Cambio personal, Ciencia y Management, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 10.01.2018

En una ocasión, uno de los asistentes a un programa de formación se dirigió al profesor y le dijo: “El curso ha sido fabuloso. ¿Podrías grabarme la presentación en este pendrive? Ha sido tan bueno que voy a dárselo yo a mi equipo”. Por sorprendente que parezca, es un caso completamente real.

Sin entrar en otro tipo de valoraciones, como por ejemplo la osadía de aquel tipo, la pregunta que subyace a este caso es muy simple: ¿cuánto cuesta convertirse en un experto? ¿Puede cualquier persona tomar la presentación que ha usado otra e impartir el mismo programa sin que se note que no es el autor original? ¿Y si elabora ella misma la presentación, pero todo el contenido sale de un solo libro? ¿Y si es de dos? ¿A partir de cuántos documentos consultados se considera que la curación de contenido convierte a la presentación resultante en una obra original?

Vivimos en el compás de lo veloz y de lo efímero. El conocimiento viaja a tal velocidad que las novedades de hoy estarán mañana en boca de todos. Y lo que hoy es cierto posiblemente pasado mañana ya no lo sea tanto. Los feeds de redes sociales como Twitter y LinkedIn procesan información de una manera tan vertiginosa que a veces es difícil saber cuál es la fuente original de un dato o de una idea. Tanto que es sumamente sencillo elaborar una presentación, casi sobre cualquier tema, únicamente observando lo que aparece en estas redes y traspasándolo a una serie de diapositivas. El hecho de que las intervenciones de los ponentes en los eventos cada vez sean más breves lo hace más fácil, por el solo hecho de que es más sencillo elaborar un fragmento breve de contenido que uno extenso.

En ocasiones da la sensación de que es sumamente simple convertirse en un gurú instantáneo, uno de esos autonombrados expertos que últimamente se encuentran por doquier hablando de la transformación digital o del distópico futuro que, al parecer, nos espera cuando nuestro mundo se llene hasta los bordes de robots, o bien de ese tipo de coaching buenista y melifluo cuyos vacuos consejos se encuentran ya hasta en las revistas de kiosko que reposan, indolentes y ajadas, en las salas de espera de dentistas o veterinarios.

Décadas de esa inaudita veneración por fuentes de conocimiento acaso extenso pero discutible y superficial como Wikipedia y sus me-toos, bombardeos constantes de contenido en snack tan apetecible como poco nutritivo y, desde luego, ese inquietante fenómeno que muestra que la gente cree que sabe más de lo que sabe cuando busca información en Internet, han acabado por hacer que en muchos casos cueste distinguir el contenido auténtico del copiado, las fuentes estables de conocimiento de las volátiles y, en el peor de los casos, el contenido científico del que no lo es o del que, peor aún, pretende serlo.

Cargar una presentación en un pendrive lleva apenas unos segundos. Sin embargo, los virtuosos del clásico estudio de Anders Ericsson necesitaron diez mil horas de práctica deliberada para alcanzar el nivel de dominio que les separaba de los inexpertos. Confiemos en que, en este tiempo que transcurre en el compás de lo veloz y de lo efímero, siga siendo más importante ser que parecer.

 

Originalmente publicado en www.dirigentesdigital.com