Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 24.06.2020

Millones de personas se enfrentan día a día a un reto tan fácil de explicar como difícil de lograr: conseguir lo que se proponen. En algunos casos se trata de encontrar un trabajo, en otros de sacar adelante un emprendimiento y en otros de publicar un libro, convertirse en influencer o encontrar pareja. Sea como sea, todos estos empeños comparten un denominador común, y es la natural tendencia del ser humano a elevarse. Sobre sí mismo, o bien respecto a los demás.

Muchas de esas personas siguen los consejos que a diario exponen los expertos en las respectivas áreas: si se trata de búsqueda de empleo, la redacción de un buen currículum, si de una empresa la esmerada elaboración de un business plan, y así sucesivamente. La cuestión es que, pese a que muchos individuos están seguros de poseer méritos suficientes para llegar a donde pretenden llegar, los que realmente lo consiguen representan un reducido y exclusivo subconjunto de todos los que lo intentan. Y la clave para no desesperarse está en comprender que mérito y éxito no son variables que pertenezcan a la misma dimensión.Y, por supuesto, que una no determina la otra.

En primer lugar, porque el éxito es objetivo, mientras que el mérito es, fundamentalmente, subjetivo. Es verdad que es posible cuantificar los logros de una persona, sobre todo en el ámbito profesional. Lo que no es posible cuantificar es la valoración que cada persona hace de esos logros. De esta manera, son incontables las historias de trabajadores que piensan que el ascenso o la subida salarial siempre se la lleva alguien que lo merece menos que ellos. Sin embargo, y con independencia de que haya situaciones manifiestamente injustas, lo cierto es que muchas veces quien decide sobre estas cuestiones tiene en cuenta variables diferentes a las que maneja la persona aparentemente perjudicada. Así, un trabajador puede tener más estudios, hablar más idiomas o ser más puntual que quien ha logrado el ascenso o la mejora salarial. Sin embargo, su jefe puede haber considerado otras cuestiones, como por ejemplo la capacidad para relacionarse o la ausencia de conflictos.

Por otro lado, el mérito se alimenta con voluntad y esfuerzo, mientras que el éxito muchas veces es cuestión de suerte.Incluso una mirada superficial por la trayectoria de cada uno revela que, en ocasiones, lo que ha marcado la diferencia ha sido estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y con la persona adecuada.Posiblemente hay centenares de miles de personas que merecen que su trabajo tenga éxito, pero para solo unos pocos los astros se alinearán en el momento indicado. Es verdad que es posible tentar a la suerte con trabajo, pero en ocasiones el éxito es simplemente cuestión de eso: de suerte.

Por último, y quizá más importante, mientras que el mérito es una colección de objetivos cumplidos que se acumulan en el pasado de una persona, el éxito tiene la caprichosa manía de irse desplazando hacia el futuro. De esta manera, una persona que hoy daría un ojo por ver publicado su libro, cuando mañana por fin lo logre encontrará que eso ya no le sacia, y que lo que ahora quiere es que le publique una editorial más potente. Y, cuando eso ocurra, lo que probablemente perseguirá entonces es poder vivir de sus libros en lugar de tener que fichar en una empresa que pertenece a otra persona. Los méritos se consolidan, pero el éxito siempre es esquivo.

El mérito y el éxito no son padre e hijo. Es más, es posible que ni siquiera pertenezcan a la misma familia. Y aunque a veces uno pueda contribuir al otro, la relación que tienen entre ellos dista mucho de ser causal o matemática, digan lo que digan los gurús, los libros de autoayuda y los blogs especializados. Ahora bien, lejos de provocar frustración o confusión, lo que esta constatación debería inspirar es serenidad.

Fundamentalmente porque, llegue o no llegue, el deseo del éxito no debería privar del disfrute que implica la sucesiva acumulación de méritos. No tanto por lo que en sí significan, sino por el camino de aprendizaje que supone irlos conquistando. Pero sobre todo porque la diferencia definitiva entre mérito y éxito consiste en que, mientras que el primero se queda para siempre, el otro puede ser peligrosamente efímero. Dejando acaso más vacío al irse que el que se experimentaba suspirando por su llegada.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

 

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 10.07.2019

En 1977 se estrenó Pumping Iron, un documental en el que culturistas como Arnold Schwarzenegger o Lou Ferrigno (que luego se haría famoso por su papel en la primera serie sobre Hulk) se entrenaban para ser Mister Universo o Mister Olympia.

