El dios romano al que nos parecemos

Jano era un dios romano sin equivalente en la mitología griega, que habitualmente se representaba como un rostro con dos caras, una mirando en cada dirección. Era el dios de los umbrales, de las puertas, de lo que acaba y empieza. Y es también una genial metáfora de nuestra dificultad para cambiar.

Sigue leyendo en El Economista —>>>>