realmente es importante es quién es el autor de una idea. Empresas como Apple hoy escriben en sus dispositivos no solo dónde están fabricados, sino dónde están diseñados. Hemos pasado del made in al designed by.

En un contexto donde la innovación es un valor ya irrenunciable sin el cual no se puede competir en el mercado, la importancia de las buenas y nuevas ideas es mayor que nunca. El diseño, no solo como una manera de crear belleza sino, sobre todo, como dinamismo que aúna lo artístico con lo funcional, se revela como pieza clave en la generación de nuevos procesos, productos y, sobre todo, servicios.

Y aún veremos más. Hoy día se repite el mantra del design thinking en muchas empresas, pero lo que en la mayoría de los casos significa este término es simplemente una metodología empaquetada que, a través de pasos guiados y con muchos post-its, intenta arrancar procesos de ideación en los miembros de un equipo, a veces con más fortuna que otras. Aún queda mucho por hacer hasta que realmente esa expresión, design thinking, pueda traducirse literalmente y se consiga que más y más personas tengan mente de diseñador.  Porque los diseñadores no necesitan, nunca han necesitado, ni canvas ni post-its para alumbrar sus creaciones. Simplemente un lápiz y, por encima de todo, una manera de pensar abierta y diferente. Por eso la era del designed by no ha hecho más que empezar: la era del nuevo talento.

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 10.01.2014

Los últimos movimientos en el tejido económico nos transmiten la inequívoca certeza de que lo único inmutable es el cambio. Y pese a que aún no sabemos si es una tendencia que ha llegado para quedarse, aunque todo apunta a que sí, hace más interesante que nunca profundizar sobre la idea de identidad profesional. No existiendo ya la estabilidad antes proporcionada por un mercado seguro compuesto por compañías igualmente estables, y dada a la vertiginosa velocidad con la que los productos y servicios se suceden en la arena empresarial, el mercado parece haber ubicado en el epicentro de la ecuación al talento individual.  

Muchos profesionales han visto cómo los vuelcos del mercado han conllevado alteraciones más o menos significativas de sus condiciones de trabajo, tales como la adquisición rápida e incuestionable de nuevas competencias o la reubicación geográfica. Otros, como consecuencia de las drásticas reducciones en las plantillas, han tenido que asumir un número mayor de tareas, en ocasiones abrumador, llevándoles a poner en juego toda su versatilidad y capacidad de trabajo. En algunos casos más, profesionales desvinculados de sus organizaciones han tenido que saltar a la vía del emprendimiento inventando nuevos modelos de negocio con lo que penetrar el mercado. Y, en fin, casi todos ellos han asumido como propia la ubicuidad laboral que, gracias a la tecnología, proyecta una oficina virtual en cualquier momento y lugar. 

Lo que todas estas y otras realidades ponen de manifiesto es que el talento profesional individual, es decir, lo que cada persona aporta como valor al mercado, es la clave del éxito en la mayoría de las transformaciones que se están operando en el lienzo ya nunca más estático de la economía. Y por ello la identidad profesional, que consiste precisamente en esa aportación, y que por consiguiente se sitúa mucho más allá de la mera marca personal, es un concepto de absoluta tendencia. Y de ahí que sea cada vez más necesario que cada persona reflexione sobre su ventaja competitiva y sobre su estrategia profesional, y en definitiva sobre el rumbo que previsiblemente quiere seguir en el tempestuoso océano que constituye el mercado.  

Entre otras cosas porque, como alguien sabio dijo, siempre soplarán malos tiempos para el que no sabe a dónde va. Pero sobre todo debido a que, como cualquier marinero sabe, una vez elegido un rumbo la deriva provocada por la corriente y el abatimiento producido por el viento hacen que no sea exactamente obvio arribar al puerto que inicialmente se fijó como destino. En primer lugar porque el mundo es en sí imperfecto. Pero también debido a que el mercado se está mostrando últimamente intratable en su caprichosa e impertinente inclinación a generar incertidumbre.  

Cualquier aproximación, aunque sea sencilla, a la identidad profesional de cada uno es mejor que nada. Es más provechoso mantener una mirada constante sobre el propio rumbo que abandonarse por completo a la inteligencia de las organizaciones. Primero porque que no siempre es brillante e inevitablemente comete errores, pero sobre todo debido a que siempre proporcionará más autorrealización construir que consumir, y consecuentemente contribuir con el propio talento a la estrategia de la compañía que situarse pasivamente como una pieza más dentro de sus procesos de negocio. Las personas no son, no deberían ser, un recurso más o una pieza del engranaje como lo son las mercancías o las finanzas. Pero eso no solo depende de la política de recursos humanos de cada empresa, sino también, y en buena medida, de lo que cada uno esté dispuesto a aportar individualmente, sea en forma de esfuerzo, conocimiento, creatividad, visión, o cualquier otro ingrediente de los que forman el complejo cóctel de la cadena de valor.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com