Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Reinvención, Ultraconciencia / 18.05.2022

Hubo un antes. Y en ese antes la vida era predecible. Uno estudiaba o no, se casaba o no, tenía hijos o no, pero siempre trabajaba. Y con el trabajo venía el salario, con el salario la hipoteca y con la hipoteca el hogar. Y en el hogar había un televisor y agua caliente. Y nunca faltaba mortadela ni pan, del que se ponía duro en lugar de gomoso. Era frecuente entrar a trabajar de enfermera y jubilarse de enfermera. O de taxista, o de maestra, o de albañil. Pero algunos hijos de albañiles, y otros de agricultores, y algunos hijos más de zapateros conseguían dar un salto. Y se convertían en abogados, en médicos o en ingenieros. A algún genio del naming se le ocurrió llamar a ese fenómeno “el ascensor social”.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 07.10.2020

Desde hace décadas venimos escuchando las voces interesadas e impertinentes de los exaltados de la vida digital hablando sobre el acto educativo. Un grupo de opinión que, en general, desea la muerte de muchos de los aspectos de la vida que otros adoramos, relamiéndose ante su imaginario final: la muerte del libro físico, la muerte de los trabajos artesanales y, cómo no, la muerte de la clase presencial. Un grupo que, conscientemente o sin darse cuenta, ha dado por sentado que, si se pudiera hacer un experimento a escala planetaria, las bondades y posibilidades de la tecnología digital educativa brillarían con matrícula de honor. Tanto que sería posible, fantasean, erradicar el cara a cara en educación. Pues bien, ese experimento finalmente se ha llevado a cabo. Quizá no como ellos posiblemente soñaban, pero se ha realizado. De este modo, en los últimos meses hemos podido ver cómo colegios y universidades se lanzaban a una digitalización forzosa y completa, no solo de lo que ocurre en las aulas sino también de su capa de gestión. Mientras se aplicó el estado de alarma los estudiantes fueron confinados en sus casas, así como sus profesores y, durante varias semanas, tuvo lugar el más grande experimento de la historia sobre el e-Learning.

No hace falta conducir ningún análisis sofisticado para conocer los resultados de este estudio porque están en cada conversación, en cada mensaje y en cada suspiro. Los profesores, otros héroes auténticos a los que incomprensiblemente nadie aplaude desde el balcón, se cansan de estar permanentemente mirando a una pantalla, tanto como sus alumnos. Y sus alumnos, siempre que pueden, ocultan su imagen y mutean el micro, dejando al profesor frente a un silente listado de iniciales, en una versión contemporánea de la bíblica prédica en el desierto. Los métodos de evaluación de competencias complejas brillan por su ausencia y, en el lado de la gestión, nada nuevo: hartazgo por las reuniones virtuales y añoranza de los cafés en la sala de profesores y del aire fresco del patio.

Los tecnoadictos y tecnoególatras, gurús digitales autoproclamados y el resto de fanáticos virtuales dirán que no hay medios suficientes, que se improvisa más que se planifica o que si se contara con más formación todo iría como la seda. Pero lo cierto es que, desde que llevamos escuchando esta repetitiva soflama en pro de lo puro digital, nunca ha habido tantos medios ni tanto profesional formado, formal o incidentalmente. Ya hubieran querido los que iniciaron proyectos de virtualización educativa hace veinte años nuestra tecnología y nuestra soltura con el Whatsapp.

Las conclusiones preliminares de este estudio a escala planetaria son claras: estamos aprendiendo que los procesos educativos son mucho más complejos de virtualizar de lo que imaginábamos, que la presencia es un catalizador del aprendizaje y, sobre todo, que la educación no es una cuestión de fe. Da igual lo que creamos en esta u otra metodología o tecnología: el aprendizaje se produce o no se produce, así de simple. Y esta pandemia tan intensiva en tecnología digital está dejando un largo rastro de aprendizajes no realizados, digan lo que digan las planificaciones exhaustivas y los documentos públicos sobre el aseguramiento de la calidad exhibidos por colegios y universidades. Las lecciones que se han quedado por el camino son como los abrazos que no nos estamos dando, en este año en el que, por otro lado, tanto estamos aprendiendo sobre la vida y sobre nosotros mismos.

