Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 06.02.2015

En la remota isla de South Georgia, bien custodiada por leones marinos, se encuentra el monolito que señala el lugar donde descansa el legendario explorador Ernest Shackleton. En él está inscrito el célebre verso de Browning: «Sostengo que un hombre debe luchar hasta el límite por aquello que se ha propuesto en la vida». No sabemos a ciencia cierta porqué las frases célebres nos impactan tanto, aunque es muy posible que sea porque encierran una profundidad que la lectura superficial no revela pero que intuimos, y ese misterio nos atrae.

En el caso de la frase de Browning hay al menos dos ideas importantes que, si bien son centrales en la vida, no son fáciles de llevar a la práctica. La primera de ellas es que el éxito tiene que ver con algo que una persona se ha propuesto. Lo cierto es que si nos levantáramos cada mañana y nos preguntáramos qué es lo que nos hemos propuesto en la vida, muchas veces no sabríamos qué contestar. Progresar profesionalmente, tener un buen salario, formar una familia, cuidar de ella, y así sucesivamente, no son sino patrones predefinidos, argumentos preexistentes que en general seguimos más o menos todos. Pero una cuestión muy diferente es qué es lo que cada individuo, como persona única e individual, persigue como aspiración genuina, como misión en esta vida. La ciencia nos dice que una de las claves de la felicidad es que en nuestra vida haya esperanza, sentido y un propósito. Si no sabemos a dónde vamos es muy difícil que sepamos interpretar si lo que nos pasa es malo o bueno, y mucho más saber cuándo hemos llegado.

La segunda idea es que para lograr lo que uno se propone es preciso luchar hasta el límite. En esta llamada sociedad del bienestar hemos acabado identificando como bueno todo lo que es sencillo, lo que no cuesta trabajo y lo que es confortable. Hemos desterrado a la cultura del esfuerzo a la última de nuestras preocupaciones, porque todo lo que es imprescindible, y muchas veces lo que no lo es, está al alcance de la mano. Sin embargo esto crea una perspectiva errónea, porque como bien saben la mayoría de las personas, todo lo que en realidad tiene valor cuesta un gran esfuerzo, a veces un esfuerzo titánico. Nunca nada grande se hizo de la noche a la mañana, ni por un golpe de suerte. Sobre todo aquellos logros que tienen que ver con nosotros mismos, con lo que realmente buscamos en esta vida, sea personal o profesionalmente.

Evidentemente esto no es ni mucho menos fácil. Hay que empezar por intentar visualizar el futuro y pensar en qué punto quiere cada uno encontrarse dentro de dos años, o cinco o diez. Y luego, quizá más difícil aún, darse cuenta de que nada ocurre súbitamente, y de que por tanto a diario debe haber acciones que conduzcan a donde se quiere llegar. Si ninguna de las acciones que una persona hace en un día le conduce a objetivo que pretende, y eso se repite durante varios días, es fácil saber sin demostración alguna que nunca llegará a conseguirlo. Los futuros se construyen en los presentes: es la única manera.

Es bastante probable que pueda conseguir lo que una persona se propone si tiene claro de qué se trata y lucha por ello hasta el límite. Shackleton es una de las pocas personas que logró convertir un fracaso rotundo (el naufragio de un barco en la Antártida, con la consiguiente e irremediable imposibilidad de acometer la expedición que tenía planteada), en un éxito absoluto (regresar con todos sus hombres sanos y salvos dos años después de haber partido). Pero para eso fue necesaria una meridiana claridad en sus objetivos y un espíritu de sacrificio fuera de lo común que puso al servicio de la misión, todos y cada uno de los días que duró. Al admirar la increíble gesta del que posiblemente es uno de los más grandes líderes de todos los tiempos, resulta imprescindible preguntarse cómo lo consiguió. La respuesta, al menos una de ellas, está escrita en la piedra del monolito bajo el cual descansa: «sostengo que un hombre debe luchar hasta el límite por aquello que se ha propuesto en la vida.»

