Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 12.09.2018

Que el cerebro humano es un órgano orientado a elaborar patrones y detectar cuándo algo se sale de ellos es algo que no necesita mucha demostración: siempre nos duchamos siguiendo la misma secuencia, vamos al trabajo por la misma ruta y hacemos la compra casi siempre siguiendo el mismo recorrido. Y, de la misma manera que creamos esos patrones, somos capaces de descubrir rápidamente cuándo algo no encaja: cuándo alguien se ha cambiado de peinado, cuándo hay un ruido nuevo en el coche o cuándo la misma barra de pan que compramos todos los días no sabe como siempre.

Sigue leyendo en El Huffington Post —>>>>

Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 13.06.2018

La inspiración es un momento sublime, una vivencia emocionante en la que determinadas ideas y emociones que operan más allá de los límites de la conciencia se alinean para construir un sentido de orden superior. Uno que engrana de manera significativa con la biografía previa de la persona, con su identidad y con lo que busca o espera de la vida. Sin embargo, pese a su complejo origen, el motivo por el cual funciona es tan sencillo de entender como aparentemente difícil de llevar a cabo.

Sigue leyendo en El Economista —>>>>

Cambio personal, Ciencia y Management, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 18.04.2018

Es curioso que, cuando se quiere insinuar que alguien no está bien de la cabeza, se diga que le falta un tornillo. Si esto fuera así, ir por la vida con los tornillos flojos equivaldría a bordear la frontera de la cordura. Sin embargo, lo cierto es que las máquinas y las personas son muy diferentes, en algunos casos ciertamente opuestas. Y mientras que las máquinas, es verdad, necesitan tener todos sus engranajes bien apretados, es muy probable que con las personas sea más bien necesario lo contrario. Sobre todo, si se pretende que tengan ideas nuevas.

Sigue leyendo en El Huffington Post —>>>>

Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 16.06.2016

Tener razón es una aspiración aparentemente natural. En nuestros diálogos, mucho más en nuestras discusiones, queremos demostrar que conocemos un fragmento más amplio de la realidad que nuestro interlocutor, que nuestros razonamientos son más inteligentes o que estamos en posesión de más datos. Cuando tenemos razón sentimos que ganamos, y eso nos hace sentir bien. Sin embargo, querer tener razón es en realidad una herencia tan atávica como desfasada de nuestro pasado como animales irracionales, en el que ganar o perder significaba la vida o la muerte.

Hoy día, superado ya aquel oscuro pasado, es mucho mejor jugar a no tener razón, para así acceder a otros mundos que no son el nuestro y a verdades que de otro modo jamás descubriríamos. Cuando una discusión se cierra y nos alzamos como vencedores, porque la razón aparentemente nos asiste, en realidad hemos cerrado la puerta a ideas y pensamientos divergentes que, precisamente por la fricción que nos causan, son una vía para descubrir nuevos mundos. Aprendemos cuando nos enfrentamos a cosas que no conocemos, cuando intentamos explicar hechos desconcertantes y cuando buscamos las causas de fenómenos que se nos escapan. Aprendemos cuando a través del diálogo entramos en otras formas de explicar la realidad que son diferentes, en general formuladas por personas que, con las mismas preguntas, han encontrado otras respuestas. Aprendemos cuando aceptamos que podemos estar equivocados y que eso, en muchas ocasiones, es más bueno que malo. Por el contrario, cuando tenemos razón todo queda colocado en nuestro cerebro, y así evitamos la molesta disonancia que experimentamos cuando hay dos datos en nuestra mente que se contradicen. Pero entonces nada desafía nuestra mente, no aprendemos, no cambiamos, y no mejoramos.

Ese antiquísimo relato sufí en el que un grupo de invidentes intentaba definir lo que es un elefante, y en el que cada uno solamente tocaba una parte, es una representación ciertamente exacta de lo que nos ocurre cuando queremos tener razón. Si no nos escuchamos y nos empeñamos en que la única forma de definir la realidad es la nuestra, regresaremos constantemente a nuestra vida quizá satisfechos, quizá tranquilos, pero siempre un poco más ignorantes. Por eso, hemos de entender que el objeto de discutir no es alzarnos con la razón y manifestar que estamos en posesión de la verdad. Discutimos para comprender mejor por qué pensamos lo que pensamos, y por qué la otra persona piensa como piensa. Discutimos para intentar averiguar qué parte de aquel elefante del cuento antiguo puede estar tocando la otra persona, y para intentar inferir qué aspecto final puede tener la criatura que tenemos delante. Y por eso las discusiones nunca son, nunca deberían ser, personales. Porque no se discuten las personas, sino las ideas. Porque, como alguien sabio dijo, hay que discutir de manera desafectada, como cuando uno no está de acuerdo consigo mismo. Es la única manera de progresar en el siempre incierto camino de la búsqueda de la verdad.

Tener razón está pasado de moda. Es un vicio trasnochado que aún reverbera como un eco de un mundo antiguo en el que todo era más simple y existía la falsa creencia de que las cosas podían ser blancas o negras. Hoy sabemos que, en realidad, nunca fue así. Y, en nuestro mundo, lo es mucho menos. Liberémonos de la necesidad de vivir seguros en el confortable y minúsculo desván de nuestras certezas, donde siempre tenemos razón, y salgamos a la calle a inspirarnos con novedosas y divergentes verdades. Hay pocas vivencias más emocionantes.

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com