La conclusión final del experimento más grande del mundo sobre e-Learning es aún más clara: la tecnología digital está lejos, por sí sola, de competir con la formación presencial en cuanto a la creación de un entorno verdaderamente potente y rico de aprendizaje. Así que, una vez más, esta tecnología, como tantas y tantas otras, no representa un punto y aparte, ni muchísimo menos una revolución. Lo será, tal vez, algún día. Pero no hoy. Eso sí, cuando no hay nada más, es un sustituto digno. Y con ese sustituto nos apañaremos mientras esperamos pacientemente la vuelta a las aulas, con el mismo entusiasmo que esperamos el retorno de los abrazos perdidos.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 23.09.2020

Al comienzo, cuando el coronavirus irrumpió en nuestra pacífica existencia, contestamos sacando pecho con entusiasmo y arrojo, publicando con vehemencia nuestro compromiso con la lucha al compás del Resistiré del Dúo Dinámico. Compartimos miles de memes motivadores, portamos con orgullo la bandera de esta guerra, la mascarilla, e incluso aparecieron centinelas en todas las comunidades de vecinos que, a golpe de fotografía y vídeo, denunciaban públicamente a quien se desviase del recto camino. Y en lo que, pensábamos, era el apogeo de la crisis, honramos a nuestros héroes y a nuestros mártires, lloramos durante las videollamadas y apretamos los dientes para contener todos los abrazos que no nos podíamos dar.

Luego el estado de alarma tocó a su fin y, como una profecía, al mismo tiempo llegó el verano. Y entonces entramos en una fase más átona de nuestro compromiso con la lucha, al tiempo que comenzamos a permitirnos alguna que otra cana al aire. Canas al aire en las celebraciones, en las reuniones familiares y por supuesto en los bares. “Cómo no le voy a dar un abrazo a mi padre” —decíamos nosotros—, “luego me pongo la mascarilla” —decían los adolescentes— y “es que ahora estoy tomándome la cerveza” —decíamos todos en las terrazas o en los botellones—. El resultado fue que el virus, que nunca descansa, ha vuelto a hacerse fuerte y, tras la desescalada, ha irrumpido la nueva escalada de los contagios haciendo añicos la nueva normalidad.

Y ahora entramos en la tercera fase. Aún con mucho teletrabajo que, tras el entusiasmo inicial, ya no resulta tan apetecible, con unos hijos regresando a un colegio improbable y, como en todos los finales de verano, con la huida del calor y la vuelta al tráfico. Todo ello aparentemente superable, si no fuera por la cada vez más alargada sombra de una crisis que parece querer empezar a rivalizar con la de 2008. Definitivamente, esta es la vuelta que no queríamos.

La mayoría de los seres humanos estamos construidos para resistir un embate, pero no dos. Tampoco lo estamos para las grandes adversidades, que son aquellas para las que no tenemos mapas. Y en esta ocasión se están dando las dos circunstancias simultáneamente. Por eso este otoño se nos antoja el más umbrío de los otoños.

Solo hay dos verdades sobre las grandes crisis, esos momentos en los cuales la cueva se cierra de pronto y nos quedamos sin luz y sin aire. La primera, que todos llegamos a ese momento con lo que tenemos y somos. Es muy difícil ser una persona nueva cuando la ola se colapsa y nos ahoga. Si al llegar una adversidad severa somos débiles, se cebará en nuestra debilidad. Si dependemos de los demás, esa dependencia se exacerbará. Y si tendemos a la ansiedad, viviremos la crisis con el corazón arrugado en un puño. Por eso la mejor manera de conocernos, o de conocer la verdadera construcción de alguien, es en medio de un desastre.

Los acontecimientos no obran intencionadamente y, por tanto, no hay límite alguno a la cantidad de sucesos negativos que podemos llegar a experimentar. Las víctimas fatales de esta crisis sanitaria son la prueba más evidente de este principio. Seguro que ninguna de ellas, cuando brindó saludando a los primeros minutos del año, pensaba que iba a morir pocos meses después en la soledad de una habitación de hospital. Por tanto, si esto es así, la única salida viable es convertir lo que estamos experimentando en una escuela de vida y trazar nuevos mapas para el futuro.

