Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 09.11.2016

La conciencia es ese lienzo por el que pasan nuestras sensaciones, pensamientos y emociones a lo largo del día. Es el término científico más cercano a lo que llamamos vida interior. A veces esa vida interior se sujeta al control voluntario de la atención, otras veces vaga por su cuenta, y algunas veces más se deja arrastrar por influencias de todo tipo. Cada vez más, los líderes necesitan ser líderes dotados de una nueva habilidad llamada ultraconciencia, personas que, más allá de tomar conciencia de su interioridad, gobiernen sobre ella y se centren en lo que de verdad importa.

Sigue leyendo en El Economista —>>>>

Cambio personal, Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 27.10.2015

Los buenos jefes no abundan tanto como nos gustaría. Se calcula que más de la mitad de los trabajadores preferirían un mejor jefe a un aumento de sueldo, y no es de extrañar. Los jefes influyen en casi todo lo que hacemos, porque formamos parte de una cadena de valor que es diseñada, supervisada y evaluada por ellos. Así que sus conductas causan un impacto constante en las nuestras, y de ahí que sea importante reflexionar sobre las cualidades de los buenos jefes. La primera, quizá la más importante, es que saben dónde ir.

Sigue leyendo en El Economista —>>>>

Cambio personal, Ciencia y Management, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 02.07.2015

La historia de la navegación nos proporciona una bellísima metáfora de lo importante que es para el ser humano saber dónde está y a dónde se dirige. En tiempos remotos, cuando los barcos surcaban los mares, había dos problemas que tardaron siglos en resolverse. Hoy, que cualquier smartphone incorpora geolocalización vía satélite, nos cuesta trabajo entender que verdaderamente se tratara de retos complejos. El primero era el problema de la latitud, es decir, los marineros necesitaban saber en qué punto se encontraban respecto al eje Norte-Sur. Esto fue resuelto relativamente pronto, puesto que sabemos que a diario, en una determinada latitud, exactamente al mediodía, el sol no produce sombra alguna sobre una vara clavada en la tierra. Si en ese mismo momento se produce alguna sombra es porque el barco está más al norte o más al sur de la posición neutra. Lo demás fue una cuestión de crear tablas que determinaran todas las posibilidades que se podían dar. Más difícil fue el problema de la longitud, es decir, determinar en qué punto se encontraba un barco en el eje Este-Oeste. Sorprendentemente, al final la dimensión que resolvió el problema no fue la distancia, sino el tiempo. Si un barco llevaba a bordo un reloj muy preciso (lo llamaron cronómetro marino) que siempre marcase la hora del lugar de origen, sería posible calcular la diferencia horaria respecto al punto de partida y por tanto estimar la longitud. Sin esas dos simples medidas debía ser arriesgado enrolarse en una expedición por mar, puesto que las probabilidades de perderse eran altas, máxime cuando los barcos de vela no tenían las posibilidades que hoy tienen de navegar casi con cualquier dirección del viento.

De igual manera, para los seres humanos navegar por la vida es altamente arriesgado si no sabemos dónde estamos ni a dónde queremos llegar. Todo en la vida cuesta tiempo y esfuerzo, y es un derroche dedicarnos a tareas que no aportan ningún valor. Por eso lo más importante en la vida, como en la navegación, es saber dónde estamos y a dónde queremos ir. Lo demás se ajusta en función de esos parámetros. Posiblemente por eso decía Gene Kranz, antiguo director de vuelo de la NASA, y el hombre que trajo de vuelta a los astronautas del Apolo 13, evitando así un desastre de consecuencias fatales, que lo malo no es no cumplir un objetivo, lo malo es no tenerlo.

El rumbo vital es la dirección que una persona toma como misión en la vida, más allá de los patrones preestablecidos que la sociedad le propone, tales como cursar unos estudios, obtener un puesto de trabajo, formar una familia o irse de vacaciones en las épocas de descanso. Como bien explica Jim Loehr en “The power of story”, las historias que nos contamos a nosotros mismos y que contamos a los demás determinan en buena medida el rumbo que escogemos en la vida, y por tanto nuestro éxito o fracaso. Todos vivimos en una historia, en una película de la que somos protagonistas, y es fácil ver que mientras que unas personas viven en dramas o en tragicomedias, otras viven en películas bélicas o en epopeyas heroicas. En la vida, al igual que en el cine, hay grandes producciones, telenovelas, comedias de situación y una larga serie de narrativas vitales cuya calidad e impacto difiere significativamente de unas a otras.

