Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Psicología del éxito / 07.07.2015

En los años 60 y 70, a lomos de la revolución creada por la Generación Beat, y recogiendo y amplificando su mensaje, los hippies popularizaron una cultura basada en la concordia y la fraternidad. Se bautizó a aquella época como la era de acuario. En el epicentro de este concepto se situaba una canción que formó parte del musical Hair, estrenado en Broadway en 1967, y que hablaba de confianza y entendimiento. Resulta sugerente preguntarse cómo hemos podido pasar de la era de acuario a la era del selfie.

Con mayor o menor éxito técnico, siempre ha sido posible hacerse un autorretrato con una cámara fotográfica, pues desde hace décadas éstas incorporan temporizadores y botones de disparo remotos, aunque fueran rudimentarios. Sin embargo, nunca hasta este momento ha sido tan importante la tendencia a hacerse fotos a uno mismo, tanto que ha acabado por aparecer en el mercado ese adminículo ahora casi ubicuo que permite alargar el brazo para hacerse un selfie con mayor efectividad. Y cuando creíamos que ese tipo de retrato era ya el colmo del narcisismo, aparecieron las braggies (de brag, alardear), que son las fotografías que una persona hace, normalmente durante sus vacaciones, para presumir ante su red social. Las instantáneas del bikini bridge, captadas y difundidas con la clara intención de hacer alarde de moreno y delgadez, representan el punto álgido de este fenómeno tan extraño y sorprendente.

Aparentemente atravesamos una época en la que lo colaborativo parece vivir un momento de particular efervescencia. Por todos lados escuchamos mensajes que refuerzan la fe en el equipo como algo más que la suma de sus miembros, al tiempo que fenómenos como el consumo colaborativo, el crowdfunding y los espacios de coworking parecen mostrar que realmente se trata de algo más que un pensamiento superficial o una moda.

Sin embargo, existe un fuerte contraste entre estas manifestaciones con la marcada cultura de lo individual y egocéntrico, que también parece estar fuertemente arraigada en nuestra sociedad. La tendencia a la personalización, demanda ya irrenunciable de la mayoría de los consumidores, la proliferación de blogs personales de toda índole, el concepto de marca personal y todos sus sucedáneos, las apabullantes ventas de cámaras subjetivas y, desde luego, la epidémica moda del selfie, hacen dudar de que realmente la popularización de lo cooperativo sea una de las señas de identidad actuales.

¿Debemos pensar que a día de hoy las personas utilizan lo colaborativo como base para potenciar su individualidad, y por tanto la creación de una red social sirve fundamentalmente a los efectos de crear audiencia? ¿O se trata de personas distintas, unas que defienden el valor del grupo y otras que abogan por sacar brillo a su individualidad? ¿O todas las personas son individualistas pero se valen de lo colaborativo porque no les queda otro remedio en estos tiempos de dificultades económicas? ¿Son incompatibles la cultura de la cooperación y la de la individualidad?

Contestar a estas preguntas no parece trivial ni es sencillo. Sin embargo, sea como sea, da la impresión de que el selfie no es solamente una moda que pasará tarde o temprano, sino también una manifestación de un síntoma social subyacente. Un síntoma de una cultura que busca constantemente la demostración pública de la actividad y, más allá de ello, el culto narcisista al sí mismo como protagonista. Resulta inspirador imaginar qué pensarían aquellos hippies de la era de acuario al ver que, en cualquier actividad, la mayoría de la gente invierte hoy día un tiempo considerable en hacerse fotos para demostrar que participó en ella en lugar de vivirla intensamente, que es lo que hacían ellos.

Artículo originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com