Es lógico pensar que alguien que ha vivido una guerra en primera persona se alarme menos por una enfermedad grave que quien siempre ha vivido en tiempo de paz. Igualmente, es plausible que alguien que ha padecido ese tipo de enfermedades se angustie menos por perder su empleo que alguien que siempre ha estado sano. También, es esperable que alguien que ha perdido y recuperado su trabajo varias veces se intranquilice menos por un golpe en el coche que alguien que nunca ha tenido problemas de ningún tipo.

Por eso, la segunda verdad sobre las grandes adversidades es que la medida de nuestra estabilidad futura depende del número de crisis en las que hemos escogido la vía del aprendizaje, en lugar del camino de la resignación y la queja. La segunda verdad nos dice que, aunque el universo nos dispara las crisis aleatoriamente y sin intención, tenemos la libertad de enfocarlas de una o de otra manera: hacia el drama o hacia la épica.

Escoger plantar batalla es arduo y doloroso, eso sí. Y desde luego no es el tipo de tarea en la que uno querría empeñarse con el moreno aún engalanando su piel y el recuerdo vivo de los largos paseos por la playa todavía colgado de la mente. Pero es lo que nos hace grandes. Y lo que nos permite acumular relatos y tejer las grandes narrativas de nuestra historia. Que son las que, tanto a nivel individual como colectivo, nos hacen sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Las que nos llevan a crecer como personas y como sociedad. Si bien es verdad que los desastres nos muestran como somos, no lo es menos que a la salida de cualquiera de ellos podemos ser otros. Quizá esos que siempre hemos querido ser.

Todo puede ocurrirnos aún: divorcios y desempleos, enfermedades y pérdidas de seres queridos. Y, por supuesto, más pandemias, hambrunas e incluso guerras. Sin embargo esta historia, nuestra historia, no es diferente de la de otras personas en otras épocas. Nos daríamos cuenta más fácilmente si fuéramos más conscientes del falso espejismo que constituye la vida digital, de que la certeza de la ciencia es a veces más una quimera que una realidad y de que la cultura, como decía Becker, nos transmite la idea de que somos importantes, vitales e inmortales en lugar de pequeños y temblorosos animales que un día decaerán y morirán.

En esta vuelta que no queríamos es vital que escojamos la vía de ser los héroes que siempre soñamos ser. Luego vendrá lo que venga. La reencarnación de la crisis de 2008, de la del 29 o de cualquier otra. O una salida suave y limpia en la que la desgracia no nos llegue a mostrar su peor cara. No lo sabemos aún. Lo que sí sabemos es que la diferencia entre un futuro y otro depende en gran medida de nuestro espíritu de lucha.

 

(Originalmente publicado en Dirigentes)

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 29.07.2020

El motivo por el cual el coronavirus no acaba de ser controlado es muy evidente: nuestro comportamiento. Tras un primer momento en el cual nos lo tomamos muy en serio y plagamos las redes sociales de compromiso y solidaridad —e incluso aparecieron soplones en todas las comunidades—, hemos pasado a otro muy diferente. Ha llegado el verano y estamos volviendo a nuestro ser natural: el de la cañita y el chipirón, la toalla en la playa y el gregarismo futbolero.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 06.05.2020

“Se tiraron los soberanos y se guardaron las fotografías.” Cuando el legendario explorador polar Ernest Shackleton aceptó, de mala gana, la limitación a dos libras de peso en pertenencias personales por cada miembro de su tripulación, escribió estas palabras en su diario. Era el 30 de Octubre de 1915 y hacía tres días que su barco, el Endurance, había quedado destrozado por los témpanos de la Antártida. Se imponía una desesperada expedición hacia el norte, hacia mar abierto, en la que utilizarían como trineos los botes salvavidas del Endurance. En ellos llevarían únicamente lo imprescindible: solo dos libras por hombre.

Es notable el paralelismo que, aunque de manera metafórica, tiene esta situación con la vivencia del confinamiento durante la pandemia del COVID19. Verdaderamente estamos viviendo momentos de retorno a lo esencial, a lo auténtico, a lo que de verdad importa. Nos hemos quedado sin las salas de cine, sin los restaurantes y sin los viajes. Sin poder ir a la peluquería, sin el moreno de playa y sin las tiendas de moda. Nos hemos quedado sin casi todos los ropajes que vestían nuestra vida apenas anteayer. Y, cuando los soberanos han desaparecido, solamente nos han quedado las fotografías. Nos hemos quedado con nosotros, con nuestras familias y seres queridos, si es que están sanos y salvos y, junto a ellos, nos ha quedado la esperanza de un futuro mejor.

