Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 21.09.2016

Es sorprendente la cantidad de frases rotundas que últimamente aparecen en las redes sociales y que se atribuyen a Einstein. Tantas que da la impresión, seguramente falsa, de que una de estas dos cosas es cierta: o bien hay un alto porcentaje de la población que ha leído sus obras, o bien el sabio dedicó una gran parte de su vida a escribir frases geniales.

Se desconoce a ciencia cierta cómo le hubiera gustado ser recordado, pero casi seguro que no como una fuente de conocimiento enlatado que, junto a su fotografía, con la lengua fuera o no, sirviera de decoración fugaz que apenas durase un minuto en la vida de los consumidores de la era de los smartphones.

Al menos, mal de muchos, comparte destino con otro de los damnificados por esta tendencia a poner en boca de los líderes de pensamiento frases estupendas para que resulten más convincentes, que es Steve Jobs. Si uno u otro hubieran escrito todas las frases célebres que se les atribuyen, quizá ni el primero hubiera descubierto la Teoría de la Relatividad, ni el segundo hubiera lanzado el iPhone, porque no les hubiera dado tiempo.

El contenido en snack es el signo de los tiempos de una época en la cual todo es tan repentino y efímero que no da ni tiempo a citar cuál es la fuente de una determinada frase. Es más, a menudo la fuente no importa o es de solvencia dudosa. La velocidad a la que vuelan las ideas frente a nuestros ojos es creciente, y es inversamente proporcional a nuestra capacidad crítica. Hoy casi nadie pone en duda que una frase que aparece en Twitter sea de Einstein o de Jobs, de la misma manera que hay quien sigue pensando, ante la frustración de los psicólogos, que solo usamos un diez por ciento de nuestro cerebro o, ante la impotencia de muchos médicos, que es cierto el mito de que hay que beber dos litros de agua al día. Nada menos.

El juicio crítico, esa capacidad que junto con la creatividad es la única que no podrá jamás ser imitada por las máquinas, y de la que, también junto con la creatividad, dependen la evolución de la cultura y la sociedad, así como la riqueza de las regiones en el futuro próximo, está tambaleándose, víctima de la velocidad apresurada de los que dan más valor a consumir contenido que a meditar sobre él.

Einstein y Jobs fueron dos personas profundas. Cada una a su manera revolucionaron su mundo, y con ello revolucionaron el mundo. Abrazaron la complejidad y la dificultad, y de ese abrazo íntimo salieron algunas de las ideas más importantes que iluminan el firmamento de nuestro tiempo. Cuesta creer que su legado se convierta en un puñado de frases que, falsamente atribuidas a ellos o no, atraviesan veloces las redes sociales junto con anuncios de rebajas en los grandes almacenes, cupones de descuento o, peor aún, selfies que evidencian la supremacía del culto al narcisismo por encima de la lectura, la reflexión y el juicio crítico.

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com