Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 15.04.2020

Llevamos décadas leyendo libros de autoayuda, atendiendo a sesiones de coaching y reflexionando sobre la resiliencia y la superación. Hemos construido auténticas capillas sixtinas de conocimiento, a veces solvente y a veces no tanto, acerca de los factores que, presumiblemente, tienen que ver con nuestro crecimiento personal, muy especialmente en lo que tiene que ver con el afrontamiento de las adversidades. Y más o menos todos nos hemos proclamado dueños de esos conceptos pensando que, además, dominábamos las habilidades y actitudes que los completan.

Y así fue que llenamos las redes sociales con frases geniales de Charles Dubois y de Benedetti. De Bertolt Brecht, de Henley o de Roosevelt. De Boecio y hasta de Jim Morrison. Sacrificar lo que somos, no rendirse, luchar toda una vida, ser dueños de nuestro destino y capitanes de nuestra alma, luchar en la arena, no esperar nada ni temer nada y, por supuesto, exponernos a nuestros miedos más profundos. Todo un catálogo de pensamientos de consenso pleno con los que, pensábamos, estábamos vacunados contra el advenimiento de cualquier adversidad.

Y de repente, sin previo aviso, como una de esas tozudas excepciones que hacen sonrojar a futurólogos y autoproclamados gurús del algoritmo predictivo, apareció en el horizonte una pandemia de proporciones bíblicas. Una inquietante crisis que, de nuevo, convocó al miedo e hizo temblar los profundos cimientos que, en teoría, sostenían nuestra capilla sixtina de aforismos sobre la adversidad.

La gran diferencia entre la teoría y la práctica es que la primera no existe realmente sin la segunda, porque deriva de ella. Los conceptos que no cobran vida en la existencia real son solo eso: conceptos, ideas, sueños. Humo. Por eso, ahora que un virus pandémico nos ha expulsado de la zona de confort como Adán y Eva fueron expulsados, es decir, del paraíso, es cuando hay que sacar pecho y enseñar los dientes.

Según la ciencia, las personas experimentamos una media de aproximadamente ocho acontecimientos realmente adversos a lo largo de nuestra vida (situaciones como enfermedades graves, pérdida de seres queridos, problemas financieros serios o desastres naturales). Y en todas ellas tenemos la oportunidad de aprender que, mientras luchamos con los problemas, nuestra manera de proceder puede construir o bien puentes o bien muros hacia un futuro mejor.

Ya nos dijo Viktor Frankl que “la última de las libertades humanas” para cada uno es “la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino.” El ser humano es una criatura que reacciona frente a la construcción de sentido. Cuando no comprendemos nuestra vida o lo que nos pasa, entonces surge el sufrimiento y la desesperanza. Sin embargo, si vemos significado en nuestras vidas, en lo que hacemos, en lo que está por venir, nuestra existencia es razonablemente serena y feliz.

Por eso, es hoy cuando hay que intentar engranar todo lo que hemos aprendido con lo que nos toca vivir. Es ahora cuando hay que ver los acontecimientos a la luz de todas esas enseñanzas que hemos acumulado. Es en este preciso instante cuando hay que consolidar la teoría con la práctica en una única vivencia. Solo así saldremos de esta crisis fortalecidos. Más sanos. Más sabios.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Conferencia, Huffington Post, Inspiración, Jesus Alcoba, Originalidad, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 12.02.2020

¿Puede cualquier persona ser más inteligente? ¿El líder se nace o se hace? ¿Todos podemos ser más creativos? Sea cual sea el terreno por el que transitemos surgen cuestiones de este tipo que, a pesar de parecer distintas, en realidad son la misma. Y, de manera nada sorprendente, todas ellas tienen la misma respuesta.

El ser humano parece una criatura orientada al éxito. Es posible que llevemos grabada en nuestra médula espinal la idea de ganar. Ya sea frente a otros oponentes en un proceso de selección o encontrando un chollo en las rebajas. Es probable que sea una tendencia atávica de nuestro pasado más animal, en el que ganar significaba vivir. Por tanto, el mismo ímpetu que, en la sabana o en la selva, nos ayudaba a vencer a otras criaturas, hoy nos empuja a buscar un mejor aspecto, una casa más grande o un salario más abultado.