Mucho se escribe en estos días sobre cómo será el futuro inmediato, esa nueva normalidad que todo el mundo nombra pero que en realidad nadie conoce. Es llamativo cómo a veces las palabras nos tranquilizan, aunque sean sinónimos de incertidumbre. Exactamente igual que cuando pensamos que nuestra dolencia ha sido claramente identificada si los médicos la califican de idiopática, que precisamente quiere decir de origen desconocido.

No sabemos cómo será esa nueva normalidad, esta es la única verdad. Pero ojalá este tiempo de fotografías vivientes, de aplausos esperanzados y de creatividad solidaria nos haga mejores. Ayudándonos  a erradicar lo lesivo y a atemperar lo que de impostado, de frívolo o de excesivo había en nuestra vida. También en nuestra vida dentro de las organizaciones.

Ojalá en la empresa caiga por fin el aparentar antes que el hacer, la política de oficina y el liderazgo basado en el nepotismo. Ojalá se ponga en cuarentena a los profesionales tóxicos, se deje de escuchar a quien propaga rumores y cotilleos y se ponga freno a la procrastinación. Ojalá regresen de su despido interior quienes hace tiempo dejaron de estar entre nosotros y ojalá se desintegre, por fin, la lacra del acoso, de cualquier tipo de acoso.

Ojalá, también, nos quedemos con lo esencial de la arena empresarial, que no es otra cosa que el intercambio de valor auténtico entre seres humanos. Ojalá aprendamos a amortiguar el ruido impertinente de los falsos apóstoles de la vida digital, y de esos gurús apócrifos que se pasan la vida anticipando lo que en realidad ignoran.

Ojalá, como consumidores de experiencias o de ideas, encontremos nuestro propio rumbo entre cámaras de eco, burbujas de filtros y mentes colmena. Ojalá, en medio de toda esa marea alienante, sepamos encontrar nuestro propio juicio y nuestro propio ser, militando más en el consumir sabio que en el amontonar compulsivo.

Y ojalá en esa nueva normalidad, tan nombrada como en realidad inédita, nos desprendamos definitivamente de los soberanos y guardemos las fotografías. Ojalá nos quedemos solamente con lo que de verdad importa.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 22.04.2020

Conforme la disponibilidad de los datos y nuestra capacidad de análisis han ido aumentando, hemos ido experimentado un acelerado auge de los futurólogos, profesionales o aficionados. Y ya estábamos acostumbrados a que nos detallaran, a ciencia cierta, los efectos del cambio climático, a que nos aseguraran el impacto que, sin duda alguna, tendrá la robótica en nuestras vidas, o a que nos certificaran, con exactitud máxima, lo que será tendencia mañana y en el mañana de mañana. Sin embargo, con la crisis desatada por el Covid-19 la futurología está adquiriendo matices esperpénticos.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 15.04.2020

Llevamos décadas leyendo libros de autoayuda, atendiendo a sesiones de coaching y reflexionando sobre la resiliencia y la superación. Hemos construido auténticas capillas sixtinas de conocimiento, a veces solvente y a veces no tanto, acerca de los factores que, presumiblemente, tienen que ver con nuestro crecimiento personal, muy especialmente en lo que tiene que ver con el afrontamiento de las adversidades. Y más o menos todos nos hemos proclamado dueños de esos conceptos pensando que, además, dominábamos las habilidades y actitudes que los completan.

Y así fue que llenamos las redes sociales con frases geniales de Charles Dubois y de Benedetti. De Bertolt Brecht, de Henley o de Roosevelt. De Boecio y hasta de Jim Morrison. Sacrificar lo que somos, no rendirse, luchar toda una vida, ser dueños de nuestro destino y capitanes de nuestra alma, luchar en la arena, no esperar nada ni temer nada y, por supuesto, exponernos a nuestros miedos más profundos. Todo un catálogo de pensamientos de consenso pleno con los que, pensábamos, estábamos vacunados contra el advenimiento de cualquier adversidad.