No es lo mismo definirse como “emprendedor”, como “empresario”, o como “director”, que decir que lo que un profesional hace es “dedicarse a mejorar la vida de las personas a través de la tecnología”, que su trabajo consiste en “apoyar la creación de valor a través de la generación de ecosistemas de talento”, o que su misión es “incorporar la comunicación sincera en la gestión de la experiencia de cliente”. Cuando una persona declara una misión relevante y se siente parte de un proyecto de envergadura, percibe que su aportación a este mundo es importante y todo cobra sentido.

A menudo deberíamos reflexionar sobre esa palabra, “sentido”, porque se relaciona con dos conceptos que son de aplicación a esta idea de rumbo vital, y que podrían, metafóricamente, corresponder a la latitud y a la longitud. Por una parte, “sentido” está relacionado con “dirección”, es decir, rumbo. Por otro lado, “sentido” es sinónimo de “significado”. El motivo por el que esto es importante es que la ciencia ha mostrado recientemente que una de las claves de la felicidad es poseer un propósito en la vida – una dirección-, que lo que hacemos tenga un sentido –un significado- y que mantengamos la esperanza necesaria para conseguir nuestros propósitos. Dos de estas claves tienen que ver con la doble interpretación del término “sentido”.

Muchas personas llegan a esa situación no por fértil menos desagradable que se llama la crisis de la mediana edad y descubren que aquello que un día quisieron ser está tan alejado de lo que son que la vida parece no tener sentido: ni dirección ni significado. Es un ejemplo contundente de que haber trazado una narrativa biográfica dentro de la cual haya una misión esencial en la vida es una clave indiscutible del éxito. Otro ejemplo claro lo aportan todos aquellos profesionales que, en un momento de su trayectoria, deciden iniciar una vía de reinvención profesional paralela a la que hasta el momento han llevado. En muchos de estos casos se trata de ocupaciones creativas o que tienen que ver con el conocimiento y que, en cualquier caso, desarrollan una vertiente más personal. Abundan los directivos que, por ejemplo, han decidido comenzar a impartir clases en escuelas de negocios, a escribir libros o a participar en redes de conocimiento compartido. No es difícil ver en esas líneas de desarrollo paralelo un intento de agregar significado a su vida profesional. Quizá estos profesionales sienten que su trayectoria se ha desviado de lo que en el fondo quieren aportar en esta vida, y buscan de esta manera reajustar su rumbo.

Al fin y al cabo, a quienes trabajamos en la arena empresarial esto no debería sorprendernos, puesto que el rumbo vital es a las personas lo que la misión y visión es a las empresas. De hecho casi podríamos decir que la misión es el significado y la visión es la dirección, porque la misión es lo que somos, lo que hacemos hoy, es decir, lo que da significado a nuestra actividad, mientras que la visión es lo que pretendemos ser o cómo pretendemos que sea el mundo gracias a ella, es decir, la dirección en la que nos movemos. Sea como sea, lo que es evidente es que ningún miembro de un comité ejecutivo sería capaz de gobernar una empresa sin estrategia. De esa misma manera, tendríamos que pensar que es difícil que consigamos el éxito si nosotros mismos carecemos de ella.

Hoy, que tanto se habla de marca personal, deberíamos tener en cuenta que se trata solamente de eso, de una marca. Un sello, sí, personal, pero que debe estar asentado sobre una estrategia. No hay marca si no hay empresa y, de la misma manera, si no hay un rumbo, la marca personal será únicamente un anuncio vacío sobre un profesional que camina sin dirección ni sentido por el sendero de su desarrollo, de la misma forma que un barco navegaría sin conciencia de su latitud o longitud. Por eso dice un antiguo adagio que siempre soplan malos vientos para el que no sabe dónde va.

Como magistralmente recoge Daniel Pink en “La sorprendente verdad sobre qué nos motiva”, lo que auténticamente nos mueve como seres humanos no tiene que ver solo con recompensas o sanciones, ni únicamente con nuestra supervivencia, sino que existe un tercer impulso que nos hace actuar sin necesidad de otro tipo de motivación, porque forma parte de lo que de verdad nos interesa y conmueve, de lo que nos desafía. Partir de ese impulso para escoger cuidadosamente nuestra misión y definir una narrativa vital que fije un rumbo para nuestros esfuerzos, dedicarle tiempo y recursos, evaluar cada cierto tiempo a qué distancia nos encontramos y, tal vez, modificarlo de cuando en cuando, son tareas indispensables para conseguir dotar a nuestra existencia personal y profesional de verdadero sentido, en su doble acepción de dirección y significado.

Lo único que nos faltaría entonces para lograr nuestros propósitos es albergar la esperanza de que finalmente lograremos llegar al puerto de destino.