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 04.09.2014

De todas las experiencias que vive un ser humano algunas de ellas se sitúan en un papel más central con respecto a su narrativa vital y a su identidad, mientras que otras resultan más periféricas y por tanto menos importantes. Contrariamente a lo que podría desvelar la mera observación accidental, el turismo es una de las experiencias relevantes de la vida y un interesante tema de reflexión sobre la persona.

Buscamos en nuestra vida aquellas experiencias que encajan con nuestra biografía y que por tanto nos dan identidad, y rechazamos las que no son coherentes con nuestro argumento vital. Este hecho está relacionado con el sentido que para uno tiene la vida, y explica porqué consumimos algunos productos y servicios y no otros, a veces por encima de su funcionalidad e incluso por encima de su precio. Por su propia naturaleza, el turismo es una de las experiencias que contribuye de forma importante a dar sentido a la experiencia vital, más allá de la mera búsqueda del descanso o del disfrute, y desde luego más allá de la simple curiosidad por conocer otros lugares.

Así por ejemplo, quienes hacen turismo rural seguramente demandan un contacto más directo con la naturaleza, deseando encontrar paisajes y productos de la tierra que les despierten sensaciones naturales y de conexión con el entorno. Los que practican turismo de mochila quieren despojarse de lo superfluo para experimentar la vida a flor de piel, rechazando todo artificio y complejidad. Quienes visitan museos buscan conexión con los grandes talentos, con la expresión máxima de la creatividad y el genio del ser humano. Los amantes de la aventura y el turismo extremo buscan una experiencia en la que trascender lo que habitualmente son para superarse a sí mismos y ampliar las fronteras de sus capacidades. Incluso el consumo del clásico turismo de toalla en el balcón, en el que el descanso parece ser el eje fundamental, buscan escapar de un día a día que perciben como agotador y estresante, implícitamente manifestando así su disconformidad con esa forma de vivir la vida.

En todas esas experiencias, como se ha escrito, lo esencial es la vivencia de autenticidad: auténticos son los paisajes y los productos de la tierra que a los amantes del turismo rural les gusta encontrar; auténtico es el percibirse a si mismo caminando con un una mochila que porta solo lo imprescindible por todo equipaje; auténticas son las obras de arte que se encuentran en los museos, y por eso se visitan, en lugar de contemplar copias o fotografías; autenticidad es lo que persiguen los amantes del turismo extremo y de aventura intentando encontrarse y superarse a sí mismos; y descanso auténtico, sin preocupaciones ni llamadas intempestivas, sin plazos ni limitaciones, es lo que persiguen los fans del turismo de sol y playa, para quienes ese tipo de vacaciones es un contundente manifiesto sobre lo que debería ser la verdadera y buena vida.

Todas las experiencias turísticas buscan autenticidad, por oposición a lo impuesto y a la impostura, al artificio y a la superficialidad, y a todo lo que no representa al ser humano en su versión más pura. Por eso la clásica pregunta «¿playa o montaña?» no es ni mucho menos trivial. Y por eso es positivo pensar qué tipo de autenticidad buscamos durante las vacaciones. Y, si la hemos encontrado, luchar por no olvidarla durante los meses que nos separan del siguiente periodo de descanso, porque puede que en ella se encuentre parte del sentido que para nosotros tiene vivir. De hecho, no sería la primera vez que alguien acaba convirtiendo su afición vacacional en una forma de ganarse la vida.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba / 08.07.2014

Cada vez son más frecuentes las reflexiones y los estudios sobre las personas que han logrado grandes cosas en la vida. Y estamos acostumbrados a que nos hablen de su talento y de su creatividad, de su capacidad de liderazgo o de su magnetismo personal. Pocas veces oímos hablar de la suerte como ingrediente del éxito. Sobre todo de ese tipo de suerte que se fabrica, y que está hecha de perseverancia, de resiliencia o de fuerza de voluntad y, por encima de todo, de nuestra capacidad de imaginar proyectos extraordinarios.   