En rudimentarios gimnasios, cuyo pobre equipamiento haría sonreír a cualquier entrenador de hoy día, los aspirantes se entregaban a severas sesiones de ejercicio. Gimnasios muy parecidos al de Rocky Balboa, otro icono de la actividad físico-deportiva de la época, aunque en la ficción. En sus declaraciones, Schwarzenegger hablaba de perder el miedo al desmayo y explicaba que a la mayoría de la gente le faltan agallas para superar la barrera del dolor. Para él, esas agallas (y por tanto no el entrenamiento, la genética o la alimentación), son lo que separa a los perdedores de los ganadores. Si alguien no es capaz de superar la barrera del dolor, declaraba, es mejor que se olvide de convertirse en un campeón. Lo más importante de esto es que él no estaba hablando de dificultades, de pesadumbre o de inconvenientes variados. Estaba hablando de dolor físico y real: estaba hablando de infligirse dolor deliberadamente todos los días para alcanzar su objetivo.

Por mucho que parezca que estas declaraciones encierran un mensaje similar, lo cierto es que están a mucha distancia de esos constantes mensajes melifluos que hablan de atreverse a conquistar la vida soñada, o que a diario invitan a salir de la zona de confort. Fundamentalmente porque mientras estos últimos se refieren a algo que ocurre en el interior de la mente, y que básicamente tiene que ver con tomar una decisión, en el otro caso se habla de castigarse hasta el desmayo para conseguir un objetivo. Una gran diferencia.

Puede que el culturismo no sea una actividad que tenga muchos adeptos, y puede que para muchas personas los cuerpos de los que practican esta disciplina no resulten atractivos o estéticos. Sin embargo, sacando de la ecuación esos elementos, lo cierto es que su entrega y fuerza de voluntad están al alcance de muy pocas personas. La mayoría de las cuales, por cierto, pueden cometer el error de lamentarse de no haber llegado a cumplir sus objetivos vitales mientras siguen devorando libros de autoayuda. Libros que continúan hablando, esta vez sí, hasta la extenuación, de atreverse y de salir de la zona de confort.

Sufrir es sufrir. Y, desafortunadamente, en la mayoría de los casos, es un ingrediente fundamental del éxito. Un éxito que no viene de salir de la zona de confort sino de vivir en ella, ni de atreverse, sino de seguir atreviéndose cada día. Todos los días. Un éxito que tampoco viene, por supuesto, de priorizar la búsqueda de un propósito vital sobre cualquier otra acción.

Uno de los dramas de esta sociedad digital, particularmente en la gente joven, es que a menudo confunde apariencia con realidad. Y, de la misma manera, se confunde compartir en las redes sociales sentencias sobre el éxito con vivir de acuerdo con ellas. Lo que aquellos culturistas de los setenta, en sus pobres y destartalados gimnasios, ilustraron de forma admirable e inequívoca es eso que hoy llamamos grit: una poderosa combinación de pasión y perseverancia. Pero, sobre todo, lo que nos enseñaron de manera ejemplar es que no hay victoria sin sufrimiento.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 02.07.2019

Dicen que un día le preguntaron por su secreto al extraordinario músico flamenco Paco de Lucía y él respondió: «Llevo desde niño practicando todos los días una media de catorce horas y a eso, en mi tierra, le llaman duende». En estos momentos en los cuales abundan tantos apóstoles del imperativo que parecen haber descubierto la piedra filosofal del éxito, es conveniente reflexionar sobre lo que, realmente, hace que una persona destaque sobre las demás.

Tendemos a pensar que la experiencia en sí misma es garantía de valor y, sin embargo, hay hechos que contradicen ese principio. Tomemos, por ejemplo, una profesión en la que cualquiera confiaría más en un profesional experimentado: la medicina. Pues bien, uno de los estudios más sorprendentes que se han realizado sobre la práctica clínica sugiere que existe una relación inversa entre el número de años de experiencia de un médico y la calidad de la atención que brinda. En otras palabras, aquellos que llevan ejerciendo mucho tiempo son peores en determinados indicadores que los que han salido de la facultad hace tan solo unos pocos años. Por tanto, parece ser que lo que hace a un buen médico no son exactamente los años de ejercicio. Frente a la creencia popular en que la práctica hace al maestro, investigaciones como esta muestran que hacer algo durante largo tiempo, incluso durante décadas, no contribuye significativamente a que una destreza mejore. En definitiva, la experiencia que meramente significa acumulación de años no tiene apenas ningún valor.