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Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 11.07.2018

Es una verdad tan evidente como en el fondo repudiada que el éxito, personal o profesional, es una tarea ardua y difícil. No solo porque cuesta sudor y lágrimas, sino porque los reveses de la vida hacen que a veces haya caídas inesperadas y dolorosas, de esas que hacen sangre. Ese tipo de derrumbes a los que nos referimos cuando decimos que alguien ha mordido el polvo.

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Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 11.04.2018

Una de las grandes dificultades que tenemos como especie es que nos creemos lo que pensamos. Nos comportamos como si las ideas que tenemos acerca del mundo y de la vida fueran ciertas, sin reparar en que no son más que mapas personales. Cartografías que son resultado de biografías concretas y, por tanto, de modos de aproximarnos a la realidad peculiares y, por ende, sesgados. La subjetividad, responsable de grandes creaciones y de grandes conflictos, explica también por qué en ocasiones la formación no funciona.

Nos hemos pasado la vida asentando nuestras concepciones sobre la formación en dos supuestos erróneos. El primero es que el conocimiento declarativo, es decir, el que contiene datos y hechos, es la clave de todo. El segundo es que es posible trasladar esquemas e ideas de una mente a otra. Así pues, la mayoría de los programas de formación hasta casi el final del siglo XX se basaron en que lo importante es comprender y recordar datos y hechos, y en que estos podían ser transvasados sin más de unas mentes a otras.

Por eso aún hoy el afán de muchos formadores es hacer que los asistentes a un programa “comprendan” el contenido, como prueba palpable de que esa transferencia está teniendo lugar (la segunda parte, recordarlo, ya no es tan necesaria, porque para almacenar datos ya tenemos los soportes digitales). En muchos de los casos, además, en ese empeño el formador confunde su propio recorrido en la comprensión de un concepto con el que deben seguir sus alumnos. De ahí la exagerada proliferación de “introducciones”, “conceptos básicos”, “aclaraciones preliminares” y toda suerte de innecesarios prolegómenos que desgraciadamente acompañan a muchos programas de formación.

Con todo, el mayor error no está en intentar esa comprensión como objetivo prioritario, sino en la asunción de base, que es creer que es realmente posible desgajar un fragmento del mapa del mundo de una persona e implantarlo en otra, como si de un esqueje se tratara, sin percatarse de que ese mapa es solo una interpretación personal y subjetiva de la realidad.

La formación no consiste en hacer que alguien comprenda algo, ni mucho menos en implantarle el esquema nacido de otro recorrido vital. La formación implica, por encima de todo, adquirir competencias. Y para ello el alumno ha de tener una relación experimentada y ejercitada con aquello que desea aprender. Solo así se puede superar el raquítico enfoque de la comprensión para abrir la puerta a la adquisición de competencias, que es la clave del desarrollo profesional.

Es más, una vez adquiridas esas habilidades hay que seguir ejercitándolas, pues de otro modo se irán debilitando hasta perderse. El ejemplo más claro de este fenómeno es el aprendizaje de otra lengua: si no se practica, lo aprendido se desvanecerá.

Aprender no es comprender un concepto, ni mucho menos trasladarlo de una mente a otra: es tener la oportunidad de adquirir una habilidad y poder incorporarla al día a día, para luego seguir ejercitándola hasta la excelencia.

 

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 29.01.2015

Los continuos cambios en el mercado están revolucionando la manera en que las organizaciones generan valor. En un mundo basado en la información, el contenido ya no se encuentra solamente en los lugares clásicos, sino que se ha descentralizado y está por todas partes. Por otro lado, la educación superior está gravitando claramente hacia una mayor responsabilidad por parte del estudiante, que es el profesional del mañana. La conclusión de todo ello es clara: la autonomía en el aprendizaje es un valor en alza.

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