Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Inspiración, Jesus Alcoba, Psicología del éxito, Ultraconciencia / 04.10.2017

Están por todas partes: en todo tipo de eventos, en Internet, y hasta en Whatsapp. Las conferencias, el formato más potente y vivo para la divulgación de las ideas, está tan extendido que casi se nos ha olvidado preguntarnos por qué funciona. Cuesta imaginar un congreso sin conferencias, tanto como cuesta encontrar a una persona que no sea capaz de nombrar una charla que le haya impactado. ¿Por qué vemos tantas conferencias? ¿Qué tiene este formato que lo hace tan popular? ¿Por qué estamos enganchados a las conferencias?

Está claro que su fundamental fortaleza está en la posibilidad de entrar en contacto con una idea de una manera rápida y sintetizada, pero eso se puede hacer también leyendo un artículo o una tribuna de opinión. Y es evidente también que nadie va a cambiar el mundo ni su mundo por haber escuchado a alguien hablar durante una hora o dieciocho minutos, que es lo que suele durar una charla TED. ¿Por qué funcionan entonces las conferencias?

Una primera idea, que comparten otros formatos, pero que también explica por qué algunas conferencias son mejores que otras, es que a través de ellas tenemos la oportunidad de ver cómo mira el mundo quien nos habla. Es decir, cuál es la manera que tiene de interpretar la realidad y cuál es su voz única. Ese aspecto diferencial es el que, cuando realmente se hace patente, hace a las conferencias realmente atractivas. Por el contrario, cuando el conferenciante se limita a transmitir ideas de otros, la charla pierde fuerza.

La segunda idea sobre las conferencias, que es lo que realmente las hace únicas, es que tenemos la oportunidad de ver cuál es la reacción emocional de quien nos habla respecto a las ideas que nos presenta. Es decir, en una conferencia lo que aprendemos es cómo vivir un conocimiento nuevo, qué emociones despierta en quien nos habla, y por tanto qué emociones podría provocar en nosotros. Por eso aquellos conferenciantes que no hablan con pasión de sus ideas no resultan interesantes. De manera no consciente lo que pensamos es que es difícil que nos emocione algo que no emociona ni a quien lo está relatando.

Cuando ocurren ambas cosas, es decir, cuando estamos frente a un orador con voz única que además vive sus ideas con pasión, se produce una conexión de alto voltaje con la audiencia, producida por el elemento supremo de la transmisión de ideas, que es lo que llamamos inspiración.

La inspiración es la reacción emocional que se produce cuando súbitamente construimos sentido. Y la ciencia ha mostrado que es contagiosa. Es más, ha demostrado que ese contagio puede llegar a vivirse en el destinatario de una manera física. Cuando, por ejemplo, leemos una novela y experimentamos un estremecimiento o el corazón se nos acelera, es altamente probable que quien escribió esas líneas estuviera inspirado.

Las conferencias que realmente transmiten una mirada singular de un modo vivo y emocionante nos inspiran. Y entonces nos sentimos, como expresa esa idea quizá erróneamente atribuida a Newton, a hombros de gigantes. Trascendidos y elevados por la incontenible fuerza de la inspiración. Ese es el auténtico secreto de las grandes conferencias.

 

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Dirigentes, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 21.09.2016

Es sorprendente la cantidad de frases rotundas que últimamente aparecen en las redes sociales y que se atribuyen a Einstein. Tantas que da la impresión, seguramente falsa, de que una de estas dos cosas es cierta: o bien hay un alto porcentaje de la población que ha leído sus obras, o bien el sabio dedicó una gran parte de su vida a escribir frases geniales.

Se desconoce a ciencia cierta cómo le hubiera gustado ser recordado, pero casi seguro que no como una fuente de conocimiento enlatado que, junto a su fotografía, con la lengua fuera o no, sirviera de decoración fugaz que apenas durase un minuto en la vida de los consumidores de la era de los smartphones.

Al menos, mal de muchos, comparte destino con otro de los damnificados por esta tendencia a poner en boca de los líderes de pensamiento frases estupendas para que resulten más convincentes, que es Steve Jobs. Si uno u otro hubieran escrito todas las frases célebres que se les atribuyen, quizá ni el primero hubiera descubierto la Teoría de la Relatividad, ni el segundo hubiera lanzado el iPhone, porque no les hubiera dado tiempo.

El contenido en snack es el signo de los tiempos de una época en la cual todo es tan repentino y efímero que no da ni tiempo a citar cuál es la fuente de una determinada frase. Es más, a menudo la fuente no importa o es de solvencia dudosa. La velocidad a la que vuelan las ideas frente a nuestros ojos es creciente, y es inversamente proporcional a nuestra capacidad crítica. Hoy casi nadie pone en duda que una frase que aparece en Twitter sea de Einstein o de Jobs, de la misma manera que hay quien sigue pensando, ante la frustración de los psicólogos, que solo usamos un diez por ciento de nuestro cerebro o, ante la impotencia de muchos médicos, que es cierto el mito de que hay que beber dos litros de agua al día. Nada menos.

El juicio crítico, esa capacidad que junto con la creatividad es la única que no podrá jamás ser imitada por las máquinas, y de la que, también junto con la creatividad, dependen la evolución de la cultura y la sociedad, así como la riqueza de las regiones en el futuro próximo, está tambaleándose, víctima de la velocidad apresurada de los que dan más valor a consumir contenido que a meditar sobre él.

Einstein y Jobs fueron dos personas profundas. Cada una a su manera revolucionaron su mundo, y con ello revolucionaron el mundo. Abrazaron la complejidad y la dificultad, y de ese abrazo íntimo salieron algunas de las ideas más importantes que iluminan el firmamento de nuestro tiempo. Cuesta creer que su legado se convierta en un puñado de frases que, falsamente atribuidas a ellos o no, atraviesan veloces las redes sociales junto con anuncios de rebajas en los grandes almacenes, cupones de descuento o, peor aún, selfies que evidencian la supremacía del culto al narcisismo por encima de la lectura, la reflexión y el juicio crítico.

Originalmente publicado en: www.dirigentesdigital.com

Cambio personal, Ciencia y Management, Jesus Alcoba, Psicología del éxito / 15.07.2015

Cada vez las frases, los párrafos y los artículos son más breves, hay más imágenes e infografías, y cada vez más el contenido está estructurado de forma que aparezcan destacadas las ideas más importantes o, quizá peor aún, están enumeradas como si de un recetario se tratara: “los 3 secretos del management”, “10 claves para posicionar un sitio web”, “una estrategia de medios en 5 pasos”, y así sucesivamente. Da la sensación de que cualquier reflexión o procedimiento puede ser desollado, escurrido, cocinado y emplatado en un aperitivo que apenas lleve un minuto digerir.

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