Muchas personas conocen el célebre dato de que hacen falta en torno a diez mil horas para convertirse en un experto en algo. Una cifra que nació de una investigación llevada a cabo con músicos virtuosos y aficionados por Anders Ericsson en Berlín, y que fue ampliamente popularizada por Malcom Gladwell en Outliers, uno de los libros esenciales sobre el éxito. La cuestión es que ese dato, sin contexto ni matiz, dista mucho de ser cierto. Porque diez mil horas de experiencia en algo, en sí mismas, no contribuyen a ninguna mejora ostensible.

Cualquier persona que se ate el nudo de los zapatos a diario notará que no lo hace significativamente mejor que cuando era niño. Comprobará que no lo hace más rápido, que tampoco logra un resultado más estético y que el resultado no es especialmente más difícil de desatar. Los nudos en los zapatos que hace una persona a lo largo de su vida son abrumadoramente similares. De igual forma, si los conductores que utilizan su vehículo a diario reflexionaran con detenimiento sobre ello, enseguida se darían cuenta de que, en esencia, no mejoran sustantivamente con el paso del tiempo. No conducen de manera más segura, ni usando menos combustible, y a veces ni siquiera, con el paso de los años, aprenden mucho más sobre las calles de su ciudad. Y lo mismo ocurre con numerosas personas que acuden durante mucho tiempo al gimnasio. Llegado un cierto punto de forma física observan, a veces con impotencia, cómo no mejoran ni en su capacidad aeróbica, ni en su flexibilidad ni en su fuerza.

El motivo para que no exista avance en ninguno de estos tres casos, y en muchos otros, es el mismo que en el caso de los médicos y que en muchas otras profesiones: nadie mejora en una competencia por el hecho de repetir los mismos movimientos muchas veces, sean estos motrices o mentales. La experiencia, en sí misma, no sirve para nada, porque el secreto no está en hacer algo más veces, sino en hacerlo de manera diferente.

«Elegimos ir a la Luna. No porque sea fácil, sino porque es difícil», dijo John F. Kennedy al comienzo de aquella trepidante década que no acabaría sin que el mundo entero contemplara la hazaña de los tripulantes del Apolo 11. Está ampliamente documentada la cantidad de conocimiento que generó la carrera espacial, como un ejemplo evidente de que la experiencia solo cuenta si cada vez se intenta dar un paso más, hacer algo más complicado, explorar una cumbre más alta. Por eso en ningún sitio deberían importar los años de experiencia de nadie, tanto si son pocos como si son muchos. Porque lo verdaderamente significativo es las veces que una persona, sobre todo por propia voluntad, ha decidido deliberadamente salir de lo ya conocido y repetido e ir más allá de sus propios límites.

Los médicos extraordinarios son aquellos que nunca se han cansado de buscar, los que han entregado horas a leer e investigar, los que siempre han seguido preguntándose cómo y por qué y los que, en fin, han ejercido sus profesiones a toda hora, convencidos de que siempre se podía hacer algo más por sus pacientes. Es el querer mejorar y el esfuerzo por hacerlo lo que nos convierte en excelentes, no el simple acumular años de esa sustancia, en realidad insustancial e insípida, que llamamos experiencia.

 

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 27.06.2018

Una de las más turbadoras afirmaciones que la investigación ha demostrado últimamente en relación con el éxito es que la experiencia no hace maestros. Es decir, que los médicos no son mejores médicos solo por el hecho de ejercer muchos años la medicina, que los profesores no son mejores únicamente por haberlo sido durante mucho tiempo, y que ningún deportista mejora solamente por salir al terreno de juego.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 21.06.2017

En el condado medieval del éxito vivían y trabajaban Motivada y Esforzada, dos mujeres que, si bien de jóvenes habían sido amigas, habían acabado por enemistarse. Y no exactamente porque hubiera pasado nada entre ellas, sino porque sus rumbos vitales se habían ido primero separando, luego distanciando, y finalmente oponiendo. Pese a ello, sus negocios estaban uno junto a otro, y ese era precisamente el hecho que disparaba la mayoría de sus disputas.