Cualquier actividad requiere una planificación, porque los seres humanos vivimos fundamentalmente en el espacio de nuestras representaciones mentales, que se anticipan a todo lo que hacemos, da igual si se trata de preparar una taza de café o de acometer un proyecto para la creación de un puente. Y el camino hacia el logro de grandes objetivos arranca precisamente ahí, en el momento en el que nos fijamos lo que perseguimos. Hay personas cuya vida transcurre en proyectos del tipo preparar una taza de café, mientras que otros intentan construir puentes. Y hay quien sueña con volar por el espacio. 

Hay una historia antigua acerca de un hombre que paseaba por un lugar donde tres pintores estaban trabajando en la restauración de un templo. Les preguntó por su cometido, y las respuestas que dieron fueron muy diferentes: el primero dijo que su labor era pintar paredes, y el segundo que estaban allí con el fin de ganar algo de dinero para llevar a sus casas. La respuesta del tercer pintor, sin embargo, fue muy diferente: “estamos aquí para dar color a la casa de Dios”, dijo. No cabe duda de que este pintor era el que más motivado estaba, y con toda seguridad el que mostraba un mayor nivel de ejecución, solo por el hecho de que se sentía parte de algo extraordinario 

La mayoría de nuestros días habitamos en los cómos, y no en los porqués. Dedicamos tiempo y esfuerzo a ser más eficientes y eficaces en nuestras tareas, pero en ocasiones perdemos la perspectiva sobre los motivos por los que hacemos nuestro trabajo. Y la ciencia nos dice que pensar porqué hacemos lo que hacemos conduce nuestra mente hacia un nivel de pensamiento más alto, ese que nos puede llevar hacia el futuro donde se encuentran los grandes logros. La única misión de una taza de café es satisfacer a quien la toma, y como mucho proporcionar algo de energía. Sin embargo, un puente es una construcción magnífica, cuyo cometido es servir de vía de comunicación para conectar ciudades y países, y en definitiva personas. Y, desde luego, hoy existen los transbordadores espaciales porque en su día hubo alguien los imaginó. 

Muchos primates, incluso los grandes simios, carecen de la posibilidad de imaginar lo que va a ocurrir más allá de veinte minutos hacia el futuro. El ser humano es el único que puede ver su mañana, su pasado mañanay, prácticamente, imaginar el rumbo que, previsiblemente,recorrerá su vida entera.De todos los proyectos que una persona puede emprender, con toda seguridad los que cubren un itinerario amplio dentro de esa vida son los que le pueden proporcionar un verdadero sentido. 

No perdamos la oportunidad de participar en proyectos de gran envergadura. O, lo que a veces es lo mismo, no perdamos la oportunidad de buscar el motivo y el significado último de lo que hacemos. Porque,en definitiva, la construcción de sentido es lo que guía la vida de los seres humanos. En la medida en que conectamos nuestro desempeño con las grandes preguntas que nos hacemos sobre la vida, con el por qué, para qué, o para quién hacemos las cosas, podemos sentirnos parte de proyectos extraordinarios, como el tercero de los pintores que restauraba el templo. Las empresas, al fin y al cabo, existen para generar verdadero valor y entregarlo al cliente. Capturando una parte de él, pero cediendo el resto a las personas, a las regiones y, en último término, al mundo entero, para transformarlo convirtiéndolo en un lugar mejor para vivir. Ese espíritu es el que suele figurar en las declaraciones de misión y visión, en los mensajes que las compañías dirigen a la sociedad y, por supuesto, el que deberíamos tener presente en nuestro día a día.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Ciencia y Management, El Economista, Jesus Alcoba / 29.04.2014

Los seres humanos poseemos siete fuentes de energía para ganar el pulso a la vida y hacer realidad nuestros proyectos y sueños. Tres de ellas son físicas: el descanso, la nutrición y la actividad deportiva. Disponemos también de energía mental, energía emocional, y energía espiritual. Y, por último, existe la energía que nos proporciona aquello que queremos ser, la que nos proporciona nuestro rumbo vital. Dice la investigación que hay tres claves que explican la felicidad humana: el sentido, la esperanza y el propósito.

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