Y de repente, sin previo aviso, como una de esas tozudas excepciones que hacen sonrojar a futurólogos y autoproclamados gurús del algoritmo predictivo, apareció en el horizonte una pandemia de proporciones bíblicas. Una inquietante crisis que, de nuevo, convocó al miedo e hizo temblar los profundos cimientos que, en teoría, sostenían nuestra capilla sixtina de aforismos sobre la adversidad.

La gran diferencia entre la teoría y la práctica es que la primera no existe realmente sin la segunda, porque deriva de ella. Los conceptos que no cobran vida en la existencia real son solo eso: conceptos, ideas, sueños. Humo. Por eso, ahora que un virus pandémico nos ha expulsado de la zona de confort como Adán y Eva fueron expulsados, es decir, del paraíso, es cuando hay que sacar pecho y enseñar los dientes.

Según la ciencia, las personas experimentamos una media de aproximadamente ocho acontecimientos realmente adversos a lo largo de nuestra vida (situaciones como enfermedades graves, pérdida de seres queridos, problemas financieros serios o desastres naturales). Y en todas ellas tenemos la oportunidad de aprender que, mientras luchamos con los problemas, nuestra manera de proceder puede construir o bien puentes o bien muros hacia un futuro mejor.

Ya nos dijo Viktor Frankl que “la última de las libertades humanas” para cada uno es “la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino.” El ser humano es una criatura que reacciona frente a la construcción de sentido. Cuando no comprendemos nuestra vida o lo que nos pasa, entonces surge el sufrimiento y la desesperanza. Sin embargo, si vemos significado en nuestras vidas, en lo que hacemos, en lo que está por venir, nuestra existencia es razonablemente serena y feliz.

Por eso, es hoy cuando hay que intentar engranar todo lo que hemos aprendido con lo que nos toca vivir. Es ahora cuando hay que ver los acontecimientos a la luz de todas esas enseñanzas que hemos acumulado. Es en este preciso instante cuando hay que consolidar la teoría con la práctica en una única vivencia. Solo así saldremos de esta crisis fortalecidos. Más sanos. Más sabios.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 08.04.2020

Las personas evidenciamos cómo somos en cada cosa que hacemos. Ya se trate de la manera de saludar, de la forma en que dialogamos o de la ropa que escogemos. Y el trabajo a distancia no es una excepción. No hay dos maneras de teletrabajar iguales, porque no hay dos personas iguales. Unos seguirán un horario estricto y una rutina estudiada, mientras que otros irán despachando tareas de una manera más caótica. Habrá quien se arregle para trabajar en casa exactamente igual que cuando acudía a la oficina, y también quien escogerá el chándal y las pantuflas como uniforme de teletrabajo. Y lógicamente habrá quien se afanará más, incrementando su productividad, y también quien aprovechará la falta de control para ponerse un poco de perfil y evitar así hacer las tareas más tediosas.

Sea como sea, posiblemente la mejor manera de intuir la personalidad de alguien a través del teletrabajo es por la forma en que aparece ante la cámara durante una videoconferencia. No solo porque esta actividad incorpora nuestra presencia, sino porque es, posiblemente, la herramienta más interactiva y dinámica de las que usamos cuando trabajamos en casa. He aquí algunas de las situaciones que revelan distintos tipos de personalidad en el teletrabajo:

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Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 18.03.2020

Cada vez que tenemos que quedarnos encerrados en casa, en general por una enfermedad, comenzamos a hacernos preguntas: ¿en qué voy a ocupar mi tiempo? ¿acabaré aburriéndome? ¿voy a poder con esto? Todas ellas y muchas otras tienen que ver con la activación en nuestro cerebro de uno de los guiones universales más interesantes. Uno de esos argumentos esenciales que nos representan desde el origen de las civilizaciones y de los que podemos aprender mucho.

Desde tiempo inmemorial hemos participado de narrativas de cautiverio, de historias de náufragos y de leyendas sobre protagonistas atrapados en laberintos reales o mentales. Lo que todos estos relatos tienen en común es la misma sustancia que nos impregna cuando nosotros mismos estamos recluidos: una mezcla de falta de movilidad, incomunicación, restricciones alimentarias, inactividad y ausencia de rutinas. Y todo ello inflamado por los muchos cuestionamientos que nos hacemos sobre nuestra capacidad para superar el trance.

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