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Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 02.04.2014

Hoy día sabemos que hay dos claves imprescindibles en el éxito, relacionadas pero no idénticas: la fuerza de voluntad y la perseverancia. La primera es la que nos ayuda en el día a día: a salir a la calle a pesar de que llueva, a no comer más de lo necesario, a abrir ese documento que tenemos por fin que concluir, o a no seguir posponiendo una reunión conflictiva. Y la segunda es la que necesitamos para los objetivos a largo plazo, la que implica perseguir una meta durante largo tiempo sin olvidarnos de ella y sin desfallecer a pesar de los contratiempos. 

Sin embargo, casi sin que nos hayamos dado cuenta, ha aparecido un proceso lento pero eficiente que, en las sociedades desarrolladas, está minando nuestra capacidad de tolerar situaciones adversas. Al principio es algo apenas notorio, como el mecimiento ocasional cuando un bebé tiene verdaderas dificultades para dormir. También, la incorporación de ingredientes dulces para evitar el mal sabor de algunos medicamentos. A continuación, la televisión a la hora del desayuno para que sea más sencillo que los pequeños de la casa se porten bien a esa temprana hora. Más tarde, los libros llenos de colores para que resulten llamativos. Por supuesto, las pantallas en los coches para que los niños se entretengan durante los viajes largos, y así sucesivamente. Después de toda una vida siguiendo esa pauta, ya de adultos seguimos necesitando monitores de televisión que nos distraigan del ejercicio en el gimnasio, libros cada vez más breves y sencillos de leer, noticias entretenidas, y revistas llenas de fotografías en las que las ideas esenciales estén claramente destacadas. La comodidad extrema rodea nuestras vidas, y hasta tenemos reposabrazos en el coche, no vaya a ser que el trabajo de maniobrar el volante resulte excesivamente extenuante.   

En ocasiones da la sensación de que todo tiene que ser atractivo o sencillo, o ambas cosas, para que nos decidamos a acometerlo. Hoy día cada vez es más difícil que los niños se involucren en torneos por el mero placer de participar, los universitarios a duras penas se movilizan para una tarea académica si no conlleva el consabido reconocimiento de créditos, y en general cada vez son más las personas que no se implican en aquellas actividades que cuestan esfuerzo. 

La motivación es una pieza fundamental tanto para la fuerza de voluntad como para la perseverancia, y existe en dos formatos: la intrínseca, que es la automotivación, y la extrínseca, que es la que el entorno nos proporciona. En suma, o nos impulsamos nosotros mismos o alguien nos empuja. Por otro lado, según parece indicarnos la ciencia, da la impresión de que un organismo necesita enfrentar determinadas dificultades para fortalecerse. Es un principio que, por ejemplo, parece explicar el origen de ciertas alergias: al vivir en entornos asépticos el cuerpo humano podría no generar determinadas defensas contra algunos alérgenos y, como consecuencia, se debilitaría. Por eso solemos decir que lo que no nos mata nos hace más fuertes. 

¿Y si la motivación funcionara igual? ¿Y si cuanto más fácil y llamativo resulta el mundo menos se desarrolla nuestra capacidad de automotivarnos? Si eso fuera así nos habríamos equivocado con la motivación, al crear un mundo tan fascinante y sencillo que habría arrinconado a nuestra fuerza de voluntad y a nuestra perseverancia, herramientas vitales en cualquier camino hacia el éxito. 

Hay que pensar que si queremos hacer realidad nuestros planes, y sobre todo si perseguimos metas importantes, no podemos confiar en que las cosas van a ser fáciles. O en que habrá alguien para motivarnos en cada pendiente del camino. Por tanto es imprescindible reflexionar sobre cuáles son las claves que nos pueden ayudar a darnos ánimos a nosotros mismos, a extraer energía de nuestras propias convicciones, a dar todavía un paso más cuando nos parezca que estamos agotados y a que, en definitiva, ese combustible indispensable que se llama motivación no dependa únicamente de que el mundo a nuestro alrededor sea atractivo y simple. 

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com