Artículo originalmente publicado en www.gestion.com.do

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 27.01.2015

Dicen que Napoleón dijo que un líder es un repartidor de esperanza. Y probablemente la capacidad de generar esperanza recoja la esencia más auténtica del liderazgo. Porque los grandes líderes no son personas que lo saben hacer todo, y a veces ni siquiera tienen grandes dotes de gestión de equipos o de organizaciones. Pero tienen visión. Y la visión es lo que engrana a las ideas con las personas para producir las chispas de las que nace la creatividad, la innovación, la creación de valor y el progreso.

Sigue leyendo en El Economista —>>>>

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 09.09.2014

Hace ya muchos años que se sabe que las dinámicas que existen en los equipos pueden agruparse en dos grandes categorías. Conocer en qué consisten y cómo interactúan y, sobre todo, aprender a gestionarlas, es una de las primeras competencias que deben poseer los directivos. Hoy que tanto se habla de saber dirigir, de liderazgo y de mil términos afines, a menudo se olvida que los grupos giran constantemente en torno un juego de tronos y alianzas.

Sigue leyendo en El Economista —>>>>

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 10.01.2014

Los últimos movimientos en el tejido económico nos transmiten la inequívoca certeza de que lo único inmutable es el cambio. Y pese a que aún no sabemos si es una tendencia que ha llegado para quedarse, aunque todo apunta a que sí, hace más interesante que nunca profundizar sobre la idea de identidad profesional. No existiendo ya la estabilidad antes proporcionada por un mercado seguro compuesto por compañías igualmente estables, y dada a la vertiginosa velocidad con la que los productos y servicios se suceden en la arena empresarial, el mercado parece haber ubicado en el epicentro de la ecuación al talento individual.  

Muchos profesionales han visto cómo los vuelcos del mercado han conllevado alteraciones más o menos significativas de sus condiciones de trabajo, tales como la adquisición rápida e incuestionable de nuevas competencias o la reubicación geográfica. Otros, como consecuencia de las drásticas reducciones en las plantillas, han tenido que asumir un número mayor de tareas, en ocasiones abrumador, llevándoles a poner en juego toda su versatilidad y capacidad de trabajo. En algunos casos más, profesionales desvinculados de sus organizaciones han tenido que saltar a la vía del emprendimiento inventando nuevos modelos de negocio con lo que penetrar el mercado. Y, en fin, casi todos ellos han asumido como propia la ubicuidad laboral que, gracias a la tecnología, proyecta una oficina virtual en cualquier momento y lugar. 

Lo que todas estas y otras realidades ponen de manifiesto es que el talento profesional individual, es decir, lo que cada persona aporta como valor al mercado, es la clave del éxito en la mayoría de las transformaciones que se están operando en el lienzo ya nunca más estático de la economía. Y por ello la identidad profesional, que consiste precisamente en esa aportación, y que por consiguiente se sitúa mucho más allá de la mera marca personal, es un concepto de absoluta tendencia. Y de ahí que sea cada vez más necesario que cada persona reflexione sobre su ventaja competitiva y sobre su estrategia profesional, y en definitiva sobre el rumbo que previsiblemente quiere seguir en el tempestuoso océano que constituye el mercado.  

Entre otras cosas porque, como alguien sabio dijo, siempre soplarán malos tiempos para el que no sabe a dónde va. Pero sobre todo debido a que, como cualquier marinero sabe, una vez elegido un rumbo la deriva provocada por la corriente y el abatimiento producido por el viento hacen que no sea exactamente obvio arribar al puerto que inicialmente se fijó como destino. En primer lugar porque el mundo es en sí imperfecto. Pero también debido a que el mercado se está mostrando últimamente intratable en su caprichosa e impertinente inclinación a generar incertidumbre.  

Cualquier aproximación, aunque sea sencilla, a la identidad profesional de cada uno es mejor que nada. Es más provechoso mantener una mirada constante sobre el propio rumbo que abandonarse por completo a la inteligencia de las organizaciones. Primero porque que no siempre es brillante e inevitablemente comete errores, pero sobre todo debido a que siempre proporcionará más autorrealización construir que consumir, y consecuentemente contribuir con el propio talento a la estrategia de la compañía que situarse pasivamente como una pieza más dentro de sus procesos de negocio. Las personas no son, no deberían ser, un recurso más o una pieza del engranaje como lo son las mercancías o las finanzas. Pero eso no solo depende de la política de recursos humanos de cada empresa, sino también, y en buena medida, de lo que cada uno esté dispuesto a aportar individualmente, sea en forma de esfuerzo, conocimiento, creatividad, visión, o cualquier otro ingrediente de los que forman el complejo cóctel de la cadena de valor.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com